"¡Cuentamela,
papá, cuentamela otra vez!"- exclamó
la pequeña Ni- "¡Vamos papi, cuéntame
la historia!"- "Qué energía,
pequeña, ¿qué te da tu madre
de comer? Cuando me pides las cosas con esos ojos
me es imposible negarte nada, tramposa"- le respondí
suavemente. "Vamos junto a la chimenea, Ni. Allí
te contaré la historia"- dije mientras
me encaminaba al butacón junto a la chimenea.–
"¿Sabes que esta historia no es de las
que comienzan con érase una vez y terminan
con colorín colorado, no?"–le pregunté
de manera socarrona.– "Sí, papi"–
respondió con seguridad.- "Vamos con la
historia pues"- concluí mirándola
enternecido directamente a sus ojos marrones, enormes
y rebosantes de alegría infantil.
Todo comenzó hace nueve años, ni
uno más ni uno menos de momento. Yo trabajaba
en una empresa minera. Era mercenario. Podría
decirse que me encargaba de arreglar los asuntillos
de la compañía cuando se ponían
difíciles y turbios- Eso es como ser soldado,
¿no?– exclamó Ni-Sí, algo
así, cariño. Como iba diciendo, era
el que arreglaba este tipo de problemas. No es que
me sienta muy orgulloso de lo que hice en aquella
oscura época de neblinosa moralidad, pero,
como cualquiera, tenía que comer.
Un día, en
una mina de Coltán (sí, pequeña,
ese mineral que desató la primera guerra tecnológica)
nuestros aparatos de medición del terreno comenzaron
a darnos datos de lo más extraño. Según
ellos, bajo nosotros, a una distancia de varios kilómetros
de profundidad, se encontraba la caverna más
grande jamás encontrada. Lo primero que pensamos
es que estaban equivocados.
Durante los días
y semanas siguientes continuamos haciendo mediciones
del terreno, los materiales, la densidad, el tipo
de rocas, etc. Cuando terminamos todas las mediciones
posibles y nos cercioramos de que la caverna existía
de veras, que no era un glitch de nuestros aparatos
debido a la presión a la que se veían
sometidos a nada menos que once kilómetros
de profundidad, comenzamos la excavación. El
primer problema fue bajar la tuneladora a esa profundidad
por una mina vertical de ínfimas proporciones.
El segundo problema, aún mayor que el anterior,
fue que a esa profundidad el manto está surcado
de rocas enormes con una densidad superior a lo perforable,
así que tardaron meses en alcanzar de manera
segura la altura de la gruta. A todo esto, las extremas
condiciones durante el proceso, el calor, la presión,
la falta de oxígeno, la lejanía de nuestros
seres queridos... iba haciendo mella en nosotros.
El estado anímico no era el mismo si llevabas
dos meses a dos mil metros bajo la tierra. En un principio
éramos cuarenta científicos y diez militares
mercenarios. No llegamos ni la mitad. Bastantes científicos
se volvieron locos a partir del primer mes enterrados.
Hubo varios casos de psicopatía repentina,
homicidios, suicidios y casos aún más
repulsivos. Los que quedábamos vivos nos aferrábamos
a la idea de encontrar la fama en esa gruta perdida
de la mano de dios. Al cuarto mes de viaje, no sé
si dios o Satán respondió a nuestras
plegarias. Llegamos.
La gruta era bastante
mayor de lo que nos habíamos imaginado. Era
mayor de lo que cualquiera podría imaginar.
Ni siquiera era una grieta. Era una burbuja de no
menos de diez kilómetros de diámetro
cuya cúpula, aparte de ser ingentemente alta,
estaba surcada de cristales de luz nunca vistos en
la superficie. Gracias a estos luminosos cristales,
crecía amparada bajo la cúpula una selva
virgen que proveía de aire respirable al pueblo
que habitaba allí. Porque había un pueblo,
sí. Aquella burbuja estaba poblada por unos...
¿seres? muy similares a los humanos. La diferencia
radicaba en que tenían orejas de gato en la
cabeza, cola de gato donde termina nuestro coxis,
y un símbolo en el dorso de las manos. - ¡Yo
tengo todo eso! ¿significa que soy una de ellos,
papi? – preguntó – Sí hija
mía, ya sabes que sí. Eres como ellos,
una Meh.
Los Meh eran pacíficos,
hacía cientos de años que habían
alcanzado la paz entre todas sus facciones, y desde
entonces se dedicaban al conocimiento. Sabían
más que los humanos sobre naturaleza y sobre
la mayoría de ciencias que tienen su base en
ella. Manejaban los rayos de luz de los Cristales
Luminarios, así los llamaban, como nosotros
la electricidad. No realizaban ninguna acción
que pudiera dañar su ecosistema. Se podría
decir que eran ecologistas sumos. Los Meh masculinos
se dedicaban a la recolección de alimento,
la cría del ganado, obtención de madera
y minerales, etc. Mientras estos trabajaban en las
cosas inherentes a la fuerza bruta, las mujeres se
dedicaban a cuidar a sus hijos y a crear nuevos inventos
para mejorar todavía más la vida en
la cueva.
Aquello era el paraíso
de la paz, la armonía y la naturaleza. Ni siquiera
había depredadores. No tenían ejército,
no era necesario. Tampoco lo vieron necesario cuando
mis jefes decidieron, tras enviar yo mi informe, destruir
aquel pueblo. Esto se debía a que el pueblo
se asentaba sobre la veta de Coltán más
grande y profunda vista hasta el momento. Por supuesto,
no me pareció bien, aunque fuera mercenario
no era de cartón. Lo que mi jefe Miyazaki no
se esperaba, pequeña, fue que a pesar de no
tener un ejército los habitantes del pueblo
Meh sí que tenían una defensa; una defensa
inexpugnable. El jefe tenía un ejército,
sí, pero los Meh la tenían a "ella".
Ella era, y es, preciosa.
Se parece mucho a ti, Ni.– Es verdad, Mamá
es muy guapa – dijo mi pequeña entre
risas – Sí que lo es ¿verdad?
Pues ahí estaba ella, tu madre, menuda, bonita,
delicada (o al menos eso nos parecía en un
primer momento). Vestía un traje un tanto extraño,
un vestido corto color crema con capucha amplia cubriéndole
la cara, que llevaba tapada con una máscara
negra de ojos rojos y sonrisa plena de dientes afilados,
y con dos huecos para las orejas de gato por las que
sois reconocidas. Dicho vestido era de manga larga,
y las mangas terminaban en bolas grandes, que cubrían
sus manos. Tres ranuras decoraban el final de cada
manga, pero no cabían los dedos por esas aberturas.
Más tarde descubriríamos que por esos
agujeros largos se deslizaban cuchillas retractiles
muy, pero que muy, bien afiladas.
A todo esto, el ejército
privado de la compañía estaba ya marchando
por la subterránea pradera al este del pueblo.
Ninguno de aquellos soldados, salvo yo que ya había
estado en aquel pueblo y había sido quien había
avisado a los Meh de la amenaza, se esperaba lo que
vendría a continuación. De lo más
profundo del pueblo surgió ella corriendo hacia
nosotros. Parecía que la máscara sonriente
se reía de nosotros al enseñarnos los
colmillos. En mi vida he visto criatura tan ágil
como tu madre, cariño. Al acercarse a nosotros
como una exhalación sonó un clac sordo
mientras desplegaba las garras de metal de su traje.
Nada pudieron hacer los mercenarios. Corrió
entre ellos, bailando, esquivando disparos y cortes.
Movía los brazos como si careciese de huesos,
como si fueran látigos mortales. Con cada giro
que completaba caía otro soldado, herido, mutilado
o muerto. Mientras tanto ella reía. Algunos
dicen que es macabra, yo diría que disfrutaba
de una buena pelea. Fue el espectáculo más
bello y aterrador que he presenciado. Daba la impresión
de que a tu madre no le afectaba la gravedad. Saltaba
en horizontal pisando los costados de los soldados
que estaban aún de pies, hacía piruetas
y lanzaba estocadas alocadas a la par que certeras.
En muy poco tiempo ella solita había acabado
con un ejército de más de mil mercenarios
inmorales y crueles. Tras un rato, solo quedaba vivo
yo, que parecía muerto porque me había
desmayado minutos antes.
Tuve la suerte de
que, al levantarme sin hacer ruido, me encontré
justo a la espalda de la asesina de mis compañeros
(aunque no eran mis amigos). Aunque me planteé
estrangularla por la espalda, me quedé paralizado
mirándola. – Entonces mamá se
giró, ¿no, papi? – preguntó
inocentemente Ni – Sí, hija, entonces
mamá se giró. Ya no llevaba la máscara,
por lo que parecía mucho menos horrible. -
¿Con "mucho menos horrible" quieres
decir que era muy guapa, papi? – rió,
Ni, divertida. – Eso quería decir, cariño,
sin la máscara era preciosa. Quedé prendado
de ella al instante y ella, visto lo sucedido a partir
de entonces, me atrevería a decir que hizo
lo mismo. Disfrutamos de nuestro amor desde entonces
a esta parte. Nos quisimos tanto que hace siete años
te tuvimos a ti, Ni. Y te queremos de veras. Esta
es mi historia, tu historia, la historia de tu madre
y nuestra historia. Ahora ve a dormir, pequeña,
y no le digas a tu madre que te he contado esta historia
otra vez. Ya sabes que no le gusta que creas que es
una guerrera (aunque lo es). Hasta mañana,
pequeña Nimu. Que duermas bien.

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