"De
acendrado espíritu patrio, de rebosante y audaz
valor, prestos al sufrimiento estoico. Así
fuimos los soldados de Ifni".
Así describen algunos de los veteranos de Ifni
ese infierno sin memoria cuyo recuerdo pasa hoy fugaz
entre los vericuetos de España.
Como resulta habitual en nuestra memoria, los aplausos
de Alejandro Lerroux, tras pisar el coronel Capaz
las arenas de Ifni el 6 de abril de 1934, se disiparon
en los años siguientes, mudando una ilusión
imperial en una condena.
Ifni es otro espacio sin memoria en la historia española,
otro hueco en el estado franquista, otra fosa llena
de vidas y de sueños y, además aquí,
de fieles olvidados.
"Había veces en que a la llegada de un
tabor, con chufla o no, el cabo reservaba tantas camas
como ataúdes en la guarnición".
Eso cuenta Domingo Gutiérrez, un veterano del
2º tabor, 8ª compañía de tiradores
de Ifni, que ha respondido a nuestra llamada de información
en un largo y emotivo relato de la campaña
del 57-58. Legionarios en alpargatas, paracaidistas
con cinco fusiles mauser con la esperanza de que alguno
disparase, bazokas inservibles, latas de comida caducadas
y aviones viejos, muy viejos, de los restos que Alemania
había traído para atacar a la República,
ante la prohibición de Estados Unidos de utilizar
su armamento contra su amigo marroquí.
El general Vicente Bataller, un estudioso de los
temas de Ifni, resume con cierto desánimo aquellos
días. "La guerrita, como entre los soldados
destacados se hablaba, se resolvió más
en el campo de la información que en aquellos
parajes desérticos. Aquel estado militarista
que era el de Franco, pronto concluyó que era
incapaz de afrontar sus delirios de grandeza. Preso
del acoso americano, el aliado natural de Marruecos,
que ambicionaba el territorio, preso de la desidia
de un estado poblado de arribistas, y preso de las
limitaciones técnicas y económicas del
régimen, Franco y sus allegados pronto renunciaron
a lo imposible. Ante el dilema de luchar o renunciar,
la respuesta fue poner a oscuras aquel desierto inhóspito.
Tal fue la censura, que no sólo las unidades
rara vez conocían los acontecimientos que ocurrían
en los puestos cercanos. La opinión pública,
incluso los mandos, desconocieron en aquellos años
50 y 60 lo que ocurría. El imaginario popular
tejió fantásticas historias, herencias
de desastres africanos como Annual, que hablaban de
jarcas moras violando mujeres, o de compañías
paracaidistas copadas y aniquiladas, de quintos mandados
al matadero y de gentes sencillas abandonadas en la
retirada. Todo fue tan silenciado que Ifni ha desaparecido
de la conciencia nacional. Ni tan siquiera es un recuerdo.
Fue triste, pero no tan trágica la historia.
Tras la sublevación del ejército de
liberación de Ifni, un amasijo de bandidos
fueron impulsados por Rabat para proseguir la construcción
del estado alauita, nacido de la descolonización
de 1956. España consiguió controlar
la situación tras la dura campaña de
1957-58. Un heterogéneo cuerpo de paracaidistas,
legionarios, infantería del regimiento Soria
y algunos voluntarios evitó la caída
de Sidi Ifni, la capital, mientras decenas de unidades
quedaban aisladas durante semanas hasta ser rescatadas.
Quinientos muertos, decenas de heridos. Pero sólo
un incidente a los ojos de los mandos.
La navidad de 1957 fue testigo de la esquizofrenia
del régimen. Franco disculpaba y apoyaba públicamente
a su "hermano" Mohamed V, a la vez que la
prensa afín (toda) cargaba contra la confabulación
comunista internacional. Mientras la España
Grande y libre tiraba agua a sus hombres en neumáticos
de camión (a falta de recipientes) y al mar
a sus aviadores (que así murió el comandante
Álvarez Chas, preso en su viejo Heinkel 111).
Aquella navidad, nos cuenta José Luis León,
un adolescente en aquel Ifni, "mantuvimos el
ánimo, y una digna compostura, no exenta de
miedo. Cada noche, aun incrédulos de ser presos
en nuestra ciudad, llenábamos de pequeños
objetos las escaleras de la casa, para que su tintineo
nos avisase de la llegada de alguna sombra, mientras
debatíamos qué hacer si sonaban, y si
el exiguo plan de evacuación del gobierno alcanzaría
a salvarnos.
Tras cada clase, los chicos acudíamos a la
playa a vislumbrar los anfibios que acechaban la costa,
o al 'Canarias', cañoneando por tanteo. Tras
el desfile diario, enharinábamos vendas, y
asistíamos con reparos cómo se reparaban
huesos y se curaban heridas con ingenio, más
que con medios. Bajo los cantos de Carmen Sevilla,
enviada por Franco para mantener el ánimo,
quienes como yo estábamos encuadrados en organizaciones
juveniles de ayuda alcanzamos una condecoración
colectiva. Eso fue todo".
Pasado aquel invierno, Ifni volvió a su calmado
olvido, y la ciudad de las flores, como se conocía
a Sidi Ifni, floreció. Muchos españoles
comenzaron a construir un pequeño paraíso
con mirada firme en el Atlántico. Invirtieron
esfuerzo y sembraron su vida en aquella tierra. La
ficción permanecería los siguientes
años, envuelta en las vistosas telas de los
baamaranis, los representantes a cortes del Sahara,
junto a los que pomposamente desfilaba por la carrera
de San Jerónimo el jefe del estado.
Un día, y sin que se supiera por qué,
España desapareció y sus moradores también,
aunque siguieran vivos y allí. El gobierno
embarcó a los muertos y hasta sus cruces. Pagó
cien mil pesetas a los colonos y les envió
a la nada a rehacer su vida. Quienes quedaron, unos
pocos románticos, contemplaron durante años
la llegada del pagador de Las Palmas, que aún
mantiene con sus pensiones a las familias de los áscaris,
los antiguos soldados de nuestro ejército.
Hoy la floreciente colonia es un secarral donde la
hierba campa en el aeropuerto que fue de Iberia, las
olas martillean en el puerto abandonado y la arena
se aloja en la 'Suerte Loca', el primoroso hotel con
olor a kif. Mientras los veteranos mantienen viva
su memoria, el país mantiene en su fosa una
parte de su memoria, y los últimos olvidados
dormitan su memoria, en Ifni.
Más información:
http://www.abc.es/20090628/nacional-nacional/ifni-donde-murio-memoria-20090628.html

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