Todo empezaba
como siempre... la misma ropa sucia y raída,
el frío insoportable, la oscuridad del día
que no había empezado, y el mismo cansancio,
de hecho casi no podía abrir los ojos...
Andando por la orilla de la carretera me di cuenta
de que el reloj se me había olvidado, así
que durante los diez minutos de caminata, me entretenía
recordando aquellos años, en los que sólo
estaba yo, recorriendo el mundo trabajando en un barco
apilando cajas, realmente aquello me había
dado vados conocimientos sobre astronomía.
De lejos ya oía el ruido de las máquinas
en funcionamiento y, sin más remedio, entré,
me quite la chaqueta y me puse al lado de la cinta,
intentando olvidar donde estaba. Tras aquellas ventanas
minúsculas y grises debido al polvo, empezaba
aparecer el sol como si fuese un día de verano,
más brillante que nunca.
Las horas se me hacían eternas, sólo
tenía como distracción, los chillidos
que me daban mis compañeros, debido a mi desconcentración.
Todo era muy extraño, el sol empezaba a apagarse
y el cielo a oscurecerse, lo que me dio muchísima
alegría. Corrí hacía el perchero,
cogí mi chaqueta y salí corriendo a
la calle sin entender por qué mis compañeros
no hacían lo mismo. Todo estaba oscuro, y la
calle vacía, cuando siempre estaba llena de
madres e hijos que iban hacia casa.
Mire al cielo, mientras oía el ruido de maquinas
y de golpes, me asombré, un anillo de fuego
enorme sustituía a la luna, en ese momento
no podía dejar de mirar, mis ojos estaban allí
clavados y doloridos, aún así aquello
me parecía perfecto, de la luz sentía
que mis ojos se enrojecían y me caían
lagrimas. No quería dejar de mirar. En mis
viajes había visto cosas espectaculares pero
nunca nada así... De nuevo se puso el sol...
Tras unos minutos, el sol me cegó y me volví
a la realidad.
Con los pies arrastrando y avergonzado por mi confusión
me puse de nuevo enfrente de la cinta, sintiendo las
miradas de mis compañeros.
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