Antonio
nos cuenta una auténtica aventura en el hospital
dividida en cuatro apasionantes capítulos.
|
Hospital Universitario Marqués
de Valdecilla.
|
CAPÍTULO 1
Un día de otoño, con el cielo encapotado,
algo raro empezó a ocurrir en Valdecilla. Los
aparatos eléctricos dejaron de funcionar, la
luz se fue, los ascensores se bloquearon y todo el
mundo corría de un lado para otro.
Los niños de la décima planta, Naim,
David y yo, Antonio, intrigados decidimos investigar
lo que sucedía. Cogimos nuestras batas y unas
linternas y bajamos al sótano. De camino vimos
que la gente se estaba adormilando, cosa muy estraña
a las dos del mediodía. Ya en el sótano
se apagó la luz, y poco después algo
se movió en la oscuridad, se oyeron unos pasos
y, después, un grito. Nosotros también
gritamos, y más tarde se sumaron otros dos
gritos. Cuando volvió la luz, nos encontramos
con otros niños, Lucía, Juan y Mario,
que nos explicaron que se habían ido de su
planta porque no veían nada porque tenían
las persianas bajadas y se había ido la luz.
El grito fue porque Lucía se había tropezado
con una telaraña, y cuando oyeron nuestros
gritos se asustaron y todos se pusieron a chillar.
Cuando acabaron de contarnos la historia, iluminamos
el interior del sótano; allí sólo
había cajas y cajas de material hospitalario
y una puerta.
CAPÍTULO 2
Despues de acercarnos hasta la puerta e intentar
abrirla nos cercioramos de que estaba cerrada, pero
al fijarnos vimos que estaba carcomida y ruinosa;
le dí unas patadas hasta que cedió,
armando una polvareda. Cuando el polvo se hubo disipado
y entramos en la estancia contigua a la que estábamos,
nos encontramos con una habitación sin salida
y sin amueblar. Cuando nos acercamos oímos
un golpe sordo, la puerta de la primera habitación
se había cerrado.
Juan y Mario echaron a correr y aporrearon la puerta,
pero no sirvió de nada; después, con
miedo volvieron a donde estábamos nosotros
y dijeron que no había salida, ya que un señor
se había dormido contra la puerta inesperadamente
y que los demás no les oirían porque
el sótano estaba dos pisos por debajo de la
planta baja, donde estaba la gente.
Mientras Juan nos lo contaba oímos un golpe
sordo y nos sobresaltamos. Justo cuando Lucía
iba a gritar, Naím le tapó la boca;
momentos despues sonó otro golpe y cayeron
unos trozos de ladrillo. Rápida y sigilosamente
nos dirigimos hacia la primera habitación del
sótano y nos escondimos entre unas cajas.
Al momento se escuchó una explosión,
lo que vimos después nos dejó paralizados.
CAPÍTULO 3
Entre el polvo que había dejado por el aire
la explosión se asomaron cuatro cabezas negras.
Nosotros, muertos de miedo, pensamos que eran monstruos
o algo por el estilo, pero cuando pasaron enfrente
nuestro nos fijamos en que en donde debían
de estar los ojos y la boca había agujeros,
un pasamontañas- Aparte de eso llevaban armas,
¡eran terroristas!
Cuando llegaron a la puerta que se había cerrado
anteriormente, pusieron otra carga explosiva y se
escondieron justo al lado nuestro. Nosotros, aterrorizados,
no nos atrevíamos ni a respirar.
A los diez segundos sonó la explosión
y los terroristas salieron corriendo y gritando.
Cuando ya no se les oía, nos acercamos a la
puerta y miramos a ver si quedaba alguno, pero se
habían ido todos.
Al avanzar hacia el ascensor por el pasillo nos encontramos
con el señor que se había dormido, que
estaba deambulando por el pasillo medio dormido.
Ya en el ascensor subimos a la planta baja. Cuando
se abrió la puerta teníamos delante
nuestro a uno de los terroristas apuntando a un grupo
de enfermos y médicos y pidiéndoles
todo el dinero que tuvieran.
David, con sigilo, cogió su linterna y se
acercó al terrorista, que estaba de espaldas,
y le golpeó en la cabeza y despues le dio un
pisotón. El terrorista, aullando de dolor,
fue a agarrar a David, pero un médico salió
disparado y le agarró, después otro
más, y con ayuda de un cable de una máquina
le ataron a una silla. Antonio les dijo que si podían
llamar a la policía, pero dijeron que nadie
tenía cobertura.
Cuando le preguntaron al terrorista al respecto se
negó a responder, pero cuando nos pusimos a
registrarle encontramos un teléfono móvil
vía satélite y le amenazamos con llamar
a la policía. Nos dijo que habían explotado
la antena de comunicaciones de esa zona, y que la
gente se dormía porque habían metido
gas para dormirse en los conductos del aire. Después
llamamos a la policía y les dijimos que no
pusieran las sirenas y que entraran por la puerta
trasera para pillarles por sorpresa.
CAPÍTULO 4
Cuando investigaron el resto de la planta descubrieron
a otro de los terroristas robando el dinero de las
máquinas esprendedoras.
De repente Mario dijo que tenía un plan y
ordenó a Juan ponerse delante del terrorista
a gritarle. Juan, con bastante miedo, lo hizo, y cuando
el terrorista se le acercó, nosotros fuimos
por detrás y dijimos con voz ronca "policía
nacional tire las armas al suelo y ponga las manos
sobre la cabeza". El terrorista, asustado, hizo
caso, y cuando se puso las manos sobre la cabeza nos
lanzamos contra él y tiramos su arma al otro
lado del pasillo y le atamos las manos con un trozo
de mangera anti-incendios.
Después esperamos hasta que llegó la
policía con los otros dos terroristas, y nos
felicitaron por nuestro gran trabajo.
Al día siguiente el alcalde nos recompensó
con una medalla para cada uno y nos invitó
a comer a su casa para que le contáramos la
historia.
Cuando acabamos de contársela nos dijo que
estaba impresionado y publicó nuestra historia
en el periódico.

SUBIR
|
|