La filóloga
y escritora Paloma Díaz Mas visitó el
pasado 8 de noviembre el instituto Valle de Camargo
para impartir una conferencia a los alumnos de Bachillerato.
El acto se enmarca en el programa ¿Por
qué leer a los clásicos? incluido
en el Plan de Fomento de la Lectura que subvenciona
el Ministerio de Cultura. Su charla, muy amena, versó
sobre un fragmento de El Cantar de Mío
Cid y su influencia posterior, especialmente,
en la literatura contemporánea.
Nombre:
Paloma Díaz Mas
Lugar de nacimiento y año:
Madrid, 1954
Estudios: Filología y
Periodismo
Profesión: Profesora y
escritora
Premios: Premio de Teatro Breve
Rojas Zorrilla; Premio Cáceres de Novela
Corta; Premio Herralde y Premio Euskadi de novela.
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Paloma Díaz Mas está
especializada en lengua y literatura sefardíes
y ha escrito varios estudios sobre la cultura sefardí,
así como sobre el Romancero y poesía
tradicional. Su ensayo Los sefardís: Historia,
lengua, cultura fue Finalista del Premio Nacional
de Ensayo. Su primera obra, Biografías
de genios, traidores, sabios y suicidas, la publicó
en 1973 y desde entonces ha escrito: La tierra
fértil, Los judíos, El sueño
de Venecia, Una ciudad llamada Eugenio, Nuestro milenio,
Los sefardíes: Historia, lengua, cultura, Tras
las huellas de Artorius, El rapto del Santo Grial
y La informante.
Pregunta.- Hubo contacto con los
alumnos de enseñanzas medias de Camargo
hace dos cursos escolares, ¿qué tuvo
de positiva esa experiencia para una investigadora
del CSIC, Consejo Superior de Investigaciones Científicas?
Respuesta.- Fue muy positiva, entre
otras cosas porque esa investigadora del CSIC es también
una profesora universitaria (dí clases durante
casi 18 años en la Universidad del País
Vasco), a la que le encanta la docencia. Por eso siempre
me resulta gratificante el contacto con los estudiantes,
sean universitarios o de enseñanzas medias.
Si, además, el encuentro es para hablar de
literatura, mucho mejor.
P.- Entonces fue un Encuentro Literario
y ahora un ¿Por qué leer a los clásicos?…
¿qué opina de estos programas para ayudar
en los centros de enseñanzas medias a fomentar
la lectura y el amor por la literatura?
R.- Creo que este tipo de programas
del Ministerio de Cultura cumplen muy bien el objetivo
que se proponen, que es precisamente el fomento de
la lectura. Para cualquier lector suele resultar interesante
poder ver y oir directamente a los autores y hacerles
preguntas sobre su obra en concreto, o sobre su actitud
y relación con la literatura en general. Incluso
a quienes no les gusta leer –o, de momento,
creen que no les gusta-, puede despertarles la curiosidad
por la lectura el poder oír en persona las
experiencias de un escritor. Conozco varias personas
que se han aficionado a la lectura, o que han sentido
especial interés o gusto por leer obras de
un autor en particular, gracias a que asistieron a
algún encuentro de este tipo.
P.- ¿Cómo se ve la
enseñanza de la literatura, sobre todo en secundaria,
desde la atalaya de quien se dedica a la investigación,
pero conoce el mundo de la docencia?
R.- ¡Hombre, lo de la atalaya
suena un poco mal!: parece como si los investigadores
mirásemos a los demás mortales desde
lo alto, por encima del hombro. Pero vale, entiendo
la pregunta y paso a contestarla.
La enseñanza de la literatura en secundaria
no es que se vea bien o mal: es que casi no se ve.
Creo que sufre varios problemas a la vez: por una
parte, que la enseñanza de la literatura está
en los programas demasiado supeditada a la enseñanza
de la lengua; tal y como están organizados
los estudios de ESO y Bachillerato, prácticamente
no existe la asignatura de “Literatura”
de forma independiente.
Además, los programas (que los profesores tienen
que seguir obligatoriamente, aunque a muchos de ellos
quizás les gustaría hacer las cosas
de otra manera) están mal organizados, de manera
que no se transmite de forma clara la cronología
de la literatura, se dejan sin atender durante varios
cursos períodos literarios importantes (Edad
Media, Siglos de Oro) y en cambio se repite en varios
cursos el mismo perído (siglos XIX y XX), hay
años en los que no se estudia literatura y,
por si fuera poco, la programación de la materia
Literatura está mal acompasada con la programación
de Historia, cuando las dos asignaturas deberían
estudiarse en paralelo y relacionandóse una
con otra (es imposible entender bien la literatura
si uno no tiene en cuenta el contexto histórico
en el que se produjo).
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Paloma Díaz
Mas durante la conferencia que ofreció
en el Salón de Actos del instituto. |
P.- Muchos, alumnos y profesores,
creemos que la literatura ha quedado abandonada y
sometida en todo caso, a la lengua, cuyo carácter
instrumental no comparte… ¿cómo
podríamos arreglar este panorama?
R.-En parte, he contestado esa pregunta
en la anterior.
Creo que sería fundamental que hubiera una
asignatura de literatura (sólo literatura,
no lengua y literatura) obligatoria en bachillerato,
preferiblemente en primer curso.
Además, que los programas de literatura y de
historia estuvieran acompasados entre sí, de
manera que cuando uno estudia un período histórico,
se estudie paralelamente la literatura de ese mismo
período. Sólo así podremos evitar
dos problemas que ya se están dando en la Universidad:
uno, que los estudiantes universitarios suelen tener
las ideas muy poco claras con respecto a la cronología,
las distintas etapas y movimientos literarios a lo
largo de la historia; y dos, que hoy en día,
en España, puede uno salir licenciado en Filología
(Inglesa, o Clásica, o Alemana, o Francesa,
etc, todas las licenciaturas de filología que
no sean Hispánicas) sin haber estudiado una
sola asignatura dedicada monográficamente a
la literatura española ni en el bachillerato
ni en la Universidad.
P.- Promocione usted la enseñanza
y el aprendizaje de la literatura… ¿qué
puede ofrecer la buena literatura a los jóvenes
de hoy?
R.-En primer lugar, la literatura
puede ofrecer entretenimiento. Desde luego, compite
con otras formas de llenar el ocio (que van desde
el deporte al botellón, pasando por la informática
o los medios audiovisuales), pero no podemos olvidar
que a lo largo de la historia leer ha sido una forma
de entretenerse para muchas personas. Una forma, además,
barata (un libro es más barato que un ordenador
o que la entrada de un concierto de rock, y además
los libros pueden tomarse en préstamo de una
biblioteca o intercambiarse con los amigos) y que
se adapta muy bien al medio (uno puede leer en su
casa, en la playa, en el campo o en el transporte
público: en una gran ciudad como Madrid hay
mucha gente que lee durante los trayectos de metro
o de tren de cercanías).
Pero además, como todas las actividades humanísticas,
creo que la literatura nos ayuda a ser más
personas. A través de los libros podemos comprender
mejor a los demás, tanto a personas de nuestra
época como de otras épocas o de otras
culturas y países. Establecer una relación
sin fronteras espaciales ni temporales con otros seres
humanos. Eso nos enriquece como personas.
Y, por último, leer nos enseña a dominar
el lenguaje. Amplía y desarrolla nuestra capacidad
de expresión. Y saber expresarse, tanto oralmente
como por escrito, es fundamental para tener éxito
en nuestro mundo actual. Así que la lectura
tiene también una utilidad práctica
muy clara, lo cual a veces se tiende a olvidar: parece
como si la lectura fuera sólo un adorno, y
es un ejercicio de preparación para aprender
a pensar y a expresarnos.
P.-¿Es usted de las que opina
que “vale leer todo” o considera que es
conveniente mostrar la tradición literaria
porque si no se hace en la escuela no se hace en ningún
otro lugar?
R.-Yo diría que las dos cosas.
Individualmente, vale todo: que cada cual lea lo que
quiera, incluso mala literatura. Pero la escuela tiene
la obligación de informar a los estudiantes
sobre la mejor literatura y formarles para que la
conozcan y la entiendan.
P.-¿Se llega a la escritura
por la lectura o puede ser el camino a la inversa?
¿Cómo se decidió a escribir?
¿Disfruta más leyendo o escribiendo?
R.-Depende de las personas. En mi
caso, creo que he tenido lo que podría llamarse
una vocación literaria incluso desde antes
de aprender a leer y a escribir: con tres o cuatro
años ya hacía yo “periódicos”
escribiendo líneas onduladas (que, naturalmente,
no significaban nada, porque yo no sabía escribir)
en hojas de papel dobladas en forma de cuadernillo,
me inventaba historias y personajes imaginarios y,
cuando tuve hermanos (fui hija única hasta
los ocho años), empecé también
a inventarme historias para ellos. Cuando aprendí
a leer, la lectura se convirtió en mi pasatiempo
favorito (primero en tebeos y cuentos troquelados,
luego en libros de verdad). Hay otras personas, sin
embargo, que sintieron nacer su interés por
la escritura de mayores, incluso cuando ya eran casi
ancianos. Pero, en general, creo que todos los escritores
son también asiduos lectores.
El disfrute de leer y escribir es muy distinto. Leo
mucho más de lo que escribo, y dedico muchas
más horas a leer que a escribir. Leer es una
actividad relajada, ya que sólo tengo que disfrutar
de la lectura que me dan ya hecha. Escribir es una
actividad llena de tensión: soy yo quien tiene
que inventarse la historia, y desde luego que nunca
me sale a la primera; para mí, escribir es
una actividad muy trabajosa.
P.-¿Cómo ve el panorama
lector dentro de la sociedad española? ¿Está
de acuerdo con las afirmaciones sociales de que cada
vez se lee menos o piensa que hay más gente
que lee de la que se cree?
R.-La situación es rarísima.
En España se publican decenas de miles de libros
al año (creo que en torno a sesenta o setenta
mil, de los cuales aproximadamente el diez por ciento
son libros de creación literaria). Así
que, si existe una industria editorial tan productiva,
debe haber consumidores para ella.
Pero también es cierto que las tiradas son
cortas (entre tres mil y cinco mil ejemplares es la
tirada normal de un libro en España) y que,
desde luego, hay mucha gente que nunca lee un libro.
Es como si la lectura se hubiera convertido en una
actividad especializada: de la misma manera que hay
gente aficionada a practicar un deporte determinado
(pero no todo el mundo es deportista) hay gente aficionada
a leer, incluso apasionada por la lectura (pero no
todo el mundo lee). Los que leen suelen ser lectores
asiduos, pero hay mucha gente que no lee nada.
P.- Dentro de su vida como erudita
y escritora habrá realizado diversos viajes.
En cuanto a lectores se refiere, ¿qué
anécdota podría contarnos según
su experiencia?
R.- Voy a contar una anécdota
que se refiere a mis viajes cotidianos en tren de
cercanías; en otras épocas no sería
apta para menores, pero hoy en día no nos vamos
a asustar y creo que es graciosa. Allá va:
Actualmente vivo en un pueblo de la sierra de Guadarrama,
a 38 kilómetros de Madrid, y tengo que desplazarme
todos los días al centro de la ciudad (donde
está el Consejo Superior de Investigaciones
Científicas, en el que trabajo) en tren de
cercanías. Como el trayecto dura aproximadamente
una hora, voy siempre leyendo.
Este verano iba yo viajando en el tren y aprovechaba
para releer las Novelas Ejemplares de Cervantes,
entre otras cosas porque me habían pedido una
colaboración para una Enciclopedia Cervantina
que se va a publicar con motivo del 400 aniversario
de la publicación de la primera parte de El
Quijote, y necesitaba volverme a leer una serie
de obras de Cervantes para hacer mi trabajo.
El vagón iba medio vacío (estábamos
a finales de agosto) y yo estaba absorta en la lectura
de El coloquio de los perros, un texto divertidísimo
y, tan moderno, que parece mentira que esté
escrito en el siglo XVII. Hacia el principio del viaje
noté que se sentaba frente a mí un señor,
al que apenas miré; pero, aun absorta en la
lectura como estaba, yo notaba que mi vecino de viaje
no hacía más que moverse, rebullirse
en el asiento, cambiar de postura, etc.
Al cabo de aproximadamenta media hora, en un momento
en que estábamos parados en una estación,
levanté la cabeza del libro. Y entonces ¿qué
veo? ¡Glups! El señor que se había
sentado frente a mí... ¡era un exhibicionista!
Entonces entendí por qué no hacía
más que moverse y cambiar de postura: llevaba
cosa de media hora tratando de llamar mi atención
para que le mirase, sin conseguirlo, porque yo estaba
sumergida en El coloquio de los perros. Así
que el pobre debió de pasarse medio viaje frustradísimo,
exhibiéndose para nadie, mientras aquella idiota
que tenía enfrente (yo misma) no levantaba
los ojos del libro.
Creo que es lo más alucinante que me ha pasado
en un viaje. Y, desde luego, tiene relación
con la lectura. ¡Vaya si la tiene!
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Las profesoras
Elvira y María José flanquean
a la escritora madrileña. |
P.-¿Qué busca cuando
se sumerge en un libro de literatura clásica,
que es lo que espera encontrar? ¿Qué
es lo que más le interesa de estos clásicos?
R.- Bueno, espero encontrar cualquier
cosa... menos lo que encontré delante de mis
narices aquel día de la anécdota que
acabo de contar.
Ahora en serio, lo que espero es sobre todo que el
libro me prenda, que me interese y, cómo no,
me distraiga. Y lo que más me interesa de los
clásicos es que sean actuales, es decir, que
aunque estén escritos en otra época,
me cuenten cosas que de alguna manera sean válidas
hoy en día, sobre todo porque se refieren a
preocupaciones y situaciones del ser humano que me
resulten reconocibles y, de alguna manera, vigentes
todavía hoy.
P.- En su próximo libro
relata su experiencia personal ¿Podría
de alguna forma ayudar esto a reflexionar y descubrir
en los lectores ese interés por los clásicos?
R.-Lo que cuento en mi próximo
libro (que va a titularse Como un libro cerrado)
es sobre todo cómo se forma una escritora,
incluso desde la primera niñez. Cómo
las vivencias que vas teniendo –incluso las
más triviales- pueden ser determinantes, muchos
años después, a la hora de escribir.
Y, sí, parte de esas vivencias son mis lecturas
de infancia y adolescencia, entre las cuales hay obras
clásicas, como El Cantar de Mio Cid
o El Quijote, pero también tebeos
o cuentos infantiles. Creo que algunos lectores (sobre
todo los de mi edad) pueden sentirse identificados
con algunas cosas que cuento; y para otros, que no
hayan tenido vivencias parecidas, seguramente les
resultará interesante ver qué experiencias
pueden determinar la tarea de un escritor.
P.-¿Cuál de estos libros
clásicos es su mayor influencia a la hora de
ponerse a escribir y que otras influencias refleja
en sus textos?
R.- Suena a tópico, pero mi
libro favorito es El Quijote, sobre todo
porque lo encuentro muy divertido y tiene una ironía,
una forma de ver las cosas, muy actual. Me hicieron
leerlo por primera vez en el colegio, en voz alta,
y luego lo he releído varias veces, en parte
por gusto y en parte porque, como he sido profesora
de literatura española del Siglo de Oro durante
muchos años, he tenido que leerlo de nuevo
para explicarlo a mis alumnos, o comentar pasajes
en clase. Cada vez que lo leo me lo paso mejor. Y
creo que ha dejado una huella muy grande en mi escritura.
Una huella que a veces es evidente y otras veces está
ahi, subterránea, pero siempre presente.
P.- Y para finalizar, ¿qué
se lleva de estos encuentros en los institutos, con
alumnos y profesores?
R.- Sobre todo, el recuerdo de habérmelo
pasado muy bien. Realmente disfruto con estos encuentros.
Y también me llevo información: información
sobre cómo está la enseñanza
de la literatura, cuál es la actitud de los
alumnos hacia ella, qué cosas interesan más
y cuáles interesan menos. Aunque parezca que
no, quien da una conferencia –igual que el profesor
que da una clase- percibe muchas cosas en el ambiente
de la sala. Cosas que a lo mejor no se dicen expresamente,
pero que están presentes en la relación
entre quien habla y quienes escuchan y, luego, preguntan.
Y también las preguntas me ayudan a entender
y a reflexionar sobre mi propia labor como escritora.
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