Nº41. Julio-Septiembre. 2003.
 


 

Trabajos:

Relatos
Diario de una Amiga Por Rosa María Pérez.
La familia del 5 Por Andrea Ortiz.
Leer y escribir Por Andrea González.
Las oscuras nieblas Por Fernando Vitorero.
Vacaciones en la luna Por Sandra.
*** 4:37 *** Por Víctor Magaldi González.
Nunca más solos Por Katia Jiménez Losa.
El ovni de Kalu Por Paula García.
El virus del rompecabezas Por Marta de la Fuente.
El origen de los profesores Por Patricia Obradó.
Una gota en el camino Por Rebeca Amieva.
Y los sueños, sueños son Por Rebeca Amieva.
Cartas de amor Por alumnos del IES José Hierro.
Los vagabundos Por María González Bardón e Isabel de Pedro .
Luz de Luna Por Álvaro Gutiérrez Cuevas.
¿Quién mató al señor Lefebre? Por Alberto Ruiz Cruz.
Historia de una semilla Por Marina García.



Poemas
La Rosa Por Alba Fernández Garay.
Sólo dímelo Por Verónica Irizábal.
Regreso al pasado Por Beatriz Ortego, Laura Alvarez y Esther Ceballos.
Sin título Por Gabriela Estrada.
Gabriela Por Gabriela Estrada.
Semana cultural del Colegio San José Por varios autores.
21 de noviembre Por Gonzalo Soberón Casado.
Ríos de sangre Por Marta Martínez.
Romance Por Alvaro Bolado.
La envidio Por Verónica Irizábal.
La amapola Por Alejandro Fernández .
Historia de amor Por Iván Ruiz.
Cómo decirte que... Por Saray Lahera.
Te vas Por Laura Fernández.
El niño del mar Por Sara Nogales.
La certeza del amor Por Pilar Bolado.

 

 

 

 

Diario de una Amiga
Por Rosa María Pérez, alumna de 4ºESO del IES Santa Cruz de Castañeda.

Estoy aquí, desolada.
Mi mejor amiga se va
y me deja totalmente amargada.
Hace tan poco que nos conocemos.
¡Ay! y ya no está...
¡Menuda amistad,
ésta que no volverá!
¿Por qué, por qué?
ELLA me ha ayudado tanto...
Me ha querido y apoyado tanto...
No lo entiendo.
Nuestra amistad ha sido tan corta
y sin embargo tan intensa...
Lloro, lloro en silencio
¡Oh, qué vida tan cruel!
Necesito soñar,
abstraer de mi pensamiento su mirar
necesito verla ya.
Sin ELLA estoy cayendo,
cayendo a un pozo
del que solo
ELLA me puede sacar
Sin ELLA me quedo hundida en soledad,
ese mundo tan oscuro del cual podré salir
sólo pensando en su amistad
y en el vivo recuerdo de su mirar.
Sólo con la mirada
yo ya sabía lo que ELLA pensaba,
y ELLA también de mí,
¡Cuánto la apreciaba!
¡Oh, este recuerdo me enternece!
Me nubla el pensamiento
¡con un cariño tan fuerte!
Pero en el fondo,
lo que deseo es que ELLA entienda
que la recordaré por SIEMPRE
aunque verla de nuevo, no pueda

 


 

La familia del 5
Por Andrea Ortiz, alumna del IES Santa Cruz de Castañeda.

Esto es una familia de 5. El padre era un señor 5 y tenía 40 años, y trabajaba de director en un banco y era un 5 de negocios. La madre era una señora que trabajaba en su casa cuidando a sus hijos; era muy amable con la gente y todo el mundo la quería.

Tenían 3 hijos muy bien educados y muy buenas personas, ayudaban a quien hiciese falta, sus estudios eran de sobresaliente, etc. Era una familia muy feliz, el único problema que tenían era que el padre prestaba muy poco tiempo a sus hijos.

Un día su hijo mayor 5 decidió ir a casa para presentar a sus padres a su novia 3.
Esa noche el padre 5 tenía una cena de negocios y el pobre hijo mayor 5 no pudo presentarle a su novia 3. A la madre 5 le pareció muy guapa, pero lo que le pareció mal era que fuese de la familia 3, pero acabó por entenderlo.

A la semana siguiente el hijo pequeño 5 se chivó a su padre de que el hermano mayor 5 había traído a casa a su novia 3. El padre se molestó mucho, por ser el ultimo en enterarse de las cosas. Así que decidió ir a hablar con su hijo mayor 5. El hijo mayor 5 se lo explicó todo, pero cuando se enteró de que la novia era de la familia de los 3 no le gustó nada.
Sin pensárselo dos veces le dijo el padre 5 al hijo mayor 5 que dejase a la novia 3 o que se fuese de casa.
El hijo mayor 5 muy enamorado decidió irse a vivir junto con su novia 3 a un departamento solos.
El pobre chaval tuvo que dejar de estudiar para ponerse a trabajar. Y al poco tiempo se casaron.

Al padre, a pesar de todo, no le pareció tan mal, así que le apoyó y le ayudó en toda lo que pudo.
Al cabo de unos meses el hijo mayor 5 y la novio3 tuvieron un hermoso bebé 8, al que le pusieron como nombre, para que todos estuviesen contentos 853.
Así siguió la tradición, aumentando cada vez más los nombres de sus progenitores, hasta llegar a tener más de 1.000 millones de cifras.
Por esta historia existen números tan largos, gracias al hijo mayor 5 y a su novia 3, por enfrentarse a su padre desobedeciendo su palabra.

 

 


Leer y escribir
Por Andrea González, alumna del IES Santa Cruz de Castañeda.

A la hora de leer, hay que tener en cuenta la escritura; o eso pensaba Juan. Juan era un chico normal, sacaba buenas notas, hacía deporte... pero lo que más le gustaba era leer.

Un día, mientras leía un libro, se dio cuenta de que casi no podía entenderlo debido a la mala escritura del relato, ya que al ser un libro antiguo, y como todos sabemos, en la antigüedad se escribían o mano. Él, se dispuso a traducir aquellas siniestras palabras las cuales se hallaban ante él; ante su asombro y casi sin darse cuenta, se había devorado aquel viejo libro.

El joven, a raíz de leérselo, se interesó por las escrituras antiguas y, ni corto ni perezoso, bajó a por su bicicleta que se encontraba en el jardín de su casa para, seguidamente, ir en ella hasta la biblioteca más cercana y ver lo que encontraba sobre aquel tipo de escritura que a él tanto le había llamado la atención, además, claro está, de lo que le había costado descifrarla.

Al llegar a la biblioteca, rápidamente preguntó por la zona en la que encontraban los manuscritos, cogió un par de ellos y se dispuso a leerlos; en ese momento pensó que le sería de gran ayuda un diccionario para buscar aquellas palabras de las cuales no supiese su significado.

Decididamente empezó a leer uno de ellos. Leyó el primer capítulo sin ninguna dificultad, ya que lo que leía le estaba interesando así que, viendo la satisfacción que le producía leer aquello, no se lo pensó ni un minuto para continuar con el segundo capítulo, aunque sabiendo que era demasiado tarde para continuar, pero no le importó; lo que el joven no sabía es que el libro tenía en su interior algo que nunca debería haber encontrado.

El chico continuaba con la lectura cuando, de repente, le llamó la atención algo que se encontraba en la hoja adjunta; dejó de leer lo que en ese momento leía para irse rápidamente a averiguar que era aquello que había captado su atención de la otro hoja. Juan no salía en su asombro al leer aquellas palabras que entendía perfectamente, pero que no sabía si verdaderamente quería entender; así que, velozmente cerró el libro y salió de la biblioteca casi corriendo, lo suficientemente deprisa para que no le llamasen la atención, pero sí para alejarse cuanto antes de aquello que acababa de presenciar.

Al llegar a casa pensó que todo aquello había sido causado por el cansancio que tenía encima, que todo aquello no era más que producto de su imaginación, así que cenó algo, y se echó a dormir pensando que aquello verdaderamente no existía.
A la mañana siguiente, volvió a la biblioteca con la intención de corroborar si era cierto aquello que vio en el libro el día anterior; cual fue su asombro, al ver que aquel misterioso libro no se encontraba en el lugar en el que debía hallarse.
Decepcionado, fue camino de la salida cuando se le ocurrió preguntarle a la bibliotecaria dónde estaba aquel libro que estuvo leyendo el día anterior y ésta, ásperamente, le contestó que alguien se lo habría llevado; entonces, Juan le preguntó que quién, pero ella dijo que no podía decírselo. Cabizbajo, se fue a casa con la idea de volver en unos días a ver si ya lo habían devuelto y al pasar esos días él insistentemente volvió en busca del libro: lo cogió y lo abrió por aquella página de la que tantas dudas tenía y cual fue su asombro al ver que aquellas fatídicas palabras que en su día no quiso creer que existían estaban allí escritas. Al cabo de leerlas varias veces, las dijo en voz alta para comprobar que aquello era real:

¡TEN CUIDADO. NO SIGAS LEYENDO ESTE LIBRO O TE OCURRIRÁN COSAS QUE NUNCA IMAGINASTE!

Juan, haciendo caso de lo que decía la frase soltó el libro y se marchó como lo había hecho la vez anterior; ese fragmento le impactó tanto que dejó de interesarse por aquel tipo de escritura que algún tiempo atrás le había llamado tanto la atención.

Con el paso del tiempo, un día como otro cualquiera, Juan recordó aquello que le había pasado hacía unos meses, se armó de valor y volvió a la biblioteca a releer aquella frase pero, cual fue su sorpresa al abrir el libro, buscar el segundo capítulo y darse cuenta de que aquella frase ya no se hallaba allí; así que prefirió no indagar en el tema ya que aquello le había producido un gran desconcierto.

Juan decidió olvidarse para siempre de los manuscritos y de todo lo relacionado con la época en la que éstos se hacían y determinó que seguiría leyendo sus libros bien escritos.

 

 

 

 

Las oscuras nieblas
Por Fernando Vitorero, alumno de 3ºB de ESO del IES Juan José Gómez Quintana de Suances.

Juan hoy no ha dormido, ni ayer, ni anteayer, ni desde que llegó a la mansión de sus abuelos en Suances. Sus oscuras habitaciones le producen escalofríos y le dan miedo.

Él tiene diecisiete años y vive en Santillana del Mar, pero las navidades las pasa con sus abuelos. Desciende de una familia de la burguesía muy adinerada con muchos ancestros cantabros.

La razón de que sus oscuras habitaciones estén así no es por falta de ventanales, sino porque desde hace cincuenta años una espesa niebla tapa todos los fríos campos de la zona. Este, ya cansado, decide investigar por qué desde hace tanto tiempo hay esa espesa niebla.

Lo primero que hace es buscar algo que le diga qué pasó entonces y pregunta a su abuela. Ella le dice que un día se fue de viaje a Francia, pero su padre se quedó en la mansión. A la semana de volver de viaje, la niebla ya estaba y todos los sirvientes los habían cambiado excepto uno, pero murió hace quince años. Era el historiador de la familia, escribía todas las semanas lo que hacíamos. Cada cien paginas hacía un tomo que se guardaba en la biblioteca.

Él decidió ir por la noche, no quería que nadie le parase los pies en su investigación. Cuando sonó el cuco se dirigió hacia la biblioteca y entró. Era inmensa pero, tan perfectamente colocada, que sólo tardó unos minutos en encontrar el tomo que buscaba. El libro estaba; sin embargo, las hojas de esa semana faltaban, alguien las había arrancado. Al parecer debía de ser reciente, porque las huellas del polvo lo delataban. Sin querer tropezó y dio contra una silla y una estantería dejó ver un pasadizo. Él entró y a través de sus paredes pudo observar montones de agujeros que dejaban ver toda la casa pudiendo espiar sin que nadie lo supiese.

La puerta del pasadizo sé cerro y la poca luz que venía de la biblioteca desapareció. Al no poder salir decidió quedarse la noche hasta que la luz de los agujeros entrase al pasadizo y dejase ver algún artilugio para abrir la puerta. Por la mañana, temprano, entró el cocinero. El cocinero flipaba, literalmente dicho, e intentó explicar qué hacía allí. Juan decidió hacerle un interrogatorio sobre la marcha:

- ¿Desde cuándo vives tú en la casa?
- Desde que nací, hace unos cincuenta años.
- ¿Quién era su padre?
- Jean Loise Pique, el antiguo historiador.

Juan pensó que sabiendo todo lo que sabía podía haber roto perfectamente las hojas del libro y siguió preguntando:

- ¿Alguna vez té contó tu padre qué paso hace cincuenta años en la mansión?
- Sí, pero no creo que sea de su agrado saberlo.
- Cuentémelo, necesito saberlo.
- Tu bisabuelo, Pierre como le conocíamos todos, era viudo, pero encontró un segundo amor, este amor resultó ser mi madre. Pierre la acosaba pero mi padre no podía hacer nada. El día que mi madre me tuvo, Pierre sé volvió loco. Mandó a tu abuela a Francia para que no supiera nada. Mi padre, por si acaso ocurría algo, decidió llevarme a casa de mi abuela en San Vicente de la Barquera, pero cuando volvió todos desaparecieron. Pierre le dijo a mi padre "
Todos se encuentran entre la riqueza y la pobreza". Mi padre se pasó el resto de su vida buscando al igual que yo, pero nunca los hemos encontrado.
-¿Y por qué rompiste las hojas de libro?

- No fui yo
- Pues quién fue
- Fue tu abuela
-¿Mi abuela?
- Sí, ella cuando se enteró quiso que nadie supiera nada de ello porque la noticia podría hundir a la familia. Por eso nunca hemos podido mi padre y yo buscar exhaustivamente

- Ahora que lo pienso, ¿tú eres pobre, no?
- No me digas
....
- Bueno¿y entre la casa de mis abuelos y la casa de los criados dónde es?
- El sitio entre la riqueza y la pobreza, allí estarán enterrados

- Sí, tengo una idea, para que mi abuela no sospeche le diré que si puedo hacer un lago, seguro que me deja ....

Una semana más tarde todos los cadáveres aparecieron y fueron enterrados por separado, desde entonces la espesa y encantada niebla no volvió a aparecer por aquellas tierras.

 

 

 

Vacaciones en la luna
Por Sandra Cabello Sanz. Alumna de 2ºA del IES Juan José Gómez Quintana de Suances.

Hola, Patricia: Mis vacaciones en la luna han sido geniales, no te puedes imaginar cuántas cosas me han pasado....

Allí el paisaje es totalmente distinto, la gente se desplaza flotando y no hay gravedad.

El hotel en el que nos quedamos tenía habitaciones con vistas a la tierra, y yo pensaba: ¿Dónde estará Patricia?.
Los domingos íbamos a la iglesia más cercana y por la tarde íbamos al fútbol, cómo serán los campos de fútbol, te preguntarás. Pues son muy parecidos a los de nuestro planeta.
También visitamos el zoo, en el que se encuentran algunas especies muy parecidas a las de nuestro planeta. ¡Qué miedo pasé! Un animal muy extraño estuvo apunto de morderme, pero todo quedó en un susto.

En los colegios, el nivel de enseñanza es bastante bueno y su construcción es muy parecida a la de una nave.
Allí los alimentos son muy caros y la mayor parte de la gente se alimenta de comida rápida por distintas razones.
Casi todo el mundo trabaja en el comercio.
Las familias son poco numerosas, tienen entre uno o dos hijos.
Pero lo mejor de todo fue el parque de atracciones, era inmenso y con unas atracciones que daban un miedo terrible, entre ellas estaba la montaña rusa y era todavía más espectacular que la de la tierra. Al principio no quería subirme, pero mi hermana me animó, pasé muchísimo miedo, pero no me arrepiento de haber subido. Lo que más lamento es haber perdido la pulsera que me regalaste; se me cayó y no pude cogerla, espero que me hagas otra. Me asombró que todas aquella atracciones eran gratis, encima tenías un guía con una vestimenta muy graciosa que te llevaba a conocer aquel inmenso parque.

Un fuerte abrazo:
Sandra

 

PD: Espero que algún día puedas conocer cómo es la luna.


 

 


*** 4:37 ***
Por Víctor Magaldi González, alumno de 2º Bachillerato C

Primer premio de Narrativa (Nivel I) del concurso literario
del IES Las Llamas de Santander.

A medida que los años avanzan, nos parecen los inviernos más oscuros y fríos, y la primavera destemplada y poco de fiar y el sol del verano como si enredase entre sus rayos una nube lejana y plomiza que le quitara fuerza.

Esto es lo que se me reveló súbitamente al observar mi rostro en el espejo, acaricié una vez más los surcos que las arrugas se habían empezado a cobrar en mi cara debido al paso de los años. Cerré el flujo de agua que manaba del grifo y entre penumbras regresé a mi habitación guiándome por la luz del reloj digital que marcaba las 4:37 y me tumbé sobre la cama deshecha donde yací hasta que comenzaron a despuntar los primeros rayos de luz.

La mañana siguiente transcurrió con normalidad, con demasiada normalidad... la jornada de trabajo no fue mejor que las demás ni tampoco peor que cualquier otra. Sin embargo, yo me sentía distinto, no sabría decir por qué, tal vez fue la claridad que aquel nítido día de mayo dejaba entrar por mi ventana, o quizá el aroma de la taza de café que tomé tras el almuerzo.

Una vez anduve de camino a casa, me fijé en el rótulo de un bar en el que nunca antes había reparado, tampoco es de extrañar puesto que no suelo frecuentar ese tipo de lugares, pero algo que en su momento no pude explicar me empujó a entrar y sin darme apenas cuenta, había cruzado el umbral de la puerta y estaba dentro del establecimiento.

Una vez dentro, me sobrecogió la grotesca decoración de aquel tugurio, lámparas nacaradas aparentemente carísimas iluminaban la barra que se extendía en forma circular ocupando el centro mismo del local mientras que tenues focos halógenos apuntaban lugares muy concretos dejando en penumbras una zona reservada para las mesas, los haces de luz dejaban entrever hebras azuladas de humo que ascendían hasta dar a parar con el techo, éste tenía dos grandes agujeros situados sobre una de las esquinas visibles producidos seguramente por la humedad ya que justo debajo estaba la puerta de acceso a los servicios. Intenté caminar y la suela de mi mocasín se quedó pegada, sin duda, debido a la mugre que se acumulaba en el suelo que pedía a gritos varios botes de lejía.

Llegué hasta la barra y un camarero de tez cenicienta y con pinta de extranjero me preguntó, escatimando en educación, qué es lo que deseaba.
- Un... una copa - acerté a titubear.

El camarero puso los ojos en blanco y dedicándome una mueca de desprecio me dio la espalda y comenzó a prepararme un brebaje verdoso a base de vodka y licor de menta. Me senté en un taburete y dediqué toda mi atención a las personas que me rodeaban, habría unas veinte agrupadas por parejas o cuartetos casi todos y otro par de tipos que como yo estaban en solitario apurando sus consumiciones con avidez sentados en taburetes y apoyados sobre la sucia barra de mármol simulado.

Yo podía percibir el murmullo de algunas conversaciones que se alzaban sobre una música instrumental grave y repetitiva que el apático camarero controlaba desde el equipo musical; cuando una canción terminaba, las conversaciones cesaban durante un instante y eran retomadas en un tono más bajo cuando la música de la siguiente canción comenzaba a sonar. Me levanté del taburete para ir al servicio, pero, cuando llegué hasta él, un terrible hedor me hizo cambiar de opinión y regresar a mi asiento frente a mi copa intacta. Sentía mucho calor, los aparatos de ventilación estaban desconectados y el ambiente estaba muy cargado, los ojos se me estaban irritando y los cerré para mitigar el picor; cuando los abrí de nuevo, uno de los tipos que estaba en la barra se tambaleaba hacia mí mostrando claros síntomas de su estado ebrio, me miró fijamente y balbuceó unas palabras ininteligibles; por mi parte, traté de responder, pero no tuve ocasión ya que aquel pobre diablo cayó de bruces contra el suelo.

- Ya he visto suficiente por hoy - pensé.

De modo que dejé sobre la barra un billete cuantioso y, sin esperar el cambio, abandoné aquel antro escuchando tras de mí las carcajadas de la gente que había presenciado la escena.

Al salir del bar aprecié que había oscurecido y un viento gélido me azotaba al caminar calle abajo; cambié de acera para que la pared me sirviera a modo de parapeto. En mi mente se dibujaban continuamente las facciones del hombre borracho y la decadencia del bar; en mi interior algo se compadecía de todo aquello y mi conciencia quedó más tranquila cuando lo justifiqué diciéndome a mí mismo que tal vez hubieran conocido tiempos mejores. ¿Realmente aquel pobre borracho habría sido feliz alguna vez? ¿El negocio del bar habría sido próspero? ¿Aquel camarero con cara de pocos amigos estaría realmente contento con su vida?

- Bueno, ¿y eso para mi qué importancia tiene? - me dije.

Y mi cuerpo se estremeció de repente, la piel se erizó y me percaté de que había torcido una esquina y el viento soplaba de nuevo con fuerza. Cesé de caminar y advertí que después de tantos años transitando las calles de aquella ciudad que se me antojaba cada vez más lóbrega, nunca había deambulado tan desamparado del abrigo de las masas de personas que a la luz del día se cruzaban entre si, extraños unos de otros, coexistiendo bajo la atenta mirada de las altas edificaciones, los ruidosos vehículos, o las farolas que ahora me ayudaban a orientarme en las frías y empedradas calles.

En esta zona de la ciudad, el viento y la lluvia habían dejado una profunda huella con el paso de los años en las fachadas de los edificios, y entre unos contenedores de basura advertí unas pintadas que algún simpatizante radical de un partido político extremista había dedicado en un tono bastante obsceno a todas las personas que no compartieran ciertos ideales. Tras uno de los contenedores de basura creí ver una sombra, agucé mis sentidos y como una exhalación salió corriendo un indigente aferrado a una botella cuyo contenido intentaba por todos los medios preservar en su huida.

- ¿Acaso trataba de escapar de mí? ¿Qué podría hacerle yo?

En aquel momento no supe concretar muy bien qué es lo que tanto temía aquel pobre hombre.

El maullido de un gato me hizo girar, no logré visualizar al animal; sin embargo había un cartel que me llamó la atención. Se trataba de un proyecto urbanístico que consistía en la construcción de unas cuantas casas de lujo ubicadas en la misma parcela en la que me hallaba. Movido por algo en mi interior volví a mirar la fachada del antiguo edificio de las pintadas y entonces comprendí que iba a ser derruido. Tal vez por eso corría el indigente de la botella, quizá escapaba de derruir su vida, ¿Correría el edificio si pudiera salvar su vida?

Llegué a casa y abrí un viejo armario donde guardaba algunas botellas con licores, la mayoría estaban precintadas aún. Tomé una de ellas al azar y bebí un largo trago mientras un sentimiento de desasosiego me invadía; de repente rompí a llorar y todo en mi cabeza cobró sentido.

Mi mente se convirtió en un campo de batalla asediado por ideas de las que mi corazón intentaba resistirse, pero siempre estaban ahí acechándome incansables,... Después de media botella, mi cara humedecida por el llanto, me entregué a comprender que yo también necesito correr para sobrevivir ante la decadencia, y mi único medio de transporte es un monótono trabajo que no soporto o un teléfono que nunca suena o una casa que se queda sola cuando yo no estoy. Mi rival en esta carrera es más veloz que yo y cruzará la línea de meta antes de que yo pueda encontrar el camino del que me perdí hace tanto tiempo.

Es ahora cuando me identifico con tantos otros que tomaron derroteros equivocados que no tienen salida y siento que para ganar esta carrera sólo me queda utilizar un atajo que nos está prohibido o no tenemos valor para cruzar. Y ahora, mientras escribo estas palabras, necesito abrir la ventana para tomar un poco de aire y visualizar mi atajo; precipitarme al vacío ciertamente sería ganar al tiempo en esta carrera; ver cómo él me gana sería admitir una derrota y una lenta humillación, y soñar por unos ideales es lo que me queda ante la imposibilidad de obtener eso que llaman felicidad.

Escribo las últimas líneas de mi cuaderno mientras apoyo mi pierna sobre el alféizar de la ventana y siento una leve brisa que golpea mi rostro; miro hacia arriba e intento ver a través de un cielo encapotado, buscando algún tipo de señal que pueda interpretar; miro, quizá por última vez, hacia el interior de mi habitación y entre sombras veo un reloj que destella marcando las 4:37.

 

 

Nunca más solos
Por Katia Jiménez Losa, alumna de 3º A

Primer premio de Narrativa (Nivel II) del concurso literario
del IES Las Llamas de Santander.

El Sr. Otaola había terminado, con su acostumbrada normalidad, la clase de segundo. El timbre anunció la hora. Eran las diez. Bajaba, como siempre, por la escalera. Se le notaba cansado y caminaba muy despacio. Iba a la sala de profesores para calificar a los alumnos que cursaban su asignatura de Ciencias. Don Claudio, que era su nombre de pila, era una persona bastante estricta y exigente con sus alumnos, pero tenía un buen corazón y era generoso con los demás, aunque su carácter se había vuelto un poco agrio con el paso de la vida que, al menos hasta ahora, no había sido muy generosa con él. En el Instituto Garcilaso de la Vega de Avilés era una persona muy respetada por su gran inteligencia y su amplia experiencia docente, aunque había un grupo de profesores que deseaban que llegase el momento de su jubilación y hacían todo lo posible para que eso ocurriese; en cierto modo, porque suscitaba envidia.

- Buenos días -saludó Don Claudio a todos los presentes en la sala. El único que contestó fue Manuel, el jefe de estudios, que era su cómplice y amigo en el instituto.

- ¿Qué tal has pasado el fin de semana? Mis hijos han estado insistiendo en ir a Carrefour
a comprar sus regalos para Reyes y me han dejado sin un duro -dijo Manuel.

- Me gustaría tener unos nietos a los que poder regalar algo en el día de Reyes. El fin de semana lo he dedicado a corregir exámenes y a dedicarme a mis cosas.
A Claudio no le gustaba demasiado hablar de su vida privada en público, quizá porque no la consideraba interesante.

Unos minutos después comenzó la reunión y cada profesor comentó a los demás el comportamiento de los alumnos y sus calificaciones. Cuando le llegó el turno al Sr. Otaola, dijo que el nivel de su clase era bastante satisfactorio y que la mayoría de los chicos eran buenos estudiantes. Pero en su clase de 4° de ESO había un muchacho que le inquietaba. Se llamaba Jon y se solía sentar en la última fila. Sus notas eran aceptables y hacía menos de un mes que se había incorporado al centro. Claudio ni siquiera conocía su voz, ya que apenas hablaba con nadie. Parecía como si estuviese inmerso en otro mundo y nada de su alrededor le importaba, ni siquiera el interesante estudio de la "célula eucariota". Un día, al terminar la clase, el profesor se acercó a él para hablarle un momento. Tuvo la sensación de que aquel chico estaba perdido y necesitaba su ayuda.

- ¿Qué tal te va con mi asignatura, Jon? Sabes que, si tienes dudas, debes preguntarlas cuando estemos en clase. Aunque parece no interesarte mucho -comentó Claudio.

- Su asignatura me interesa como otra cualquiera y no tengo dudas.

- Pues eso está muy bien. De todos modos, me gustaría hablar con tu padre.

- Mi padre no va a venir a hablar con usted. No necesito que se interese por mí.

- Si no me dejas otra elección, seré yo quien llame a tu padre para citarlo -dijo seriamente Claudio.

- ¿Puedo irme ya? Mis amigos me esperan.

Otaola asintió y Jon se alejó corriendo.
El profesor se quedó algo preocupado, pero luego pensó que no tenía por qué complicarse la vida. Al fin y al cabo, sólo era un adolescente.

Cuando Jon llegó a su casa, su padre y la pareja de éste estaban en plena disputa. Peleaban constantemente por banalidades; Rita, la novia de Miguel (el padre de Jon) era odiosa y no tenía ningún aprecio a los hijos de su pareja. Hace unos años, cuando la madre de Jon aún vivía, todos eran felices y se querían. Jon recordaba las fiestas navideñas que pasaba en casa de los abuelos, la Semana Santa en Sevilla...: Todo ello vivido con su madre. Pero ya hacía cuatro años de algo horrible: En un caluroso día de agosto, Mary, que así se llamaba su madre, fue a la playa a darse un chapuzón y se adentró demasiado en el agua. No pudo seguir nadando y en la playa no había socorrista. Jon y Miguel fueron a rescatarla, pero ya era demasiado tarde. Jon no podía dejar de llorar y su hermana, que entonces tenía siete años, no quería ni salir de casa. El padre tardó en asimilarlo; pero, pasados dos años, se enamoró o al menos eso parecía, de Rita. Su hijo le guarda cierto rencor por haber olvidado tan pronto a su añorada madre.

Pasaron los días y el padre acudió a la cita con Otaola. El profesor le hizo todo tipo de preguntas sobre el comportamiento de su hijo en casa, su círculo de amistades, su ambiente familiar y sobre muchas más cosas. Miguel trató de esquivarlas y contestaba de forma imprecisa. El profesor le preguntó también si el chico había sufrido algún disgusto o alguna pérdida sentimental.

- Sí, hace cuatro años que falleció su madre -dijo Miguel.
- ¿Y cómo no me lo ha dicho? Ahí esta la raíz de todos sus problemas. El chico tiene una depresión debido a esa pérdida tan fuerte. Por eso se muestra incomunicativo y huraño. Necesita ayuda, apoyo y comprensión de su parte. Ahora es cuando más lo necesita, está en un periodo muy crítico,

- ¿Y usted cómo lo sabe? Mi hijo está perfectamente y no tiene ninguna depresión. Es fuerte y lo ha superado o lo intenta, al menos.

- Miré, yo estudié Psicología. Si quiere puedo ayudarle en su recuperación. Se va a sentir mucho mejor. Pero, sobre todo, pase mucho tiempo con él. Necesita cariño.

- Mi hijo no necesita atención psicológica. Está perfectamente. Yo soy su padre y sé lo que le conviene. Lo siento, tengo que irme. Muchas gracias por su atención.

- De nada, pero piénselo. Se trata de la salud de su hijo.

A la semana siguiente Miguel llamó al centro preguntando por Otaola. Hablaron sobre la terapia y al final el padre aceptó. A Jon no parecía importarle mucho.

Don Claudio atendió a Jon en su despacho durante unas cuantas semanas y, además, sin cobrar. Al principio el chico no se mostraba receptivo, no quería hablar de nada que estuviese relacionado con su vida anterior. Pero, poco a poco, fue cogiendo confianza con D. Claudio y surgió una especie de amistad entre los dos. Se sentían solos, pero ahora se tenían el uno al otro. Pasado ya un mes, salieron a pasear. Jon se sinceró con el profesor.

- Yo tuve la culpa de que mi madre se ahogase. Hacía poco tiempo que había aprendido a nadar y la animé para que fuese a una zona más honda. Ojalá nunca hubiese entrado al agua -dijo Jon compungido.

- No debes culparte. Lo que pasó, pasó y nadie tuvo la culpa. Pero, si de verdad quieres volver a ser feliz como lo eras de antes, debes seguir teniendo su recuerdo presente en tu memoria, mientras luchas por tu vida y sigues adelante. Eres joven, te queda mucho camino por recorrer. En cambio yo...

- ¿También te sientes solo, verdad?

- La verdad es que echo de menos lo que nunca he tenido -dijo Claudio.

- ¿Quieres decir que nunca has estado casado?

- No, y me hubiese gustado tener hijos, cuidarlos, comprar sus Reyes... Pero para qué voy a hablarte de eso. No creo que te interese mucho mi vida. Lo que sí puedo hacer es aconsejarte: Sal con tus amigos, diviértete, estudia y, sobre todo, intenta ser más amable con tu padre. Perdónale. Él te quiere.

- Lo haré. A nadie le gusta estar solo. Y en cuanto a lo de mi padre, las cosas han mejorado mucho. Ya nos hablamos y Miriam está muy contenta. La pobre no podía soportar vernos así.

- Me alegro mucho de que las cosas vayan mejorando. A veces sólo se necesita un empujoncito para salir del bache.


 

 

El ovni de Kalu
Por Paula García Fernández, alumna de 1ºD de ESO del IES Valle del Saja.

Jorge, Raúl y Pablo estaban acampados una noche cuando una luz de color naranja intenso brilló en el cielo, acercándose a la tierra a gran velocidad. "Sólo puede ser un ovni", dijeron muy entusiasmados.

En efecto, era un objeto volante no identificado y, para mayor alegría de los tres hermanos, aterrizó en un claro cercano. Corrieron hacia él y un extraño ser con forma humana salió del ovni .

- Mirad, es parecido a ET. ¿Será tan simpático como él? -dijo Jorge-.
- Parece que sí... -respondieron los otros dos- ¿Vamos a hablar con él?

A pesar de todo, no pudieron hablar con él, es decir, hablaron de una manera diferente: por telepatía. El simpático ser conseguía leer los pensamientos y hacer que Jorge, Raúl y Pablo leyeran los suyos.
Pudieron saber así que venía de un lugar muy lejano llamado KA 7, séptimo planeta de la estrella KA, que su nombre era Kalu, y que había venido a la Tierra para saber cómo eran los terrícolas.

Los patitos le contaron entonces cosas maravillosas que Kalu interpretó a su manera. Por ejemplo, cuando Raul habló de sus películas policíacas favoritas, el simpático humanoide quedó aterrorizado con toda la acción y violencia de las historias; y cuando Raúl puso la radio portátil para que oyese su música preferida, el ser se asustó mucho con el ruido del rock.
En fin, todo lo que los tres hermanos le contaron dejaba a Kalu muy horrorizado, por lo que decidió regresar a su planeta inmediatamente.

- Tengo que irme ya - oyeron que decía Kalu con su graciosa vocecita-. Sois muy simpáticos, pero vuestro planeta es muy raro y me asusta.

Después, igual que cuando llegó, aquella luz de color naranja desapareció de repente y los tres hermanos se quedaron allí en el descampado, alejados de su tienda, mirando al cielo.
Y todavía hoy no recuerdan lo que pasó.
Y es que Kalu, receloso, borró de sus memorias el recuerdo de aquella maravillosa aventura.

 

 

 


El virus del rompecabezas
Por Marta de la Fuente Blanco, alumna de 2ºA de ESO del IES Valle del Saja de Cabezón de la Sal..

Hola. Mi nombre es Daniel y voy a cuarto del colegio San Andrés de la Cantera que es el pueblo donde vivo; aunque ahora no acudo a las clases, porque el pasado viernes, en una excursión, cogí frío y me entró una terrible gripe, y el médico me mandó hacer reposo durante dos semanas como mínimo. Entonces, como no era de extrañar en mi clase (cuarto C), sucedieron cosas increíbles ....

Todo comenzó cuando Felipe, que es uno de mis mejores amigos y que también va a mi clase, llevó a la escuela un rompecabezas de mil piezas con la imagen impresa de La Mona Lisa. Por una casualidad, Antonio, que es de la clase de cuarto D, llevó su rompecabezas de Las Meninas.

- ¡Qué rompecabezas más feo tenéis!- comentó Blas, observando con admiración el rompecabezas de Antonio.

Entonces, como nosotros somos niños a los que no nos gusta que nadie se meta con nosotros ni con nuestras cosas, nos empezamos a pelear y, justo a tiempo de que alguno terminara con alguna herida, aparecieron por la esquina nuestras maestras que, aparte de dar fin a nuestra pelea, nos adjudicaron un terrible castigo: el equipo que primero terminara su rompecabezas, únicamente montando piezas en el recreo, invitaba al contrario a merendar, así que todos los de mi clase comenzamos a montar piezas en el recreo del día siguiente. Entonces, como los del D tampoco querían tener que pagar la merienda, empezaron también a montar su rompecabezas.

En los días siguientes las cosas casi no habían variado nada, los dos cursos estaban muy igualados respecto al número de piezas armadas a pesar de que nosotros éramos minoría, porque a partir de ahí fue cuando yo me puse malo y ya no podía ir a la escuela. Felipe, que se percató de la situación, no tardó en telefonearme:

- Daniel, las cosas están muy igualadas. Si no vienes pronto, es posible que perdamos, y eso sería una terrible humillación. ¿Crees que podrás venir mañana?

- No lo creo. Cuando volví al médico en cuenta de que había mejorado, me llevé la sorpresa de que mi gripe se había convertido en un virus no identificado, así que tendré que estar en reposo una semana más. Además, ¿es que no sabéis hacer nada bien sin mí?

Entonces, como era de esperar, Felipe, que es muy orgulloso, colgó al momento y no me volvió a llamar en toda la semana, ni para informarme sobre cómo iba el asunto rompecabezas, ni para interesarse por mi salud, que prácticamente no había cambiado nada. Así que Andrés (otro de mi clase), que también se percató de la situación, me llamo al día siguiente:

- Daniel, los del D nos sacan ventaja. He oído rumores, se dice que los de sexto les ayudan, así que, como eso es trampa, se lo fuimos a decir a la maestra, que nos dijo que si íbamos perdiendo que no tratáramos de buscar excusas idiotas, así que ahora no contamos ni con el apoyo de la maestra; debes venir cuanto antes.

Entonces yo le conté el cambio de mi gripe a virus, y él, que es más comprensivo que Felipe, me deseó una rápida mejora y colgó.
En los días siguientes, para no perder el hilo sobre el asunto rompecabezas, llamé a Andrés, que nunca me daba buenas noticias. Al parecer los del D nos habían hecho un complot y nos faltaban piezas.

Los días pasaban y seguía sin haber ni rastro de las piezas. ¡Ni que se las hubiera tragado la tierra!

Para no llamar todos los días a Andrés, decidí contactar con Gustavo, pero como no me sabía su número de memoria, tuve que ir a mi mochila a por la agenda, y... ¿cuál fue mi sorpresa? Allí estaban todas las piezas desaparecidas. De repente me acordé: una vez, cuando yo aún no estaba malo y me aburría en clase de matemáticas, para adelantar trabajo me puse a clasificar las piezas por colores y, al final de la clase, se me olvidó volver a dejarlas en su sitio y me las llevé por error a casa.

Al final, los de mi clase perdimos la apuesta y tuvimos que pagarles unos bollitos a los del D. Las cosas entre Felipe y yo se arreglaron porque yo, como soy un blando y no soporto que mis amigos se enfaden conmigo, le llamé para pedirle disculpas. Respecto a lo de las fichas, nadie sabe que fui yo el causante de su desaparición y espero que nunca se enteren, porque no me lo perdonarían nunca, pero... ¿Sabéis qué es lo peor de todo esto? Pues que yo todavía sigo con mi virus, o fiebre, o lo que quiera que sea, a pesar de que ya hace tres semanas que me puse enfermo.
Además, ya no me duele ni la barriga ni la cabeza, así que espero que para el martes, que es cuando volveré al médico, me digan que ya puedo volver a empezar las clases y así poder ver de nuevo a todos mis compañeros. De todos modos, ahora empezaré a procurar no ponerme malo nunca más.


 

 

El origen de los profesores
Por Patricia Obradó España, alumna de 2º ESO del Colegio San José.

Todo el mundo cree que los profesores son personas normales, que estudian una carrera para intentar enseñar a niños en el colegio. Pero todo el mundo se equivoca.

Os contaré la verdadera historia de los profesores. Hace mucho tiempo, en la creación del universo, se estaban decidiendo cómo se iban a repartir los seres vivos por cada planeta. Cuando estaban todos en sus respectivos planetas, a los de Marte no les gustó la temperatura ni el ambiente de allí y se fueron hacia la tierra, que era donde se vive mejor.

En la tierra desarrollaron la avaricia, con lo que pronto quisieron tener a los humanos como sus inferiores. Su plan es enseñar a las crías de los humanos (conocidos como niños) cómo ser sus esclavos mediante unas ondas subliminales. Así que lo que te parecen aburridas lecciones de naturales, sociales o lengua, para los profesores es una manera de conquistar el mundo. ¿Por qué, si no, tienen tanto interés los profesores en que aprendamos? ¿Acaso les pagan menos porque estemos distraídos?
Así que os lo advierto: ¡No estudies! ¡Ni se te ocurra atender en clase! De lo contrario, en un futuro los profesores serán los dueños de la tierra.

 

 

 


Una gota en el camino
Por Rebeca Amieva, alumna del IES Valle del Saja.

Sigilosamente la observo. Me muevo tan despacio como ella. Poco a poco me acerco y se desliza hacia mí. Pero, de repente, sin apenas darme tiempo a reaccionar, cae sobre el suelo húmedo. La tierra la absorbe. Una gota de agua murió.

Todo está mojado. La tormenta ya ha callado dando paso al viento. Los árboles que me rodean bailan al compás del ritmo invernal.
Poco a poco todo se adormece, pero siempre tengo la compañía de las luciérnagas, ayudándome a no perderme o tropezar durante la noche. El miedo a dar un mal paso me hace sentir una fuerte presión en mi pecho. Nunca se sabe, quizás me caiga y no me pueda volver a levantar o elija el camino equivocado. Es difícil ver el peligro.
Hago un descanso para dormir, no sin saber que, después, seguiré caminando hasta el anochecer venidero, cuando recostaré la cabeza sobre mis manos, hasta que pueda hacerlo sobre una almohada o el pecho de alguien; pero todavía me queda mucho camino.
Al acostarme, procuraré mirar el suelo al tumbarme, para no clavarme ninguna astilla, y al levantarme, para seguir este camino, tendré cuidado con no pisar ningún canto que pueda dañar mi pie. Porque durante este viaje aprenderé nuevas cosas todos los días, hasta llegar al final.
Algún día, puede que alguien se cruce en mi camino, para acompañarme hasta mi destino, que se convertirá en nuestro, hasta que alguno de los dos vuelva a caminar solo. O por el contrario, esa persona sólo se cruce para enseñarme algo bueno o malo - ya lo descubriré - o simplemente el camino. Si al fin la encuentro, podré crear otra vida, otro camino.