Nº37. Marzo. 2003.
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Trabajos:
Relatos
El origen de los profesores
Por Patricia Obradó
Una gota en el camino Por Rebeca Amieva
Y los sueños, sueños
son Por Rebeca Amieva
Cartas de amor Por
alumnos del IES José Hierro
Los vagabundos Por
María González Bardón e Isabel de Pedro
Poemas
Romance Por Alvaro Bolado
La envidio Por Verónica Irizábal
La amapola Por Alejandro Fernández
Historia de amor
Por Iván Ruiz
Cómo decirte que...
Por Saray Lahera
El origen de los profesores
Por Patricia Obradó España, alumna de
2º ESO del Colegio San José.
Todo el mundo cree que los profesores son personas normales, que estudian
una carrera para intentar enseñar a niños en el colegio. Pero
todo el mundo se equivoca.
Os contaré la verdadera historia de los profesores. Hace mucho
tiempo, en la creación del universo, se estaban decidiendo cómo
se iban a repartir los seres vivos por cada planeta. Cuando estaban todos
en sus respectivos planetas, a los de Marte no les gustó la temperatura
ni el ambiente de allí y se fueron hacia la tierra, que era donde
se vive mejor.
En la tierra desarrollaron la avaricia, con lo que pronto quisieron tener
a los humanos como sus inferiores. Su plan es enseñar a las crías
de los humanos (conocidos como niños) cómo ser sus esclavos
mediante unas ondas subliminales. Así que lo que te parecen aburridas
lecciones de naturales, sociales o lengua, para los profesores es una manera
de conquistar el mundo. ¿Por qué, si no, tienen tanto interés
los profesores en que aprendamos? ¿Acaso les pagan menos porque estemos
distraídos?
Así que os lo advierto: ¡No estudies! ¡Ni se te ocurra
atender en clase! De lo contrario, en un futuro los profesores serán
los dueños de la tierra.
Una gota en el camino
Por Rebeca Amieva, alumna del IES Valle del Saja.
Sigilosamente la observo. Me muevo tan despacio como ella. Poco
a poco me acerco y se desliza hacia mí. Pero, de repente, sin apenas
darme tiempo a reaccionar, cae sobre el suelo húmedo. La tierra la
absorbe. Una gota de agua murió.
Todo está mojado. La tormenta ya ha callado dando paso al viento.
Los árboles que me rodean bailan al compás del ritmo invernal.
Poco a poco todo se adormece, pero siempre tengo la compañía
de las luciérnagas, ayudándome a no perderme o tropezar durante
la noche. El miedo a dar un mal paso me hace sentir una fuerte presión
en mi pecho. Nunca se sabe, quizás me caiga y no me pueda volver
a levantar o elija el camino equivocado. Es difícil ver el peligro.
Hago un descanso para dormir, no sin saber que, después, seguiré
caminando hasta el anochecer venidero, cuando recostaré la cabeza
sobre mis manos, hasta que pueda hacerlo sobre una almohada o el pecho de
alguien; pero todavía me queda mucho camino.
Al acostarme, procuraré mirar el suelo al tumbarme, para no clavarme
ninguna astilla, y al levantarme, para seguir este camino, tendré
cuidado con no pisar ningún canto que pueda dañar mi pie.
Porque durante este viaje aprenderé nuevas cosas todos los días,
hasta llegar al final.
Algún día, puede que alguien se cruce en mi camino, para acompañarme
hasta mi destino, que se convertirá en nuestro, hasta que alguno
de los dos vuelva a caminar solo. O por el contrario, esa persona sólo
se cruce para enseñarme algo bueno o malo - ya lo descubriré
- o simplemente el camino. Si al fin la encuentro, podré crear otra
vida, otro camino.
Y los sueños, sueños son
Por Rebeca Amieva, alumna del IES Valle del Saja.
Llevo un rato pensando si alguna vez me había dado cuenta de
lo importante que es soñar, y ahora pienso que al ir pasando el tiempo
e ir creciendo, los sueños son más escasos.
No me refiero a los sueños que tenemos cuando dormimos, que surgen
de manera involuntaria, sino de aquellos sueños en los que
piensas cuando estás despierto, caminando, charlando..., cualquier
momento es bueno para soñar.
No creo que sólo en mi mente sean más escasos (aunque ahora
están volviendo a resurgir), sino que la gente ya no quiere soñar.
Los adultos se pasan la vida trabajando, agobiados con una hipoteca que
pagar. Los niños pidiéndole a los padres que jueguen con ellos,
pero pocas veces lo hacen. Y ahí está la respuesta. Los niños
son los únicos que sueñan.
Todo lo que quieren se lo imaginan como en un cuento en el que ellos son
los protagonistas. Pero como casi todo hoy en día, es sustituido
por una videoconsola, un ordenador, etc, que están muy bien, pero
también hay que dejar volar la imaginación.
Así, los convertimos en pequeñajos sin aficiones ni imaginación
y, lo que es peor, no sueñan. Atrofiamos sus mentes.
Pero no todo el mundo puede permitirse tener una videoconsola o un ordenador,
y a éstos sólo les queda soñar. Tal vez sueñen
con tener una manta para poder dormir caliente, un beso en su mejilla de
un alma compasiva, de su amor o de su madre.
Espero que la gente reflexione porque, si hoy la gente es como es, es por
no soñar despierto y ¡¡se consideran mejores por no hacerlo!!.
Ojalá, a todos los que leáis esto, os queden muchos sueños
por cumplir.
Cartas de amor
Por alumnos del IES José Hierro de San Vicente
de la Barquera.
El IES José Hierro de San Vicente de la Barquera organizó
un concurso de cartas de amor con motivo del Día de San Valentín.
Estas son las epístolas que obtuvieron premio.
Carta a un amigo
Por María Escobio, 4º D
(Primer Premio de la ESO)
Anhelo ese momento. El momento justo en el que entro por la puerta y
te encuentro allí sentado y te saludo con un tímido buenos
días y tú me lo devuelves con una sonrisa de complicidad que
disipa todos mis miedos, que despierta en mí la vida de verdad (no
esa en la que sólo respiras y, eso, vives) y que devuelve la alegría
a mis ojos después de la tristeza que dejó en ellos el hasta
mañana del día anterior.
Y después, llega el momento mágico en el que tú
me llamas para cualquier tontería y me miras a los ojos de una manera
que sólo tú sabes hacer, que hace que me sienta especial,
que no pueda mirar otra cosa que esos ojos que me inspiran confianza y que
me dejan sin defensa ante tus palabras.
¡Oh, tus palabras! Sonidos que brotan de dentro de ti y que llegan
a mis oídos como mucho más que eso porque hablas de una forma
única, dulcemente, como si estudiaras cada una de tus frases.
A medida que transcurre la mañana me voy serenando y todo es perfecto:
tu risa, tu sentido del humor... pero apenas he empezado a disfrutarte cuando
llega la hora y te marchas. Me dices hasta mañana y a mí me
gustaría que esas palabras fueran eternas para no separarme de ti,
porque en cuanto desapareces de mi vista siento esa extraña sensación
de que me falta algo, me falta ese toque especial, eso que sólo tú
puedes darme, esa tranquilidad de que nada malo puede pasarme. Porque tú
eres... eres... eres mi amigo y no cambiaría esa amistad por nada
del mundo.
Hasta mañana, amigo mío
La otra tarde
Por Mariví González,
2º Bachillerato A
(Primer Premio de Bachillerato)
Querido mío:
¿Cómo anda todo? Sólo escribía para contarte
lo que me ocurrió la otra tarde. Fue una tarde cualquiera, no una
tarde de esas que dejan huella, como la tarde que te conocí, o cuando
te fuiste. No fue una tarde especial. Simplemente estaba aburrida, y me
puse a ordenar mi viejo armario; el armario de los recuerdos, el armario
de la memoria. Viejos juguetes desechados, antiguos pantalones cortos de
pana (¿recuerdas cuánto los odiaba?), mil y un cachivaches
que ahora parecen absurdos. De repente, de entre los recuerdos, surgió
tu jersey azul. Aquel jersey que tanto me gustaba, el que llevabas el día
que te conocí, el que te olvidaste el día que te fuiste. Súbitamente
tu imagen volvió. Volvió tu risa fresca, el tono de tu voz,
las caricias de tus manos, tus besos... volvió todo de golpe, sin
avisar, sin preguntar siquiera si quería que volviera (y no sé
si quiera), volvió tan de golpe que me encontré indefensa.
Indefensa y sola. ¿Sabes? Volvieron tantos recuerdos y tan de golpe
que no pude defenderme, y me encontraron allí, abrazada a un apolillado
jersey llorando como una auténtica imbécil. Y sólo
tú y yo sabemos por qué.
Siempre tuya.
Simplemente, te quiero
Por Elena Vega, 4º D
(Finalista de la ESO)
A veces me encuentro contigo, y siempre lo primero que haces es sonreírme
con esa sonrisa tuya, tan tierna, gracias a esos suaves y carnosos labios
del color de las amapolas, y a esos dientes que te salen cuando te ríes
con muchas ganas.
Y, entonces, algo que parece un escalofrío me recorre el cuerpo:
una dicha tremendamente grande; eso es lo que me produce tu sonrisa, felicidad.
Además, cuando sonríes te brillan los ojos más de lo
que lo hacen habitualmente, y me gusta, porque son aún más
dulces que de costumbre. Y entonces siento que respiro más hondo,
y que no puedo parar de sonreírte yo a ti también. Y, si me
haces tan feliz con una simple sonrisa, imagínate cuando me hablas...
¡cómo disfruto de tus palabras que se oyen dulces y se ven
graciosas! Tal vez no sean palabras bonitas o encantadoras (esas te las
guardas para ella...), pero me gustan, y las disfruto en el momento que
las dices, y me las guardo dentro de mí, y también la cara
que pones. Y las disfruto cuando las recuerdo, y veo cómo las palabras
dejan tu boca acariciando tus labios, como si les diese pena irse. Y las
comprendo, porque están tan cerca de tus labios... yo tampoco querría
irme si fuese una palabra. Y, aun siendo persona, si algún día
rozase tus labios con los míos, no querría separarme de ellos.
Son tan rojos y tan dulces a los ojos que miran, que derriten un corazón
con más rapidez que el sol a un trozo de hielo indefenso y cristalino,
y es que dan más luz y más calor que el mismo sol.
No te pienses que exagero, ahora que hablo de tus ojos, que son tan verdes,
tan verdes y profundos que me recuerdan el infinito, aunque nunca lo hayan
visto. Y cuando les da el sol, brillan más y son más claros
y me doy más cuenta de que son tan dulces como lo son tus labios
o como lo es la miel. Y más bonitos me parecen cuando en vez de mirar
otra cosa me miran a mí. Y me pongo nerviosa, no sé si porque
tú me estás mirando o porque tus ojos me susurran cosas que
apenas puedo entender. Ellos lo saben. Saben que te quiero, y tratan desesperadamente
de decírtelo, pero no lo consiguen. Y yo no sé si me alegro
o me entristezco.
Y te acercas un poco más a mí, muy poco, y distingo tus graciosas
pecas revoloteando traviesas como niños, por tu nariz y tu cara.
Oigo cómo respiras, monótonamente y de una manera tan distinta
cada vez que tomas aire... Y, de repente, cuando más estoy yo disfrutando
de ti, te vas. No puedes perder el tiempo conmigo... Te comprendo, yo que
te quiero tanto como tú la quieres a ella. Yo también renunciaría
a todo por verte en cada momento, por oír cómo hablas, por
ver cómo sonríes.
Pero ya ves, me quedo sola, pensando en ti, escribiéndote todo
esto para decirte algo inefable, algo que siento dentro y que llevo plasmado
en el alma.
Simplemente que te quiero.
Amor silencioso
Por Alberto S. Díaz, 2º
Bachillerato C
(Finalista de Bachillerato)
Querida Joana:
Las flores son pedazos de tu cuerpo, y el rocío reclamo de su savia.
Muchas veces aprieto mis labios, incluso los muerdo para impedir que te
relaten lo mucho que te quiero, pues sí, te quiero, te amo desde
el día y el momento en que te conocí, hasta el fin de mis
días y eso es algo que nada ni nadie cambiará nunca.
Este amor que a ti te profeso será eterno y aunque la historia no
la recoja o no seamos famosos como los amantes de Teruel o Romeo y Julieta,
aunque sea un amor silencioso para la inmensa mayoría, para mí
yo sé que esta historia será mía.
Las flores son pedazos de tu cuerpo, el rocío reclamo de su savia.
Tú entera, amor, no sé a qué me recuerdas y sólo
puedo decirte y gritar a los cuatro vientos y al firmamento que yo te quiero.
Los vagabundos
Por María González Bardón e Isabel
de Pedro González, alumnas de 2º C del IES Valle del Saja.
El otro día me dirigía a la parada para coger el autobús.
Eran las 7:30 horas y el termómetro indicaba -8º. Cuando llegué
me encontré con una gran sorpresa. Dentro, en una de las esquinas,
había un hombre tirado en el suelo con una simple y fina manta desde
las rodillas hasta los pies.
Cuando le vi me asusté, pero pensé en el frío que
había hecho esa noche y lo que aquel hombre, que minutos después
me di cuenta de que era un vagabundo, estaba pasando. Llevan todo a cuestas,
su vida y 5 ó 6 bolsas. Suelen andar solos o con alguna mascota.
Durante el día caminan y, a veces, se paran, sacan un pequeño
bote y piden limosna.
Por las noches van al lugar que eligen para dormir, que suele ser un portal,
un banco, plazas o, incluso, el suelo.
Por la información que hemos podido obtener hay muchas personas
que hace más de 12 años que no prueban una cama. Según
algunos doctores, el organismo sabe defenderse y se va adecuando a las circunstancias.
Prueba de ello es que podemos ver a gente de 80 años que vive en
la calle y que tiene mayor salud que la gente que vive en una casa y duerme
en una cama.
Existen instituciones que tratan de cubrirles las necesidades elementales:
alimento, techo, cama y baño. Son los albergues nocturnos y los comedores.
La mayoría depende de comunidades religiosas, con poco apoyo de organismos
públicos. Los vagabundos se sienten como en casa, puesto que no es
de su agrado ser marginados .
Bichicomes, vagabundos, pordioseros, pichis o mendigos son algunas de
las formas de llamar a la gente de la calle. Por lo general se relaciona
marginalidad con pobreza, el término marginalidad trasciende lo económico
y llega hasta la historia de cada persona y su relación con otros.
Vivir en la calle, para la mayoría, parte de una crisis económica
que a su vez desencadena otras, pero también hay casos de trastornos
mentales y tragedias familiares.
Muchos de ellos se han quedado sin familia muy jóvenes. Otros
tienen enfermedades incurables, por lo cual tienen poco tiempo de vida.
También hay casos en los cual la gente no llega a fin de mes.
Ha sido muy duro hacer este trabajo puesto que hemos podido aprender
las verdaderas historias de la calle.
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