Nº30. Marzo. 2002.

 

Una excursión es mucho más que un autobús y un día de asueto. Nuestros reporteros se han armado de una cámara de fotos o de vídeo, un "boli" y una libreta y se han ido a ver mundo.

Reportajes:

Villardeciervos: realidad y ficción
Un día en Altamira
A través del canal de Castilla


 

 

 

 

 

Fantasía y realidad en Villardeciervos
Por Daniel, Irene, Andrea, Guimar y Charo. Alumnos del IES Santa Clara de Santander.

Como ya es habitual, los alumnos de Ciencias del IES Santa Clara han visitado el CEAM, el centro medioambiental situado en la localidad de Villardeciervos, provincia de Zamora, y donde han compartido una semana con alumnos de Pinto, Madrid. En este lugar los alumnos tienen la oportunidad de realizar excursiones por la zona, paseos de observación, realizar experimentos recogiendo muestras... Como siempre nos cuentan todo lo que han visto y vivido, esta vez a través de unos relatos inventados tras sus experiencias a la vuelta de ese viaje.

Villardeciervos
Una vida compartida
Amélie
El refugio de los bandoleros
Los ciervos sagrados

 

 

 

 

 

Villardeciervos
Por Andrés Saura Mellado

Era una noche estrellada en la sierra zamorana, tan estrellada que al girar repentinamente la vista hacia el cielo, creí haberle salpicado con el blanco de mis ojos y haber creado la noche más bonita desde mis días en España.

Yo soy un viajero, sin hogar ni familia, camino sin conocer porque sólo deseo olvidar, olvidar algo que no menciono para no recordar. Sólo os contaré algo sobre mi vida, algo que sucedió un otoño de hace mucho tiempo y que la cambió por completo.

Como iba diciendo, esa noche la observaba yo desde un lugar, creo recordar, que se llamaba la Peña del Robledal; era un pequeño alto al que se accedía por medio de un frondoso robledal que semejaba un lecho mullido en el que daban ganas de echarse a dormir. Aunque fuese otoño las hojas de los árboles seguían intactas y su color verde, poco a poco, se tornaba marrón.

De repente, cuando estaba pensando acerca de aquel increíble lugar en el que me encontraba, me di cuenta de que algo no encajaba bien. Se trataba sin duda alguna de toda aquella luz que no sabía de dónde provenía y, que me había permitido ver todo aquel maravilloso espectáculo; entre todos aquellos destellos que me deslumbraban alcancé a ver un pequeño pueblo, era un pueblo especial y a la vez extraño pues el día anterior crucé ese mismo lugar y recordaba haber visto robles, alisos, álamos, castaños, escasas encinas, brezo, lavanda... ¡Lo recordaba todo! Pero para nada recordaba haber visto o cruzado un pueblo. En cualquier caso debía de bajar hasta él y asegurarme de que era real.

Descendí presuroso el alto esquivando árboles, matorrales, montículos, cultivos, piedras... esperen un momento, ¿cultivos? Al subir yo no había visto cultivo alguno, ¿y ese río?. Sus aguas eran transparentes como el aire que respiraba y al agacharme para poder sentir el agua en mis manos una inmensa trucha intentó apresar mis indefensos dedos que retiré de inmediato y aunque esa trucha me había abierto el apetito, seguí caminando hasta que comencé a sentir el amanecer, pues noté que los rayos de luz eran reales ya que deshacían la helada de la mañana.

Al fin pude entrar en el pueblo que, al parecer comenzaba a llenarse de actividad. Los adultos cantando o con una sonrisa en la cara se dirigían al trabajo, los niños reían y corrían hacia la escuela.

Todo me pareció un sueño, que tomó el nombre de Villardeciervos, un pueblo que nació de la nada y en el que comencé una nueva vida llena de alegría y esperanza.


 

 

 

Una vida compartida
Por Charo Míguez

Era un día de invierno, de esos días en los que llueve mucho, no hay apenas gente por la calle, día triste en el que no te apetece hacer nada, sólo estar en casa calentita, mirando la tele o bien hablando con tu abuelo, como era mi caso.

Pues bien, yo hacía un rato que había regresado del instituto donde nos habían dicho que posiblemente iríamos una semana a un pueblo de Zamora, Villardeciervos y, como no, yo estaba diciéndole a mi abuelo que me contara cosas sobre Zamora y sus pueblos, ya que él era de allí. Él no supo mucho que contarme hasta que le dije exactamente donde iba. Fue oír el nombre de Villardeciervos y empezar a contarme anécdotas y pequeñas historias sobre el pueblo, pues parece ser que había estado bastante por allí.

Hubo una historia sobre un hombre admirable que me llamó la atención y que mi abuelo la contó con mucho interés y, por eso, creo que no se me va a olvidar. No es que fuera una historia fantástica, ni mucho menos, sino la extraña vida que quiso pasar. Mi abuelo me la contó encantado, igual que yo voy a estar contándoosla a vosotros. La historia es la siguiente:

Hace muchos años, en Zamora había una pareja a la cual le gustaba mucho el campo y las montañas y cada fin de semana cogían el coche y se iban a pasarlo cerca de las montañas. Pues bien, esa familia tuvo un hijo, y a pesar de ello no dejaron esa costumbre, sino que querían que su hijo compartiera esa afición tan maravillosa por la naturaleza.

Pasaron los años, y el hijo ya crecido, cada vez que llegaba el fin de semana, no había quien le negase ir a la montaña pues, como los padres habían querido, el niño llamado Pablo amaba la naturaleza pero, hasta tal punto que veréis lo que pasó un día.

Un sábado como otro cualquiera, Pablo y sus padres cargaron el coche y se pusieron en marcha hasta un pueblo, el cual mi abuelo no me dijo su nombre. Allí dejarían el coche, cogerían las mochilas y se pondrían en camino hasta la cima de un monte de la Sierra de la Culebra, ya que les habían contado que el paisaje desde aquella cima era maravilloso.

Aquel día Pablo había cargado mucho la mochila, cosa que a los padres les extrañó pero, sin decirle nada se pusieron en camino. Durante los primeros kilómetros pudieron observar refugios de lobos, estanques y alguna que otra seta, pero cuando se adentraron en el bosque, vieron un corzo, aves nunca vistas por ellos y como era sobre el mes de noviembre tuvieron la sensación de pisar sobre esponja, ya que el suelo estaba cubierto de hojas. Mi abuelo describía aquel lugar como si se tratara del paraíso.

Durante ese no muy largo camino, Pablo se fue quedando atrás, hasta tal punto que una vez llegado los padres a la cima y haberse dado cuenta que Pablo no estaba con ellos, no le veían por ninguna parte. Inmediatamente se pusieron a buscarle pensando que se había podido perder ya que ninguno conocía ese monte, ni siquiera la sierra.

Se pasaron todo el día buscándole y pensando donde se podía haber metido, pero no encontraron rastro de él. Llegó el atardecer, y pensaron que sería mejor volver al pueblo y avisar a la policía para que le buscaran.

Llegaron al pueblo, no pudieron encontrar a un policía, pero en cambio explicaron lo que había pasado a un guarda forestal. Este les explicó la situación y lo que podía hacer. La solución que les dio era la de esperar a mañana, asegurándoles que no le pasaría nada.

Aquella mañana llegó y enseguida se pusieron a buscar a Pablo. El primer día de búsqueda fue un fracaso, y el segundo, y el tercero, y la semana, y los meses,... Tanto los guardas forestales como la policía estaban asombrados por donde podía estar Pablo. No encontraron nada durante todo ese tiempo.

En esos momentos le pregunté a mi abuelo: - ¿Qué fue de Pablo? ¿Dónde estaba? Mi abuelo acto seguido me contestó.

Resulta, que no se había perdido, sino que amaba tanto la naturaleza que decidió quedarse en aquel monte sin pensar las consecuencias que aquello podía tener para él y para sus padres. Sin dejar continuar a mi abuelo le volví a interrumpir de nuevo preguntándole:
- ¿Pero cómo sobrevivió?
-No te apresures -me contestó- ahora te lo iba a contar.

Pues parece ser que lo primero que hizo fue andar y andar para alejarse lo suficiente como para que no le pudiesen encontrar. Estuvo andando durante varios días hasta que encontró un sitio cerca del río donde no hacía demasiado frío. Allí pasó las noches con no mucho frío ni hambre ya que lo que llevaba en la mochila eran precisamente mantas y abundante comida.

Durante los siguientes días se hizo una pequeña choza en la ribera para poder estar aún más refugiado del frío. Tardó bastante porque no tenía la suficiente fuerza como para cargar con facilidad piedras.

Una vez acabada más o menos su, ahora casa, pensó que estaba donde en verdad se sentía a gusto, lleno de paz, sólo con el sonido de las aves cantando, el viento y el agua, entre árboles,... es decir, un lugar espectacular en el que muy poca gente se había fijado y quiso quedarse allí para poder, día a día, contemplar y aprender cosas nuevas de la naturaleza y del mundo que ahora le rodeaba.

Y así hizo, pasó días, meses, y años en su choza y alrededor de la naturaleza, y aprendió cosas muy interesantes como que el latido de un árbol se podía escuchar, qué tipo de vegetación crecía cerca del río y cual en el monte, como se comportaban los animales que habitaban en aquella zona, y experimentó con diferentes tipos de setas.

Entonces fue mi abuelo el que me preguntó:
- ¿Qué piensas que hizo Pablo una vez hubieron pasado bastantes años?
No le supe contestar, así que continuó.

Pues bien, pasaron los años y Pablo maduró. Un día en el que estaba tumbado en el campo, simplemente escuchando el canto de las aves, se dio cuenta de que sabía bastante de la naturaleza como para compartir las experiencias que había podido experimentar con los demás y pensó que debería ir a un pueblo donde explicaría lo que pretendía hacer.

Comenzó a andar y llegó a Villardeciervos. Allí todo el mundo se extrañó al verle, ya que parecía un pueblo donde no había mucha gente y no le visitaba apenas nadie. Una señora, le preguntó que qué quería y Pablo no sé exactamente lo que la contestó pero parece ser que en el colegio del pueblo, en el que por entonces había gente joven, organizó excursiones para poder enseñarles todo lo que había podido aprender viviendo allí como por ejemplo que solía hacer un ciervo contra un pequeño tronco, etc.

Debió de sorprenderles mucho todo lo que les explicó a los alumnos, como lo explicaba, cuanto sabía,... porque a la semana siguiente vinieron unos chicos de excursión y le pidieron a Pablo que les explicara todo lo que había enseñado a los chicos del colegio de Villardeciervos.

Enseguida fueron más y más grupos y Pablo les explicaba durante un día todo lo que podía. Como tuvo tanto éxito, y en un día no podía enseñar apenas todo lo que sabía se le ocurrió formar un centro de Educación Ambiental donde cada semana, dos colegios de cualquier parte de España irían para escuchar las explicaciones de Pablo y otras actividades diferentes. Y así ocurrió, todas las semanas dos colegios iban una semana.

Pero Pablo envejeció, y ya no podía hacer esas caminatas que antes hacía y una profesora le sustituyó definitivamente en aquello. Pero el no quiso dejar de compartir con los demás lo que sabía así que en vez de llevarles de paseo les explicaba en el centro medioambiental como y con qué se trabajaba el lino y como se iba vestido.

Él se sentía muy feliz haciendo lo que hacía y aparte de enseñar a los chicos, también enseñaba a los profesores para que, cuando él muriese, hubiera otras personas para hacer la misma función que él hizo.

Y así pasó. Pablo murió, pero el centro de Educación Ambiental siguió adelante trayendo colegios y explicando todo lo que anteriormente les había enseñado Pablo. Además, también les contaban quién era Pablo y que hizo, pero nadie sabe por qué lo hizo.

Parece, que actualmente este centro sigue adelante y es donde iba a ir yo con el colegio. Digo iba porque al final no fui, pero por lo menos pasé una de las mejores tardes de invierno y aprendí que no toda la gente es igual. Me hubiera gustado mucho ir pero no todo es posible.

No sé si a vosotros os habrá gustado la vida de este señor pero, por lo menos a mí, me pareció de lo más interesante.


Los estudiantes que fueron a Villardeciervos con el director de su Instituto al que entregaron una copia de sus narraciones.


 

 

 

Amélie
Por Guiomar de la Fuente.

-¡Pero, mamá!
-Que no, que tú no estás para ir mañana de excursión.
-Tampoco estoy tan mal, y, además, es la única salida que voy a poder hacer con los de mi clase, ¡no es justo!
-Me da igual, no vas a ir. Y fin de la discusión.

Elena se levantó enfurecida y se dirigió rápidamente a su cuarto, en el cual se tiró a la cama y se puso la almohada tapándole la cabeza. Estaba enfadada, harta de tener que hacer caso a todo lo que le decía su madre. ¿Pero que podía hacer ella para convencerla?. Nada. No podía hacer nada. Al final tendría que resignarse y tragar, como en otras ocasiones había pasado.

Su clase había preparado una excursión para ir una semana a un centro medioambiental, el CEAM, situado en un pequeño pero precioso pueblo de Zamora: Villardeciervos. Irían a pasear, a ver las estrellas, de hacer juegos, a realizar experimentos cogiendo muestras de agua, e incluso de visitar el lago de Sanabria, ese lago que fue antiguamente glaciar. Sería muy divertido, y conocerían a gente nueva, con los que compartían la semana, eran de Pinto, Madrid.

El caso es que ella no se lo quería perder, pero cuando tienes fiebre y un catarro de mil demonios... además, era cierto que no se encontraba muy bien, y cuando su madre dice "no vas" es que no vas. Y su padre era muy buen hombre, y las palabras de su mujer iban a misa (aunque no fuera religioso). Sí, se resignaría y pasaría la semana más aburrida de su existencia, pensando egoístamente que, quizás, sus amigos no se lo estarían pasando tan bien.

Ese lunes, partieron todos (menos ella) hacia Zamora." Salieron a las 6:30, por lo que ya habrán llegado", pensó Elena. Eran las 12:30, y estaba viendo la tele tomando sus "choco-krispies", en una bandeja que le acababa de traer su madre, que no fue a trabajar para quedarse a cuidarla.

El día fue largo; no echaban nada interesante por la tele, no podía levantarse de su cuarto, y además le picaba tanto la garganta que la daban ganas de rascársela con la mano, pero no podía (ya lo había intentado).

Al día siguiente se encontraba un poco mejor, pero seguía algo débil. Su hermano pequeño, Iker, decía que se estaba haciendo la enferma, y no le hacía nada de gracia. Que se pensaba, ¿que se queda por gusto? Se levantó de la cama e intento cogerle. Se dirigió a la cocina, corrió por todo el pasillo, y se paró en el salón porque le había visto debajo de la mesa.
-Te vas a enterar, ¡de esta no te salva ni mamá! - gritó Elena.
-¿Ves como no estás tan mal? ¡Si no, no te podrías ni mover!- Se burló Iker - qué tenías, algún examen sin estudiar, seguro. Imbécil.
-¿Imbécil? Ya verás cuando te pille, idiota.

Forcejearon y Elena cogió a su hermano y le puso bocabajo agarrándole por los brazos. En ese momento, daban por la tele un boletín especial. Salía el CEAM.
- Pon más alto, ¡rápido!, sale Villardeciervos.
-"Les informamos una noticia de última hora. Un grupo de chicos y chicas de unos 15 años de edad, han desaparecido mientras realizaban una excursión organizada por el centro medioambiental CEAM, en un pueblo de Zamora. Por ahora no se sabe la razón, pero ya hay varios equipos de rescate, y todos los datos indican que ocurrió mientras paseaban por la montaña, sobre las 12:00 de la mañana. Los monitores que no fueron, dieron parte a la policía, debido a que no regresaban y ya había pasado cierto tiempo después de la hora de vuelta fijada. Hemos preguntado a los pastores que por esa zona se encontraban, y no nos han podido decir nada. Seguiremos informándoles de todo lo que ocurra. Hasta los informativos de las tres de la tarde."

Elena se quedó boquiabierta, no se lo podía creer. Fue a su cuarto. Ya no se encontraba tan bien. ¿Qué habían desaparecido? ¿Pero cómo así? Desaparecer es muy relativo, ¡no han podido esfumarse de repente, de la faz de la tierra! O...¡no, hombre no!. Eso ni pensarlo. ¿Entonces?... cuál será el motivo, porque alguno debe de haber. -Piensa - se repetía Elena - Seguro que lo puedes saber, solo tienes que hacer un esfuerzo." Pero no lo consiguió. No cabía imaginar la razón que les impulsó a sus amigos a escaparse o para que fueran raptados, o para que fueran atacados por animales o... Calla, calla. Siempre te pones en lo peor... quizás no sea para tanto, y solo se hayan desviado un poco de su camino, se habrán perdido ligeramente, pero seguro que les encuentran, estoy segura...

Sus párpados se hacían cada vez más pesados, y un terrible sueño la estaba invadiendo su cuerpo. Posiblemente por la fiebre, que notó que le estaba subiendo, o porque la noche anterior no durmió nada. Se recostó en su cama, y se acomodó poniéndose la colcha por encima. Pero, en ese momento, sintió como un fuerte dolor de cabeza, y vio como una especie de imágenes de varios colores; primero verde, después rojo... eran muy intensos, y oía ruidos como pitidos. Poco a poco, los ruidos fueron bajando, y consiguió distinguir algunas imágenes. Se trataban de flashes, pequeñas visiones entrecortadas como fotografías, en las que se entrelazaban colores algo fuertes, con sonidos de viento, hojas... era muy extraño, y Elena no se lo podía quitar de la cabeza. Y, sin saber como o por qué, de repente estaba en un robledal, con el suelo cubierto de hojas y con ropa de abrigo. No podía saber cuál era el lugar en el que se encontraba.

Era un monte o algo parecido; había muchos árboles, pequeñas vegetaciones... El cielo estaba despejado, y el sol brillaba reflejando su luz en la copa de los árboles, dejando ciega su visión por un momento.
Comenzó a caminar. ¿Qué diablos hacía ella allí? ¿Con qué propósito? No podía entenderlo. Ese día era muy extraño; primero lo de la desaparición, luego esto... ¿tendrían algo que ver éstas dos cosas? Si no era así, no lo entendía. Al cabo de un rato, decidió dejarlo por "inexplicable", salir de ahí como fuera, o intentar resolver el enigma. Tirado encima de una roca, había una señal, igual pondría algo de utilidad. Se dirigió a ella, y leyó lo que ponía: Villardeciervos 5 Km. Y una flecha dirigida a la derecha. ¿Pero para qué derecha? Estaba rota y movida, y no sabía dónde estaba situada anteriormente y... ¿Villardeciervos?... ¡Villardeciervos! Ahora ya no había duda alguna. No era ninguna casualidad. Quizás la causa de que ella estuviera allí es que tenía que encontrar a sus amigos, investigarlo... o algo. Pero no se podía quedar de brazos cruzados, no. Tenía que hacer algo, y rápido. ¿Pero qué? Empezaría por ir montaña arriba, que es posiblemente el recorrido que ellos tomaron.

El calor era cada vez más intenso, además, no había nada de viento, y eso lo hacía menos soportable. Se quitó el anorak y como no quería cargar con él, lo dejo posado en una roca:
-Luego vuelvo por ti, ni te muevas.

Prosiguió su camino, solo que, al cabo de un rato, éste se partía en dos, y había que echarlo a suerte; izquierda o derecha. Como no tenía una moneda, cogió una hoja. Si caía bocabajo, izquierda, sino, derecha. La lanzó muy alto, y cuando estaba casi a ras de suelo, con la parte de arriba mirando al cielo, una breve pero potente brisa pasó, la cual hizo mover la hoja al caer.
- Izquierda. Pues nada, la hoja lo ha dicho. Habrá que hacerla caso.

Después de una media hora andando, se sintió algo cansada, y fue a una roca para sentarse. Pero lo que se encontró allí no la hizo gracia, en absoluto; la encolerizó. Posada en la roca estaba su anorak. Había dado un círculo desde que el camino se dividía en dos.
-¡Maldita hoja! Solo he perdido el tiempo en todo este rato. Solo me podría pasar a mí, claro... Bueno, me tendré que resignar y seguir andando, antes de que me den las doce de la noche. Ya me veo teniéndome que guiar por la osa mayor, o por Júpiter...

Prosiguió su camino, esta vez decidiendo no dejándose guiar por la suerte, y poniendo marcas que señalaran el camino recorrido. Para ello recogió unas cuantas bellotas que había allí tiradas, y se las guardó en el bolsillo derecho de su camisa. Al cabo de unos pocos metros, encontró un hoyo algo profundo y amplio, recubierto de hojas secas caídas de un gran manzano con frutos que había frente a él. Un pequeño círculo de setas estaba situado en medio. Elena había visto en una película que los círculos de setas son mágicos, eran el hogar de las hadas, y si se dañaban, los trols y las hadas malas te cogerían y te mandarían un hechizo, o te lanzarían un mal de ojo. Se echó a reír, ¿Quién se inventaría eso? Mira que pensar que las setas tienen poder...y los hongos qué, te hacen más pequeño" Esto le recordó que tenía mucha hambre, con tantas emociones no había comido nada en mucho tiempo, y su estómago hacía ruidos extraños.
-A lo mejor llego a una de esas manzanas... no... tendré que acercarme más...

Se estiró lo más que pudo, pero no llegaba bien. Adelantó unos pasos, poniéndose así dentro de las setas. Eso hizo que se parara. Estaba dentro. No es que se lo creyera, pero no quería tender a la suerte con ese asunto. Por si acaso mejor se iba, no fuera a ser que pasara algo raro, ya había tenido suficientes rarezas por el momento. Pero cuando ya tenía el pie izquierdo fuera, algo la hizo retroceder y la dejó encerrada en el círculo. Golpeó, dio patadas, pero esa especie de capa protectora invisible no se rompía, y Elena comenzó a impacientarse. Pero como... ¿podría salir de allí? Alguna marca... algún sitio donde tocar... se puso a revisar seta por seta, hierba por hierba, sin encontrar nada. Desanimada, una lágrima cayó en su mejilla. Ahora sabía lo que sentía Alicia en el país de las maravillas. Se sentó. Esperaría a que pasase alguien o a que los "gnomos" fueran a buscarla. En ese momento, sintió un aire que la envolvía, como un tornado, y en menos de un abrir cerrar de ojos, divisó a lo lejos a una persona. Sin pensárselo, echó a correr como nunca lo había hecho. Ni hacía caso a sus piernas que empezaban a dolerla. Ahí estaba, Raquel. Y Juan. Y Endika. Y Cristina. Y Alba. Y David. Y todos los demás, junto con la señorita Asunción.

No se lo podía creer. Estaban vivos y, sobretodo los había encontrado. Pero, antes de que pudieran explicarla nada, una espesa niebla les cubrió por completo, dejándoles ciegos y dando pasos en falso. Intentaron agarrarse unos a otros pero era difícil. Elena sujetó a Juan, ya que éste casi cae en una pequeña fosa recubierta de hojas. Oyeron risas que se iban cambiando de lugar, y unas luces iluminaban momentáneamente el paisaje. Algunos de sus amigos ya no estaban, pero no sabía si habrían salido corriendo. Lo que sabía es que tenían que salir de allí. Hicieron unos cuantos una cadeneta y Elena, que marcaba el rumbo, los dirigió a una cueva a pocos pasos de ahí. Entraron. Pudieron ver mejor, la niebla se había disipado un poco y encendieron unos mecheros, con los que quemaron hojas de papel enrollado haciendo de vela. Cuando se disponían a entrar dentro a explorarla, algo les hizo cambiar de opinión. Unas risas aún más fuertes a las de antes ni una ráfaga de viento les cejó, unas siluetas visibles por el polvo de tierra levantado iban en su dirección, y cada vez a mayor velocidad. ¿Adónde podían ir?
-Creo que lo mejor será...¡salir corriendo! -dijo Alba, echando a correr rápidamente.

"Los seres" seguían persiguiéndoles, y todos gritaban desesperados, como para que alguien les oyese. En un momento, todos se habían separado. Elena giró la cabeza a un lado y a otro Estaba sola, otra vez. Se paró. Ya no había niebla, si siluetas riendo y volando. ¿Pero, qué demonios estaba pasando? Esto empezaba a molestarla, en un segundo perdió el contacto con la gente, que posiblemente, estaba bastante lejos y a salvo. Oyó de repente un grito. Un último y ahogado grito. Se dio la vuelta bruscamente.

Sus sábanas estaban muy revueltas, y la almohada tirada en el suelo. Miró el reloj. Las 2:45. Estaba sudorosa y con la cara muy caliente. Se levanto rápidamente, algo angustiada, sin saber muy bien por qué. Había estado durmiendo un buen rato, y le dolía un poco la tripa. Se frotó los ojos, y se levantó para mirarse al espejo. Entonces... ¿todo ha sido un sueño? ¡No habían desaparecido! Todavía sido un sueño, una broma pesada producida por su subconsciente y que, a su parecer, una de sus peores pesadillas. Ella lo encontraba muy real, ni siquiera sabía exactamente desde cuando se había quedado dormida. Se dirigió al salón y se acomodó en su sillón, mientras encendía la televisión.

Ese día si que se había levantado tarde. Su madre posiblemente la había dejado dormir para que pudiera descansar. ¡Pues menudo descanso! Pero bueno, ya estaba más tranquila. Ya no daban dibujos en ningún canal, así es que cogió el periódico para hacer los crucigramas, era lo que más la gustaba. Pero en primera página no salía Aznar, con algún nuevo acto, o el presidente Bush vestido de "militar". Sus ojos engrandecieron y se fijaron atentos al televisor:

"Seguimos sin saber nada del extraño suceso producido hay por la mañana, en el monte de Villardeciervos. Los guardas no han encontrado ninguna pista que pueda dar alguna señal de ellos. Las gentes del lugar aseguran que no han visto pasar a ningún grupo mientras llevaban a sus rebaños a pastar.
-En estas zonas altas siempre ha habido sucesos así... Posiblemente se hayan perdido y no puedan encontrar el camino, ya aparecerán en otro valle cercano.- comentaba un aldeano.
-Yo creo que ha sido obra de las brujas de la montaña. O de los espíritus que la habitan, todos saben que aquí los hay, y deben tener mucho cuidado.- aseguraba una anciana.
-Eso es mentira, y lo sabes. Son cuentos inventados para entretener a los chiquillos - contestaba indignado - que nos contaban de pequeños.
-Di lo que quieras, pero caminantes aseguran haber visto espíritus extraños, y risas siguiendo sus pasos. Todo puede ser posible, y más en estos páramos alejados de la mano de Dios.- decía la anciana al aldeano y alejándose de ellos.

Un sudor frío le recorrió la frente. ¿Brujas, risas, espíritus? Todo eso le sonaba familiar, pero no podía ser cierto. Había sido un sueño... no había pasado... quizás esto también era un sueño. "No, desengáñate, sabes perfectamente que es real." En ese momento, la cabeza le daba vueltas, y tenía una rara sensación. Había perdido el sentido del tiempo, y se le hacía todo muy extraño, demasiado extraño.

Algo le hizo volver en si, se había colado por debajo del sofá un pequeño objeto. Alargó la mano, pero no llegaba. Un montoncito de bellotas se deslizaron por su camisa de pijama, se le habían caído del bolsillo derecho. "No puede ser cierto... no puede ser cierto..." ¿O sí?