Nº39. Mayo. 2003.
 


 

Trabajos:

Relatos
Luz de Luna Por Álvaro Gutiérrez Cuevas
¿Quién mató al señor Lefebre? Por Alberto Ruiz Cruz.
Historia de una semilla Por Marina García.

Poemas
La Rosa Por Alba Fernández Garay



 

 

 

 

 

 

 

 


Luz de Luna
Por Álvaro Gutiérrez Cuevas, alumno del IES Manuel Gutiérrez Aragón.

Relato ganador del Certamen Literario 2002-2003 del IES Manuel Gutiérrez Aragón.

Hay historias y leyendas, muy antiguas que se remontan a siglos antes del nacimiento de Jesucristo. La que os voy a contar ahora, se remonta hacia dos siglos antes; y dice así:

"Cuentan las leyendas que hace tiempo, mucho tiempo atrás, sobre unos dos siglos antes de Cristo, existían una serie de poblados celtas al norte de la península ibérica. Estos poblados se caracterizaban por su afán por la guerra.

En la espesura de los bosques de la zona nórdica, llamada ahora cornisa cantábrica, un joven y valiente guerrero llamado Braont, aprendía el arte de la guerra, enseñado por su padre Kazajt, el cual le había traspasado las armas de su abuelo Connla, las cuales fueron una lanza de punta tricórnica, un escudo de madera de roble, duro como el roble mas viejo, y un característico puñal, (en su mango había grabada una estela la cual daba culto al sol y las iniciales de su abuelo a su vez en el interior de ésta).

Su madre se llamaba Mallon, ella era una bella aldeana que se dedicaba a las tareas de recolectar, labores del hogar, en fin, lo que era ocupación de aquellas mujeres.

La tribu de la familia de Braont creía como también se cree que otras tribus lo hacían, en unos cuantos dioses, pero por encima de éllos, en una única diosa, la diosa de la naturaleza, su nombre se decía que era Kantabria. Tenían tanta fe en esta diosa que antes de cortar una simple rama de haya para la elaboración de una mísera lanza, tenían que pedir la aprobación del consejo de druidas.

Los druidas eran casi como los líderes de la tribu, pues sin su aprobación en algunos aspectos, no se podían dar paso a ciertas cosas.

Braont, cuando cumplió dieciséis años, fue bendecido por los druidas y dado la aceptación del uso de las armas, para cazar, defender y explorar nuevos horizontes siempre cuando estuviese con un grupo de mínimo cinco hombres.

Las últimas horas Braont había estado divagando por el bosque, lejos de su poblado. Todo empezó cuando él había salido a vigilar las cercanías de la fortificación donde él habitaba con todos los suyos, en los últimos meses habían sufrido algunos ataques de una de las tribus vecinas.

En la zona donde se encontraba el poblado de Braont, la espesura del bosque era tal que permitía un grupo no demasiado numeroso el aparecer y desaparecer en cuestión de segundos sin que se pudiera apreciar su presencia con la suficiente antelación, si además era una de esas mañanas en las que la niebla envolvía el bosque la situación era aún más peligrosa.

Pero el poblado de Braont llevaba allí mucho tiempo, desde que el padre de su abuelo llegó procedente de tierras más al norte en busca de buenos pastos y bosques en los que subsistir, y aquel robledal salpicado de grandes hayas era ya un lugar sagrado para su pueblo, los druidas se internaban en la espesura del bosque donde tenían sus altares, a los que nadie, excepto ellos osaban acercarse.

Aquella noche de fina lluvia, el joven guerrero estaba preparado para vengar las afrentas recibidas por los suyos en los últimos días, Braont se separó del grupo para buscar un sitio desde el que poder tener mejor visibilidad sobre esa parte del bosque, una vez hubo andado unos metros, observó a los lejos una gran piedra granítica que se elevaba justo debajo de las copas de algunos árboles, sin duda alguna, ese era un buen punto desde él que podría observar los movimientos en el bosque.

El joven se dispuso a escalarla para poder comprobar la bondad de aquel punto de vista, dejó todas sus armas en el suelo, excepto el puñal corto de su abuelo que siempre guardaba tras sus pantalones, La piedra apenas presentaba fisuras a las que poder agarrarse, además su base estaba sembrada de pequeñas rocas puntiagudas que hacían más peligrosa la escalada en caso de caída, pero esto no pasaba por la mente de Braont, a la hora de tener que enfrentarse ante cualquier medio de la naturaleza, las dificultades no empañaban su valor, era lo que le habían enseñado a él, y de lo que siempre se jactaba ante sus compañeros.

Una vez superados los diez u once pasos necesarios para poder llegar a la cima, se dio cuenta de que aquella roca extraña y difícil de escalar estaba justo en aquel momento orientada en la dirección en la que se encontraba la luna, Braont calculó por la posición de la luna respecto al bosque que debía ser medianoche. Ahora empezaba a soplar una suave brisa que no era demasiado fría, pues la estación veraniega ya había llegado.

En las cercanías de su poblado todos se reunieron días atrás para celebrar la llegada de los meses calurosos, ya habían prendido fuego a las hogueras como ofrenda a los dioses para que el resultado de las cosechas fuera bueno y sus almas se purificaran de malos espíritus.

De pronto el guerrero quedó cegado por una luz de la que no pudo ver su procedencia, Braont se agachó sobre al apéndice puntiagudo en el que terminaba la roca, y se asió con las dos manos para evitar perder el equilibrio debido a la falta de visión, pasaron algunos segundos y un sudor frío empezó a resbalar por su frente; en este breve tiempo su mente había estado dando vueltas a un ritmo trepidante sobre la situación en la que se encontraba, su primera idea era que estaba frente a la manifestación de alguna divinidad del bosque que moraba en las cercanías de esa piedra y él había osado entrar en sus dominios, se hallaba frente a lo único a lo que sus mayores le habían enseñado a temer.

Pronto comprendió que en esa situación su fin estaba cercano, aunque sus ansias juveniles de vivir le obligaron a seguir pensando, él había sido buen seguidor de las enseñanzas de los druidas, siempre había sido respetuoso al extremo en los sacrificios a los dioses, y ahora se preguntaba por qué había caído en su desagrado.

Mientras tanto la luz había ido disminuyendo en intensidad sin que el céltico guerrero lo hubiera apreciado, pues mantenía sus ojos sellados de temor, luego escuchó un susurro seguido de una brisa de aire que le dio suavemente en la cara como devolviéndole el aliento a su espíritu, se reanimó de tal forma que abrió los ojos; al hacerlo, poco a poco, fue teniendo una visión clara de lo que frente a él se encontraba, desde la misma luna, una intensa luz que iluminaba un cuerpo de mujer joven. Braont se fijó poco a poco más en ella, vestía blanca túnica, su pelo era como el de Braont, del color de los campos que los suyos cosechaban al inicio del mes más caluroso, del color del sol, su gesto era dulce.

En ese instante el guerrero apreció que la mujer que se encontraba frente a él no se apoyaba sobre ningún elemento y, sin embargo, estaba a la misma altura que él sobre la cima de la roca, su temor volvió a aflorar, era el miedo a lo sobrenatural, a lo divino, pensó que la única solución era saltar de esa roca y salir corriendo a encontrar al resto de su grupo antes de que ese espíritu decidiese mostrar su poder, tensó sus músculos y se dispuso a saltar al suelo, la altura de la roca era como de unas diez veces la longitud del cuerpo de Braont, pero eso no le importaba, solo quería correr y seguir viviendo.
Cuando estaba dispuesto a saltar, la mujer que estaba frente a él callada, sonrió con dulzura, y Braont que seguía teniendo un miedo atroz, se quedó parado unos segundos perplejo frente a la belleza de la imagen que frente a él se encontraba, era como si fuese teniendo menos miedo por instantes.

Así transcurrieron unos segundos más, durante los cuales el joven no se atrevió a pestañear, ni por un segundo relajó sus músculos que estaban prestos a realizar el arriesgado salto, pero de pronto la luz fue perdiendo intensidad hasta que desapareció del todo, Braont aún permaneció unos instantes mirando el bosque en la dirección en la que la luna proyectaba su luz, pero ya no veía a la joven.

El aire volvió a soplar de nuevo y el guerrero se encontró de pronto de nuevo en la consciencia de su situación anterior, los demás del grupo seguro que debían andar buscándole y él no podía saber cuanto tiempo había transcurrido desde que se separó de ellos; para él había sido como una eternidad.

Destrepó los pasos de roca hasta llegar a la base de la piedra, recuperó el resto de sus armas y empezó a correr en la dirección en la que había abandonado el grupo, tras avanzar unos metros se volvió a mirar hacia la roca y la zona del bosque más iluminada que ahora se encontraban detrás de él, la luna seguía clareando esa parte del denso hayedo como si fuese pleno día.

Braont volvió a iniciar su carrera y mientras se dirigía al encuentro de sus compañeros, recordó como una vez su abuelo anciano le contó que los dioses siempre veían con agrado a los guerreros más nobles y valerosos, y como un guerrero de la tribu, cuando vivían en los bosques del norte, una noche fue envuelto por una espesa niebla que le llevó lejos de su casa, y que al volver contó a los druidas del poblado que se había encontrado con el espíritu que moraba en el bosque, y que como tras contarlo y a pesar de ser un guerrero valeroso fue rechazado por los druidas y a partir de entonces fue perdiendo estima entre los suyos.

Pero Braont pensaba que a él no le pasaría lo mismo, el no iba a contar nada en el poblado sobre lo que le había acontecido, aunque ¡por Kantabria!, estaba seguro de que esa noche se había encontrado frente al espíritu de la mismísima luna en el bosque, y estaba seguro de que él y los suyos esa noche iban a vencer a sus enemigos de la tribu vecina, esa noche iban a contar con una ayuda inestimable, esa noche les iba a ayudar la Luz de Luna."

La leyenda que os acabo de contar, no lo he escrito yo, sino que buscando en viejos libros en los sitios más recónditos de los ancestros baúles de recuerdos, mitos, historias y leyendas; la encontré, la leí, la disfruté y ahora os la escribo para que podáis disfrutarla vosotros también.

"E mu leíu y mu ascribíu"

 

 


¿Quién mató al señor Lefebre?
Por Alberto Ruiz Cruz, alumno de 1º de Bachillerato del IES Manuel Gutiérrez Aragón de Viérnoles.

Relato ganador del Certamen Literario 2002-2003 del IES Manuel Gutiérrez Aragón.

Parecía presentarse un día soleado como otro cualquiera en alguna parte de la riviera francesa. El magnate financiero Charles Lefèvre se disponía a dar una fiesta en su mansión aprovechando sus tremendos éxitos. El lugar rebosa clase por los cuatro costados, lleno de objetos de incalculable valor y con unas vistas dignas del paraíso más inimaginable. Pero el día posiblemente no acabaría entre risas y el jolgorio provocado por el alcohol.

Eran las 8 de la tarde y ya los invitados iban haciendo acto de presencia e iban entrando. Parecía haber un regimiento invitado, que sin caer en la exageración más extenuada no se alejaría de la realidad. El anfitrión estaba en la entrada de la casa atendiendo a la gente que iba llegando; como es costumbre en las buenas familias. Su mujer (por cierto, bastante más joven) y sus cuatro hijos estaban también con él, erguidos como troncos de roble.

Tenía dos hijos de su primera relación: Gilles y Nicole, ya mayorcitos. Y dos de su actual esposa, Laura: Jerome y Sylvaine, que eran unos chicos adolescentes no acostumbrados a este tipo de eventos de tan alto nivel.

La noche hacía su majestuosa aparición, el cielo se llenó de estrellas que parecían adivinar que se iban a teñir de otro color.

Sin más dilación de la esperada la gente se sentó y se puso a degustar los exquisitos platos que el chef había preparado para la ocasión. En el extremo de la mesa se encontraba el anfitrión y al lado su familia, seguidamente estaban el subdirector de su empresa y diferentes cargos con sus mujeres, y para finalizar algunos amigos que rivalizan con Charles en el terreno financiero, se les podría llamar "colegas", si es que a los carroñeros interesados se les puede asignar ese calificativo.

La cena se desarrolló con total tranquilidad como era de esperar. Hicieron un brindis y se levantaron para dirigirse a la zona del salón de baile. Su mujer y los hijos de ésta se dirigieron a sus respectivas habitaciones para prepararse para el baile porque la noche prometía, dado el "cariño" que tenían a su padre.

Jerome y Sylvaine eran producto del veneno que tenía Laura dentro del cuerpo y los chicos eran una prolongación de los pensamientos de su madre. Todo el mundo sabe cómo se las gasta su mujer, pero Charles no permitía que manchen de ninguna manera su honor, ya que está muy enamorado de ella. Gilles tampoco se atreve a decírselo porque no quiere perder la relación con él y Nicole está más preocupada por qué se va a poner en invierno que por su propio padre.

Más tarde, Charles se dispone a hablar con Paul Arnaud, uno de sus colaboradores de confianza, de repente todo el mundo se calla. Laura se dispone a bajar las escaleras, todo el mundo se queda impactado.

Llevaba un vestido precioso que producía la envidia entre las mujeres de la sala y unas joyas propias de la mejor joyería. Cuando por fin llego al lugar donde estaba su esposo, le dio un beso y se pusieron a bailar. Paul tenía una mirada cómplice hacia Laura que extrañó a Charles, pero no le dio la mayor importancia. La velada proseguía su curso mientras la gente lo pasaba en grande y las horas parecían segundos, al menos por el momento.

Unos minutos después Charles se retiró y se fue al jardín a pasear sólo para meditar, esto lo solía hacer muy a menudo, pero no parece que le sirviera de mucho.

Cuando regresó, algunas personas ya se habían retirado para sus casas, tan sólo quedaban algunos amigos de la familia y unos cuantos empleados, entre ellos Paul Arnaud. La fiesta aún seguía, pero como su esposa e hijos ya habían dejado el lugar, decidió subir al estudio a leer un rato, una de sus aficiones.

Era ya tarde cuando Laura salió a ver si veía a su esposo y al no verle se imaginó que podría estar en el estudio, acertó de pleno. Seguro que no se hubiera imaginado esa escena ni en sus mejores sueños, Charles yacía muerto con la cabeza apoyada en el escritorio sobre un libro, manchado por la envidia y el odio, de sangre. Al instante sale de la habitación y grita.

Llega un silencio que hacía temblar hasta al más impasible; que hacía tener miedo al menos temeroso. Pero faltaba alguien en la estancia, alguien que odie profundamente a Charles, que sea muy cercano.

Unos meses después del comienzo de la investigación fue detenido Paul Arnaud acusado de asesinato, fue condenado a pasar una buena temporada entre rejas al comprobar su autoría. Acusó de cómplice a Laura, que fue absuelta por falta de pruebas. Gilles vivió con un gran pesar hasta su muerte.

En alguna parte de la casa aún permanece el espíritu de Charles, así que, en noche estrellada no pases por la mansión Lefèvre, te puedes arrepentir.

FIN

 

 

Historia de una semilla
Por Marina García, alumna de 1ºB de ESO del IES Juan José Gómez Quintana de Suances.

¡Jo, con el fútbol! ¡Otra vez le habían hecho falta! Pero esta vez la caída no fue en balde, en el suelo algo llamó su atención, era simplemente una semilla pero a Juan le gustó y la guardó en su bolsillo. Sería su semilla de la suerte.

Pasaban los años para todos. También para Juan. Pero la semilla seguía en su bolsillo.

Este otoño iba a ser especial. Juan ya iba a ir al instituto, con sus compañeros. Aprendería otras cosas, tendría nuevos amigos y en los recreos seguiría jugando al fútbol.

¡Vaya! ¡Otra falta! La semilla se salió de su bolsillo yendo a parar a un rincón del patio. Cayó en un lugar cálido y húmedo, un lugar perfecto para vivir y, dicho y hecho, allí se instaló.

Poco a poco de la semilla fueron saliendo una raíz y un pequeño pero flexible tallo. Con el paso del tiempo la semilla se convirtió en planta y la planta siguió creciendo y creciendo hasta que se convirtió en un grueso y alto pino. Ese pino era muy envidiado por todos los demás porque era fuerte, alto y robusto. Se le veía feliz. Pero el destino le tenía preparada una sorpresa: cerca de allí empezaron a hacer unas obras, pero empezaron a excavar tan, tan cerca que dañaron las raíces de todas las plantas y árboles. Nuestro pino intentó proteger con sus raíces a los más débiles pero Las raíces del pino cada vez estaban más debilitadas y un día de mucho viento el pino empezó a tambalearse, cada vez mas fuerte, de un lado a otro, de adelante a atrás, cuando de repente... ¡¡¡¡ PUM !!!!

El árbol se derribó.
- ¡Vaya! -dijo José el carpintero- ¡Que pena de árbol! Aunque, pensándolo bien, saldrán buenas sillas de él. No vendrán nada mal para la biblioteca del instituto. Podemos cumplir el encargo.

Y en su último suspiro se oyó al pino:
- ¡Bien!

 

 

La rosa
Por Alba Fernández Garay, alumna de 1º ESO B del IES Juan José Gómez Quintana de Suances.

De color rojo vivo
Era aquella rosa
Que amanecía sonriente
Alegre y luminosa

Cada día, cantaba
Su armonía melodiosa
Pidiendo paz al mundo
De forma religiosa

Diariamente repetía
Lo que ella deseaba,
Pues su mundo tan negro
La paz ignoraba

Esa lágrima cristalina
un milagro de Dios
a la gente le dio vida
le llenó su corazón

El Sol se despertaba
y las nubes se marchaban
los pájaros reían
la gente se alegraba

De color rojo vivo
era aquella rosa
la emoción que tenía
la hacía milagrosa

Cuando ella despertaba
Veía muy asustada,
La gente triste y sola
Llorando muy amargada

La rosa tristemente
Una lagrima arrojó
Y en el mundo tan presente
Todo mejoró.