María
Engracia nos envía desde Castañeda un
poema de impotencia y desazón. En un instante
es posible pasar de la alegría al llanto.
Feliz, contenta estabas
sin esperar lo que ocurrió.
De repente tu expresión cambió,
faltaba aire, no respirabas,
tan sólo gritabas,
los ojos tú te tapabas,
mientras te echaba esas miradas.
Y en ese momento,
sólo en ese momento,
ves como todo explota,
ves como lloras.
La miras a la cara
e intentas no reprocharte nada.
La agarras, la abrazas
sin poder mirarla más.
Pides perdón,
pero no es suficiente.
No debería haber pasado,
quieres creer que eres responsable
pero no lo eres.
¡Perdóname por favor!
Sigue siendo insuficiente,
te tiras al suelo,
mirándote al espejo.
Nada, es lo que ves
tan sólo un agujero obscuro
del cual crees no salir
y en él te meces día a día.

SUBIR
|
|