Nº30. Marzo. 2002.

 


 

Trabajos:

Relatos
La estatua enamorada Por Raquel Cotero.
El fin de una amistad Anónimo.
El árbol emblemático Por Alicia Cicero.

Poemas
Ya nada brilla Por Vanessa Calderón.





 

 

 

 

 


La estatua enamorada
Por Raquel Cotero González.. Alumna de 3º B ESO del IES Santa Cruz.

Hace algunos días, un grupo de jóvenes se reunió para contar historias; uno de ellos, el más aventurero, fue el primero en contar su historia.

- Cuenta una antigua leyenda que esta estatua tiene una historia nunca creída -empezó a narrar Iván- Hace ya muchos años atrás, dos jóvenes se enamoraron locamente; pero había un impedimento, un brujo tenía hechizado a Alonso y éste no podía enamorarse, pues ocurriría algo de lo que se lamentaría el resto de su vida. Por este motivo sus padres no le dejaban salir de casa. Pero su amor por Lucía era demasiado fuerte, así que se escapó con ella.

- Pues vaya historia para una estatua -comentó la joven Sonia-.
- Ya lo creo -dijo Samuel-.

- Perdonad que os diga que aún no se ha acabado; si me lo permitís continúo -dijo Iván-. Se citaron en el parque a las doce de la noche. -De pronto, el reloj del parque marcó las doce y todos se asustaron, aunque pronto empezaron a reír-.
Los dos llegaron a la vez, llevaban algo de comida, ropa y también un poco de dinero. Comenzaron a andar sin rumbo, pero una tormenta no les permitió continuar, pasaron la noche en vela y cuando amainó siguieron su camino.
Alonso le dijo a Lucía su problema con el brujo y Lucía se asustó, pero dijo que estaba segura de que sería imposible hacerle daño si estaban juntos.
Mientras los padres de éstos, asustados, corrieron a la policía y, angustiados, empezaron a buscarlos. Pasaron días y sus provisiones se terminaron, pero estaban juntos y no les importaba nada.

Una noche Lucía se quedó dormida y Alonso fue secuestrado por el brujo. Por la mañana Lucía estaba muy asustada pues había una nota que decía: Los problemas han llegado y tu amor ha sido sacrificado.

Entonces no le quedó otro remedio que volver a casa, lo contó todo y la madre de Alonso pensó que quizás el brujo ya habría cumplido su promesa. Entonces preguntó a la joven que dónde habían quedado, ella respondió y fueron allí y vieron a Alonso convertido en una estatua con una carta a su lado para Lucía. Ella la guardó y nadie se enteró. En ella decía que la quería y que no le importaba haber muerto porque donde estaba era feliz.

Pasaron los años y a Lucía aún se la veía por allí a las doce de la noche. Esperaba que algún día se moviese y volvieran a marcharse a vivir otra aventura, pero no sucedió así, y al cabo de los años ella murió. Se dice que aún se la ve por aquí a las doce de la noche.

- Todos los jóvenes estaban riéndose cuando una voz les dijo: No os riáis porque mi amor no es un juego. Miraron hacia la estatua y era ella quien les hablaba y les dijo que era verdad y que jamás habría una historia más bonita, de amor, pues aunque fuese corta fue eterna.

 

 

El fin de una amistad
Por un alumno de 3ºde ESO del IES Santa Cruz.

El día que más lloré coincide con el día en que un trocito de mi corazón desaparece y yo doy un gran cambio.

Ocurrió cuando tenía 9 años, con la muerte de mi mejor amiga Julia, que tenía mi misma edad. Yo era alegre, despreocupada, fuerte, provocadora, gritona... pero ella era tímida, débil, seria; cuando se reía no lo conseguía del todo, le asustaba hacerlo o eso parecía, con grandes ojos verdes pero muy tristes; para mí era como una hermana, ya que crecimos juntas.

Vivía en el pueblo donde creció mi madre y yo iba todos los fines de semana y en vacaciones. Hacíamos cosas increíbles: hablábamos durante horas, veníamos tardísimo de nuestras salidas y nos castigaban casi siempre; ella todo lo quería hacer y yo sentía como si lo que nos propusiéramos lo pudiéramos hacer.

Pero llegó el día en el que la encontré en la cama enferma por un cáncer del que nadie me había dicho nada porque ella no quería que lo supiera.
Iba cuando podía a verla y cada vez empeoraba más. Un día, al entrar en su habitación y sentarme en su cama, me pidió perdón porque sentía mucho no poder estar conmigo en el futuro, estudiar, trabajar, vivir en un piso..., todas esas propuestas hechas por mí en su día de las que no tuve respuesta. Ese día, por primera vez no me contuve y lloré delante de ella, juntas llorando tarde y noche.

Durante un año fui a visitarla. Cada vez me asustaba más y hubo un día en el que me quedé parada delante de su puerta, sin tener valor suficiente para abrirla por muchos motivos, entre ellos porque mi madre me había dicho que cabía la posibilidad de que muriera. Estuve media hora pensando hasta que me fui, no entré, salí corriendo de su casa hasta mi habitación. Pasó un mes y ella preguntaba por mí, mientras yo ponía pretextos a sus padres.

Ella había cumplido 9 años, pero un día, justo una semana después de mi cumpleaños, me dijo mi madre que Julia estaba en el hospital porque había empeorado. Fui al hospital para hablar con ella antes de la operación, pero no me dejaron entrar por ser menor. Después de tres horas, mi madre salió por una puerta, se dirigió hacia mi muy seria y pálida, me dio un gran abrazo llorando.

Julia había muerto, no pudieron hacer nada por ella y yo no me puede despedir. Me separé de mi madre, di unos pasos atrás y me desmayé llorando. Estuve muchísimo tiempo dormida en una camilla y cuando desperté aún notaba cómo las lágrimas bajaban por mis mejillas. No se atrevió nadie a decirme nada por miedo a mi reacción, aunque me hubiera gustado algo más que abrazos, la verdad. No fui a su entierro, pero cada año voy a ver su tumba, le llevo flores y leo lo que grabé en su lápida. Ahora pienso mucho en ella y creo que la gente no debe olvidarse de lo que nos dejó aquí.

 

 

 

Ya nada brilla
Por Vanessa Calderón Gómez, alumna de 2ºB de Bachillerato del IES Santa Cruz de Castañeda.

Ni siquiera los luceros se detienen ya a brillar,
tan sólo quedan golondrinas con ese gesto de humildad.
Ni las rosas sienten la necesidad de extender sus pétalos,
hasta las bombas se han derrumbado por no descansar.

El fuego no insiste en convertir todo en ceniza,
el verano no se preocupa de acalorar nuestra piel.
Las mañanas no tienen prisa por despertar,
la incandescente luz, debe haberse fundido ya.

Los niños no tienen ansias por divertirse y jugar,
las decisiones importantes no pretenden acertar.
la suerte no se conoce usando caras y cruces,
la fuerza no se consigue con horas y sudor,
la felicidad se vende en pequeñas dosis.

En las mentiras ya no se cruzan los dedos,
y en las pérdidas no se conoce el sufrimiento.
La inmensidad del océano no se considera grande,
las campanas no nos envían ningún mensaje,
y de las promesas nunca se acuerda nadie.

Las montañas no hechizan con sus alturas,
cada historia es precedida por dos caras.
Nadie sueña con tener un mundo perfecto,
volar no suena como un deseado reto.

Una carta, hoy día, no emotiva a nadie,
un baile no significa lo mismo que ayer.
La noche no invoca ese profundo temor,
un deseo imposible de conseguir.

El corazón ya no late al son del mismo compás,
un sentimiento no es recordado como algo único,
El juego del destino es imposible de adivinar.
La mente no da pie a la imaginación,
ni siquiera existe el concepto de paraíso.

Unos ojos enrojecidos son símbolo de fragilidad,
el dinero en estos tiempos no tiene nada que comprar.
Cuando todo lo que está a su alrededor desaparece,
se distancia, se pierde, se deteriora o se muere,
ya nada te levanta el ánimo.

Cuando las ganas por luchar, la desesperación por vivir,
el eco que siempre volvemos a escuchar, se pierde,
ya nada te sigue gritando que eres libre.
Ni siquiera los luceros se detienen ya a brillar.

 

 


El árbol emblemático
(El roble y el aliso)
Por Alicia Cicero Gandarillas. Alumna de 2ºA de Bachillerato del IES Santa Cruz de Castañeda.

Si el roble es una muralla, el aliso puede ser el soldado que se resguarda como un animal asustado...

Si el roble es grosero y de aspecto rudo, el aliso bien puede ser una doncella de apariencia frágil y desvalida.

Si el roble es el padre autoritario, el aliso es el hijo que obedece sin rechistar, pues puede ser castigado.

Estas deliberaciones son los puntos de vista de los cántabros añosos, que al pie de la lumbre ven cómo se van convirtiendo en ceniza unos gruesos troncos.

Y al amor de la lumbre, en aquella fría, oscura y triste tarde, con los campos cubiertos por un fino velo de escarcha, seguían divagando sobre el mismo tema.

El de más edad es un habitante de las zonas altas de Cantabria y el otro, algo más joven, tiene una visión un poco más urbana, pues vive en los valles cercanos al inmenso mar.
El anciano piensa que el roble es el padre de nuestra civilización, puesto que es alto, fuerte, rudo y de tez áspera, como él, que con el paso de los años su tez posee surcos como aquellos que los campesinos realizan al labrar la tierra. Pero, a pesar de todo, se mantiene firme, erguido, sin doblegarse ni rendirse.
Es como las largas y fuertes raíces que el roble posee, que se aferran a la tierra a pesar de las inclemencias que surgen a lo largo de los años.

En cambio, el aliso necesita del apoyo de su madre para no desfallecer. Su amigo piensa que el aliso es el árbol cántabro por excelencia. Es como la doncella que, aunque de apariencia frágil, su resistencia es más duradera. Si la muralla se resquebrajase, el soldado se encontraría indefenso y perdido, en un lugar desierto donde no poder resguardarse.

El roble ha servido a lo largo de los años como símbolo de resistencia y honor para los cántabros. Así lo vemos en los antiguos ferroviarios que lo llevaban tatuado en sus gorras, como símbolo de lo firme y bien hecho.

En un momento dado, la ventana se abrió y penetró un frío, denso, seco y persistente aire que extinguió aquellas pequeñas brasas que todavía daban calor.
Las brasas podían ser como el roble, que por mucha resistencia que presentara, con un ligero soplo de aliso hizo que fracasara.
Roble y aliso pueden convivir perfectamente en Cantabria.
El roble en la cima de la montañas y el aliso en las riberas de los caudalosos ríos que el roble ha visto nacer en sus montañas.