Nº35. Noviembre-Diciembre. 2002.
 


 

Trabajos:

Relatos
El abuelo Por Rosalía Fernández
Siempre es la misma historia Por Rebeca Amieva
Un líquido misterioso Por Aroa Hureñu.
Vacaciones en la luna Por Sandra Cabello
La familia del 5 Por Andrea Ortiz
Leer y escribir Por Andrea González
Las oscuras nieblas Por Fernando Vitorero

Poemas
Ríos de sangre Por Marta Martínez


 

 

 

 

 

 

El abuelo
Por Rosalía Fernández, alumna de 2º de ESO del IES Valle del Saja

Andaba un poco encorvado con el peso de los años. El poco pelo que le quedaba era casi blanco. La calva le brillaba por efecto del aire y el sol. Su rostro estaba surcado por multitud de arrugas. Sus ojos a veces parecían tristes.

El abuelo caminaba por el sendero, que conduce a un castaño, a paso ligero. Se apoyaba en su cachava porque sus piernas ya no tienen la fuerza de hace unos años.
Sentado bajo el castaño observaba gran parte del valle. Le gustaba ver cómo los campesinos trabajaban las tierras. Lo mismo que había hecho él toda su vida.
Cuidaba las plantas con mucho esmero, las quitaba las malas hierbas, las regaba, vigilaba que no se las comieran los animales y se sentía orgulloso de verlas crecidas.
La primavera le gustaba especialmente porque veía crecer las plantas y nacer nuevos animales.Había mucho bullicio en la naturaleza. El otoño le resultaba más triste. Todo se iba apagando, hasta los días.

Bajo el castaño se reunía con más amigos de su edad. Hablaban mucho, sobre todo de recuerdos, de lo que hacían cuando eran jóvenes, de todo lo que habían trabajado, de cosas de la mili y, sobre todo, lo diferente que era la vida ahora...
Algunas veces le gustaba estar solo y se iba por otro camino y pensaba.
En el invierno, como no podía salir a la calle, trabajaba en casa haciendo cachavas, tallando figuras de madera con su navaja.
También le gustaba leer cerca de la chimenea, pero se le cansaba la vista. Por eso, cuando yo iba a visitarle, me pedía que le leyera libros y pasaba mucho rato escuchándome.
Si hacía bueno, caminábamos hacia el castaño y hablábamos. Le gustaba que le contara lo que hacía en clase. A veces le contaba lo que había aprendido: dónde estaba un río o una ciudad, o la altura de un monte. También le contaba las historias que me inventaba para clase. Él se reía mucho. Él me contaba que apenas pudo ir a la escuela porque tuvo que ponerse a trabajar para ayudar en casa. Le hubiera gustado estudiar más. Se alegraba de que yo pudiera estudiar y me animaba a seguir.
Me explicaba cómo eran los juegos cuando él era pequeño, que los juguetes los fabricaban ellos.

Me enseñaba nombres de plantas. Algunas eran buenas para curar algunas enfermedades. También me contaba cosas de algunos animales que él conocía por haberlos observado durante muchos años.
El abuelo no conocía el mar y le gustaría conocerlo. Por eso, en las próximas vacaciones vamos a llevarle a la costa para que conozca el mar, dé un paseo en barco y hable con los pescadores.
Estoy esperando que llegue el momento para ver al abuelo feliz.

 

 

 

Siempre es la misma historia
Por Rebeca Amieva, alumna de 3º de ESO del IES Valle del Saja.

Esto no es nuevo, nada nuevo, es más que conocido, lo sabemos todos, lo hemos podido oír, ver, incluso sentir, si no hemos mirado para otro lado cuando esta historia la tuvimos enfrente.

Os contaré, pues, esta historia una vez más, pero, en esta ocasión, lo hago desde lo más profundo de mi alma, queriendo quedar libre de la parte de culpa que me toca por ser este mundo como es y no poder (saber) hacer nada por cambiarlo, mientras se sigue repitiendo cientos de veces en tantos países cada día. Mauricio es un hombre argentino que llegó a España hace un mes. Tiene dos hijas de tres y nueve años que están en Argentina con los abuelos, ya que Mauricio es viudo desde hace dos años.

Mauricio tiene papeles. Llegó en un avión de carga después de ahorrar dos años para pagar el viaje. El 18 de marzo salió de su país. Argentina, hoy en día, está pasando una fuerte crisis política y económica. Por eso, Mauricio, no podía mantener a su familia.

Llegó a Barajas por la mañana, cuando estaba amaneciendo. Cogió un taxi que lo llevó a un barrio de las afueras de Madrid. Allí sabría encontrar a su primo, que se llamaba José Antonio.
Después de una corta búsqueda, dio con su casa, o más bien barraca. Al entrar, José Antonio estaba sentado en el suelo con un hombre de origen marroquí. Al verlo se levantó y corrió a abrazarlo. Mauricio se sentó en el suelo y cogió una rodaja de pan; ¡se acababa de dar cuenta del hambre que tenía!

Más tarde, se enteró de que el hombre marroquí se llamaba Farouk. Farouk era alto y esbelto, de piel morena, los dedos de sus manos eran largos y huesudos.En la palma de la mano se podían ver las marcas del trabajo. Pero lo que más le caracterizaba era su pelo rizoso y sus grandes ojos negros y profundos.

Farouk no tenía papeles. En su país se dedicaba a cultivar la tierra. Hubo un tiempo en el cual estuvo metido en el mundo de la droga, pero no como consumidor. Estuvo dos meses transportando droga por Melilla y uno por Ceuta, para, después, poder pasar en los bajos de un camión. Aquí vivía de limosnas y ONGs.

José Antonio tampoco tenía papeles. En su país estudió Medicina y ejerció durante meses en un hospital de Córdova, pero hubo recorte de personal y se quedó sin trabajo. A sus veintiséis años no tenía familia. Llevaba en España un año y medio. Trabajaba de albañil y le pagaban cuarenta mil pesetas al mes.

Mauricio sí tenía papeles y eso era toda una suerte. Pero no era joven, tenía cuarenta y dos años y su carrera de Derecho no le serviría de mucho en nuestro país.

Esa misma tarde fue a comprar el periódico y, de paso, podía conocer la ciudad. Se sentó en la barra de un pequeño bar y, mientras miraba el tablón de anuncios, tomó un café. Sí, había trabajos que podía realizar y no debían pagar mal. Pagó y se dirigió a una cantina que estaba a la vuelta de la esquina (según le indico el camarero que le atendió). Entró en el bar y le dijo al dueño:

- Buenos días, venía por el puesto de camarero.
- Buenos días, ¿Cuántos años tienes?
- Cuarenta y dos, señor.
- ¡No estamos en la mili, eh! ¿Tienes experiencia como camarero?
- No, señor, pero aprendo rápido.
- "Malegro" mucho, pero si no tienes experiencia paso, y ahora largo, si no, ¡llamo a la policía!

En los otros sitios no fue mejor. Mauricio, desanimado, fue al bar en el que había tomado un café hacía cuatro horas. Pidió una botella de ron, gastándose así todo el dinero que tenía. Después de haber pagado, el dueño se sentó a su lado y le dijo:

- Mira, muchacho, no quiero tener problemas, bastantes borrachos hay en España para que, encima, vengan otros de fuera. Así que ¡largo!, ¡fuera!. ¡Que llamo a la policía!.
- Ya me voy sólo quería tomar una copa, nada más.

Así que Mauricio y su botella de ron se dirigieron a la casa de su primo (si se le puede llamar casa). Pero al llegar, se encontró con tres hombres con pocas ganas de dialogar; sin más, le quitaron la botella, un anillo y como remate le dieron una paliza.

Por la mañana se encontraba en una especie de cama y, al lado, su primo. Tenía la cabeza magullada y un dedo roto.

- Te voy a llevar a un médico.
- No, estoy bien, déjame.

Y así pasaron dos semanas, pero su estado no mejoraba. Un día, al levantarse, se cayó, golpeándose la cabeza con el suelo quedando inconsciente. Su primo le llevó al hospital donde le ingresaron de urgencias. Tres días después despertó pero, según le dijo el médico a José Antonio, Mauricio tenía un coágulo de sangre en la cabeza y no se podía operar. Su primo, que sabía perfectamente lo que le decía el doctor, le preguntó:

- ¿Se puede hacer algo?
- Me temo que no.
- ¿Cuánto tiempo le queda?
- No más de dos meses.

Su primo decidió que lo mejor sería volver a Argentina. Y así es como termina esta historia. Ya no he vuelto a tener noticias de ellos, pero seguro que a Mauricio no le volveré a ver.

Estoy segura que os ha resultado conocida, casi familiar. Puede cambiar algún detalle o incluso hasta el mismo final, pero, ¡se parece tanto! Me gustaría poder escribir muchas historias de éstas, ¡¡con un final feliz!!

 

 


Un líquido misterioso
Por Aroa Hureña, alumna de 2º de ESO del IES Valle del Saja.

Estaba paseando por las montañas, cuando vi un líquido color púrpura deslizándose por un pequeño surco que descendía a su vez por una diminuta cascada.

Me acerqué un poco más a ese líquido y descubrí que se trataba de un río de pequeños hombrecillos, ya que divisé un minúsculo velero que contenía microscópicos alimentos.
Seguí el rastro de aquel extraño líquido, hasta que me tropecé, y desde allí pude ver aún mejor lo que mis ojos no creían ver. ¡Era un pueblo de diminutos seres, a los que llamé Forsyl!

Los hombres eran completamente calvos y las mujeres tenían largas melenas color púrpura, porque se lavaban el pelo en el río. Los niños y niñas vestían trajes del mismo color del río, en su honor. Sus viviendas estaban hechas de barro y sus puertas eran de extraños colores.
Los Forsyl se dedicaban a la ganadería, pero también eran famosos en todo el valle mágico por sus deliciosos quesos. Los seres más ancianos eran muy sabios, debido a las historias que contaban y al vocabulario que empleaban.

Como tenía miedo a que se asustaran de mi tamaño, me subí a un árbol cercano, desde el cual pude averiguar por qué se asustaban cuando alguien decía leche. Se asustaban porque, diciendo leche, bajaba desde la montaña una bruja llamada Desnatada.

Como una verdadera heroína, me prometí derrotar a esa malvada bruja. Para poder derrotarla, tenía que averiguar dónde se encontraba su guarida, así que decidí preguntar al viejo curandero de los Forsyl. Según él, tenía como amigos a unos humanos, por tanto no se asustaría de mi tamaño.

Cuando le pregunté, como era de esperar, no se asustó de nada y me dijo sin ningún problema dónde se resguardaba la bruja. Al día siguiente, empecé mi viaje hacía las montañas.

No tuve problemas para encontrarla, ya que ese día estaba tomando el sol en un claro del bosque.
Cuando me disponía a atraparla, me di cuenta de que la bruja estaba hablando. Decía que se encontraba sola y que necesitaba amigos. Entonces yo le dije que, si era buena, podría ser amiga de los Forsyl.

Ella prometió ante los Forsyl y ante mí que nunca más volvería a ser mala. Y desde entonces los Forsyl y la bruja Desnatada fueron amigos.

 

 

 

Vacaciones en la luna
Por Sandra Cabello Sanz. Alumna de 2ºA del IES Juan José Gómez Quintana de Suances.

Hola, Patricia: Mis vacaciones en la luna han sido geniales, no te puedes imaginar cuántas cosas me han pasado....

Allí el paisaje es totalmente distinto, la gente se desplaza flotando y no hay gravedad.


Así era la luna, pero ha cambiado mucho.

El hotel en el que nos quedamos tenía habitaciones con vistas a la tierra, y yo pensaba: ¿Dónde estará Patricia?.
Los domingos íbamos a la iglesia más cercana y por la tarde íbamos al fútbol, cómo serán los campos de fútbol, te preguntarás. Pues son muy parecidos a los de nuestro planeta.
También visitamos el zoo, en el que se encuentran algunas especies muy parecidas a las de nuestro planeta. ¡Qué miedo pasé! Un animal muy extraño estuvo apunto de morderme, pero todo quedó en un susto.

En los colegios, el nivel de enseñanza es bastante bueno y su construcción es muy parecida a la de una nave.
Allí los alimentos son muy caros y la mayor parte de la gente se alimenta de comida rápida por distintas razones.
Casi todo el mundo trabaja en el comercio.
Las familias son poco numerosas, tienen entre uno o dos hijos.
Pero lo mejor de todo fue el parque de atracciones, era inmenso y con unas atracciones que daban un miedo terrible, entre ellas estaba la montaña rusa y era todavía más espectacular que la de la tierra. Al principio no quería subirme, pero mi hermana me animó, pasé muchísimo miedo, pero no me arrepiento de haber subido. Lo que más lamento es haber perdido la pulsera que me regalaste; se me cayó y no pude cogerla, espero que me hagas otra. Me asombró que todas aquella atracciones eran gratis, encima tenías un guía con una vestimenta muy graciosa que te llevaba a conocer aquel inmenso parque.

Un fuerte abrazo:
Sandra

 

PD: Espero que algún día puedas conocer cómo es la luna.


Así es la luna, ¿a que es alucinante?, eso pensé yo.