Con el fin de incentivar la creatividad literaria
de los alumnos de Bachillerato y ESO, se convocaron
en febrero las 'VIII Justas Literarias del Marqués
de Santillana', gracias al patrocinio del AMPA del
centro. El jurado, compuesto por el profesorado del
Departamento de Lengua Castellana y Literatura del
Instituto, seleccionó a los premiados entre
varios cientos de trabajos, repartidos en las distintas
categorías.
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Premiadas,
jurado y participantes en el acto de entrega
de las Justas Literarias. |
La lectura de los relatos premiados y la entrega
de premios tuvo lugar el 9 de mayo en el Aula Multiusos
'Demetrio Cascón', contando con la presencia
de representantes del AMPA, Departamento de Lengua
Castellana y restantes componentes de la comunidad
educativa, así como público en general.
El acto fue amenizado con las actuaciones musicales
de dos estudiantes del centro educativo.
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Sara
Peredo (2ºESO), Candela Ruiz de Villa (2º
Bach) y María Olavarría (4ºESO),
las tres premiadas de izquierda a derecha. |
1ª CATEGORÍA
(1º y 2º ESO)
1er premio: 'Un ramo de
flores silvestres'
Sara Peredo Calleja. IES Marqués de
Santillana. ESO-E2ºC
Marcos era el típico matón de clase.
Un día se metía con los empollones,
otro día se metía con los bajitos, otro
día con los “gafotas”… pero,
sobre todo, Marcos se metía con las niñas.
Les decía cosas como que no valían para
nada, que no tenían cerebro… A los profesores
tampoco les hacía mucho caso, siempre hacía
lo que quería y no pensaba en nadie más
que en sí mismo. No estudiaba, hablaba en clase
y no paraba de decir tacos. Siempre se pasaba de listo,
y nunca dejaba que otro fuese el centro de atención.
Se creía el más guay y siempre menospreciaba
a los demás.
Un día, su instituto organizó una excursión
a un bosque cercano, para ver el ecosistema y las
ruinas medievales que allí había. Marcos,
para hacerse el duro, les dijo a sus colegas que él
podría sobrevivir solo en ese bosque. Sus amigos
se rieron y le dijeron cosas como “No te lo
crees ni tú”, “¿Y qué
más?” o “Seguro… ¡Que
no!”. Marcos, rabioso, echó a correr
en dirección opuesta para separarse del grupo
y adentrarse en la oscuridad de los árboles.
Corrió durante un buen rato, hasta que llegó
a la orilla de un bonito río. Entonces paró
en seco y se dispuso a mirar a su alrededor. Era un
lugar precioso. Los árboles, altísimos,
estaban coronados por un sombrero esmeralda que dejaba
pasar algún rayo de sol, lo que hacía
que pareciese un sitio mágico. El suelo, cubierto
de una alfombra de hojas secas y bellotas, crujía
al pasar. El río tendría unos tres metros
de ancho, y sus puras y cristalinas aguas avanzaban
rápidamente. Marcos se acercó a la orilla
para beber, pero se resbaló con un trozo de
musgo y cayó al agua de cabeza. Esta, al ir
a tal velocidad, le arrastró hasta otro punto
del río que él todavía no había
visto.
Estaba perdido, no lograba ubicarse. Así que
comenzó a andar. Después de mucho tiempo
caminando, se encontró a una niña recogiendo
flores. Ella levantó la cabeza y le sonrió.
Tendría su misma edad, y tenía una risueña
mirada gris, que alegraba su bonita cara llena de
pecas. Su pelo cobrizo estaba recogido en una trenza,
atada con un lazo hecho con una tira de tela violeta.
Iba vestida con una falda hasta los tobillos del mismo
color que el lazo, una camisa blanca y anticuada y
unos zapatos raros.
- ¿A dónde os dirigís,
buen hombre?- preguntó con una preciosa
voz cristalina.
A Marcos le hizo gracia su forma de hablar. “¿Eres
tonta, o es que todavía estás en fase
de aprender a hablar?” iba a responderle. Pero
lo único que salió de su boca fue:
- Me he perdido bella dama, ¿tendríais
la bondad de ayudarme?
Marcos se quedó atónito por lo que acababa
de decir. Sin embargo, la muchacha sonreía
encantada.
- Lo siento, no puedo ayudaros. Pero puedo haceros
compañía… Si vos queréis.
¿Compañía? ¿De esa niña
tan rara? ¡Ni loco! Le iba a contestar “Ni
lo sueñes, rarita”, pero, en vez de eso,
dijo:
- ¡Me encantaría! Vuestra compañía
es todo un privilegio para mí. ¿Cuál
es vuestro nombre?- Pero, ¿qué
le pasaba hoy? ¡Parecía tonto! Mientras
tanto, la muchacha le miraba divertida. ¿Se
estaría riendo de él?
- Mi nombre es Mireya, Mireya Sánchez.
¿Y el vuestro?
Oh, eso sí que no se lo iba a decir, aunque
solo fuera por fastidiar: “¡¿Y
a ti que te importa?!” le pensaba responder:
- Mi nombre es Marcos Francisco,- Ese era
su nombre completo, pero nunca dejaba que nadie le
llamase así- es un placer conoceros.
- El placer es mío, señor Marcos
Francisco.- Sonrió la muchacha, para fastidio
de Marcos, que quería replicarle para que no
le llamara de esa forma. Sin embargo, lo que le salió
por su boca fue:
- Bella dama, ¿puedo preguntaros de dónde
venís?- Esto ya empezaba a estresarle.
- Vivo al lado del bosque, al Oeste.- Mireya
no había perdido la sonrisa.- Y vos, ¿de
dónde venís?
¿Y a ella qué le importaba? “Que
te den, bicho raro” quiso decir.
- De una excursión del instituto. Me pasé
de listo, y me adentré en el bosque para hacerme
el duro.- Su forma de hablar le estaba sacando
de quicio.
- ¡Oh! Nunca lo habría imaginado,
viniendo de un chico tan encantador y amable como
tú.- Eso ya era demasiado, le daban ganas
de llamarle cualquier cosa.
Marcos, frustrado, comenzó a darle patadas
al árbol más cercano. Le dio la primera
patada, y el árbol se sacudió. Pero,
a la segunda, una piña le cayó en la
cabeza, poniéndolo de peor humor. Sin embargo,
Mireya soltó una alegre carcajada. Luego, le
dijo:
- ¿Quieres venir a recoger flores conmigo?
¿Un tipo duro como él? ¿Recogiendo
flores? ¿Cuándo se había visto?
Le iba a decir “Eso es de niñitas pijas,
no de tipos duros como yo”. Y esa vez no se
iba a equivocar…
- ¡Me encantaría! Yo de mayor quiero
ser florista.
… O tal vez sí.
Mireya le sonrió, y los dos se pusieron a
recoger flores. Así pasaron la mañana
entera y, a mediodía, buscaron algunos frutos
silvestres y se los comieron. Mireya se manejaba mejor
que Marcos en el bosque. Cuando estaban paseando junto
al arroyo, Marcos pisó una piedra que no estaba
asegurada al terreno y estuvo a punto de caerse al
agua. Cuando se puso en pie, para que no volviese
a pasar, Mireya le instó a que la siguiese
por un camino de piedras que servía, para los
más atrevidos, como puente entre las dos orillas;
y que pisase en las mismas rocas que ella. La mayoría
de las piedras estaban sueltas, pero la muchacha no
pisó ni una sola vez en una roca que se tambalease,
ni tampoco en una que tuviese musgo y pudiera resbalar,
y llegaron sanos y salvos al otro lado. Además,
cuando ambos empezaron a sentir hambre, le llevó
a una zona llena de árboles y arbustos repletos
de rojas bayas y apetitosos frutos y le indicó
cuáles se podían comer y cuáles,
en cambio, eran venenosos, pues Marcos no sabía
cómo diferenciarlos. Mireya era una chica muy
inteligente, y también muy valiente, y el muchacho
empezaba a cuestionarse sus ideas sobre las chicas.
La verdad es que le caía bien la muchacha,
y empezaba a acostumbrarse a hablar tan refinadamente.
Después de comer, charlaron un rato al lado
del río:
- Estaba muy buena la comida, ¿no crees?-
dijo Mireya.
- Sí, las moras estaban deliciosas, son
las mejores que he probado en toda mi vida.-
Contestó Marcos.
- Es cierto, mas a mí, personalmente, me
gustaron más las fresas, siempre que vengo
por aquí cojo unas cuantas para comérmelas
por el camino.
- Sí, las fresas también me han
gustado.- Dijo Marcos, y alargó la mano
para beber un poco de agua del arroyo, tras lo que
se tumbó junto a su amiga a mirar las nubes,
que dibujaban caprichosas formas sobre el lienzo azul
del cielo.
Luego, fueron a explorar la foresta, y descubrieron
una camada de oseznos durmiendo al lado de su madre.
Esta percibió su presencia, se levantó
y se dirigió hacia ellos. Mireya ahogó
un grito, y Marcos se puso entre ella y el animal
en actitud protectora. Por suerte, el oso decidió
no hacerles caso, se dio media vuelta y se tumbó
junto a sus cachorros. Llegaron después hasta
un hermoso lago en el que se pudieron bañar,
y encontraron una vieja cabaña de madera, seguramente
de unos cazadores, de principios del siglo pasado,
tras lo cual se dirigieron de vuelta al arroyo. Cuando
empezó a anochecer, hicieron una hoguera, se
comieron algunas moras que había en un zarzal
cercano y, finalmente, se sentaron al pie de un gran
roble a dormir.
A Marcos le despertaron unas voces: “¡Marcos!”,
“¡Marcos!”… Marcos abrió
los ojos, y descubrió que estaban, frente a
él, mirándole expectantes, sus compañeros
de clase y sus profesores.
- ¡¿Dónde estabas?!
– Le dijo uno de los monitores - ¡Te
hemos estado buscando!
- Bueno, Marcos, has sobrevivido, tenías
razón. Aunque los profesores lo hayan chafado,
has estado completamente solo durante una hora-
Le dijo uno de sus amigos.
De repente, Marcos se dio cuenta. ¿Y Mireya?
Además, ¿una hora? ¡Había
pasado todo el día! Sin embargo, se limitó
a sonreír, triunfante. Todavía quedaban
un par de horas de excursión, así que
prosiguieron su camino. Marcos se comportó
adecuadamente, y pensó que todo habría
sido un sueño. Antes de volver, los profesores
les llevaron a la frontera Oeste del bosque. “Ahí
es donde vivía Mireya”, se dijo Marcos.
Sin embargo, no vio ninguna casa. Los profesores les
llevaron a ver un cementerio medieval que estaba allí,
y les permitieron ver las tumbas. Todas estaban desnudas…
todas excepto una. Marcos se acercó a verla.
La inscripción rezaba:
“Mireya Sánchez, 1230-1244, descanse
en paz”
Un escalofrío recorrió el cuerpo del
chico. Bajo la lápida había una cesta
llena de flores silvestres, atadas con un lazo de
tela violeta. Marcos se puso pálido. Cuando
salieron del cementerio, el muchacho echó la
vista atrás. Y entonces…
Allí estaba, con su alegre sonrisa, saludándole
con la mano al lado de la tumba. El muchacho miró
hacia delante unos instantes para no tropezarse, y
se volvió a girar. Allí ya no había
nadie.
Marcos no volvió a ver a Mireya, y muchas veces
pensó que había sido producto de su
imaginación. Pero nunca la olvidó. Y
nunca más volvió a meterse con una chica,
ni volvió a hacerse el duro. Y, todas las semanas,
recogía flores en el bosque, iba hasta el cementerio
y las dejaba al lado de una tumba, la más especial,
la única que conservaba una inscripción,
un nombre que designaba una vida vivida en el siglo
XIII, una vida que acogía con cariño
y con una alegre sonrisa las flores que un tipo duro,
ocho siglos después, le regalaba…
2º premio: 'Carolina'
Beatriz Sánchez Villar. IES Marqués
de Santillana. ESO-E2ºB
¡Plof! ¡Plof! Una a una, las gotas de
agua iban chocando suavemente contra la ventana del
bar, desdibujando la calle que se veía a través
de ella. Eran las 7:30 de una fría y lluviosa
mañana de enero, tan gris y apagada como cualquier
otra. Y, como cualquier otra mañana, Carolina
removía aburrida su taza de café bien
cargado mientras contemplaba la lluvia caer. Carolina
era una chica de 15 años, muy alta y delgada.
Su espesa mata de cabello castaño rizado enmarcaba
su cara ovalada, en la que destacaban dos grandes
ojos oscuros y una pequeña nariz respingona.
De repente, se abrió la puerta del bar y entró
una joven pareja de unos veintitantos años
que, tras dejar el paraguas en el paragüero,
se sentó a la mesa que estaba enfrente de la
de Carolina. Cuando les preguntaron que qué
iban a tomar él pidió un café
espresso y ella, un capuchino. Carolina había
estado observando todo atentamente aunque en el fondo
ya se lo sabía de memoria pues siempre se repetía
la misma secuencia de cosas. Cuando ella llegaba todos
los días a las 7:15, en el bar ya había
dos mesas ocupadas. En una estaba un anciano de larga
barba blanca y nariz aguileña que nunca había
dirigido una palabra a nadie y que mataba el tiempo
leyendo el periódico, y en la otra estaba sentada
una señora bastante gorda con su caniche. La
señora siempre se pedía una taza bien
grande de chocolate con pastas, de las cuales la mitad
eran para el caniche. Al poco, siempre llegaba un
señor con cara de malhumorado que se sentaba
en la mesa de más al fondo del bar. Tras gruñir
al camarero que le sirviera un carajillo se dedicaba
a lanzar miradas hurañas al resto de clientes.
Carolina se había preguntado más de
una vez el porqué del enfado permanente de
aquel hombre. No parecía muy rico ¿tendría
problemas de dinero? ¿Acaso no tenía
trabajo? O a lo mejor tenía problemas con su
familia. Siempre venía muy desaliñado
y sin arreglar ¿Estaría enfadado con
su mujer? Pero claro, todo ello no eran más
que suposiciones. Además después venía
siempre aquella pareja, tan jovial y alegre, tan opuesta
a ese señor. Siempre se pasaban el rato riendo
y comentando cosas despreocupadamente, olvidándose
del resto de personas del bar. Parecían tan
felices… Tras ellos llegaban al local una madre
y sus dos hijos. Se sentaban en la mesa de al lado
de la puerta, pues era la más grande que había.
La madre pedía un café descafeinado
corto de café y los niños sendos tazones
de leche con Cola-Cao. Siempre llevaban algún
juguete con ellos, bien un coche o bien un álbum
de cromos y pasaban el rato jugando con él,
gritando y riendo, aportando un poco de vida a la
cafetería. Y después… A las 7:40
todos los días al bar entraba un chico de unos
16 años, alto, delgado y muy, muy guapo, o
al menos eso se lo parecía a Carolina, que
se había enamorado de él desde que lo
vio. Siempre le miraba con disimulo mientras se sentaba
a la mesa que estaba situada justo detrás de
la de la pareja y pedía un café bien
cargado con un par de cruasanes ¡¡justo
como ella!! Le encantaba su pelo, tan negro y suave,
y sus ojos castaños, que escondían una
pizca de alegría. Pero, como era muy tímida,
nunca se había atrevido a dirigirle la palabra.
Sin embargo, aquel día pasó algo increíble.
A los pocos minutos de la llegada de la madre con
los niños, se abrió la puerta de la
cafetería y cual fue la sorpresa de Carolina
que, en vez de entrar el chico de sus sueños
entró una pequeña ancianita de pelo
totalmente blanco y muy encorvada que fue a sentarse
en el sitio que solía ocupar el chico. Tras
sacar de su bolso una revista del corazón pidió
débilmente al camarero un tazón de leche
fría y se enfrascó en la lectura de
la revista. Carolina se quedó extrañadísima
pues nunca había venido nadie nuevo a la cafetería.
Sin contar con que esa anciana se había sentado
justo en el sitio de su amor secreto y no había
más sitios libres. Por estos pensamientos estaba
vagando la mente de la joven cuando entró,
esta vez sí, su chico ideal, que también
se quedó bastante asombrado cuando vio que
todos los sitios estaban ocupados, incluso el suyo
habitual. Sin embargo, pronto tomó una decisión
y a Carolina sólo le dio tiempo a sentir cómo
su corazón comenzaba a latir desenfrenadamente
cuando oyó un alegre:
- ¡Hola, soy Luis! ¿Oye, te importa
que me siente aquí contigo? Es que los demás
sitios están ocupados.
Carolina creyó que se iba a morir de vergüenza
pero sacando valor de donde no lo tenía contestó
con un débil:
- No, no me importa.
- Ah, gracias
- Por cierto, me llamo Carolina
Tras sentarse y pedirse su café y sus cruasanes
de siempre Luis le preguntó:
- ¿Y, a qué instituto vas?
- Pues…
Y así siguieron hablando y hablando hasta que
Carolina de repente se acordó de que vivía
en el mundo real y que a las 8:15 entraba al instituto
y tuvo que irse precipitadamente, eso sí, no
sin antes apuntar el móvil de Luis.
Tímidamente los rayos de sol entran a través
de la ventana del bar, iluminándolo suavemente
con las primeras luces de la mañana. Son las
7:30 de una pálida mañana de principios
de mayo y, como tantas otras mañanas, Carolina
remueve su taza de café bien cargado mientras
ve a la gente pasar a través de la ventana.
Carolina es una chica de 25 años, y sigue siendo
muy alta y delgada. Tiene el pelo algo más
largo y oscuro, pero sus ojos siguen siendo igual
de bonitos y profundos. Y ya no está sola.
Está con Luis, su novio, que ahora tiene 26
años y que se ha vuelto un chico muy apuesto.
Ambos estudiaron juntos la carrera de Telecomunicaciones
y trabajan ahora como becarios en la Universidad Complutense
de Madrid. Pero claro, ellos no son los únicos
que han cambiado. La joven pareja de antes ahora es
un feliz matrimonio con dos hijos que sigue siendo
tan jovial como entonces. Los dos niños que
antes venían con su madre ahora ya vienen solos
y no son dos niños sino dos adolescentes que
están empezando a descubrir los misterios de
la vida. La señora gorda es ahora una mujer
bastante mayor que siempre viene acompañada
de su perro, que ahora es un chihuahua pues su anterior
caniche murió hace tiempo. También murieron
hace unos años la ancianita y el viejo cascarrabias
y en su lugar ahora hay un joven despeinado y con
gafas que anda con un aire algo distraído y
una chica joven que siempre está escuchando
música. Por su parte el señor malhumorado
por fin encontró lo que necesitaba y ahora
es un señor mayor bastante afable que suele
dirigir amables palabras a todo el mundo. Carolina
les mira a todos y sonríe, recordando cómo
eran antes y también cómo era ella antes.
Lo comenta con Luis y ambos ríen, recordando
su primer encuentro. Pero, de repente…
- ¡Dios mío, pero si ya son las 8:15!
¡Y el metro a la universidad sale a las 8:20!
- ¡Corre, que no llegamos!
Así que a todo correr salen de la cafetería
los dos, algo preocupados, pero en el fondo jóvenes
y felices, con ganas de enfrentarse a un mundo que
ven lleno de promesas.

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2ª CATEGORÍA
(3º y 4º ESO)
1er premio: 'Julia'
María Olavarría Borrego. Centro Educación
Castroverde. ESO-4º
Hombres y mujeres vestidos con ropa que perdió
el color, rostros serios, cansados, ojerosos y serenos,
vaho que escapa desde la nariz para difuminarse en
el friío aire invernal. Una multitud sin esperanzas,
escuchando un himno militar, esperando a que Robledales
salga del balcón para recitar su discurso mensual.
Termina el acontecimiento y el gentío se dispersa
en silencio, pero todos esos ojos agotados que miran
al suelo rezuman tristeza. Sólo se oyen las
pisadas sobre la acera mojada.Nos dicen que la industria,
el sector agrícola y ganadero producen más,
los gráficos de los periódicos van en
aumento, pero los precios cada vez son más
altos y los productos en las tiendas se agotan antes.
El temor de la gente les impide exigir la verdad que
se merecen saber.
Subo las escaleras porque el ascensor ya no funciona.
Las paredes están desconchadas, y lo que antes
fue un azul celeste ahora se ha convertido en el lienzo
que la humedad ha teñido de verde mohoso. En
mi camino me cruzo con la chica que vive en la buhardilla.
Baja las escaleras corriendo, pisando los peldaños
con estridente fuerza. Nunca va a los discursos de
Robledales, y aunque no es obligatoria la asistencia,
la Guardia Alta hará que desaparezca por ello,
pero no teme a lo que puedan hacerle. Este país
necesita esa personalidad que escasea. Este país
necesita alguien a así, alguien que nos inspire,
que nos devuelva la fe en el mañana, con esperanza,
sensible a la injusticia y que luche por una causa
sincera. ¿Dónde está ese alguien?
Machaco las patatas cocidas para mezclarlas con el
caldo mientras suena la sirena que señala el
toque de queda. El cielo teñido de negro se
lleva un día más es vano. Me despierto,
y después de más de ocho horas de sueño
me siento tan cansado como lo estaba antes de echarme
a dormir porque mi viejo y deformado colchón
no me permite descansar como es debido y mi espalda
me lo recuerda con lacerante dolor. Ya vestido, desayuno
lo que queda del pan duro.
Las altas chimeneas de las fábricas se diferencian
sobre el cielo nublado escupiendo humo negro por el
hollín y las calles se llenan de obreros vestidos
con monos de trabajo grises o de un azul apagado que
se dirigen a ellas y, así, me sumo a las masas.
El sudor de mi compañero, un hombre tan calvo,
bajo y robusto como inculto y bruto, cae por su arrugada
y grasienta frente rápidamente debido al calor
que producen los hornos.
- ¡Eh, Pedro!- me grita apoyado en
su pala, aprovechando para descansar brevemente -,
pásame el paño.
Y sin contestar cumplo sus órdenes
para que se limpie el rostro. Está orgulloso
de sus hijos, de los cinco. Estoy seguro de que daría
lo que fuese porque sus descendientes no tuviesen
la misma vida que él, sobre todo de la pequeña
aficionada a leer de ojitos cansados detrás
de las gafas que anhela ser escritora. Yo también
lo hacía a su edad, pero la vida se tuerce
con crueldad. Termina la jornada laboral según
la ensordecedora sirena. Vuelvo a casa con la paga
presente en el bolsillo y no puedo evitar parar en
una tienda para comprar chorizo, unas legumbres y
una botella de anís, como si de alguna manera
tuviese motivos por los que brindar. Vuelvo a subir
las escaleras de mi edificio porque el ascensor sigue
sin funcionar. Forcejeando con la llave en la cerradura
de mi puerta oigo a la chica que vive en la buhardilla
bajar por el ruido que producen sus zapatos. Se ha
pintado los labios de rojo, que le favorece notablemente.
Seguramente lo haya hecho para reunirse con el chico
que esperaba tranquilamente en el portal. Le envidio.
Le odio. Quiero verle en el suelo, quiero verle sangrar
por la nariz al son de mis puñetazos, quiero
reventar su cabeza contra el bordillo de la acera
solo por saber el nombre de la chica que Vive en la
buhardilla, solo por compartir la botella de anís
con ella. No puedo dejar de pensar en ella. La forma
en la que brilla su cabello negro cuando se suelta
el moño, las pecas manchando su blanca y fina
tez, la curva de sus sonrisa, sus ojos claros pero
de color indefinido, el vuelo de su falda cuando anda
y los movimientos delicados de sus manos. He descubierto
que se llama Julia.
Y los días siguen transcurriendo con normalidad,
y las noches siguen agotándose en silencio.
Me despierto. Son las tres de la madrugada, y puedo
identificar cuatro, o quizá cinco hombres corriendo
por el edificio. Me asomo al rellano para ver lo que
acontece y veo la sombra de uniforme de un soldado
de manera fugaz que sigue a sus compañeros.
Son de la Guardia Alta, y se dirigen hacia la buhardilla.
A pesar del estridente sonido de sus pesadas botas
parece que ningún vecino se ha percatado de
su presencia. Sigo al pelotón que se mueve
rápido y ágil, y sin haber llegado a
alcanzar a los militares oigo como tiran abajo una
puerta, que golpea en su caída el suelo, y
los gritos de una mujer que se resiste. Es Julia.
Pasan delante de mí, como si fuese un espectador
invisible, los hombres uniformados agarrando con firmeza
y dificultad a su presa que se resiste con movimientos
bruscos y violentos y se aferra a la minima posibilidad
de liberarse, y mi mirada se cruza con la de ella,
rebosando una expresión que pide ayuda, pero
la decepciono, pues el miedo a las represalias me
paraliza.
No he vuelto a saber nada de ella, ni de las murmuraciones
chismosas entre las vecinas sobre su pertenencia a
la Alianza Encubierta, esa supuesta organización
clandestina que conspira contra el gobierno. Nunca
supe si Julia pertenecía a la Alianza o si
verdaderamente existía tal… Nunca lo
sabré.
2º premio: 'No Dreams'
Claudia Revilla Gutiérrez. Centro Educación
Castroverde. ESO-3º
Si esto fuese un cuento con un final
feliz comenzaría con un 'Érase una
vez', pero como la vida no es un cuento, y mucho
menos de hadas, empezaré por algo más
importante: los colores.
Gris, el cielo era gris turbio y trae agua, no entiendo
por qué el agua se representa de un azul claro
y bonito si no existe, tan solo es una ilusión
creada por la naturaleza para hacernos creer que el
fondo marino, por ejemplo, no es negro. Pues si el
cielo es gris, al igual que la fachada de mi colegio
y las escaleras que llevan a mi clase, también
lo es la luz de los focos y el pelo de mi profesor
que acaba de llegar. Mientras saca sus libros marrones
me presentaré, me llamo Erín, pero si
a lo largo de la historia te identificas conmigo puedo
ponerme tu nombre, me da igual que te llames Ana,
Claudia o Eustaquia.
Desde pequeña me ha gustado dibujar; Haces
el esquema a lápiz y todo es blanco y negro,
pero utilizas lápices de colores y…¡rojo,verde,
amarillo! eres capaz de poner el mundo como tu quieras.
Ahora tengo que dejar de hablar porque mi profesor
de matemáticas me requiere para llenar de números
la pizarra verde oscuro. Odio las matemáticas,
los números no me permiten ser creativa. Si
tuviera que darles un color les daría el negro…
no, el negro no porque su oscuridad ejerce cierta
atracción, las pondría de un color indefinido,
uno que te permita decir si son realmente útiles
o no, en cambio las letras te permiten crear lo que
quieras, son tus amigas, tu mejor arma, tu mejor defensa.
¡Vaya hombre! Justo ahora que me empiezo a expresar
bien llega el cambio de clase, y con él mi
“enemiga”. Es lo malo de los amigos de
tus amigos, solo por eso se creen que son tus amigos.
Me doy media vuelta y pongo mi mejor sonrisa irónica.
- Me estas tapando la luz -evito que se note
demasiado odio.
-¿Para que quieres la luz?
-Para coger una hamaca y tomar el sol -evito
responder eso y digo- para estudiar
Mira mi mesa donde tengo el libro de lengua abierto
-¿Vas a estudiar lengua?
-No, ingeniería aeronáutica-me
contengo y en vez de eso digo si
Soy seca y cortante, espero que pille la indirecta
y se vaya
Algo así son mis cambios de clase, pero como
no quiero rallarme pasaré a la salida directamente.
Si esto fuese un cuento tendría una amiga que
vive al lado de mi casa y siempre volvemos juntas,
pero no es así, así que despacio regreso
a casa caminando por las aceras grises, ¡ja!
Qué cómico que la mayoría de
las cosas sean grises por culpa del ser humano. Cruzo
un paso de cebra blanco y negro. Un coche pasa rápidamente
a mi lado y me salpica, pero no me importa porque
como dije al principio ha empezado a llover. Alzo
la cabeza al cielo y veo una pequeña grieta
azul en la monotonía de nubes grises que desaparece
rápidamente engullida por el gris de la lluvia,
parece un reflejo del ser humano y la creatividad,
la realidad destrozando los sueños, ahogando
esperanzas
Llego a casa y me encuentro con mis padres, explosiones
de color en un lienzo en blanco, un poco de calor
en la materialidad y la independencia, la gente piensa
que ser independiente les hace mas fuerte, pero en
el fondo simplemente es como el color azul del agua,
y cuando les pasa algo están solos, no tienen
nadie en quien apoyarse, asi que se hunden en el fondo
marino. Cuando ya hemos pasado un rato juntos y nos
hemos contado nuestras cosas del día me voy
por el pasillo que, a pesar de ser blanco, me inspira
calidez. Acabo de llegar a mi habitación y
mi mirada se cruza con mi instrumento, una batería,
para la mayoría de la gente solo son tambores
que sirven para hacer ruido, pero es mucho más;
el bombo tiene que ser tu pie, las baquetas los brazos
y el ritmo tu aliento, cuando tocas un ritmo con un
grupo de música tu eres la base donde se apoyan
para tocar a la vez, unes sus melodías, pero
para mi… para mi es algo más. Sus compases
son mis gritos de ira o mis lagrimas de frustración,
una explosión de colores en el silencio, los
redobles son mi euforia, parte de mi alma oscurecida
por los momentos difíciles. Necesito vaciar
mi mente de todo, así que toco un rato y me
desahogo. Luego me calmo y apoyo la cabeza en la pared.
Detrás de la batería tengo colgados
mis dibujos, pequeñas partes de mi mente, resquicios
de ilusiones y sueños alegres.
Como no tengo deberes me pongo a escribir una historia,
en ella puedo volar y, dicho de una manera “cursi”,
todo es rosa. Las horas se me pasan volando y antes
de que me dé cuenta ha oscurecido y es de noche,
miro por la ventana y veo el aterciopelado cielo lleno
de estrellas, no me contengo y salgo al jardín,
uno de los lugares donde he vivido los minutos, las
horas y los días mas felices de mi vida y empiezo
a dar vueltas y a reír. Río porque mañana
el cielo estará despejado y será completamente
azul. Río porque las paredes de mi colegio
serán blancas y luminosas. Río porque
el pelo de mi profesor seguirá siendo azul.
Río porque en los cambios de clase también
estarán mis amigos, porqué volverá
a casa corriendo para encontrarme con mis padres,
mi batería, mis dibujos y mis letras. Río
porque estoy viva y puedo soñar. Río
porque tengo sueños que cumplir y pesadillas
que matar. Río porque si quiero puedo empezar
cada día con un érase una vez. Porque,
al fin y al cabo, ¿qué es la vida si
no una historia esperando ser contada?

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3ª CATEGORÍA
(Bachillerato)
1er premio: 'El Postre'
Candela Ruiz de Villa Sardón. IES ”Marqués
de Santillana”. Bachillerato 2ºC
Si buscas en el diccionario la palabra arte podrás
leer: "Expresión de una visión
personal que interpreta lo real o imaginado con recursos
plásticos, lingüísticos o sonoros";
pero ¿y la cocina? ¿No se le puede considerar
como tal hoy en día? ¿O acaso los cocineros
no crean verdaderas obras de arte? En mi opinión
la respuesta es sí; perfectamente se podría
comparar a Ferrán Adrià delante de sus
fogones con Picasso ante su lienzo, ambos dos creadores,
dos genios, dos auténticos artistas; de la
misma forma que un cuadro nos puede deslumbrar con
su luz y sus colores, un buen plato con su sabores
y aromas, nos puede elevar hasta el cielo como tantas
veces lo ha hecho aquella maravillosa escalera de
acordes que salía de la guitarra de Jimmy Page.
Hace no mucho tiempo que con voz temblorosa pronunciaba
estas palabras delante de mi clase, era el comienzo
de una simple redacción que tuve que escribir
en el instituto. Todavía recuerdo aquel día
en el que todo ilusionado decía a mis compañeros
que de mayor sería cocinero, nunca podré
olvidar sus carcajadas acompañadas de frases
como: ¿Qué piensas dedicarte a freír
croquetas durante toda tu vida? En ese momento me
di cuenta de dos cosas: la primera, que los que yo
consideraba amigos eran simplemente unos desconocidos
sin ningún respeto por los demás; y
la segunda que haría todo lo posible por convertirme
en un gran chef. Gracias a aquella redacción
soy todo lo que soy ahora y todo lo que podré
llegar a ser.
Como cada año el restaurante cierra durante
unos meses para preparar el menú degustación
de la nueva temporada, de su calidad dependería
que La Bergamota optase a ganar la tan ansiada tercera
estrella Michelín.
Aquella mañana salí volando de casa,
mi vieja bici verde de nuevo me salvaba de no llegar
demasiado tarde. Entré en la sala de reuniones,
como siempre acelerado y tropezando con todo. Mis
compañeros impolutos con sus chaquetillas de
trabajo estaban ya sentados esperando a que llegara
Alexandre, el chef, no tardó mucho en hacer
acto de presencia. Esa mañana se le veía
más serio que de costumbre, pero no era de
extrañar, llevábamos ya dos meses dando
forma a los platos y aunque ya habíamos sacado
los entrantes, primeros y segundos nos faltaban los
postres. Era lo que más tardábamos en
sacar porque debía ser creativo pero a la vez
con sabores y aromas armoniosos; bajo mi punto de
vista es lo más importante, ya que es lo que
concluye una comida y de ellos depende que te deje
un dulce recuerdo, o quizás amargo, si la elección
no es acertada. Todos hablaban e intercambiaban sugerencias,
por un momento me abstraje del exterior y me metí
en mi mundo. En mi cabeza empezaron a bullir ideas
pero no eran nada claras. El chef notó que
algo no iba bien, así que me llamó la
atención –Dídac, le importaría
compartir con todos nosotros sus pensamientos, si
es que tienen algo que ver con lo que aquí
se está hablando-. A Alexandre le desesperaba
que hiciese eso, pero él sabía que al
final la idea llegaría a mi mente y daría
con la combinación perfecta, el postre perfecto.
Llegué agotado, había sido un día
estresante, pero no podía dejar de pensar en
el dichoso postre. Cogí un botella de vino
y salí a la terraza. Mi casa era pequeña
y sencilla, pero no cambiaría por nada esas
vistas al Mediterráneo. Era todo lo que necesitaba.
Soplaba dulcemente el viento sur, abrí el Château
Latour de 1999 y me serví una copa. En un momento
y sin apenas darme cuenta había llenado la
mesa de papeles, libros y diarios de mis viajes, en
ellos esperaba encontrar la inspiración que
necesitaba, ya que siempre que viajaba anotaba mil
cosas acerca de la gastronomía de los lugares
que visitaba. Lo primero era encontrar el ingrediente
principal, el que destacaría sobre todos los
demás, podría ser una fruta exótica
o algo más tradicional como los chocolates,
en realidad no sabía muy bien lo que buscaba,
no me convencía nada de lo que se me iba ocurriendo,
porque la verdad es que la repostería, al igual
que la cocina, había llegado a tal punto que
parecía estar todo inventado. De pronto un
soplo de aire trajo un olor a salitre, no sé
por qué pero sentí la necesidad de bajar
corriendo a la playa, la musa había llegado.
Me di cuenta de que algo que jamás se había
hecho era un postre con sabor a mar, si es cierto
que los productos marinos han sido explotados hasta
el extremo en la cocina, ya sea con el plancton, una
de las técnicas más innovadoras, o con
las algas empleadas en la llamada “cocina molecular”.
Pero yo quería llegar un poco más allá,
era un reto verdaderamente complicado puesto que debía
encontrar la manera de integrar la sal con el dulce.
No se me ocurrió manera mejor de inspirarme
que darme un baño en el silencio de la noche
acompañado de una enorme luna llena que me
miraba fijamente. A medida que me iba sumergiendo
y el agua fría rozaba mi piel acudían
a mi cabeza un sinfín de posibilidades y de
ingredientes, enseguida supe que lo que mejor resultaría
sería un helado.
Era absolutamente perfecto, estaría hecho a
partir de una base de leche y el ingrediente clave
para dar el sabor a mar, la Ulva lactuca, una alga
muy peculiar con un fuerte sabor pero también
con ciertos matices dulces. Además, el plato
se complementaría con una mousse muy ligera,
casi tanto como la espuma del mar, hecha a base de
chocolate blanco y lima kafir, procedente de Indonesia,
la cual le aportaría su característico
toque de acidez. Y, por último, llevaría
un crujiente de galleta de mantequilla y sal. Ya lo
tenía a punto de caramelo, nunca mejor dicho,
tan solo me quedaba la presentación, así
que recogí mi ropa de la arena, subí
apresuradamente a casa e intentando no desaprovechar
ese momento de lucidez, tal cual estaba, empapado,
cogí mis acuarelas y, como si de un arquitecto
se tratase, empecé a construir el diseño
de mi plato: se me ocurrió inspirarle en una
puesta de sol, para lo cual los todos los elementos
deberían colocarse sobre un soporte oscuro,
preferiblemente azul añil; el helado tendría
un tono verdoso y la mousse completamente blanca.
Por otra parte, el crujiente de galleta iría
colocado como base simulando la arena y, dando ese
toque dorado del sol en el crepúsculo, rociaría
el postre con una salsa ligera de miel de Malpica.
Ya estaba todo pensado. Había costado, pero
ya lo tenía. Eran las cuatro de la mañana
y no podía esperar ni un minuto más,
me dirigí hacia el restaurante. Por suerte
no vivía muy lejos así que no tardé
mucho en llegar. Era una gozada estar completamente
solo en La Bergamota, así que me permití
el lujo de poner algo de música y al ritmo
de Vetusta Morla, mi grupo favorito, me dispuse a
comenzar. Por suerte tenía todos los ingredientes
necesarios a mi disposición, lo tenía
tan claro que mis manos se movían al compás
de mi mente. Primero el helado. Logré sin demasiadas
complicaciones que quedase lo suficientemente untuoso
y cremoso para que se deshiciese en la boca delicadamente.
Mientras este enfriaba fui preparando la mousse y
la salsa de miel y, para finalizar, la galleta, era
la típica de las abuelas pero con un toque
salado que potenciase el sabor a mar. Al hornearlas
la cocina se inundó de un maravilloso olor
que me transportó a mi infancia, cuando apenas
levantaba medio metro del suelo y ya ayudaba a mi
madre a preparar delicias como estas.
Recogí todo en un momento y al acabar empecé
a notar el cansancio en mi cuerpo. Estaba siendo una
noche agotadora. Dejé todo reposando y con
las mismas me fui a casa a darme una ducha. Al cabo
de una hora ya estaba de vuelta, era la primera vez
que no llegaba tarde, pero estaba más nervioso
que un niño la mañana de Reyes. Mis
compañeros no tardaron en aparecer, yo estaba
en pleno montaje del plato y ante su mirada estupefacta
puse el punto final. Justo en ese momento la profunda
voz del chef rompió el silencio -¿Qué
está pasando aquí?- Él mismo
se acercó a comprobarlo, observó detenidamente
mi creación y cogiendo una cuchara la probó.
Pasó el plato a mis compañeros y sin
decir una palabra se dirigió hacia su despacho.
Aquellos minutos de espera fueron una auténtica
tortura, pero merecieron la pena. Alexandre salió
y dijo: "La carta está cerrada, será
el postre principal, enhorabuena". Me dieron
ganas de pegar un salto y ponerme a gritar, pero como
un buen profesional me mantuve en mi sitio. Dídac,
el nombre por favor- preguntó, -Helado
de mar-.
La temporada ha comenzado, el postre está siendo
un éxito y la tercera estrella está
más próxima que nunca. Sentado en la
terraza reflexiono sobre todo aquello, la verdad es
que a mis veinticuatro años no puedo estar
más orgulloso de mis logros. Todavía
me pregunto qué tal les habrá ido como
médicos, abogados y demás a mis queridísimos
amigos, porque la verdad es que a mí lo de
freír croquetas no me está yendo nada
mal.
2º premio: 'Disturbia'
Isabel Sánchez Liendo. IES ”Marqués
de Santillana”. Bachillerato 1ºA
El móvil estaba sonando. ¿Qué
había pasado? Me sentía desorientado…
¡Vaya dolor de cabeza! Y la musiquita no dejaba
de sonar. ¿Quién demonios sería?
Descolgué el aparato:
- ¿Diga?
- ¿Dónde te has metido, James? ¡Llevo
media hora llamándote al fijo pero no da señal,
como si lo tuvieras descolgado! ¿Qué
haces? Tenemos un John Doe en la morgue y estoy seguro
de que te va a interesar…
Miré el teléfono. Estaba mal colgado.
Qué raro… La estridente voz de Matt Gordon
se metía en mi cabeza y no me dejaba pensar.
¿Dónde estaba el reloj? Las tres menos
veinte de la mañana. No recordaba lo que había
pasado en las últimas horas…
- ¿Hola? ¿Sigues ahí?
- ¿Eh? Sí, sí. Ahora mismo cojo
el coche y voy para allá.
Colgué. Estaba seguro de qué había
ocurrido…
Un mes antes…
En ese momento no había vuelta atrás.
La atronadora detonación de aquel tiro sonó
casi al instante. Sentí una enorme presión
en mi pecho y de mi interior salió un grito
de terror, de rabia. Después, no sentí
nada y lo sentí todo…
De repente abrí los ojos. Era todo blanco.
Escuchaba el ligero sonido del gotear de algún
líquido. ¿Dónde estaba? Miré
a mi alrededor y lo comprendí. Empecé
a recordar…
Llevo varios años persiguiendo a un asesino.
Pero no a uno cualquiera. Es el asesino más
peligroso e inteligente al que me he enfrentado en
mis años como policía… y eso que
ya van unos cuantos, demasiados quizá. Su modus
operandi es muy particular: sólo mata una vez
al mes, el día 23; además, antes de
matar a sus víctimas, les cose sus ojos. Nunca
habíamos conseguido cogerle. De hecho, no nos
habíamos ni acercado… Hasta que pude
seguirle la pista y llegué a tenerle cara a
cara. Incluso tuvimos una pequeña conversación.
Al final hubo un contratiempo y yo salí herido.
Al parecer, la policía llegó a tiempo
para llevarme al hospital, pero… ¿qué
fue de mi agresor?
La puerta de la habitación se abrió
interrumpiendo mis pensamientos y apareció
Gordon. Él era el detective que estaba conmigo
en este caso. Comenzó a hacerme una pregunta
detrás de otra sin darme tiempo para responder.
¡Ni que fuese un interrogatorio!
- ¿Cómo se te ocurrió
ir solo a su encuentro? ¿No pensaste en las
consecuencias? ¡Podrías haber acabado
en el hospital con un balazo en el pecho y perdiendo
la pista de ese maldito asesino! Oh, espera, que eso
es exactamente lo que ha pasado. ¡Un centímetro
más a la derecha y te habría dado en
el corazón!
- Pero estoy vivo y estoy bien, así que deja
ya de gritar, que me acabo de despertar después
de… ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
- Cinco días. Al principio los médicos
pensaban que no ibas a sobrevivir, pero afortunadamente
estaban equivocados.
- ¿Y qué ocurrió con la víctima?
- Por desgracia no consiguió huir. Parece ser
que tras el tiroteo quedaste inconsciente y tu querido
asesino pudo llevar a cabo su ritual. Después
escapó y alguien que había escuchado
el disparo llamó a la policía. Pero
la próxima vez no dejaré que eso ocurra.
Si descubres alguna forma de detenerlo, será
mejor que me lo digas y podremos idear un plan para
atraparlo sin que haya heridos. Aunque creo que deberías
relajarte y desentenderte un poco de ello.
- Llevo años detrás de él, ¡no
voy a parar ahora! Aunque tenga que arriesgar mi vida
más veces. ¡Quiero acabar con esto ya!
- De acuerdo, pero ahora descansa. Tengo entendido
que esta noche te darán el alta y podrás
dormir en tu casa. Adiós, James.
- ¡Espera! Hay algo que he de decirte. Antes
de recibir el balazo, el asesino y yo tuvimos una
charla. Estaba sorprendido porque había conseguido
llegar hasta él (lo cual me resultó
ofensivo) e inesperadamente se sinceró y me
contó cuál era la causa de sus actos:
cuando era pequeño, un exnovio de su hermana
estaba obsesionado con ella y la acosaba. Él
intentó avisar a la policía en varias
ocasiones, pero el joven lo hacía todo sin
dejar rastro y su hermana no tenía pruebas
con las que inculparlo. Además, él era
el único que sabía lo que pasaba, pero
como era un niño, los agentes no le prestaron
mucha atención. Al final, un día 23
acabó matándola y desde entonces él
siente animadversión por los cuerpos de seguridad.
Cada una de sus víctimas es un mensaje que
representa la ceguera de la policía y de ahí
que les cosa los ojos.
Hoy era 23. Estaba claro por qué me llamaba
Matt. Había pasado un mes desde el tiroteo
y el asesino volvería a cometer un crimen.
Desde aquel día las cosas no han vuelto a ser
las mismas. Llevaba años persiguiéndolo,
¡años! Y cuando por fin tuve mi gran
oportunidad, el asunto se me fue de las manos. Estas
tres semanas he estado desesperado, no podía
dejar de pensar en él y cuando salí
del hospital volví a seguir su rastro. Estuve
actuando por mi cuenta porque mis jefes me dijeron
que sería mejor que me tomase un descanso.
No necesitaba descansar. ¡Había pasado
demasiado tiempo buscándolo como para ponerme
a descansar! Pero un nuevo asesinato era el motivo
perfecto para volver a trabajar.
No tardé mucho en llegar a la morgue. Allí
estaba Gordon con el forense contemplando el cadáver.
En efecto, sus ojos estaban cosidos.
- ¿Es usted el detective Davidson? –me
preguntó el forense
- Así es –respondí
- El patrón es el mismo: los ojos cosidos antes
de morir. Según el rigor mortis, este hombre
ha muerto hace unas dos horas.
- Nosotros lo encontramos hace poco menos de una hora.
Nos llegó un aviso anónimo de que se
había visto el cuerpo en uno de esos contenedores
marítimos que hay cerca del puerto. Nadie vio
al asesino. Ya sabemos que no es para nada idiota
y no se dejaría ver con tanta facilidad. Y
menos con lo que pasó la última vez…
Además, a esa hora es muy raro que haya alguien
en dicha zona del puerto.
- ¿Y habéis encontrado alguna pista
que pueda indicarnos el paradero del asesino?
- Por el momento no. El cuerpo de la víctima,
como siempre, no tiene huellas sin identificar. ¡Este
condenado criminal es tan sagaz y escurridizo…!
Así que hemos decidido rastrear el teléfono
del que recibimos la alerta a ver si podemos contactar
con la persona que llamó.
El móvil de Gordon empezó a sonar
- Debe ser la policía que ya ha encontrado
la dirección del número –Gordon
descolgó el teléfono- ¿Habéis
averiguado algo? … ¡¿Cómo?!
… Sí, ahora se lo digo. Gracias, Morgan.
- ¿Qué ocurre?
- Me han dicho que la dirección obtenida corresponde
al número 221B de Claremont Square.
De repente, un escalofrío me recorrió
todo el cuerpo.
- ¡¿Qué?! ¿Estás
seguro de que el resultado está bien?
- Sí, Morgan me ha dicho que lo han comprobado
varias veces para asegurarse.
- ¡Pero eso es imposible! ¿Cómo
puede haberse hecho esa llamada desde mi casa?
- No… No lo sé. ¿Qué estabas
haciendo cuando te avisé para que vinieses?
- El sonido del móvil me despertó. Estaba
confundido. De hecho, no recordaba lo que había
hecho las últimas horas. Además el teléfono
estaba descolgado. ¿Crees que yo llamaría
a la policía?
- Pero, ¿cómo ibas a saber tú
que había un cuerpo en el puerto?
- Tengo que contarte algo. Cuando salí del
hospital, volví a investigar por mi cuenta.
¿Crees que el asesino se dio cuenta de que
lo perseguía otra vez?
- Se me acaba de ocurrir algo peor… Sabemos
lo vanidoso que es y que le gusta reírse de
nosotros. ¿Y si fue él mismo quien avisó
a la policía desde tu casa? Tras tus investigaciones,
averiguaste dónde sucedería su próximo
homicidio. Cuando llegaste allí, ya había
matado a su víctima y te descubrió.
Te drogó y te llevó a tu apartamento.
Por eso no te acuerdas de nada y estabas confuso.
Desde allí, telefoneó a la comisaría
porque lo que él quiere es que descubramos
sus cadáveres.
- ¿Y por qué, después de todo
eso, me deja con vida?
- Eso no lo entiendo… Quizá cuando empecé
a llamarte al móvil se fue de tu casa pensando
que te despertarías… No lo sé.
Pero hemos de avisar a nuestros jefes de todo esto.
Gordon y yo cogimos su coche y nos dirigimos a la
oficina. Por el camino, mi compañero recibió
otra llamada. Puso el altavoz.
- Morgan, James y yo estamos de camino. Se nos ha
ocurrido una teoría bastante interesante.
- Déjate de teorías y escucha atentamente
lo que te voy a decir. Algunos agentes han estado
investigando el lugar del crimen y han encontrado
el cuerpo de otra víctima. Lo hemos identificado
como el exnovio de la hermana del asesino. Uno de
nuestros forenses ha estado analizando el cuerpo minuciosamente.
Tras el examen, ha afirmado que murió desangrado
de un disparo en la cabeza. Por si fuera poco, los
agentes encontraron una pistola 9 mm Parabellum, calibre
que coincide con el de la bala hallada en el cuerpo.
Cuando vengáis aquí, nos contáis
esa teoría que se os había ocurrido.
Ahora hemos mandado analizar las huellas dactilares
obtenidas en la pistola.
Cuando llegamos allí, había un silencio
insólito entre los agentes. Morgan nos informó
de que en ese preciso instante acababan de obtener
el resultado del análisis y nos lo enseñó.
Matt y yo contemplamos con perplejidad el nombre que
rezaba el resultado: James Davidson.

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