Desde donde
mires Sniace forma parte del perfil urbano de la ciudad,
de su historia y de su corazón. "Cada
puesto de trabajo de la factoría representa
2,8 puestos indirectos en su comarca", nos explican
en el departamento de empresas de la Universidad,
que hace pocos meses ha cerrado un estudio sobre el
tema. Formado por diez empresas dedicadas a actividades
que van desde la explotación forestal hasta
la fibra sintética y la celulosa, pasando por
los biocombustibles, la producción energética
y el tratamiento de residuos, el grupo Sniace es el
ejemplo de una lucha agónica de sus empleados
desde 1991. Es la lucha obrera más prolongada
de la industria española.
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Trabajadores
concentrados frente al Parlamento de Cantabria. |
"En 1991 comenzaron los EREs y los despidos,
en el 93 los grandes encierros; desde entonces, negociaciones
y sacrificios laborales de todo tipo. En dos décadas
hemos pasado de 4.000 trabajadores a 490, muchos de
los cuales han vivido estos años con la angustia
de perder su casa, su empleo y su vida, o son hijos
y nietos de trabajadores y llevan 20 años en
lucha y en alerta, un desgaste emocional difícil
de sobrellevar". Y él es uno de los que
lo padece, Miguel de Dios, hasta hace unas fechas
enlace sindical, y hoy en regulación de empleo.
Su primer gran problema fue la modernización.
En los duros tiempos de la reconversión, en
los 90, la empresa tuvo que adaptar su obsoleta tecnología,
propia de un mercado cerrado como el franquista, poco
competitivo, a los nuevos tiempos, y con la losa de
un socio financiero, Banesto, que sumido en su propia
crisis precisaba desinvertir a cualquier precio.
Tras aquello la empresa pudo superar la situación
renegociando deudas, reduciendo plantillas y enajenando
buena parte de su patrimonio. Algunas empresas del
grupo desaparecieron y con ellas miles de empleos.
Los que quedaban debieron hacer frente al segundo
reto. Sniace era una empresa sucia, un ejemplo de
Telediario de la contaminación, y con una ciudad
cansada de los malos olores de sus chimeneas, de un
río mortecino y de tanta lucha callejera. Con
el apoyo de los sindicatos, la empresa inició
hace diez años una de las apuestas ambientales
más grandes de Europa. Un EDARI (Estación
Depuradora de Residuos Industriales), una planta de
lavado, una planta biofiltros, analizadores de gases
de cogeneración y una planta de zinc. Más
de 61 millones de euros salidos de la reducción
de costes y un importante cambio en la orientación
productiva. De contaminar a limpiar y crear energía.
Pero no ha sido suficiente. Con unas cuentas de resultados
positivos hasta 2012, pero muy ajustados, lo que la
CNMV llegó a llamar el milagro Sniace se ha
vuelto a desplomar. Pese a depurar todos sus residuos,
y contar con un moderno EDARI, la Confederación
Hidrográfica cobra a la empresa un canon de
vertidos, que se une al que también se paga
al Gobierno regional, y que en este último
año ante la situación presupuestaria
se ha elevado en un 70%. Siete millones de euros anuales
por no contaminar, al tiempo que las depuradoras de
la empresa trabajan a medio rendimiento por falta
de acuerdo para conectarlas a las redes urbanas de
saneamiento y así amortizar los equipos.
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Sniace en lucha
por su futuro (otra vez). |
Todo por una mala planificación de la Administración
en el diseño de sus redes. Con todo, Sniace
seguía viva. La política del Gobierno,
sin embargo, precisa más fondos para tapar
el agujero fiscal español. Ante ello, el Ministerio
de Industria anunció hace unos meses el céntimo
verde, un impuesto que graba en un 7% la producción
de energía eléctrica. Además,
impone tipos impositivos para el consumo de gas, carbón
y fueloil. Es decir, grava la producción de
electricidad y la materia prima con que se produce.
En el caso de Sniace, al generar electricidad con
una central de ciclo combinado (produce con gas y
carbón), estamos hablando de tres impuestos.
Tras negociaciones y protestas, el Gobierno regional
ha conseguido arrancar al Ministerio la promesa de
reducir casi un 77% el impuesto que grava el consumo
de gas pero el resto continúa igual.
Un ejemplo de lo grave que es lo encontramos en el
cierre de la central nuclear de Garoña, y en
los problemas financieros surgidos en las otras grandes
empresas cántabras, como Textil Santanderina,
Solvay o Bridgstone.
En julio terminó el ERTE (Expediente de Regulación
Temporal de Empleo) planteado a 330 trabajadores de
las plantas que quedan en pie, tras el cierre definitivo
de papelera. Y nadie dice nada. Entre una confusa
ceremonia de negociaciones, más de 330 familias
procesionan por la ciudad, bajo la lluvia, recordando
cuánto empleo y riqueza han dado a la comarca
desde su fundación en 1940, y mendigando que
el resto de la ciudad les apoye una vez más.
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