A principios
de invierno Isaac paseaba por su parque observando
sus manzanos, ya marrones y sin hojas. Sin embargo,
su ojo captó el último fruto de la cosecha.
No es una de esas manzanas rojas que contrastan con
el desolado paisaje, sino una manzana podrida pequeña
y llena de agujeros. Sin embargo, le hace gracia cómo
cuando el viento intenta arrancarla ésta se
aferra a la rama como si reuniera todas sus fuerzas
para no precipitarse en el vacío.
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'Manzano con
mesa', obra de Sebastián Garretón. |
Al cesar el viento, la manzana respira tranquila.
Se pregunta si hubiera sido mejor que esta vez hubiese
sido la última, que se hubiese rendido en una
batalla que desde pequeños sabemos tenemos
perdida. Por un instante vuelve a su infancia y se
da cuenta de su error. No, desde pequeños no.
Recordó un jardín lleno de flores y
amigos, posiblemente tuviese problemas, pero no ese.
De alguna manera por mucho que las manzanas cayesen,
ella en el fondo no las veía. Ni mucho menos
llegó a creer que ella llegaría a caer.
Aun ahora que notaba cómo un gusano más
se abría paso hacia su corazón, aun
ahora que lo único que sentía eran los
dolores de la vejez, no la idea de la muerte, le parecía
lejano casi irreal. Porque me temo que así
es, todos caemos a la nada, pero nadie lo ve, preferimos
luchar hasta el final, como la manzana nos aferramos
a nuestra ramita de esperanza y aunque todas las demás
manzanas se estén pudriendo en el suelo nosotras
no las vemos, hemos visto su caída pero ¿quién
nos dice que la caída es hacia el suelo y no
hacia el cielo? La vista está claro, pero ya
por una razón, ya sea por otra, nuestra vista
nos falla y somos incapaces de ver como las manzanas
caen, y se pudren. ¿Y esta mal esto? ¿Está
mal que cada minuto de nuestra vida no sea una cuenta
atrás sino una eterna lucha motivada por una
esperanza que aunque irreal, una esperanza que nos
dejará vivir la vida hasta el último
minuto y cuando el final llegue, no temerle?
Y al ver caer al fin la manzana, Isaac se dio cuenta.
La gravedad es inevitable, nos hace caer a todos por
igual: la manzana cae al suelo como nosotros caemos
en la muerte. Pero contra lo inevitable no hace falta
desesperarse y sucumbir, sino vivir lo mejor que se
pueda y cuando la gravedad nos impulse hacia abajo
sólo entonces podemos dejar de luchar y entregarse,
no como alguien que ha perdido una batalla y humillado
súplica por lo imposible, sino como aquel que
no confunde esperanza con ilusión lucha lo
mejor que puede y acepta su destino como el mejor
final que se le puede dar a su mayor aventura: la
vida.

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