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Trabajos: Relatos Poemas
El abuelo Andaba un poco encorvado con el peso de los años. El poco pelo que le quedaba era casi blanco. La calva le brillaba por efecto del aire y el sol. Su rostro estaba surcado por multitud de arrugas. Sus ojos a veces parecían tristes. El abuelo caminaba por el sendero, que conduce a un castaño, a
paso ligero. Se apoyaba en su cachava porque sus piernas ya no tienen la
fuerza de hace unos años. Bajo el castaño se reunía con más amigos de su edad.
Hablaban mucho, sobre todo de recuerdos, de lo que hacían cuando
eran jóvenes, de todo lo que habían trabajado, de cosas de
la mili y, sobre todo, lo diferente que era la vida ahora... Me enseñaba nombres de plantas. Algunas eran buenas para curar
algunas enfermedades. También me contaba cosas de algunos animales
que él conocía por haberlos observado durante muchos años.
Siempre es la misma historia Esto no es nuevo, nada nuevo, es más que conocido, lo sabemos todos, lo hemos podido oír, ver, incluso sentir, si no hemos mirado para otro lado cuando esta historia la tuvimos enfrente. Os contaré, pues, esta historia una vez más, pero, en esta ocasión, lo hago desde lo más profundo de mi alma, queriendo quedar libre de la parte de culpa que me toca por ser este mundo como es y no poder (saber) hacer nada por cambiarlo, mientras se sigue repitiendo cientos de veces en tantos países cada día. Mauricio es un hombre argentino que llegó a España hace un mes. Tiene dos hijas de tres y nueve años que están en Argentina con los abuelos, ya que Mauricio es viudo desde hace dos años. Mauricio tiene papeles. Llegó en un avión de carga después de ahorrar dos años para pagar el viaje. El 18 de marzo salió de su país. Argentina, hoy en día, está pasando una fuerte crisis política y económica. Por eso, Mauricio, no podía mantener a su familia. Llegó a Barajas por la mañana, cuando estaba amaneciendo.
Cogió un taxi que lo llevó a un barrio de las afueras de Madrid.
Allí sabría encontrar a su primo, que se llamaba José
Antonio. Más tarde, se enteró de que el hombre marroquí se llamaba Farouk. Farouk era alto y esbelto, de piel morena, los dedos de sus manos eran largos y huesudos.En la palma de la mano se podían ver las marcas del trabajo. Pero lo que más le caracterizaba era su pelo rizoso y sus grandes ojos negros y profundos. Farouk no tenía papeles. En su país se dedicaba a cultivar la tierra. Hubo un tiempo en el cual estuvo metido en el mundo de la droga, pero no como consumidor. Estuvo dos meses transportando droga por Melilla y uno por Ceuta, para, después, poder pasar en los bajos de un camión. Aquí vivía de limosnas y ONGs. José Antonio tampoco tenía papeles. En su país estudió Medicina y ejerció durante meses en un hospital de Córdova, pero hubo recorte de personal y se quedó sin trabajo. A sus veintiséis años no tenía familia. Llevaba en España un año y medio. Trabajaba de albañil y le pagaban cuarenta mil pesetas al mes. Mauricio sí tenía papeles y eso era toda una suerte. Pero no era joven, tenía cuarenta y dos años y su carrera de Derecho no le serviría de mucho en nuestro país. Esa misma tarde fue a comprar el periódico y, de paso, podía conocer la ciudad. Se sentó en la barra de un pequeño bar y, mientras miraba el tablón de anuncios, tomó un café. Sí, había trabajos que podía realizar y no debían pagar mal. Pagó y se dirigió a una cantina que estaba a la vuelta de la esquina (según le indico el camarero que le atendió). Entró en el bar y le dijo al dueño: - Buenos días, venía por el puesto de camarero. En los otros sitios no fue mejor. Mauricio, desanimado, fue al bar en el que había tomado un café hacía cuatro horas. Pidió una botella de ron, gastándose así todo el dinero que tenía. Después de haber pagado, el dueño se sentó a su lado y le dijo: - Mira, muchacho, no quiero tener problemas, bastantes borrachos hay
en España para que, encima, vengan otros de fuera. Así que
¡largo!, ¡fuera!. ¡Que llamo a la policía!. Así que Mauricio y su botella de ron se dirigieron a la casa de su primo (si se le puede llamar casa). Pero al llegar, se encontró con tres hombres con pocas ganas de dialogar; sin más, le quitaron la botella, un anillo y como remate le dieron una paliza. Por la mañana se encontraba en una especie de cama y, al lado, su primo. Tenía la cabeza magullada y un dedo roto. - Te voy a llevar a un médico. Y así pasaron dos semanas, pero su estado no mejoraba. Un día, al levantarse, se cayó, golpeándose la cabeza con el suelo quedando inconsciente. Su primo le llevó al hospital donde le ingresaron de urgencias. Tres días después despertó pero, según le dijo el médico a José Antonio, Mauricio tenía un coágulo de sangre en la cabeza y no se podía operar. Su primo, que sabía perfectamente lo que le decía el doctor, le preguntó: - ¿Se puede hacer algo? Su primo decidió que lo mejor sería volver a Argentina. Y así es como termina esta historia. Ya no he vuelto a tener noticias de ellos, pero seguro que a Mauricio no le volveré a ver. Estoy segura que os ha resultado conocida, casi familiar. Puede cambiar algún detalle o incluso hasta el mismo final, pero, ¡se parece tanto! Me gustaría poder escribir muchas historias de éstas, ¡¡con un final feliz!!
Estaba paseando por las montañas, cuando vi un líquido color púrpura deslizándose por un pequeño surco que descendía a su vez por una diminuta cascada. Me acerqué un poco más a ese líquido y descubrí
que se trataba de un río de pequeños hombrecillos, ya que
divisé un minúsculo velero que contenía microscópicos
alimentos. Los hombres eran completamente calvos y las mujeres tenían largas
melenas color púrpura, porque se lavaban el pelo en el río.
Los niños y niñas vestían trajes del mismo color del
río, en su honor. Sus viviendas estaban hechas de barro y sus puertas
eran de extraños colores. Como tenía miedo a que se asustaran de mi tamaño, me subí a un árbol cercano, desde el cual pude averiguar por qué se asustaban cuando alguien decía leche. Se asustaban porque, diciendo leche, bajaba desde la montaña una bruja llamada Desnatada. Como una verdadera heroína, me prometí derrotar a esa malvada bruja. Para poder derrotarla, tenía que averiguar dónde se encontraba su guarida, así que decidí preguntar al viejo curandero de los Forsyl. Según él, tenía como amigos a unos humanos, por tanto no se asustaría de mi tamaño. Cuando le pregunté, como era de esperar, no se asustó de nada y me dijo sin ningún problema dónde se resguardaba la bruja. Al día siguiente, empecé mi viaje hacía las montañas. No tuve problemas para encontrarla, ya que ese día estaba tomando
el sol en un claro del bosque. Ella prometió ante los Forsyl y ante mí que nunca más volvería a ser mala. Y desde entonces los Forsyl y la bruja Desnatada fueron amigos.
Vacaciones en la luna Hola, Patricia: Mis vacaciones en la luna han sido geniales, no te puedes imaginar cuántas cosas me han pasado.... Allí el paisaje es totalmente distinto, la gente se desplaza flotando y no hay gravedad. Así era la luna, pero ha cambiado mucho. El hotel en el que nos quedamos tenía habitaciones con vistas
a la tierra, y yo pensaba: ¿Dónde estará Patricia?. En los colegios, el nivel de enseñanza es bastante bueno y su
construcción es muy parecida a la de una nave. Un fuerte abrazo:
PD: Espero que algún día puedas conocer cómo es la luna. Así es la luna, ¿a que es alucinante?, eso pensé yo.
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