Nº41. Julio-Septiembre. 2003.
 


 

Trabajos:

Relatos
Una gota en el camino Por Rebeca Amieva.
Y los sueños, sueños son Por Rebeca Amieva.
Cartas de amor Por alumnos del IES José Hierro.
Los vagabundos Por María González Bardón e Isabel de Pedro .
Luz de Luna Por Álvaro Gutiérrez Cuevas.
¿Quién mató al señor Lefebre? Por Alberto Ruiz Cruz.
Historia de una semilla Por Marina García.
Diario de una Amiga Por Rosa María Pérez.
La familia del 5 Por Andrea Ortiz.
Leer y escribir Por Andrea González.
Las oscuras nieblas Por Fernando Vitorero.
Vacaciones en la luna Por Sandra.
*** 4:37 *** Por Víctor Magaldi González.
Nunca más solos Por Katia Jiménez Losa.
El ovni de Kalu Por Paula García.
El virus del rompecabezas Por Marta de la Fuente.
El origen de los profesores Por Patricia Obradó.




Poemas
La Rosa Por Alba Fernández Garay.
Sólo dímelo Por Verónica Irizábal.
Regreso al pasado Por Beatriz Ortego, Laura Alvarez y Esther Ceballos.
Sin título Por Gabriela Estrada.
Gabriela Por Gabriela Estrada.
Semana cultural del Colegio San José Por varios autores.
21 de noviembre Por Gonzalo Soberón Casado.
Ríos de sangre Por Marta Martínez.
Romance Por Alvaro Bolado.
La envidio Por Verónica Irizábal.
La amapola Por Alejandro Fernández.
Historia de amor Por Iván Ruiz.
Cómo decirte que... Por Saray Lahera.
Te vas Por Laura Fernández.
El niño del mar Por Sara Nogales.
La certeza del amor Por Pilar Bolado.

 

 

 

 

 


Una gota en el camino
Por Rebeca Amieva, alumna del IES Valle del Saja.

Sigilosamente la observo. Me muevo tan despacio como ella. Poco a poco me acerco y se desliza hacia mí. Pero, de repente, sin apenas darme tiempo a reaccionar, cae sobre el suelo húmedo. La tierra la absorbe. Una gota de agua murió.

Todo está mojado. La tormenta ya ha callado dando paso al viento. Los árboles que me rodean bailan al compás del ritmo invernal.
Poco a poco todo se adormece, pero siempre tengo la compañía de las luciérnagas, ayudándome a no perderme o tropezar durante la noche. El miedo a dar un mal paso me hace sentir una fuerte presión en mi pecho. Nunca se sabe, quizás me caiga y no me pueda volver a levantar o elija el camino equivocado. Es difícil ver el peligro.
Hago un descanso para dormir, no sin saber que, después, seguiré caminando hasta el anochecer venidero, cuando recostaré la cabeza sobre mis manos, hasta que pueda hacerlo sobre una almohada o el pecho de alguien; pero todavía me queda mucho camino.
Al acostarme, procuraré mirar el suelo al tumbarme, para no clavarme ninguna astilla, y al levantarme, para seguir este camino, tendré cuidado con no pisar ningún canto que pueda dañar mi pie. Porque durante este viaje aprenderé nuevas cosas todos los días, hasta llegar al final.
Algún día, puede que alguien se cruce en mi camino, para acompañarme hasta mi destino, que se convertirá en nuestro, hasta que alguno de los dos vuelva a caminar solo. O por el contrario, esa persona sólo se cruce para enseñarme algo bueno o malo - ya lo descubriré - o simplemente el camino. Si al fin la encuentro, podré crear otra vida, otro camino.

 

 

 

Y los sueños, sueños son
Por Rebeca Amieva, alumna del IES Valle del Saja.

Llevo un rato pensando si alguna vez me había dado cuenta de lo importante que es soñar, y ahora pienso que al ir pasando el tiempo e ir creciendo, los sueños son más escasos.

No me refiero a los sueños que tenemos cuando dormimos, que surgen de manera involuntaria, sino de aquellos sueños en los que piensas cuando estás despierto, caminando, charlando..., cualquier momento es bueno para soñar.

No creo que sólo en mi mente sean más escasos (aunque ahora están volviendo a resurgir), sino que la gente ya no quiere soñar. Los adultos se pasan la vida trabajando, agobiados con una hipoteca que pagar. Los niños pidiéndole a los padres que jueguen con ellos, pero pocas veces lo hacen. Y ahí está la respuesta. Los niños son los únicos que sueñan.
Todo lo que quieren se lo imaginan como en un cuento en el que ellos son los protagonistas. Pero como casi todo hoy en día, es sustituido por una videoconsola, un ordenador, etc, que están muy bien, pero también hay que dejar volar la imaginación.
Así, los convertimos en pequeñajos sin aficiones ni imaginación y, lo que es peor, no sueñan. Atrofiamos sus mentes.

Pero no todo el mundo puede permitirse tener una videoconsola o un ordenador, y a éstos sólo les queda soñar. Tal vez sueñen con tener una manta para poder dormir caliente, un beso en su mejilla de un alma compasiva, de su amor o de su madre.
Espero que la gente reflexione porque, si hoy la gente es como es, es por no soñar despierto y ¡¡se consideran mejores por no hacerlo!!.
Ojalá, a todos los que leáis esto, os queden muchos sueños por cumplir.

 

 


Cartas de amor
Por alumnos del IES José Hierro de San Vicente de la Barquera.

El IES José Hierro de San Vicente de la Barquera organizó un concurso de cartas de amor con motivo del Día de San Valentín. Estas son las epístolas que obtuvieron premio.


Carta a un amigo
Por María Escobio, 4º D
(Primer Premio de la ESO)

Anhelo ese momento. El momento justo en el que entro por la puerta y te encuentro allí sentado y te saludo con un tímido buenos días y tú me lo devuelves con una sonrisa de complicidad que disipa todos mis miedos, que despierta en mí la vida de verdad (no esa en la que sólo respiras y, eso, vives) y que devuelve la alegría a mis ojos después de la tristeza que dejó en ellos el hasta mañana del día anterior.

Y después, llega el momento mágico en el que tú me llamas para cualquier tontería y me miras a los ojos de una manera que sólo tú sabes hacer, que hace que me sienta especial, que no pueda mirar otra cosa que esos ojos que me inspiran confianza y que me dejan sin defensa ante tus palabras.

¡Oh, tus palabras! Sonidos que brotan de dentro de ti y que llegan a mis oídos como mucho más que eso porque hablas de una forma única, dulcemente, como si estudiaras cada una de tus frases.

A medida que transcurre la mañana me voy serenando y todo es perfecto: tu risa, tu sentido del humor... pero apenas he empezado a disfrutarte cuando llega la hora y te marchas. Me dices hasta mañana y a mí me gustaría que esas palabras fueran eternas para no separarme de ti, porque en cuanto desapareces de mi vista siento esa extraña sensación de que me falta algo, me falta ese toque especial, eso que sólo tú puedes darme, esa tranquilidad de que nada malo puede pasarme. Porque tú eres... eres... eres mi amigo y no cambiaría esa amistad por nada del mundo.

Hasta mañana, amigo mío

 

La otra tarde
Por Mariví González, 2º Bachillerato A
(Primer Premio de Bachillerato)

Querido mío:
¿Cómo anda todo? Sólo escribía para contarte lo que me ocurrió la otra tarde. Fue una tarde cualquiera, no una tarde de esas que dejan huella, como la tarde que te conocí, o cuando te fuiste. No fue una tarde especial. Simplemente estaba aburrida, y me puse a ordenar mi viejo armario; el armario de los recuerdos, el armario de la memoria. Viejos juguetes desechados, antiguos pantalones cortos de pana (¿recuerdas cuánto los odiaba?), mil y un cachivaches que ahora parecen absurdos. De repente, de entre los recuerdos, surgió tu jersey azul. Aquel jersey que tanto me gustaba, el que llevabas el día que te conocí, el que te olvidaste el día que te fuiste. Súbitamente tu imagen volvió. Volvió tu risa fresca, el tono de tu voz, las caricias de tus manos, tus besos... volvió todo de golpe, sin avisar, sin preguntar siquiera si quería que volviera (y no sé si quiera), volvió tan de golpe que me encontré indefensa. Indefensa y sola. ¿Sabes? Volvieron tantos recuerdos y tan de golpe que no pude defenderme, y me encontraron allí, abrazada a un apolillado jersey llorando como una auténtica imbécil. Y sólo tú y yo sabemos por qué.

Siempre tuya.


Simplemente, te quiero
Por Elena Vega, 4º D
(Finalista de la ESO)

A veces me encuentro contigo, y siempre lo primero que haces es sonreírme con esa sonrisa tuya, tan tierna, gracias a esos suaves y carnosos labios del color de las amapolas, y a esos dientes que te salen cuando te ríes con muchas ganas.
Y, entonces, algo que parece un escalofrío me recorre el cuerpo: una dicha tremendamente grande; eso es lo que me produce tu sonrisa, felicidad. Además, cuando sonríes te brillan los ojos más de lo que lo hacen habitualmente, y me gusta, porque son aún más dulces que de costumbre. Y entonces siento que respiro más hondo, y que no puedo parar de sonreírte yo a ti también. Y, si me haces tan feliz con una simple sonrisa, imagínate cuando me hablas... ¡cómo disfruto de tus palabras que se oyen dulces y se ven graciosas! Tal vez no sean palabras bonitas o encantadoras (esas te las guardas para ella...), pero me gustan, y las disfruto en el momento que las dices, y me las guardo dentro de mí, y también la cara que pones. Y las disfruto cuando las recuerdo, y veo cómo las palabras dejan tu boca acariciando tus labios, como si les diese pena irse. Y las comprendo, porque están tan cerca de tus labios... yo tampoco querría irme si fuese una palabra. Y, aun siendo persona, si algún día rozase tus labios con los míos, no querría separarme de ellos. Son tan rojos y tan dulces a los ojos que miran, que derriten un corazón con más rapidez que el sol a un trozo de hielo indefenso y cristalino, y es que dan más luz y más calor que el mismo sol.
No te pienses que exagero, ahora que hablo de tus ojos, que son tan verdes, tan verdes y profundos que me recuerdan el infinito, aunque nunca lo hayan visto. Y cuando les da el sol, brillan más y son más claros y me doy más cuenta de que son tan dulces como lo son tus labios o como lo es la miel. Y más bonitos me parecen cuando en vez de mirar otra cosa me miran a mí. Y me pongo nerviosa, no sé si porque tú me estás mirando o porque tus ojos me susurran cosas que apenas puedo entender. Ellos lo saben. Saben que te quiero, y tratan desesperadamente de decírtelo, pero no lo consiguen. Y yo no sé si me alegro o me entristezco.
Y te acercas un poco más a mí, muy poco, y distingo tus graciosas pecas revoloteando traviesas como niños, por tu nariz y tu cara. Oigo cómo respiras, monótonamente y de una manera tan distinta cada vez que tomas aire... Y, de repente, cuando más estoy yo disfrutando de ti, te vas. No puedes perder el tiempo conmigo... Te comprendo, yo que te quiero tanto como tú la quieres a ella. Yo también renunciaría a todo por verte en cada momento, por oír cómo hablas, por ver cómo sonríes.

Pero ya ves, me quedo sola, pensando en ti, escribiéndote todo esto para decirte algo inefable, algo que siento dentro y que llevo plasmado en el alma.
Simplemente que te quiero.


Amor silencioso
Por Alberto S. Díaz, 2º Bachillerato C
(Finalista de Bachillerato)

Querida Joana:
Las flores son pedazos de tu cuerpo, y el rocío reclamo de su savia.
Muchas veces aprieto mis labios, incluso los muerdo para impedir que te relaten lo mucho que te quiero, pues sí, te quiero, te amo desde el día y el momento en que te conocí, hasta el fin de mis días y eso es algo que nada ni nadie cambiará nunca.
Este amor que a ti te profeso será eterno y aunque la historia no la recoja o no seamos famosos como los amantes de Teruel o Romeo y Julieta, aunque sea un amor silencioso para la inmensa mayoría, para mí yo sé que esta historia será mía.
Las flores son pedazos de tu cuerpo, el rocío reclamo de su savia.
Tú entera, amor, no sé a qué me recuerdas y sólo puedo decirte y gritar a los cuatro vientos y al firmamento que yo te quiero.

 

 

Los vagabundos
Por María González Bardón e Isabel de Pedro González, alumnas de 2º C del IES Valle del Saja.

El otro día me dirigía a la parada para coger el autobús. Eran las 7:30 horas y el termómetro indicaba -8º. Cuando llegué me encontré con una gran sorpresa. Dentro, en una de las esquinas, había un hombre tirado en el suelo con una simple y fina manta desde las rodillas hasta los pies.

Cuando le vi me asusté, pero pensé en el frío que había hecho esa noche y lo que aquel hombre, que minutos después me di cuenta de que era un vagabundo, estaba pasando. Llevan todo a cuestas, su vida y 5 ó 6 bolsas. Suelen andar solos o con alguna mascota. Durante el día caminan y, a veces, se paran, sacan un pequeño bote y piden limosna.
Por las noches van al lugar que eligen para dormir, que suele ser un portal, un banco, plazas o, incluso, el suelo.

Por la información que hemos podido obtener hay muchas personas que hace más de 12 años que no prueban una cama. Según algunos doctores, el organismo sabe defenderse y se va adecuando a las circunstancias. Prueba de ello es que podemos ver a gente de 80 años que vive en la calle y que tiene mayor salud que la gente que vive en una casa y duerme en una cama.

Existen instituciones que tratan de cubrirles las necesidades elementales: alimento, techo, cama y baño. Son los albergues nocturnos y los comedores.
La mayoría depende de comunidades religiosas, con poco apoyo de organismos públicos. Los vagabundos se sienten como en casa, puesto que no es de su agrado ser marginados .

Bichicomes, vagabundos, pordioseros, pichis o mendigos son algunas de las formas de llamar a la gente de la calle. Por lo general se relaciona marginalidad con pobreza, el término marginalidad trasciende lo económico y llega hasta la historia de cada persona y su relación con otros.
Vivir en la calle, para la mayoría, parte de una crisis económica que a su vez desencadena otras, pero también hay casos de trastornos mentales y tragedias familiares.

Muchos de ellos se han quedado sin familia muy jóvenes. Otros tienen enfermedades incurables, por lo cual tienen poco tiempo de vida. También hay casos en los cual la gente no llega a fin de mes.

Ha sido muy duro hacer este trabajo puesto que hemos podido aprender las verdaderas historias de la calle.

 

 

 


Luz de Luna
Por Álvaro Gutiérrez Cuevas, alumno del IES Manuel Gutiérrez Aragón.

Relato ganador del Certamen Literario 2002-2003 del IES Manuel Gutiérrez Aragón.

Hay historias y leyendas, muy antiguas que se remontan a siglos antes del nacimiento de Jesucristo. La que os voy a contar ahora, se remonta hacia dos siglos antes; y dice así:

"Cuentan las leyendas que hace tiempo, mucho tiempo atrás, sobre unos dos siglos antes de Cristo, existían una serie de poblados celtas al norte de la península ibérica. Estos poblados se caracterizaban por su afán por la guerra.

En la espesura de los bosques de la zona nórdica, llamada ahora cornisa cantábrica, un joven y valiente guerrero llamado Braont, aprendía el arte de la guerra, enseñado por su padre Kazajt, el cual le había traspasado las armas de su abuelo Connla, las cuales fueron una lanza de punta tricórnica, un escudo de madera de roble, duro como el roble mas viejo, y un característico puñal, (en su mango había grabada una estela la cual daba culto al sol y las iniciales de su abuelo a su vez en el interior de ésta).

Su madre se llamaba Mallon, ella era una bella aldeana que se dedicaba a las tareas de recolectar, labores del hogar, en fin, lo que era ocupación de aquellas mujeres.

La tribu de la familia de Braont creía como también se cree que otras tribus lo hacían, en unos cuantos dioses, pero por encima de éllos, en una única diosa, la diosa de la naturaleza, su nombre se decía que era Kantabria. Tenían tanta fe en esta diosa que antes de cortar una simple rama de haya para la elaboración de una mísera lanza, tenían que pedir la aprobación del consejo de druidas.

Los druidas eran casi como los líderes de la tribu, pues sin su aprobación en algunos aspectos, no se podían dar paso a ciertas cosas.

Braont, cuando cumplió dieciséis años, fue bendecido por los druidas y dado la aceptación del uso de las armas, para cazar, defender y explorar nuevos horizontes siempre cuando estuviese con un grupo de mínimo cinco hombres.

Las últimas horas Braont había estado divagando por el bosque, lejos de su poblado. Todo empezó cuando él había salido a vigilar las cercanías de la fortificación donde él habitaba con todos los suyos, en los últimos meses habían sufrido algunos ataques de una de las tribus vecinas.

En la zona donde se encontraba el poblado de Braont, la espesura del bosque era tal que permitía un grupo no demasiado numeroso el aparecer y desaparecer en cuestión de segundos sin que se pudiera apreciar su presencia con la suficiente antelación, si además era una de esas mañanas en las que la niebla envolvía el bosque la situación era aún más peligrosa.

Pero el poblado de Braont llevaba allí mucho tiempo, desde que el padre de su abuelo llegó procedente de tierras más al norte en busca de buenos pastos y bosques en los que subsistir, y aquel robledal salpicado de grandes hayas era ya un lugar sagrado para su pueblo, los druidas se internaban en la espesura del bosque donde tenían sus altares, a los que nadie, excepto ellos osaban acercarse.

Aquella noche de fina lluvia, el joven guerrero estaba preparado para vengar las afrentas recibidas por los suyos en los últimos días, Braont se separó del grupo para buscar un sitio desde el que poder tener mejor visibilidad sobre esa parte del bosque, una vez hubo andado unos metros, observó a los lejos una gran piedra granítica que se elevaba justo debajo de las copas de algunos árboles, sin duda alguna, ese era un buen punto desde él que podría observar los movimientos en el bosque.

El joven se dispuso a escalarla para poder comprobar la bondad de aquel punto de vista, dejó todas sus armas en el suelo, excepto el puñal corto de su abuelo que siempre guardaba tras sus pantalones, La piedra apenas presentaba fisuras a las que poder agarrarse, además su base estaba sembrada de pequeñas rocas puntiagudas que hacían más peligrosa la escalada en caso de caída, pero esto no pasaba por la mente de Braont, a la hora de tener que enfrentarse ante cualquier medio de la naturaleza, las dificultades no empañaban su valor, era lo que le habían enseñado a él, y de lo que siempre se jactaba ante sus compañeros.

Una vez superados los diez u once pasos necesarios para poder llegar a la cima, se dio cuenta de que aquella roca extraña y difícil de escalar estaba justo en aquel momento orientada en la dirección en la que se encontraba la luna, Braont calculó por la posición de la luna respecto al bosque que debía ser medianoche. Ahora empezaba a soplar una suave brisa que no era demasiado fría, pues la estación veraniega ya había llegado.

En las cercanías de su poblado todos se reunieron días atrás para celebrar la llegada de los meses calurosos, ya habían prendido fuego a las hogueras como ofrenda a los dioses para que el resultado de las cosechas fuera bueno y sus almas se purificaran de malos espíritus.

De pronto el guerrero quedó cegado por una luz de la que no pudo ver su procedencia, Braont se agachó sobre al apéndice puntiagudo en el que terminaba la roca, y se asió con las dos manos para evitar perder el equilibrio debido a la falta de visión, pasaron algunos segundos y un sudor frío empezó a resbalar por su frente; en este breve tiempo su mente había estado dando vueltas a un ritmo trepidante sobre la situación en la que se encontraba, su primera idea era que estaba frente a la manifestación de alguna divinidad del bosque que moraba en las cercanías de esa piedra y él había osado entrar en sus dominios, se hallaba frente a lo único a lo que sus mayores le habían enseñado a temer.

Pronto comprendió que en esa situación su fin estaba cercano, aunque sus ansias juveniles de vivir le obligaron a seguir pensando, él había sido buen seguidor de las enseñanzas de los druidas, siempre había sido respetuoso al extremo en los sacrificios a los dioses, y ahora se preguntaba por qué había caído en su desagrado.

Mientras tanto la luz había ido disminuyendo en intensidad sin que el céltico guerrero lo hubiera apreciado, pues mantenía sus ojos sellados de temor, luego escuchó un susurro seguido de una brisa de aire que le dio suavemente en la cara como devolviéndole el aliento a su espíritu, se reanimó de tal forma que abrió los ojos; al hacerlo, poco a poco, fue teniendo una visión clara de lo que frente a él se encontraba, desde la misma luna, una intensa luz que iluminaba un cuerpo de mujer joven. Braont se fijó poco a poco más en ella, vestía blanca túnica, su pelo era como el de Braont, del color de los campos que los suyos cosechaban al inicio del mes más caluroso, del color del sol, su gesto era dulce.

En ese instante el guerrero apreció que la mujer que se encontraba frente a él no se apoyaba sobre ningún elemento y, sin embargo, estaba a la misma altura que él sobre la cima de la roca, su temor volvió a aflorar, era el miedo a lo sobrenatural, a lo divino, pensó que la única solución era saltar de esa roca y salir corriendo a encontrar al resto de su grupo antes de que ese espíritu decidiese mostrar su poder, tensó sus músculos y se dispuso a saltar al suelo, la altura de la roca era como de unas diez veces la longitud del cuerpo de Braont, pero eso no le importaba, solo quería correr y seguir viviendo.
Cuando estaba dispuesto a saltar, la mujer que estaba frente a él callada, sonrió con dulzura, y Braont que seguía teniendo un miedo atroz, se quedó parado unos segundos perplejo frente a la belleza de la imagen que frente a él se encontraba, era como si fuese teniendo menos miedo por instantes.

Así transcurrieron unos segundos más, durante los cuales el joven no se atrevió a pestañear, ni por un segundo relajó sus músculos que estaban prestos a realizar el arriesgado salto, pero de pronto la luz fue perdiendo intensidad hasta que desapareció del todo, Braont aún permaneció unos instantes mirando el bosque en la dirección en la que la luna proyectaba su luz, pero ya no veía a la joven.

El aire volvió a soplar de nuevo y el guerrero se encontró de pronto de nuevo en la consciencia de su situación anterior, los demás del grupo seguro que debían andar buscándole y él no podía saber cuanto tiempo había transcurrido desde que se separó de ellos; para él había sido como una eternidad.

Destrepó los pasos de roca hasta llegar a la base de la piedra, recuperó el resto de sus armas y empezó a correr en la dirección en la que había abandonado el grupo, tras avanzar unos metros se volvió a mirar hacia la roca y la zona del bosque más iluminada que ahora se encontraban detrás de él, la luna seguía clareando esa parte del denso hayedo como si fuese pleno día.

Braont volvió a iniciar su carrera y mientras se dirigía al encuentro de sus compañeros, recordó como una vez su abuelo anciano le contó que los dioses siempre veían con agrado a los guerreros más nobles y valerosos, y como un guerrero de la tribu, cuando vivían en los bosques del norte, una noche fue envuelto por una espesa niebla que le llevó lejos de su casa, y que al volver contó a los druidas del poblado que se había encontrado con el espíritu que moraba en el bosque, y que como tras contarlo y a pesar de ser un guerrero valeroso fue rechazado por los druidas y a partir de entonces fue perdiendo estima entre los suyos.

Pero Braont pensaba que a él no le pasaría lo mismo, el no iba a contar nada en el poblado sobre lo que le había acontecido, aunque ¡por Kantabria!, estaba seguro de que esa noche se había encontrado frente al espíritu de la mismísima luna en el bosque, y estaba seguro de que él y los suyos esa noche iban a vencer a sus enemigos de la tribu vecina, esa noche iban a contar con una ayuda inestimable, esa noche les iba a ayudar la Luz de Luna."

La leyenda que os acabo de contar, no lo he escrito yo, sino que buscando en viejos libros en los sitios más recónditos de los ancestros baúles de recuerdos, mitos, historias y leyendas; la encontré, la leí, la disfruté y ahora os la escribo para que podáis disfrutarla vosotros también.

"E mu leíu y mu ascribíu"