Nº22. Enero-Febrero. 2001.

 


 

Trabajos:

Relatos
En busca del verdadero tesoro (Parte II )Por Elsa
La mansión de los horrores (Parte II)Por María
El tesoro de LorenzoPor Christian
El corazón de un payasoPor Cristina

Poemas
Déjame vivir Por Esther

 

 

 

 

 


En busca del verdadero tesoro II
Por Elsa Velasco Valdés, alumna de 2º ESO del IES José Hierro de San Vicente de la Barquera.

Tom despertó a Alison que estaba inconsciente.
-¡Despierta¡- le gritó.
-¿Dónde estamos?
-"En el fondo del mar matalrile, rile, rile..."
Tom, este no es momento para juegos!
-Lo siento. -Se encogió de hombros Tom-.
-Vamos a mirar por esta ventanilla; aún tenemos oxígeno.

El espectáculo que se podía contemplar era magnífico, montones de peces tropicales de mil colores se movían inquietos. Parecía una sucesión de colores que nunca acababa. Los arrecifes de corales, las casas de muchos seres marinos, no se movían, eran estatuas pintadas en cuadros de Leonardo da Vinci. Un paisaje húmedo y frío, también se podían ver los restos de un antiguo barco olvidados por culpa del tiempo.
Alison y Tom sintieron que algo en el estómago se les movía. Era el miedo. ¿Miedo, de qué? De quedarse como ese barco, olvidados como uvas pasas en la memoria de la gente.
Alison vio un par de equipos de submarinismo con bombonas de oxígeno, se vistieron con el equipo y rompiendo una ventanilla salieron al exterior. El agua sin pedir permiso fue ocupando todo el espacio que podía sin importar el qué.

Alison y Tom subieron a la superficie. Lo que la vista les permitía ver era suficiente para divisar en la lejanía una isla. Por un lado había una arena suave y cálida y justamente al otro lado había unos enormes peñascos a los que la fuerte tempestad apuñalaba como el sol a un escorpión sin refugio. Sin pensárselos dos veces nadaron hacia la parte de arena de aquella isla. Cansados, agotados, se dejaron caer en la arena. Era un espectáculo agotador. Minutos después, la marea empezaba a acariciar a sus desnudos pies. Y se despertaron.

-¿Dónde estamos?- preguntó un tanto aturdido Tom- Parece una isla, ¿no te parece Alison?

Ella no contestó. Se subió a un gran peñasco donde se podía contemplar toda la isla. Alison no hablaba y Tom parecía respetar su silencio, pues a ella le gustaba el silencio para pensar y recapacitar. Ella sacó la botella de su bolsillo y de la botella el mapa. Lo desenroscó con cuidado de no romperlo, entonces... ¡Abrió los ojos como dos soles gemelos! y sin darse cuenta, la botella se le cayó rodando a los pies de Tom, que éste recogió la botella y corrió cuesta arriba hacia su amiga.

-Alison, ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien?
-Mira el mapa.
-Pero...
-¡Míralo, te digo!
-Tom obedeció las órdenes de Alison, entonces...
-No es posible, te digo que no es posible.
-Sí, si lo es. Estamos en el Monte de los Sueños de la isla del mapa.

Los dos muchachos inundados por la impresión se sentaron ¿Cómo les podía estar pasando esto?. Desde la cima del Monte de los Sueños, podía verse toda la isla.

-Lo mejor será trepar por las dos Colinas Mandarinas hasta llegar al bosque de las Mil Maravillas, ¿No te parece?
-Sí, pero no sé como lograremos salir de aquí- pensaba Tom.

Los dos muchachos, muertos de miedo, se encaminaron cuesta abajo por el Monte de los Sueños hacia las dos Colinas Mandarinas. El camino era muy largo y lleno de agujeros cavados por los loros. Simples baches.
El paisaje era precioso. ¿Cómo describirlo?, un paisaje lleno de vida, cascadas de tres metros de alto bajaban resbaladizamente por las montañas, los árboles, con más de catorce siglos de historia hablaban más que toda la Biblia, los monos, como la ropa tendida al sol se colgaban sin temor a la caída, los papagayos, estudiando nuevos idiomas, volaban libre, llenos de vida junto a ellos.

Alison y Tom, no querían llegar a las colinas. Su desesperación para llegar a su destino había desaparecido.
Las dos Colinas Mandarinas eran preciosas. Tenían árboles cargados de mandarinas, cientos y cientos de mandarinas, todas jugosas y en su punto. Los dos muchachos se abalanzaron a coger todas las mandarinas que pudiesen. Se posaron a descansar en el tronco de un árbol, entre los dos habían engullido medio mandarino y el cuerpo les pedía una siestecita. Ambos cayeron en el universo de los sueños. Lo curioso era que estaban soñando lo mismo.

-Humanos, bahh.- Decía un papagayo- tenían que venir algún día a romper nuestra armonía.
-No parecen malvados -recapacitó un mono- parecen cansados.
-¡Mira, mira, se despiertan!.
-¿Quiénes sois?, ¿qué hacéis aquí?
-Tranquilos forasteros -les calmaba el mono- somos las criaturas de los sueños de la isla, yo me llamo Mono y él es Papagayo.
Alison y Tom no hablaban estaban petrificados.
-¿Por qué no intentáis conseguir el tesoro de esta isla?. Nosotros tenemos el deber de intentar ayudaros a conseguirlo.
-¿Cómo podemos encontrarlo?- se cuestionó Tom-
-Dirigíos al Bosque de las Mil Maravillas.
De repente se despertaron.
-¡Óyeme Tom¡ He tenido un sueño de...
-¿Un mono y un papagayo?
-Sí, ¿cómo lo has adivinado?
-Yo he soñado lo mismo.
-Entonces, ¿a qué estamos esperando?

Los dos chicos con el estómago lleno, partieron a aquella que iba a ser la aventura de sus vidas. Según se iban acercando al Bosque de las Mil Maravillas, más ganas tenían de llegar a él. Era como si unas fuerzas sobrehumanas les ayudaran a llegar.
Enseguida se dieron cuenta que llegaron al bosque, pues estaba poblado por criaturas fantásticas: faunos, sátiros, centauros, gnomos, dragones buenos, hadas...
Los chicos estaban alucinados. Tenían en el fondo miedo. Decidieron preguntar a un gnomo.
-Perdone-dijo cortesmente Alison- Un mono y un papagayo nos dijeron que viniésemos aquí para encontrar el verdadero tesoro.
-¿Dónde se encuentra? -interrumpió Tom.
-Yo no tengo el consentimiento para deciros nada, pero sé quien sí.
-¿Quién?- interrogaron ambos.
-El Espíritu del bosque.
-Perdón.¿quién?- preguntó tembloroso Tom.
-¿Cómo lograremos encontrarlo? -Pidió más detalles Alison.
-Sólo sé que es una mujer. Solamente pueden verla los seres humanos, y tenéis que encontrar a su unicornio, es su mascota. Si montáis en su lomo lograréis encontrala. Basta con llamarla.
Muchas gracias le agradecieron al gnomo.

-¡Uni, Uni, Uni, Unicornio, ven bonito ven Uni, Uni!.

 

Continuará...

 


 

 

 


La Mansión de los Horrores
Por María Escobio González de 2º C de E.S.O. del IES José Hierro


CAPÍTULO II

EL RELOJ DE LA TORRE

Cuando me disponía a intentar encontrar la escalera a tientas me dí cuenta de que la tormenta que antes eran sólo unas gotas ahora era una terrible tempestad. Justo cuando estaban pasando estos pensamientos por mi mente, un rayo llenó mi cuerpo de miedo y por un instante la estancia de luz, el tiempo justo para dejarme ver unos muebles tapados con sábanas viejas y los primeros peldaños de unas desgastadas escaleras.
Sin querer pensar en las conclusiones que podían conllevar mi curiosidad me lancé en picado al primer peldaño.
Como el miedo no me permitía caminar sin dar un paso en falso, decidí subir las escaleras arrastrándome, como una serpiente, para no tropezarme y caer.

Comencé a ascender lentamente, con cuidado. A medida que iba subiendo, las escaleras crujían tras de mí. Con el tacto pude adivinar que el suelo de abajo era de dura piedra pero que las escaleras eran de una madera astillada y apolillada.
Cuando por intuición pensé que estaba a punto de llegar a la torre, di un paso en falso y sufrí una caída de cinco minutos a causa de la rotura de un peldaño que por suerte amortiguó una alfombra de algo parecido a la paja que se encontraba en el húmedo sótano de aquella mansión maldita.

 

CAPÍTULO III

LA SALA DE TORTURAS

Con la caída debí de perder el conocimiento, pues al intentar levantarme tuve que agarrarme a la pared porque aún estaba mareada
Las paredes estaban heladas y tenían una textura muy rugosa. Pasé las palmas de las manos por ellas con la esperanza de encontrar una puerta pero en vez de eso encontré....¡el interruptor de la luz! Tras respirar aliviada apreté el botón y la luz iluminó el desván y....¡oh Dios¡. Deseé no haberlo hecho nunca, porque frente a mis ojos aparecieron miles de esqueletos humanos y máquinas de tortura.-¿Se deberían los gritos que a veces se oían fuera de la casa a estos siniestros montones de huesos?-
Nada más aparecer estas siniestras figuras ante mis ojos bajé la vista. Por mi mente pasaron tantas cosas que lo único que puedo recordar es que las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas. Poco a poco fui levantando la mirada hacia el fondo de la habitación y me encontré con que al final del largo pasillo, rodeado de esqueletos, había una puerta de hierro.
No me atrevía a dar un sólo paso entre aquellas espantosas formas, pero sabía que debía salir de allí.

 

CAPÍTULO IV

DESTINO MORTAL

Comencé avanzando lentamente entre aquellas vitrinas que pondrían los pelos de punta. No sé por qué, pero una extraña intención vino a mi cabeza, ¿pasaría algo por echar una ojeada a los cartelitos que había debajo de cada vitrina?, seguro que no.
Pasé la mirada por ellos. En la parte superior estaba el nombre de la víctima y en la inferior la fecha del asesinato.
Las primeras fechas no me interesaron demasiado ya que eran del siglo pasado, pero a medida que fui avanzando las fechas se acercaban al día de la muerte de Javi y, tal y como había sospechado, ahí estaba su esqueleto con su correspondiente cartel que decía: Javier Ruiz Conde. Verano del 98.

Todo mi cuerpo se estremeció al leer esto, pero lo peor llegó cuando al continuar andando vi que la vitrina contigua a ésta estaba vacía y debajo tenía el cartel correspondiente con una inscripción que decía: Marta López Rodríguez, Verano del 00.
Intenté contenerme al leer ésto, pero el pánico se apoderó de mí y comencé a chillar pidiendo socorro. Así pasé más de cinco minutos.

 

Continuará...

 



El tesoro de Lorenzo (Un relato fantástico)
Por Christian López Santiago, alumno de 4º de ESO del IES Manuel Gutiérrez Aragón de Viérnoles.

Hace muchos años, en los tiempos que todavía los trolls perseguían a los gnomos y las hadas volaban por los bosques con total libertad, la gente vivía en la eterna oscuridad, donde hacía frío y no se podía mirar a más de dos metros de distancia con la luz de la luna...

Voy a contar la historia de un chico que siempre tenía ansias de más, que no se conformaba con las cosas normales y que siempre le buscaba la quinta pata al gato. Esto le solía causar problemas. Pero en este caso él no tenía ni idea de lo que le iba ocurrir...

Lorenzo iba una noche, como cualquier otra, por el bosque buscando aventura, intentando romper la monotonía, cuando de pronto se encontró con un hada un poco misteriosa. Ésta le decía que si quería ser rico, (él pensó que así podría comprar todos los candelabros que quisiera, y los candelabros en aquellos tiempos eran muy importantes ya que no existía la luz solar, y era su único medio para salir de casa y poder ver). Él, cómo no, se interesó muy rápidamente. El hada le explicó que si iba a la cascada del poblado y si allí decía tres veces Luz aparece, y dale oro a quien lo merece, recibiría su recompensa.

Lorenzo salió volando hacía la cascada, pero de camino se encontró con un gnomo que le dijo:
-Jovencito, ¿dónde vas tan deprisa si en este poblado no hay cascada?-
Lorenzo le contesto:
-Tú lo que quieres es robarme mi oro, o piensas que soy tonto.
El gnomo se echó a reír y salió corriendo.

Lorenzo siguió corriendo hasta llegar al lugar de la cascada, pero cuando llegó no había cascada ni nada.
Entonces fue él el que se echó a reír; no se lo podía creer. De pequeño había ido a jugar siempre a esa cascada, y ahora de repente, ¡chas!, había desaparecido...

Lorenzo se fue apenado para su casa y de camino se encontró con el hada. El hada le preguntó que por qué no había dicho las palabras, él le contestó que debido a que ya no existía cascada. El hada le replicó que por qué no insistía y volvía a intentarlo. Lorenzo por no aburrirse pensó: ¿Por qué no?, total no pierdo nada...

Fue volando otra vez hasta la cascada, y cuando llegó, esta vez sí que había cascada. Entonces Claudio dijo:
-Luz aparece, y dale oro a quien lo merece, luz aparece y dale oro a quien lo merece, luz aparece, y dale oro a quien... pero bueno, ¿qué haces otra vez tú aquí?-
Apareció de nuevo el gnomo que se había encontrado antes
- ...Ya me dirás cómo hiciste para que desapareciera la cascada antes, pero vale, da igual, dentro de nada seré rico; tú ya no me importas. Déjame en paz y vete, venga, que tengo cosas que hacer...

El gnomo se rió, pero esta vez no se fue y le preguntó:
-¿Qué pasa si te digo que el tesoro que vas a recibir, lo vas a tener que compartir con todo el mundo?
Lorenzo le contestó:
-¡Ja, ni lo pienses...! El que encuentra el tesoro se lo queda, no pienso compartirlo con nadie -le dijo Lorenzo al gnomo con aires de superioridad.

El gnomo le contestó:
-Sólo una cosa más. Yo soy el dueño del tesoro, y como me has caído bien te lo daré a ti... pero prométeme que lo compartirás con todo el mundo...
-Si tú eres el dueño del tesoro; vale te lo prometo. Tú también me estás empezando a caer bien- Contestó Lorenzo.
-Pues, vale; ya puedes decir las palabras mágicas-.
Lorenzo dijo:
-Luz aparece y dale oro a quien lo merece, luz aparece, y dale oro a quien lo merece, luz aparece, y dale oro a quien lo merece.

Entonces empezó a salir una luz muy grande del horizonte, como si fueran mil candelabros, más o menos, y Lorenzo gritó:
-Es el lingote de oro más grande que he visto en mi vida. Gracias, gnomo; muchas gracias, por cierto, ¿Cómo te llamas?
El gnomo le contestó ilusionado: Me llamo Sol ; encantado de conocerte...

Entonces Lorenzo le dijo con sonrisa maligna:
-Muchas gracias, Sol. Pero yo me voy a por mi tesoro, y ahí te quedas tú, sotonto, que te he engañado y me he ganado un tesoro para mí solo..

Lorenzo empezó a correr hacía el tesoro pensando que era super listo y que había engañado al gnomo, pero él no se daba cuenta que ese tesoro era el sol. Sí, esa estrella gigante que ilumina todos los días nuestro planeta, y que gracias a Lorenzo tenemos nosotros.

Cuenta la leyenda que Lorenzo corrió y corrió hasta caer muerto de cansancio, la avaricia acabó con él, pero nunca alcanzó el sol. Nadie podría ser capaz de una acción semejante, por lo menos vivo...

 

 

 

 


El corazón de un payaso
Por Cristina Ruiz, alumna de 8ºB del CP Fernando de los Ríos de Torrelavega

Si habéis estado alguna vez bajo la carpa de un circo, seguro que conoceréis todas las atracciones. Los trapecistas, el domador de leones, el mago, los perros amaestrados..., todo me pareció maravilloso la primera vez que fui al circo.

Pero lo que más me impresionó fue la actuación de aquel viejo payaso. Sus continuas caídas, aunque provocadas, llegaron a darme pena. No obstante, fue su mirada apagada la que me hizo pensar: ¿Qué triste historia se esconderá detrás del maquillaje del payaso?

Yo le seguía admirando con mucha atención. Era un payaso muy raro, pero dentro de él había algo que sólo se lo guardaba para él. Yo me pregunté: ¿Vivirá solo?
Era un payaso que no tenía corazón.


 

 


Déjame vivir
Por Esther Reina, alumna de 8ºB del CP Fernando de los Ríos de Torrelavega

 

Puedo danzar y danzar
bajo las estrellas.

Puedo reírme de ti
y esperar
a que el mundo, rodando
en su largo camino entre los astros
frene y escuche mi canto.

Puedo danzar y danzar
bajo las estrellas.

Puedo pedir y llorar
que los pájaros cesen su eterno volar
que las flores marchitas
se tornen tiernas
y el verde color invada
los campos.

Puedo pedir que los grises
ojos empapados
con su dulce mansa calma.

Puedo danzar y danzar
bajo las estrellas
puedo provocar un pueril estallido de violencia
pero nada vuelve.

Ni los astros, ni tus ojos
ni los pájaros
esperan.

¡Puedo pedir tantas cosas!

Pero no puedo pedir
que el tiempo me haga caso y pare
para mí
puedo disfrutar y sentir, mas no puedo
dejar de vivir.