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Este es un espacio abierto a todos los escolares españoles y también
a los de otros países de habla hispana. Como Internet no tiene fronteras,
no vamos a ser nosotros quienes le pongan puertas al campo. Colaboraciones:
Un chulito que no ve Esta es la historia de Pablo, un niño ciego que llega a un
colegio donde sorprende a todos con conceptos que ninguno conocía:
braille, museo tiflológico, voz sintética, adaptación
de un puesto de estudio, el Centro de Rehabilitación Básica
y Visual de la ONCE... "Si nos preguntan, a bote pronto, la mayoría de las personas, tanto los que trabajan en las esferas dirigentes, como los "españolitos de a pie", somos partidarios de la "integración escolar" de las personas con discapacidad. Sin embargo, la integración no es fácil, ni sencilla. A menudo nosotros mismos somos los que ponemos las piedras en el camino, la mayoría de las veces por desconocimiento y falta de confianza en dichas personas. Este cuento trata de reflejar algunas de las situaciones difíciles
que enfrentan los niños ciegos integrados en colegios comunes y una
forma posible de enfrentarlas. Se acabaron las vacaciones... ¡Qué rollo! Este año ni siquiera cambiábamos de aula. ¡Vaya morralla! En la misma clase, con los mismos profes y con los mismos compis, tenía más la sensación de repetir que de haber pasado curso. Fui a buscar a Paloma, como siempre. Era mi mejor amiga, aunque... no sé si lo seguiríamos siendo, porque a las dos nos gustaba el mismo chico y esas cosas... ya se sabe... acaban mal. Al entrar a clase, me quedé más tiesa que un cubito de
hielo al ver que mi silla, la que había sido mi silla durante todo
el año, aparecía con un cartelito que ponía: "Reservado.
No utilizar, por favor". ¿Cómo es esto? No puede
ser, protesté furiosa. Decidí que iba a quitar el cartelito y ponerlo en otra silla,
pero Paloma me recomendó que no lo hiciese. Estaba tan furiosa que
no oí el timbre y cuando me quise acordar, la profe de mates entraba
a la clase. Nos saludó con un "Buen día, chicos",
pero no venía sola. Otra señora, con aire de profe venía
con ella. - Tenemos novedades este año- anunció la profe, mientras la otra acompañaba al chico hasta ¡mi propia silla! Yo, que seguía más tiesa que dos cubitos de hielo, continuaba aún de pie junto a mi mesa, la que estaba dispuesta a exigir contra viento y marea. - Comenzaremos con las presentaciones- continuó mi seño,
pero se interrumpió para decirme -: Y tú, Ana, ¿por
qué no te sientas? El chico se puso en pie y dijo: Ah, sí, conque ésas tenemos, pensé para mis adentros, pues me quedaré de pie todo el curso. Pero no pude seguir pensando porque la maestra empezó a explicar que teníamos un nuevo compañero de clase, que se llamaba Pablo y que era... ¡ciego! Fue tan grande mi asombro que me senté sin darme cuenta. Después, nos presentaron a la otra que era una profe de apoyo (eso dijeron) y que vendría a visitarnos de tanto en tanto. Agregó que le gustaría que le hiciéramos preguntas y que ella y Pablo nos iban a explicar cómo se las arreglaría en clase. Ahora yo estaba más tiesa que tres cubitos de hielo y no entendí casi nada. De pronto oí que nos pedían a cada uno que nos presentáramos ante el intruso. Intruso sí. Para mí era un entrometido que venía a quitarme mi sitio. Decidí no abrir la boca. - Ana, ¿tú no te presentas? Las profes explicaron que habían pensado que ese sitio era el mejor para Pablo. Por su ubicación en el aula. Que no habían tenido la intención de quitármelo a mí. Que lo hubieran elegido igual, fuera de quien fuera. El intruso, que quería hacerse el simpático, estaba claro, manifestó que no tenía inconveniente en cambiarse de sitio. - Ana, ¿qué hacemos?- preguntó la profe.
¡Qué viva! Ahora me dejaba la decisión a mí. El otro se puso de pie y se vino hacia mí. ¿Será
verdad que no ve?, me pregunté. A lo mejor nos están engañando...
Apoyó sus cosas en mi mesa y me soltó: La profe anunció, entonces, que salía un momento a acompañar a la otra y, apenas salieron, todos se abalanzaron hacia mí. Bueno, yo creí que venían por mí, pero en realidad rodearon a Pablo para hacerle miles de preguntas: ¿No ves nada? ¿Y cómo haces para leer? ¿Y cómo conoces los colores? ¿Y cómo vas a hacer con la pizarra? ¿Estás seguro que puedes? Y más y más preguntas... El pidió, por favor, que le hablaran de a uno, que no podía explicar todo a la vez. Se había puesto de pie, y girado hacia el fondo del aula. Yo quedé
a sus espaldas y seguía furibunda. Arranqué una hoja de cuaderno
e hice un sombrero en forma de barquito. Al darme la vuelta, vi que Paloma
movía su mano derecha junto a la cara de Pablo, para comprobar si
veía o no. Me acerqué despacito y, con cuidado, coloqué
el sombrero en la cabeza del rubio intruso. ¿Qué se creía el chulito éste? A todo esto
seguía sin soltar la mano de Paloma quien comentó: Todos se apresuraron a responder que sí, menos yo que no pensaba
hablar con él. En eso volvió la profe de mates y sugirió que Pablo nos
demostrara cómo leía. El chulito se puso a leer y lo hacía
¡mejor que nosotros! Giré en mi silla y vi que ¡leía
con las manos! Pasaba los dedos por una página que yo veía
toda en blanco y llena de granitos como si fuera un plato de paella... aunque
me había prometido no hablarle, en ese momento no me pude aguantar: Volvió a interrumpir la profe: Enseguida se puso a hablar de los ciegos y de cómo se las arreglaría Pablo en clase e insistió en que quería que lo consideráramos como un compañero más y que esperaba que nos hiciéramos amigos. Ya me estaba hartando cuando llegó la hora del recreo. ¿Y ahora, qué? ¿Tendríamos que estar cuidando de él? Me levanté, le hice una señal a Paloma y nos fuimos al
patio, sin mirar atrás. Parecía que ese día, nuestro
único tema de conversación era la presencia de un ciego en
la clase. Nos preguntábamos qué haría durante el recreo,
cuando, de pronto, vemos que José y él se nos acercaban. El chulito explicó algo así como que quizás su presencia
nos molestase, pero que, estaba seguro, de que terminaríamos haciéndonos
amigos. Después le preguntó a Paloma qué quería
decir ella. Nos explicó, con bastante paciencia, debo reconocerlo, que vender cupones era un trabajo como cualquier otro. Que era lo mismo que vender lotería. Y agregó que no todos los ciegos venden cupones, que otros hacen otras cosas. - Y tú, ¿qué quieres ser?- preguntó
José. Nos contó que había varios periodistas ciegos, que él iría a la Universidad y después se dedicaría si se dedicaba a la radio o a escribir en un periódico. A nosotros nos daba la impresión de que estaba soñando despierto, pero él se puso a fardar diciendo que nos invitaba a visitar los estudios de una emisora de radio, cuando quisiéramos, porque allí tenía amigos periodistas y hasta le habían hecho una entrevista. Nosotros no conocíamos a nadie que hubiera hablado por radio... Paloma empezó a poner los ojos en blanco y creo que se estaba creyendo todo lo que el chulito decía... Porque, además, ella también quería ser periodista y se moría por visitar una radio y conocer a los locutores. Pasaron los días y, quieras que no, nos fuimos acostumbrando a
su presencia. Cuando tuvimos clase de dibujo, él dijo que quería
dibujar. Sacó una plancha de goma y unas hojas de plástico.
Nosotros no le hacíamos caso. De pronto la profe dijo alzando su
hoja: De todo el salón surgieron preguntas: ¿Dónde?
¿En qué museo? ¿En el museo... qué? Nos picó la curiosidad, la verdad. Y a los pocos días nos fuimos a conocer el dichoso museo. Yo no quería ir, pero Paloma me convenció, o me dejé convencer... No lo sé. ¡Vieras tú qué museo, tía! Nos explicaron, por fin, qué diablos quería decir eso de "tiflológico", que es algo que tiene que ver con los ciegos. ¡Hay unas maquetas preciosas! Y, lo mejor de todo, lo que más me moló, fue que ¡nos dejaron tocar todo lo que quisimos! ¡No nos lo podíamos creer! - ¡Es la primera vez que en un museo te dejan tocar algo, macho!...
- dijo José que estaba más impresionado que ante la play
de Santiago. Quedamos encantados con el museo y prometimos volver. Pero, hasta ahora, sólo hemos vuelto... ¡a clase! Y llegó el día del primer examen. Paloma quiso saber cómo
se las arreglaría Pablo para hacerlo. Nos explicó que las
profes se habían puesto de acuerdo para que lo hiciera en braille. Casi sin darnos cuenta, empezamos a interesarnos por el braille. A
José se le ocurrió que sería fenomenal para hacer chuletas. - ¡Ah! Os creíais que yo no sabía braille ¿verdad?
Pero yo también lo sé. Por esta vez no os castigaré,
porque me parece muy loable que hayáis aprendido braille. ¡Pero
la próxima vez!... Ya se había puesto chulito, otra vez. Y la siguió: Nos explicó que los ciegos usaban los ordenadores con un sistema de "voz sintética"- así lo llamó -. Lo cierto es que era un ordenador que hablaba y leía todo lo que nosotras veíamos en la pantalla. Algunos libros los tenía grabados en un magnetófono ¡de cuatro pistas! Que sonaba la mar de bien. - También puedo usar esto - dijo Pablo. - Es un miniordenador - agregó - y puedo conectarlo
a esta impresora y me sale en caracteres visuales lo que antes escribí
en braille. De esta manera puedo hacer los deberes y también escribir
cartas a mis amigos que ven. Era cierto. Y me dio un poco de vergüenza... la verdad. Porque Pablo, gracias a ese equipo podía escribir en braille, podía imprimir en una impresora de tinta, podía leerse libros que pasaba por la lectora óptica... podía, en fin... hacer lo mismo que nosotras hacíamos con papel y boli, como él mismo señalara. Después de las vacaciones de Navidad, nos llevamos otra sorpresa. Vimos que Pablo llegaba solo al cole, y venía manejando un bastón blanco. Antes, lo acompañaba su madre, todos los días, y ahora... ¡venía solo! ¡Nos dimos un susto! Paloma corrió hasta él para ayudarlo, pero Pablo dijo que
no hacía falta, aunque le gustaba más ir acompañado. - Pero es peligroso que te dejen andar suelto. En el fondo, no nos podíamos creer que pudiera andar solo con un bastón sin llevarse nada por delante. Así que, al día siguiente, le pusimos un cubo de basura en la acera, justo por donde él tenía que pasar. Pablo llegó junto al cubo, lo tocó con su bastón, lo esquivó y siguió tan campante. Cuando José se enteró, casi nos mata. Nos dijo de todo. Y lo peor, fue que se lo contó a Pablo. Pero Pablo no se enfadó con nosotras, comentó que así
nos convenceríamos de que su bastón era tan seguro como nuestros
anteojos. Pablo contó que había centros parecidos a ése en otras ciudades y que había muchos técnicos en las Delegaciones Territoriales de la ONCE en toda España y que, si hacía falta, la organización ayudaba a sus afiliados para viajar y recibir atención. José se puso pesado con que quería conocer ese centro y allá nos fuimos una tarde. ¡Chica! Nos quedamos de piedra. Había personas ciegas- hombres y mujeres- planchando, cocinando, tejiendo, trabajando con maderas, haciendo macramé... Yo que sé... miles de cosas... Y otros que veían algo, usaban unas gafas rarísimas que les permitían leer o escribir o coser. - Y mi abuela, que casi no ve, ¿puede venir para que la ayuden
a hacer ganchillo?- preguntó José. Convencer a mi abuelo, costó un poco. Porque él afirmó
que no era ciego, ¡jolines! Y que no quería ir a la ONCE, ¡ni
hablar!, que lo iban a poner a vender cupones. Un poco exagerado, mi abuelo, ¿no? Pero así son los abuelos, qué se le va a hacer... Le conté a mi abuelo que Pablo quería ser periodista y él comentó que ese chico podía hacer lo que le diera la gana, que se merecía lo mejor del mundo. - No te creas. Le encanta el fútbol. Pero no puede jugar porque
no ve. Cuando juegan los chicos del cole, José le radia los partidos.
Le cuenta cada jugada. Pero él no puede jugar. Al día siguiente se lo comenté a Pablo. Me explicó
que él sí jugaba al fútbol. Al fútbol-sala,
dijo. Mi abuelo se sumó al grupo, porque quiso ver cómo era eso.
Siguió el partido con unas gafas especiales que le habían
dado en el CERBVO. Después recorrimos el colegio. Había pista de atletismo,
gimnasio con aparatos, piscina... qué sé yo... de todo. Pablo tenía razón. Yo había sido más chulita
que él. Pero no lo había querido entender.
Las autoras de 'Un chulito que no ve' Carmen Roig Uruguaya de nacimiento y española de adopción, durante su larga trayectoria profesional ha publicado regularmente artículos, estudios, conferencias, ponencias, comentarios bibliográficos, en revistas, tanto en tinta como en braille, de Argentina, Colombia, España, Francia, Italia, México y Uruguay. Además es autora de varios libros para niños y obras de teatro. Desde 1963, ha viajado por América Latina, Norteamérica, Europa y Oriente Próximo, participando en congresos, seminarios, coloquios, reuniones de expertos, etc, representando a las asociaciones de ciegos de Uruguay y a la ONCE.
Palmira García Monteagudo Palmira García Monteagudo es pintora, licenciada en Bellas Artes
por la Universidad Complutense de Madrid.
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