Un medio de transporte, una maleta o mochila, un mapa,
un paisaje, un desconocido amable… con estas
premisas los estudiantes del IES Fuente Fresnedo crearon
una historia y participaron en un concurso organizado
por la Biblioteca del centro. Roma, Cádiz y
la Luna son los destinos elegidos por los tres ganadores.
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Una
maleta, un billete, un destino.... |
CAMINO AL SUR
Por Marina Uriaguereca Feito
Lucía y yo nos acercamos a la cocina. Mi madre
nos dijo que debíamos marcharnos rápidamente,
pero no nos dijo dónde ni por qué. Encima
de la mesa estaban nuestras mochilas: la rosa, de
Lucía, y la azul, mía. Nos las dio y
yo la abrí. En ella había guardado mi
suéter preferido, los pantalones que más
me ponía, unas gafas de sol que no m había
puesto nunca y unas playeras. Mi padre nos dio dos
billetes de autobús y nos dijo que fuésemos
a la estación del pueblo. Los dos se despidieron
con lágrimas en los ojos. Nosotros, sin saber
nada, partimos hacia la estación. Fuimos andando,
ninguno de los dos dijo nada durante el camino.
Una vez allí preguntamos por nuestro autobús.
Una señora nos dijo que tendríamos que
esperar un rato en la dársena 4, la penúltima,
y que nos bajásemos en Zahara de los Atunes.
Eso hicimos, fuimos a la dársena y al llegar,
para nuestra sorpresa, allí estaban Mario y
Laura (unos amigos nuestros). Vernos fue un alivio
para todos, Lucia y Laura corrieron para abrazarse
y Mario y yo nos contamos qué hacíamos
allí. Ninguno de los dos sabíamos el
motivo de nuestro viaje. Después de una media
hora esperando llegó el bus. Como sólo
llevábamos las mochilas de equipaje, no nos
hizo falta dejarlas abajo. Nos pusimos atrás
del todo para poder estar los cuatro juntos. Faltarían
unas siete personas para llenar el autobús.
Fuimos haciendo paradas, pasamos por las provincias
de León, Zamora, Salamanca (en la que bajamos
para comer, con el dinero de la mochila de Lucía
pagamos dos bocadillos), Cáceres, Badajoz,
Huelva, Sevilla y Cádiz. Laura escuchó
a los de delante que estábamos haciendo la
llamada 'Ruta de la Plata'.
Una de las siguientes paradas era la nuestra, Zahara
de los Atunes. Al bajar del autobús, un desconocido
que había venido delante nuestro en el viaje,
vino donde nosotros y nos dio un plano de Zahara,
dijo que nos vendría bien. De repente mi móvil
sonó, era un mensaje de mamá “Jorge,
cuando lleguéis preguntar por la urbanización
Atlanterra, allí estarán vuestros tíos
esperándoos, os quiero”. A Mario también
le mandaron un mensaje, su abuela les esperaba en
Atlanterra. Según el mapa no nos quedaba muy
lejos. Al llegar estaban la tía Marta y el
tío Santi esperándonos. Nos dijeron
que íbamos a pasar unos días con ellos.
Como sólo traíamos cuatro cosas, nos
llevaron de compras. Me compré tres camisetas,
dos pantalones, dos pares de playeras nuevas y un
bañador. Después, fuimos a la playa
¡qué paisaje más bonito! Era una
playa inmensa y, como era tarde, estaba anocheciendo
y el sol enrojecido se escondía.
Pasó una semana y ya habíamos hecho
amigos, todos los días íbamos a la playa,
no fallaba ni uno. Lucía se acordaba de mamá
y de papá todas las noches, por eso Marta y
yo le contábamos un cuento para dormir.
Un mediodía, estábamos viendo las noticias
y vimos que salía Asturias, nuestra provincia.
La noticia decía que la Central Lechera Asturiana
estaba en quiebra, pero había otra: Desahucio
en Tineo. ¡Tineo, nuestro pueblo! Salieron los
expropietarios de la vivienda desahuciada. Eran nuestros
padres. Lucía se echó a llorar y a mí
se me cayó alguna lágrima que otra.
Tía Marta nos dijo que no pasaba nada, aunque
era incierto.
Pasamos unas cuantas malas noches, sin saber qué
sería de nuestros padres. Ahora nada era lo
mismo, todos estábamos más serios y
no podíamos pensar en otra cosa.
Al cabo de dos semanas, al tío Santi le tocó
la lotería del día del padre, 15 millones
de euros. Con eso compraron un piso en la urbanización
y dos billetes de autobús para papá
y mamá. Nos fuimos a recogerlos a la parada
y fuimos a vivir a su piso. Mamá encontró
trabajo en una panadería y papá en un
supermercado.
TOMANDO LA LUNA JUNTOS
Por Marta Thomas Salcines
Mariano diseñaba motores para naves espaciales.
Era un tipo simpático. Si alguna vez se hubiera
parado a pensarlo, es probable que se hubiera sentido
satisfecho con su vida. Le gustaba su trabajo y ganaba
bastante dinero. Sabía que la vida sólo
se disfruta si no te la tomas demasiado en serio.
Margarita era comercial en una empresa que fabricaba
material tecnológico de última generación.
Tenía la piel morena. Sus ojos negros observaban
fijamente las cosas que la rodeaban. Margarita se
tomaba en serio hasta el manual de instrucciones de
la Thermomix.
Habían hablado miles de veces por teléfono,
pero nunca se habían visto. Margarita no era
una comercial corriente; hablaba poco y escuchaba
mucho. Mariano tampoco era el cliente típico;
a veces llamaba para pedir piezas o un presupuesto,
y otras veces llamaba porque sí. Ella le escuchaba
pacientemente intentando descubrir el objetivo de
su llamada para poner en marcha la maquinaria de su
gran eficiencia. Al cabo de un rato, él colgaba
y ella se quedaba un rato confusa, preguntándose
por qué no podía dejar de sonreír.
Un día ya no llamó más. Alguien
le contó a Margarita que Mariano se había
cambiado de trabajo y había emigrado a las
zonas más alejadas del espacio. Y ella siguió
con su vida de siempre. Atendiendo pedidos y clientes,
de esos que llaman para pedir piezas, información,
presupuestos…
Pero, cada noche antes de acostarse, sin saber por
qué, miraba hacia las estrellas. Otras, sacaba
su GPS.
Antonio odiaba el ambiente frío y la atmósfera
inmóvil de la estación espacial. Ya
no recordaba por qué se había dejado
arrastrar comprando aquel billete de traslado hasta
los extremos del Universo. Aquel lugar estaba lleno
de aburrimiento.
Los primeros meses echaba de menos su vida social.
Luego empezó a pensar en el viento; el aire
no se movía en la estación espacial.
Y con el viento se coló la nostalgia por las
cosas sencillas a las que no creía haber prestado
atención: El sabor del café por las
mañanas, las canciones de su vecina en la ducha
a través de las paredes de papel de su viejo
piso, los días de lluvia… Y la voz de
Margarita.
El tiempo transcurría de manera extraña
en la Estación Espacial. Parecía detenerse
en la inerte atmósfera. Por eso Mariano no
podía asegurar a qué hora sacó
de su mochila de viaje la tarjeta de la empresa donde
trabajaba Margarita, y comenzó a mirar con
nostalgia el número al que tantas veces había
llamado cuando permanecía en la Tierra. Tampoco
sabía exactamente la hora en la que descolgó
el comunicador y pidió hablar con James William,
del Sector 8 en Sistema Solar, Planeta Tierra.
Un amigo que pilota naves espaciales me ha contado
que Mariano y Margarita viven juntos en la luna.
VIAJE A ROMA
Por Carlos Domosti Penas
Ya era la hora. El taxi esperaba en el portal. Repasé
mentalmente mi equipaje: tres bañadores, seis
calzoncillos, tres pares de calcetines, dos vaqueros,
siete camisetas (soy un poco cochino), el neceser…
¿he metido el neceser?
- ¡Oh, no! Se me olvida el neceser…
De nuevo posé la maleta encima de la cama y
tras abrir la cremallera metí el dichoso neceser,
hecho lo cual me abalancé hacia las escaleras
ya que el taxímetro corría.
Nada más meterme en la parte de atrás
del coche, una bombilla se encendió en mi cabeza.
- ¡PARE! - grité despavorido.- ¡Los
billetes, se me olvidan los billetes!
Subí de nuevo los cuatro pisos que me separaban
de mi maravilloso y organizado viaje y tras cogerlos
me volví a abalanzar sobre las escaleras.
Cuando me senté de nuevo en la parte de atrás
del taxi, me percaté de que Juan, mi compañero
de viaje, ya había llegado.
- Tío, - me dijo medio cabreado,- tardabas
tanto que creía que te habías dormido.
Medio enfadados, llegamos al aeropuerto donde enseguida
pudimos embarcar en el avión, y todavía
más rápido despegó y nos llevó
a nuestro destino, Roma.
Habíamos estado preparando aquel viaje durante
muchos meses. Queríamos ver muchas cosas, pero
sobre todo italianas y ferraris, mi pasión
desde pequeño.
Tras dejar las maletas en el hotel, nos metimos en
el caos circulatorio de Roma. Miraras donde miraras
solo había maravill0osos monumentos e increíbles
construcciones. El Coliseo se alzaba majestuoso en
el centro de la ciudad y muchos turistas hacían
cola para acceder a él. En las puertas, había
gente vestida de soldado romano que cobraban por hacerse
fotos con los turistas. Alrededor del monumento había
coches que circulaban sin ningún tipo de precaución
y que hacían sonar sus claxons, lo que convertía
el momento en algo alucinante y caótico.
El cielo azul hacía que los arcos del Coliseo
tuvieran su propia luz y los rayos de sol reflejaban
en la fachada distintos tonos en las piedras.
Durante todo el día estuvimos viendo monumentos,
plazas y fuentes característicos de esta bella
ciudad. Solo había un problema: la cara de
Juan. Decía que hacía mucho calor, que
estaba agobiado y cansado de ver ruinas y fuentes…
Así que nos fuimos de nuevo al hotel y tras
ducharnos fuimos a cenar. Por supuesto, pizza.
Juan se estuvo quejando continuamente: de la mierda
de servicio, de la tardanza en atendernos, de que
las había probado mejores en España,
de lo caras que eran…Total: que me cansé
de sus quejas y le dije que si tan mal estaba que
se largara al hotel. ¡Vaya decepción
de amigo!
Cuando me quedé solo, decidí pasearme
por la ciudad con la luz de las farolas, y fui a dar
a una calle donde había mucha gente congregada
en terrazas. Me senté en una y pedí
una cañita fresca. Me sentó de maravilla.
No sé si sería mi cara de felicidad,
pero el caso es que dos chicas se acercaron a mí
y me preguntaron si era español.. Con esto
empezamos a hablar y a hacernos señas y mimo
para entendernos… ¡Fue genial!. Y quedé
con ellas para el día siguiente.
A partir de aquí fueron mis mejores vacaciones.
No solo conocí a dos italianas guapísimas,
sino que una de ellas tenía un Ferrari rojo
descapotable con el que estuve paseándome por
toda Roma.
Juan se lo perdió todo. Estuvo con gastroenteritis
los cinco días en la cama, él decía
que por culpa de la pizza. Yo creo que ya venía
amargado de España, porque a mí la pizza
me sentó divinamente.

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