Carla, Blanca, 
                            Martina y Clara son cuatro estudiantes de La Paz que 
                            realizaron el Camino de Santiago, una de las propuestas 
                            de la pastoral juvenil de Sagrados Corazones para 
                            el pasado verano. Dirigidos por el padre Nacho Robledo, 
                            la actividad comenzó en Ponferrada, donde visitaron 
                            'Las Edades del Hombre'. A lo largo de diez días 
                            la ruta les llevó a una intensa convivencia 
                            que concluyó en Santiago.  
                          
                             
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                                  Blanca, Clara, Martina y Carla, de izquierda 
                                    a derecha. 
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                          Después de pasarnos el viaje 
                            charlando y escuchando música, llegamos a Ponferrada, 
                            nuestro origen de salida hasta llegar a Santiago. 
                            Allí nos encontramos con Nacho, al que hacía 
                            un montón de tiempo que no veíamos. 
                            Nos presentó a toda la gente con la que compartiríamos 
                            esos diez días intensos y cansados, que luego 
                            se convirtieron casi en los diez mejores días 
                            de nuestras vidas.  
                          El primer día decidimos que 
                            sólo duraríamos dos días más 
                            y nos volvíamos para Cantabria, pero no fue 
                            así y ahora sabemos que podemos con esto y 
                            con más. Y que si quieres, está claro 
                            que puedes. Pasamos por lugares dignos de observar 
                            por unos instantes, naturaleza viva y verde, casi 
                            como la de nuestra tierra, por eso nos sentíamos 
                            como en casa. Gente mayor por los pueblos fuera de 
                            sus casas, con mercadillos caseros para vender palos 
                            de madera para ayudarte a andar o la concha típica 
                            del Camino; los míticos bares del pueblo en 
                            los que hacíamos alguna parada para beber una 
                            Coca-Cola a media mañana, o la pequeña 
                            lluvia que nos daba nuestro momento de gloria cuando 
                            nos estábamos muriendo de calor.  
                          
                             
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                                  Clara y Carla, de izquierda a derecha. 
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                          Recorrimos pueblos como Villafranca 
                            del Bierzo o Cebreiro -que fue la etapa más 
                            dura y complicada-, Sarria, Portomarín -pueblo 
                            precioso en donde estuvimos toda la tarde jugando 
                            a las cartas a orillas del Río Miño, 
                            contemplando aquel paisaje espectacular-, Palas de 
                            Rei, Melide -donde comimos un pulpo a la gallega buenísimo-, 
                            Arzúa, Arca y muchos más, de los que 
                            de casi todos nos llevamos un pequeño recuerdo. 
                          
                             
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                                  Un descanso a la sombra para reponer fuerzas. 
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                           Como también hay que nombrar 
                            a esas personas que te encuentras caminando, personas 
                            a las que unas palabras de ánimo o una sonrisa 
                            se quedan cortas. Desde un hombre que llevaba cincuenta 
                            y siete días caminando desde París, 
                            hasta un padre llevando a su hija de cinco años 
                            en su mochila. Creo que se les podría calificar 
                            como fuertes, pero me quedaría muy 
                            corta. Cuando lo ves no sabes cómo actuar. 
                            Si lo cuentas después de haberlo visto, a lo 
                            mejor no tiene mucha importancia, pero lo ves, lo 
                            vives y te llama tanto la atención que son 
                            momentos de los que siempre te acordarás. 
                          
                             
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                                  No perdemos la sonrisa en ningún momento. 
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                           Restando días, ya no nos 
                            quedaba nada para estar enfrente de la Catedral, los 
                            días se hacían incluso más llevaderos 
                            y ya hasta queríamos seguir andando, nuestro 
                            cuerpo se fue habituando a la vida del peregrino. 
                            Hasta que llegó el último día, 
                            el fin del Camino, cuando llegas a Santiago y te pones 
                            delante de aquella puerta mientras oyes a gente cantando, 
                            riendo, gritando de felicidad por estar allí, 
                            y tú solo piensas en tu esfuerzo, en valorarte 
                            a ti mismo y en llorar de alegría, de emoción, 
                            porque lo has conseguido. Y es cuando todas las partes 
                            de tu cuerpo, que día tras día te habían 
                            creado molestias, desaparecen. Cuando no piensas en 
                            nada más que en sonreír y mirar la Catedral, 
                            y todavía no eres capaz de creértelo. 
                          
                             
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                                  Fotografiamos todos los rincones inolvidables. 
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                           Por eso nosotras nos lo planteamos 
                            como objetivo, pero creo que se convirtió en 
                            algo más que eso, en una experiencia inolvidable 
                            y que repetiremos algún día. Es importante 
                            destacar la gente que te encuentras a lo largo del 
                            Camino. Nunca me había encontrado personas 
                            tan amables, ayudándose entre ellos, ofreciéndote 
                            bebida, comida o, simplemente, animándote con 
                            unas palabras escondidas detrás de una sonrisa. 
                            Eso te ayuda más que cualquier otra cosa, te 
                            ayuda a tener más energía y a seguir 
                            sin que nada ni nadie te lo pueda impedir. Después 
                            de estos diez días creo en aquello que me dijeron 
                            muchas de las personas que caminaron alguna vez a 
                            mi lado: ¡Buen Camino!. Con esa pequeña 
                            expresión me quedo y creo, y afirmo, que así 
                            ha sido, que me llevo cargados miles de momentos en 
                            mi mochila de los recuerdos y que, ahora, una cuarta 
                            parte de mi corazón se ha declarado gallego. 
                             
                           
                          
                             
                               
                                    
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