Un año 
                            más el instituto Las Llamas de Santander ha 
                            convocado los premios de narrativa y poesía. 
                            Sofía Abascal consiguió el accésit 
                            en Narrativa Primer Nivel con el relato 'Miradas sin 
                            palabras'.  
                          
                             
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                              Aquel niño, 
                                  su mirada triste, su misterioso silencio....  | 
                             
                           
                            
                          NARRATIVA PRIMER NIVEL 
                            ÁCCESIT 
                                                                      
                            Desde hacía tiempo dejaba a su paso un reguero 
                            de comportamientos extraños que habrían 
                            dado que pensar al más dormido. Primero, sus 
                            continuas visitas al parque situado en el centro de 
                            la ciudad. Más tarde, sus repentinos cambios 
                            de humor. Todo indicaba que algo había acontecido 
                            en su vida. Una vida gris y vacía, plagada 
                            de desgracias que se sucedían una tras otra. 
                            Y, al parecer, no terminaban de sucederse. 
                           Trabajaba en la fábrica de zapatillas que 
                            se encontraba a las afueras de la ciudad. Todos los 
                            días se levantaba velozmente, echaba un vistazo 
                            al despertador que marcaba las seis y se daba una 
                            ducha fría que le sacaba de su amodorramiento. 
                            Más tarde, los pantalones, la camisa triste 
                            de siempre, la corbata, la gabardina y un fugaz e 
                            insípido café antes de coger el coche. 
                            Esta vez, no fue así. 
                            Se despertó mucho antes de lo habitual y salió 
                            en camisa interior a la calle. Caminaba por ella con 
                            la vista fija e iba descalzo, pero no le dolían 
                            los pies; no llevaba pantalones, pero no sentía 
                            el frío matinal. Llegó al parque, ese 
                            que tanto había visitado últimamente. 
                            Se acercó al lago y se detuvo a mirar el agua 
                            embobado. Intentó recordar, pero no pudo; su 
                            mente estaba bloqueada. Se preguntaba qué era 
                            lo que le hacía acercarse allí para 
                            después no poder pensar en nada. Miró 
                            hacia los árboles y pudo percatarse de la presencia 
                            de un niño que se movía como un fantasma 
                            entre los matorrales cercanos.  
                          Agudizó la vista y reconoció las facciones 
                            del niño. Su piel era marrón, sus ojos 
                            negros, tenía una mirada triste. Sus labios 
                            parecían muy gruesos y su pelo estaba formado 
                            por trenzas pegadas a la cabeza que caían por 
                            los hombros. Una sucia camiseta que le llegaba a las 
                            rodillas era su único ropaje. Sabía 
                            que estaba siendo observado, y así era. El 
                            hombre en camiseta interior no paraba de mirarlo. 
                            Era el mismo niño de hace un mes, el mismo 
                            de hace dos semanas y el mismo de ayer y de hoy.  
                            Seguía preguntándose, mientras observaba 
                            al niño, qué era lo que le había 
                            hecho salir de casa sin apenas ropa. ¿Sería 
                            él? 
                            Intentó acercarse al niño, se detuvo 
                            ante él y lo miró fijamente. Se miraron 
                            a los ojos durante unos momentos. No sabían 
                            sus nombres, ni su nacionalidad, ni nada de su vida; 
                            sin embargo, se conocían. No era la primera 
                            vez que se encontraban en ese parque. La curiosidad 
                            que tenía el hombre por aquel niño le 
                            había llevado a él definitivamente. 
                           Desde hacía algún tiempo, salía 
                            de la dura jornada en la fábrica e iba al parque 
                            a visitar a aquel misterioso niño. Nunca había 
                            tratado de hablarle y prefería no hacerlo, 
                            pues la extraña relación que entre ellos 
                            se establecía le provocaba una sensación 
                            que nunca antes había tenido. 
                            El tañido de las campanas interrumpió 
                            el silencio entre los dos. Un tímido sol se 
                            atrevía a salir y empezaba a iluminar el parque. 
                            Poco a poco, la ciudad fue despertando y las carreteras 
                            se llenaron de coches y autobuses. 
                            Ambos se fueron distanciando paulatinamente hasta 
                            que se dejaron de ver a causa de la abundante vegetación 
                            del parque.  
                          El hombre volvió a su casa, se vistió 
                            y subió a su destartalado automóvil. 
                            Llegó notablemente tarde a la fábrica, 
                            lo que hizo que aumentara la confusión en cuanto 
                            a su inexplicable forma de actuar. 
                            Estas visitas de madrugada al parque se fueron repitiendo 
                            hasta convertirse en rutina. No se dirigían 
                            la palabra, únicamente se limitaban a mirarse. 
                            Pasaron los meses y el trabajador de zapatillas había 
                            recibido llamadas de atención por parte de 
                            su jefe, debido a sus constantes retrasos y a su bajo 
                            rendimiento, provocado en parte por la falta de sueño 
                            que suponían esas visitas matinales. 
                           Una noche se hallaba cenando frente al televisor. 
                            Ese mismo día, como siempre, había visitado 
                            al niño, que seguía sin dirigirle palabra. 
                            Ahora, un apuesto presentador, rubio y con aspecto 
                            de adinerado, relataba las noticias de la jornada: 
                            varios accidentes de tráfico, un caso de violencia 
                            machista, la evolución del calentamiento global… 
                            lo de siempre. Se disponía a apagar el aparato 
                            cuando el presentador dijo: “Niños inmigrantes 
                            vagabundean por nuestras calles diariamente en busca 
                            de alojamiento. El Gobierno ha comenzado esta mañana 
                            a recogerlos con el fin de devolverlos a su país 
                            de origen”. 
                            La manzana que el televidente sostenía en sus 
                            manos cayó inesperadamente al suelo. Se quedó 
                            pensativo durante unos minutos y, finalmente, se preguntó 
                            qué es lo que le preocupaba. Se metió 
                            en la cama tembloroso.  
                            Apenas consiguió conciliar el sueño. 
                            Aquel niño, su mirada triste, su misterioso 
                            silencio… Ya de mañana, se levantó 
                            decidido y salió de la casa. Recorrió 
                            ese camino que, durante ya largo tiempo, había 
                            realizado. El verano se iniciaba y las mañanas 
                            eran luminosas. Llegó a las orillas del lago 
                            y esperó. No llegaba.  
                            Tras horas de impaciente espera, una lágrima 
                            resbaló por su mejilla. Se acordó del 
                            telediario de la noche anterior y se dio cuenta de 
                            lo que había podido suceder. De repente, oyó 
                            a alguien que se movía entre las hojas. Se 
                            dio la vuelta y allí estaba. Se miraron. Al 
                            cabo de unos minutos, se fueron acercando el uno al 
                            otro. Se dieron la mano, sonrieron y siguieron el 
                            camino de vuelta a casa. Poco a poco, la ciudad fue 
                            despertando y las carreteras se llenaron como siempre 
                            de coches y de autobuses. 
                           
                           
                            
                               
                                  
                                      
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