Nº42. Noviembre-Diciembre. 2003.
 


 

Trabajos:

Relatos
La princesa y el arca perdida Por Virginia Ruiz Fernández.
Desde mi ventana Por Zulema Cuesta.
El gallo Por María Gómez Herranz.
El trenti y yo Por Lucas Bárcena Gass.
Pesadilla Por Jonathan Latorre Pérez.
Tras 'El vendedor de noticias' Por Andrés Castilla Fernández.


Poemas
Poesía Por Laura Díaz Portilla.

 

 

 

 

 

 

 

La princesa y el arca perdida
Por Virginia Ruiz Fernández. Alumna de 3ºB de ESO del IES Juan José Gómez Quintana de Suances.

El mago vestido de verdinegro predijo en la noche de medialuna que el heredero sería un niñito pelirrojo y que su destino sería recuperar, cuando tuviese dieciséis años, el arca desaparecida.

Todos quedaron boquiabiertos cuando la reina sacó del carricoche a su bebé. Los guardaespaldas de la reina miraron el pelo de la criatura…sí, tenía el cabello rojizo, pero era una niña.
Pasaron dieciséis años y la pequeña princesa de rojizos cabellos se convirtió en una bella joven.

A pesar de ser hermosa y tener a todos los caballeros suspirando por ella, no le daba importancia ya que pasaba la mayor parte del tiempo montando a caballo.
Pronto llegó el día de su cumpleaños; y la princesa Maribella, anunció a todos que al amanecer saldría en busca del arca.
Todos se reían de ella, pues por ser una mujer no podría luchar contra el mago que la poseía. Maribella ignorando sus risas y comentarios, fue a sus aposentos y, con ayuda de su doncella Inés, preparó todo para el viaje.

Ese mismo día, partió de camino hacia el tenebroso castillo del mago.
Al llegar, se abrió la puerta y la princesa entró. De pronto algo la enganchó por detrás y luego la soltó. La princesa quedó asombrada al ver a un apuesto joven de ojos verdes.

-¿Quién es usted?- preguntó la joven.
- Ademaro, y vos, ¿quién es?
- Mi nombre es Maribella y vengo a pedirle que, por favor, me devuelva el arca.

El se rió y la miró fijamente al los ojos. Sin darse cuenta se habían enamorado. Estuvieron un largo rato hablando, y se querían aún más.

- ¿Vos queréis se mi esposa?- preguntó Ademado.
- Me encantaría- respondió la princesa.

Así, sin más, se casaron ese mismo día y regresaron a palacio.
Anunciaron a todos que se habían casado y sus padres y el pueblo se alegraron.
Hicieron un banquete, y allí Maribella dijo unas palabras:

- He aquí, el arca perdida que todos ustedes creían que una indefensa mujer como yo no podría conseguir.

Todos se quedaron asombrados y comenzaron a aplaudir. De pronto apareció el mago:

- Y, por fin, se realizó lo que yo predije hace dieciséis años.

Llegado a este punto, se puede dar por terminada esta historia.

 

 

Desde mi ventana
Por Zulema Cuesta. Alumna de 1ºA de ESO del IES Valle de Saja de Cabezón de la Sal.

Llegaron los días más cortos. El sol fue perdiendo poco a poco su ardor. Llegaron el frío y la nieve.

Me acerqué a la ventana y, apartando la fina cortina que la cubría, observé los copos de nieve deslizándose desde el cielo gris.
Observé cómo las hojas de los árboles se cubrían lentamente de nieve, cómo las verdes praderas parecían grandes pistas de hielo. Las vacas, allá, a lo lejos, todas acurrucadas debajo de un árbol, tenían frío con su lomo cubierto de nieve. Ya no movían el campano como antes, sino mucho más despacio y a veces ni se le oía.

El pueblo parecía que estaba cubierto con un manto blanco. No se podían apreciar los bellos colores. Ahora todo era inmaculado.

 

 

El gallo
Por María Gómez Herranz. Alumna de 2ºA de ESO del IES Valle de Saja de Cabezón de la Sal.

El gallo es un animal al que le gusta cantar todas las mañanas. Su cara es una pequeña plaza en la cual hay una fuente y dos niñas jugando con unas muñecas negras.

La plaza está sobre una ladera dorada y suave como el terciopelo que, de vez en cuando, sufre pequeños terremotos en los que la tierra se hincha, en los que aparecen dos islas al lado de la ladera y en los que de la fuente sale un sonido glorioso.

Cuando pasa esto, la luna se apaga, su brillo se quita, las estrellas se marchan corriendo y las nubes dejan paso al sol.

¡¡EL DÍA HA COMENZADO!!
Esto repite el gallo todas las mañanas,
esto escucha la gente al levantarse,
esto es una señal, señal en la que se dice que la noche ha terminado.
Esto, esto es.....

A la boca del gallo vuelve esa pequeña flauta que todas las mañanas despierta a las moscas que revolotean siempre encantadas, a los pajarillos que cantan siempre sus alegres melodías, a las mariposas que le dan color a la vida, las flores que salen de la tierra para enseñarle sus pétalos al sol, las hormigas que corretean por el hormiguero, los ríos que se marchan de excursión al mar y, por último, los humanos que..... nadie sabe cómo, pero consiguen que en todos los lugares del mundo la calma se acabe.

 

El trenti y yo
Por Lucas Bárcena Gass. Alumno de 2ºA de ESO del IES Valle de Saja de Cabezón de la Sal.

Era una fría noche de invierno. Como era habitual en mi pueblo, la gente se dirigía a la plaza mayor, a oír los fabulosos cuentos que nos contaba el sabio del pueblo.

Yo, como de costumbre, siempre llegaba tarde a sus historias, por los trabajos que me mandaban mis padres: ir a ordeñar las vacas, segar el prau , dar de comer a los perros...
Pero bueno, ya estaba allí, y me puse a escuchar la historia...:

"Hace mucho mucho tiempo, en el monte de Tejas, existía un pueblo muy alegre entre los bosques de pinos y abetos.
Todos tenían sus tareas y así convivían. Pero una noche nublada y oscura pasó algo terrible, y es que faltaban la mitad de los pastos, los caballos jóvenes y poco adiestrados desaparecieron por la portilla, ya que alguien la había abierto.
Los aldeanos, preocupados, se quedaron despiertos toda la noche y un hombre que estaba cuidando sus pastos oyó un ruido que parecía alguien riéndose. El muchacho cogió la escopeta y se dirigió a donde se oía la voz. Era increíble, a la vuelta de la esquina el joven muchacho se encontró un pequeño monstruo con una cara verde riéndose mientras destrozaba el pasto; el hombre, sin dudarlo, disparó a la pequeña bestia y le dio en una de sus piernas".

Y así acaba esta historia. Lo último que nos dijo el sabio fue "buenas noches y cuidado con la criatura". Yo me quedé un poco asustado con esa despedida y me fui con algo de miedo a la cama. A medianoche oí unos ruidos en mi jardín y bajé a ver lo que pasaba. Entonces oí unas risas; eso me recordó la historia que nos contó el sabio, ese recuerdo que me dejó con miedo.

Lentamente me acerqué a mi jardín y descubrí una pequeña criatura con cara verde y con un disparo en una de sus piernas. En ese mismo instante me quedé totalmente paralizado y pensé que si todas las historias que contaba el sabio eran verdad, la Tierra estaría perdida. Me descuidé un poco al ver que la pequeña bestia se acercaba con miedo lentamente hacía mí, me olió un poco y se quedó mirándome. Yo le dije:

- Hola...

Él no me contestó, pero empezó a reírse. Me quedé toda la mañana con él. Me entró el hambre y me fui a comer algo, pero la pequeña criatura me perseguía, me di cuenta de que la bestia ya no hacía el mal a la gente, sino que ayudaba a los cojos, a los tuertos, a los jorobados y fastidiaba a los que se burlaban de estos.
Deduciendo lo que le había pasado, decidí llamar a la criatura Trenti, porque antes era una criatura malvada y peligrosa, y el dios del infierno en mi pueblo era Trenzas, y al dios de la bondad lo llamábamos Tito, y de allí saqué su nombre. Me pasé toda la vida haciendo el bien para las personas, acompañado de mi mascota el Trenti. Yo era una persona normal y corriente, así que me llegó la hora. El Trenti pasó cien años al lado de mi tumba y no se supo más de él.


 

 


Pesadilla
Por Jonathan Latorre Pérez. Alumno de 2ºC de ESO del IES Valle del Saja de Cabezón de la Sal.

Esta mañana me levanté y, al mirarme al espejo, vi horrorizado que tenía la cara de mi suegra.

Me dejé caer sobre la taza, agobiado, sin atreverme a volver a mirar y con un vago sentimiento de culpa por haberla querido matar la noche anterior durante su cena de cumpleaños. Cuando logré sobreponerme lo suficiente como para levantarme y enfrentar de nuevo el espejo, vi que la cara de mi suegra seguía ahí, sobre mis hombros. Perplejo, me arrastré como un zombi hasta el salón y me derrumbé en el sofá incapaz de hallar una explicación, pero sí el mando de la tele. La puse para tratar de distraer el caos mental que se me estaba fraguando en la cabeza. Mi mujer… ¿qué va a pensar? ¿y los niños?

Afortunadamente se había ido temprano para llevar a los niños al colegio, así que aún disponía de algún tiempo para salir de esta pesadilla. Me concentré en las imágenes de la tele. Emitían un reportaje sobre la gente de Nueva York un mes después de los atentados del 11-S, pero aquello parecía un carnaval absurdo. Allá donde enfocaba la cámara no se veía más que gente con la cara de Bin Laden. Casi todos, bomberos, policías, taxistas, vendedores de perritos calientes… todos tenían la misma cara que el saudí.
Y no eran caretas, sino la auténtica jeta del talibán más buscado. Aquello era demasiado para mi equilibrio mental. El tiempo que duró el reportaje estuve clavado en el sofá de relacionar ambas alucinaciones, la del espejo y la del televisor. De repente, vi claramente el punto en común. No podía haber otra explicación, a la gente se nos estaba poniendo la cara de aquel a quien queríamos matar.

Me vestí y salí de casa en busca de un psiquiatra. En la escalera me crucé con la vecina del 4º B, su inconfundible personalidad iba dos palmos por delante de ella pero, al llegar a su altura, lucía la cara del vicioso vecino del 5º B, que le roba los sujetadores del tendedero. Ya en la calle, y contra mi costumbre, cogí un taxi. "¿A dónde va, señora?". Evidentemente, yo seguía teniendo la cara de mi suegra, pero no duró mucho. Tres calles después, el taxi se metió por donde no debía para hacerme la jugada del atasco y se me puso cara del taxista, con bigote y palillo incluido. El taxista se volvió para lamentarse de lo mal que está el tráfico y me vio con su misma cara. Por supuesto, nos chocamos contra el coche de delante y el taxista se tragó el palillo.
Me bajé y seguí a pie. Entré en un bar a tomar un café y ocurrió lo peor: hojeando la prensa di con un artículo sobre Gil. Nunca debí leerlo. Soy muy visceral y a mí este personaje me subleva. No había acabado de leer sus ultimas fechorías cuando oí cierto revuelo. El camarero y los parroquianos me miraban. Yo me miré al espejo. Horror: Gil. Llevo ya un buen rato encerrado en los lavabos del bar, fumando.

Acabo de reunir el coraje suficiente para volverme a mirar al espejo y veo que ya tengo mi cara, y no sé si ha pasado todo o si es que me quiero matar.

 

 


Tras 'El vendedor de noticias'
Por Andrés Castilla Fernández. Alumno de 3º de ESO del IES Las Llamas.

Los alumnos de 3º de ESO han leído El vendedor de noticias, una novela histórica que se desarrolla en la Península en el siglo XI, en plena reconquista. El relato de Andrés recrea lo leído, consiguiendo ambientar la época con el empleo de vocablos propios de esos tiempos.

Había una vez, en el siglo XI, un mercader llamado Perico, que vivía tranquilamente yendo de reino en reino por España, vendiendo sus artículos. Pero Perico tenía una doble vida, ya que también era vendedor de noticias.
Normalmente se ponía en la plaza mayor a vender, o iba de puerta en puerta ofreciendo perfumes, plantas medicinales...
Un día, durante este menester, entró en una gran casa, muy lujosa, por cierto. Esta casa resultó ser la residencia de verano de los reyes de Castilla. Al verle el rey, y conociendo su reputación, le dijo:

- Tengo un encargo muy importante para ti. Debes ir al reino musulmán de Cárdena, al oeste de Andalucía, y averiguar si su rey, Oshama-Petilam, ha sido quien ha matado al príncipe de Aragón, que se encontraba allí por un asunto de un pago atrasado de parias o si, por el contrario, ha sido el visir de dicho rey, cuyo nombre desconozco. Para realizar este encargo, te proporcionaré un caballo y unos cuantos víveres.

Perico, sin saber qué hacer, le contestó:
- Pero, ¿qué sacaré a cambio de prestarle mis servicios? El viaje es largo, y muchos son los asaltantes que rondan en esta época del año por el norte de Andalucía.

Francisco, que así se llamaba el rey castellano, le dijo con mesura:
- A cambio de este servicio, muy importante para mí, te haré desposar con mi hija Gertrudis, de gran belleza.

Como ya era tarde, Perico inició la travesía al día siguiente, antes de que el sol asomara por oriente. A lomos del caballo que le había entregado su señor y con diversos artículos que llevaba para no levantar sospechas, iba mirando a los plebeyos con aire de superioridad, olvidándose de que él era uno de ellos.
A mediodía paró, tras haber hecho unas ocho leguas, y comió algo. Una hora después continuó el camino.

Llevaría cuatro horas de marcha cuando, de repente, se topó con un escena desoladora. Vio lo que seguramente era una hueste de unos tres mil hombres, y una algarada de medio millar, pero que se habían convertido en un grupo de muertos.
Vio cuerpos de soldados con los lorigas puestas, completamente ensangrentadas. Sus manos empuñaban aún las espadas y las adargas; vio, además caballos con lanzas clavadas de lado a lado, y hasta varias cabezas, con sus respectivos yelmos, separadas de sus cuerpos. Todo esto le provocó una indignación tremenda y exclamó:

- ¡¡¡Que con Belcebú vayan los soldados que, con tal inquina han hecho esta matanza!!!

Enormemente enojado, Perico continuó cabalgando. Después de un par de leguas, se encontró con un quincallero amigo suyo, al que no veía desde hacía muchísimo tiempo. Ricardo, que era el nombre del quincallero, le dijo:

- ¿Cómo tú por esta tierras? ¿es que ya te han desterrado de Castilla, eh?

Perico, con gran fervor, le contestó:
- Ya ves, un encargo de mi señor, que me ha enviado a Cárdena por un asunto del que no te puedo hablar.

A Ricardo le cambió la cara, y le advirtió:
- Vengo ahora de Cárdena, y los soberanos de Sevilla han dispuesto un cerco alrededor, y el rey sevillano cuenta con una mesnada que tiene orden de matar a todo aquel que intente entrar el Cárdena.

Perico, sin preocuparse demasiado, le dijo:
- Ya me las ingeniaré para entrar sin ser visto. Bueno, debo continuar. ¡Que te vaya bien, buen amigo!
- Adiós Perico, ¡y ten mucho cuidado!

Perico continuó yendo hacia Cárdena. Al anochecer llegó a sus cercanías y vio el cerco que estaba montado y pensó: "esto va a ser más difícil de lo que pensaba".
Era de madrugada. Perico decidió pasar el cerco y, cuando solo le faltaban unos doscientos metros para conseguirlo, un soldado le agarró por la espalda y le arrastró hasta la tienda de su señor. Allí quedó recluido hasta la mañana siguiente, en la que el mismo soldado que le había apresado la noche anterior, le llevó ante un juez y se dio cuenta de que estaba en un palenque y de que se iba a celebrar un litigio en su contra, por haber intentado entrar en Cárdena. El juez comenzó:
- Por la jurisdicción que se me ha otorgado, y según el Fuero Nuevo, declaro el día 3 de agosto de 1083, que este hombre es condenado a ser decapitado públicamente. La sentencia se hará efectiva mañana a mediodía.
Perico rompió a llorar, recordando las advertencias de su amigo Ricardo. Entre llanto y llanto, balbuceó:
- Antes de morir quiero saber quién mató al príncipe de Aragón, si fue el rey Oshama-Petilam, o fue su visir. Por favor, díganmelo, pues, si no, no moriré tranquilo y mi alma no descansará en paz.
Nadie le dijo nada. Había llegado el día fatal. Todo estaba listo: la gente en las graderías, Perico en el centro de la arena, y el verdugo a su lado, empuñando un hacha. Se hizo el silencio entre la multitud y el verdugo levantó el brazo. Antes de asestar el golpe fatal, susurró:
- Fue el visir.

Y el hacha cayó, haciendo rodar sobre la arena la cabeza del pobre Perico, que pasó de ver un hermoso futuro junto a la princesa Gertrudis, a sentir el frío acero que le quitaba la vida.

 


Poesía
Por Laura Díaz Portilla. Alumna de 1ºA Bachillerato del IES Santa Cruz.

Esta es la huella que dejó en mi alma algo que no hace mucho tiempo pedí a mi amiga Marta que me escribiera, para dedicársela, aún sabiendo que sólo sería mentalmente, a una persona muy especial para mí y que ahora se encuentra lejos de aquí: ÉL.

Jamás pensé querer a nadie
tan intensamente como te estoy queriendo a ti,
mi vida,
siento en mi ser algo tan especial...

A todas horas pienso en ti,
mis sueños son tuyos,
ocupas un gran espacio en mi cabeza
y en mi alma.

Te llevo siempre conmigo,
y a pesar de tu indiferencia,
siempre lo haré.

Tú has sido y eres mi primer amor;
sé que no puedo pedir nada,
no me has dado no me darás
mi primer beso,
no te has "robado" la virginidad
a mis labios,
pero en mi cabeza,
algo me dice y siento muy adentro,
en mi alma y en mi corazón,
que como un día dijo Bécquer:
"el alma que hablar puede con los ojos,
también puede besar con la mirada".

Esa es lo sensación que muchas veces
he tenido contigo,
creo que sientes algo por tu mirada
y por tus gestos,
y por otro lado,
me mata tu indiferencia en un momento
en el que tú sabes
que te amo con toda mi alma.

Necesito saber si me quieres,
para que si no lo haces,
yo pueda borrarte de mí,
lo más pronto posible,
pero, para que engañarme,
quiero que sepas, que por mucho
que intente olvidarte,
nunca lo conseguiré del todo,
y en mi corazón siempre quedará un espacio,
en el que tu nombre.........,
quedará por siempre grabado.