Trabajos:
Relatos
En busca del verdadero tesoro (Parte
II )Por Elsa
La mansión de los horrores
(Parte II)Por María
El tesoro de LorenzoPor Christian
El corazón de un payasoPor Cristina
Poemas
Déjame vivir Por Esther
En busca del verdadero tesoro II
Por Elsa Velasco Valdés, alumna de 2º ESO
del IES José Hierro de San Vicente de la Barquera.
Tom despertó a Alison que estaba inconsciente.
-¡Despierta¡- le gritó.
-¿Dónde estamos?
-"En el fondo del mar matalrile, rile, rile..."
-¡Tom, este no es momento para juegos!
-Lo siento. -Se encogió de hombros Tom-.
-Vamos a mirar por esta ventanilla; aún tenemos oxígeno.
El espectáculo que se podía contemplar era magnífico,
montones de peces tropicales de mil colores se movían inquietos.
Parecía una sucesión de colores que nunca acababa. Los arrecifes
de corales, las casas de muchos seres marinos, no se movían, eran
estatuas pintadas en cuadros de Leonardo da Vinci. Un paisaje húmedo
y frío, también se podían ver los restos de un antiguo
barco olvidados por culpa del tiempo.
Alison y Tom sintieron que algo en el estómago se les
movía. Era el miedo. ¿Miedo, de qué? De quedarse como
ese barco, olvidados como uvas pasas en la memoria de la gente.
Alison vio un par de equipos de submarinismo con bombonas de oxígeno,
se vistieron con el equipo y rompiendo una ventanilla salieron al exterior.
El agua sin pedir permiso fue ocupando todo el espacio que podía
sin importar el qué.
Alison y Tom subieron a la superficie. Lo que la vista
les permitía ver era suficiente para divisar en la lejanía
una isla. Por un lado había una arena suave y cálida y justamente
al otro lado había unos enormes peñascos a los que la fuerte
tempestad apuñalaba como el sol a un escorpión sin refugio.
Sin pensárselos dos veces nadaron hacia la parte de arena de aquella
isla. Cansados, agotados, se dejaron caer en la arena. Era un espectáculo
agotador. Minutos después, la marea empezaba a acariciar a sus desnudos
pies. Y se despertaron.
-¿Dónde estamos?- preguntó un tanto aturdido
Tom- Parece una isla, ¿no te parece Alison?
Ella no contestó. Se subió a un gran peñasco donde
se podía contemplar toda la isla. Alison no hablaba y Tom
parecía respetar su silencio, pues a ella le gustaba el silencio
para pensar y recapacitar. Ella sacó la botella de su bolsillo y
de la botella el mapa. Lo desenroscó con cuidado de no romperlo,
entonces... ¡Abrió los ojos como dos soles gemelos! y sin darse
cuenta, la botella se le cayó rodando a los pies de Tom, que
éste recogió la botella y corrió cuesta arriba hacia
su amiga.
-Alison, ¿Qué te ocurre? ¿Estás bien?
-Mira el mapa.
-Pero...
-¡Míralo, te digo!
-Tom obedeció las órdenes de Alison, entonces...
-No es posible, te digo que no es posible.
-Sí, si lo es. Estamos en el Monte de los Sueños de la
isla del mapa.
Los dos muchachos inundados por la impresión se sentaron ¿Cómo
les podía estar pasando esto?. Desde la cima del Monte de los Sueños,
podía verse toda la isla.
-Lo mejor será trepar por las dos Colinas Mandarinas hasta
llegar al bosque de las Mil Maravillas, ¿No te parece?
-Sí, pero no sé como lograremos salir de aquí-
pensaba Tom.
Los dos muchachos, muertos de miedo, se encaminaron cuesta abajo por
el Monte de los Sueños hacia las dos Colinas Mandarinas. El camino
era muy largo y lleno de agujeros cavados por los loros. Simples baches.
El paisaje era precioso. ¿Cómo describirlo?, un paisaje lleno
de vida, cascadas de tres metros de alto bajaban resbaladizamente por las
montañas, los árboles, con más de catorce siglos de
historia hablaban más que toda la Biblia, los monos, como la ropa
tendida al sol se colgaban sin temor a la caída, los papagayos, estudiando
nuevos idiomas, volaban libre, llenos de vida junto a ellos.
Alison y Tom, no querían llegar a las colinas. Su
desesperación para llegar a su destino había desaparecido.
Las dos Colinas Mandarinas eran preciosas. Tenían árboles
cargados de mandarinas, cientos y cientos de mandarinas, todas jugosas y
en su punto. Los dos muchachos se abalanzaron a coger todas las mandarinas
que pudiesen. Se posaron a descansar en el tronco de un árbol, entre
los dos habían engullido medio mandarino y el cuerpo les pedía
una siestecita. Ambos cayeron en el universo de los sueños. Lo curioso
era que estaban soñando lo mismo.
-Humanos, bahh.- Decía un papagayo- tenían que
venir algún día a romper nuestra armonía.
-No parecen malvados -recapacitó un mono- parecen cansados.
-¡Mira, mira, se despiertan!.
-¿Quiénes sois?, ¿qué hacéis aquí?
-Tranquilos forasteros -les calmaba el mono- somos las criaturas
de los sueños de la isla, yo me llamo Mono y él es Papagayo.
Alison y Tom no hablaban estaban petrificados.
-¿Por qué no intentáis conseguir el tesoro de esta
isla?. Nosotros tenemos el deber de intentar ayudaros a conseguirlo.
-¿Cómo podemos encontrarlo?- se cuestionó Tom-
-Dirigíos al Bosque de las Mil Maravillas.
De repente se despertaron.
-¡Óyeme Tom¡ He tenido un sueño de...
-¿Un mono y un papagayo?
-Sí, ¿cómo lo has adivinado?
-Yo he soñado lo mismo.
-Entonces, ¿a qué estamos esperando?
Los dos chicos con el estómago lleno, partieron a aquella que
iba a ser la aventura de sus vidas. Según se iban acercando al Bosque
de las Mil Maravillas, más ganas tenían de llegar a él.
Era como si unas fuerzas sobrehumanas les ayudaran a llegar.
Enseguida se dieron cuenta que llegaron al bosque, pues estaba poblado por
criaturas fantásticas: faunos, sátiros, centauros, gnomos,
dragones buenos, hadas...
Los chicos estaban alucinados. Tenían en el fondo miedo. Decidieron
preguntar a un gnomo.
-Perdone-dijo cortesmente Alison- Un mono y un papagayo
nos dijeron que viniésemos aquí para encontrar el verdadero
tesoro.
-¿Dónde se encuentra? -interrumpió Tom.
-Yo no tengo el consentimiento para deciros nada, pero sé quien
sí.
-¿Quién?- interrogaron ambos.
-El Espíritu del bosque.
-Perdón.¿quién?- preguntó tembloroso
Tom.
-¿Cómo lograremos encontrarlo? -Pidió más
detalles Alison.
-Sólo sé que es una mujer. Solamente pueden verla los seres
humanos, y tenéis que encontrar a su unicornio, es su mascota. Si
montáis en su lomo lograréis encontrala. Basta con llamarla.
Muchas gracias le agradecieron al gnomo.
-¡Uni, Uni, Uni, Unicornio, ven bonito ven Uni, Uni!.
Continuará...
La Mansión de los Horrores
Por María Escobio González de 2º
C de E.S.O. del IES José Hierro
CAPÍTULO II
EL RELOJ DE LA TORRE
Cuando me disponía a intentar encontrar la escalera a tientas
me dí cuenta de que la tormenta que antes eran sólo unas gotas
ahora era una terrible tempestad. Justo cuando estaban pasando estos pensamientos
por mi mente, un rayo llenó mi cuerpo de miedo y por un instante
la estancia de luz, el tiempo justo para dejarme ver unos muebles tapados
con sábanas viejas y los primeros peldaños de unas desgastadas
escaleras.
Sin querer pensar en las conclusiones que podían conllevar mi curiosidad
me lancé en picado al primer peldaño.
Como el miedo no me permitía caminar sin dar un paso en falso, decidí
subir las escaleras arrastrándome, como una serpiente, para no tropezarme
y caer.
Comencé a ascender lentamente, con cuidado. A medida que iba subiendo,
las escaleras crujían tras de mí. Con el tacto pude adivinar
que el suelo de abajo era de dura piedra pero que las escaleras eran de
una madera astillada y apolillada.
Cuando por intuición pensé que estaba a punto de llegar a
la torre, di un paso en falso y sufrí una caída de cinco minutos
a causa de la rotura de un peldaño que por suerte amortiguó
una alfombra de algo parecido a la paja que se encontraba en el húmedo
sótano de aquella mansión maldita.
CAPÍTULO III
LA SALA DE TORTURAS
Con la caída debí de perder el conocimiento, pues al intentar
levantarme tuve que agarrarme a la pared porque aún estaba mareada
Las paredes estaban heladas y tenían una textura muy rugosa. Pasé
las palmas de las manos por ellas con la esperanza de encontrar una puerta
pero en vez de eso encontré....¡el interruptor de la luz! Tras
respirar aliviada apreté el botón y la luz iluminó
el desván y....¡oh Dios¡. Deseé no haberlo hecho
nunca, porque frente a mis ojos aparecieron miles de esqueletos humanos
y máquinas de tortura.-¿Se deberían los gritos que
a veces se oían fuera de la casa a estos siniestros montones de huesos?-
Nada más aparecer estas siniestras figuras ante mis ojos bajé
la vista. Por mi mente pasaron tantas cosas que lo único que puedo
recordar es que las lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas.
Poco a poco fui levantando la mirada hacia el fondo de la habitación
y me encontré con que al final del largo pasillo, rodeado de esqueletos,
había una puerta de hierro.
No me atrevía a dar un sólo paso entre aquellas espantosas
formas, pero sabía que debía salir de allí.
CAPÍTULO IV
DESTINO MORTAL
Comencé avanzando lentamente entre aquellas vitrinas que pondrían
los pelos de punta. No sé por qué, pero una extraña
intención vino a mi cabeza, ¿pasaría algo por echar
una ojeada a los cartelitos que había debajo de cada vitrina?, seguro
que no.
Pasé la mirada por ellos. En la parte superior estaba el nombre de
la víctima y en la inferior la fecha del asesinato.
Las primeras fechas no me interesaron demasiado ya que eran del siglo pasado,
pero a medida que fui avanzando las fechas se acercaban al día de
la muerte de Javi y, tal y como había sospechado, ahí estaba
su esqueleto con su correspondiente cartel que decía: Javier Ruiz
Conde. Verano del 98.
Todo mi cuerpo se estremeció al leer esto, pero lo peor llegó
cuando al continuar andando vi que la vitrina contigua a ésta estaba
vacía y debajo tenía el cartel correspondiente con una inscripción
que decía: Marta López Rodríguez, Verano del 00.
Intenté contenerme al leer ésto, pero el pánico se
apoderó de mí y comencé a chillar pidiendo socorro.
Así pasé más de cinco minutos.
Continuará...
El tesoro de Lorenzo (Un relato fantástico)
Por Christian López Santiago, alumno de 4º
de ESO del IES Manuel Gutiérrez Aragón de Viérnoles.
Hace muchos años, en los tiempos que todavía los trolls
perseguían a los gnomos y las hadas volaban por los bosques con total
libertad, la gente vivía en la eterna oscuridad, donde hacía
frío y no se podía mirar a más de dos metros de distancia
con la luz de la luna...
Voy a contar la historia de un chico que siempre tenía ansias
de más, que no se conformaba con las cosas normales y que siempre
le buscaba la quinta pata al gato. Esto le solía causar problemas.
Pero en este caso él no tenía ni idea de lo que le iba ocurrir...
Lorenzo iba una noche, como cualquier otra, por el bosque buscando aventura,
intentando romper la monotonía, cuando de pronto se encontró
con un hada un poco misteriosa. Ésta le decía que si quería
ser rico, (él pensó que así podría comprar todos
los candelabros que quisiera, y los candelabros en aquellos tiempos eran
muy importantes ya que no existía la luz solar, y era su único
medio para salir de casa y poder ver). Él, cómo no, se interesó
muy rápidamente. El hada le explicó que si iba a la cascada
del poblado y si allí decía tres veces Luz aparece, y dale
oro a quien lo merece, recibiría su recompensa.
Lorenzo salió volando hacía la cascada, pero de camino
se encontró con un gnomo que le dijo:
-Jovencito, ¿dónde vas tan deprisa si en este poblado no
hay cascada?-
Lorenzo le contesto:
-Tú lo que quieres es robarme mi oro, o piensas que soy tonto.
El gnomo se echó a reír y salió corriendo.
Lorenzo siguió corriendo hasta llegar al lugar de la cascada,
pero cuando llegó no había cascada ni nada.
Entonces fue él el que se echó a reír; no se lo podía
creer. De pequeño había ido a jugar siempre a esa cascada,
y ahora de repente, ¡chas!, había desaparecido...
Lorenzo se fue apenado para su casa y de camino se encontró con
el hada. El hada le preguntó que por qué no había dicho
las palabras, él le contestó que debido a que ya no existía
cascada. El hada le replicó que por qué no insistía
y volvía a intentarlo. Lorenzo por no aburrirse pensó: ¿Por
qué no?, total no pierdo nada...
Fue volando otra vez hasta la cascada, y cuando llegó, esta vez
sí que había cascada. Entonces Claudio dijo:
-Luz aparece, y dale oro a quien lo merece, luz aparece y dale oro a
quien lo merece, luz aparece, y dale oro a quien... pero bueno, ¿qué
haces otra vez tú aquí?-
Apareció de nuevo el gnomo que se había encontrado antes
- ...Ya me dirás cómo hiciste para que desapareciera la
cascada antes, pero vale, da igual, dentro de nada seré rico; tú
ya no me importas. Déjame en paz y vete, venga, que tengo cosas que
hacer...
El gnomo se rió, pero esta vez no se fue y le preguntó:
-¿Qué pasa si te digo que el tesoro que vas a recibir,
lo vas a tener que compartir con todo el mundo?
Lorenzo le contestó:
-¡Ja, ni lo pienses...! El que encuentra el tesoro se lo queda,
no pienso compartirlo con nadie -le dijo Lorenzo al gnomo con aires
de superioridad.
El gnomo le contestó:
-Sólo una cosa más. Yo soy el dueño del tesoro,
y como me has caído bien te lo daré a ti... pero prométeme
que lo compartirás con todo el mundo...
-Si tú eres el dueño del tesoro; vale te lo prometo. Tú
también me estás empezando a caer bien- Contestó
Lorenzo.
-Pues, vale; ya puedes decir las palabras mágicas-.
Lorenzo dijo:
-Luz aparece y dale oro a quien lo merece, luz aparece, y dale oro a
quien lo merece, luz aparece, y dale oro a quien lo merece.
Entonces empezó a salir una luz muy grande del horizonte, como
si fueran mil candelabros, más o menos, y Lorenzo gritó:
-Es el lingote de oro más grande que he visto en mi vida. Gracias,
gnomo; muchas gracias, por cierto, ¿Cómo te llamas?
El gnomo le contestó ilusionado: Me llamo Sol ; encantado de conocerte...
Entonces Lorenzo le dijo con sonrisa maligna:
-Muchas gracias, Sol. Pero yo me voy a por mi tesoro, y ahí te
quedas tú, sotonto, que te he engañado y me he ganado un tesoro
para mí solo..
Lorenzo empezó a correr hacía el tesoro pensando que era
super listo y que había engañado al gnomo, pero él
no se daba cuenta que ese tesoro era el sol. Sí, esa estrella gigante
que ilumina todos los días nuestro planeta, y que gracias a Lorenzo
tenemos nosotros.
Cuenta la leyenda que Lorenzo corrió y corrió hasta caer
muerto de cansancio, la avaricia acabó con él, pero nunca
alcanzó el sol. Nadie podría ser capaz de una acción
semejante, por lo menos vivo...
El corazón de un payaso
Por Cristina Ruiz, alumna de 8ºB del CP Fernando
de los Ríos de Torrelavega
Si habéis estado alguna vez bajo la carpa de un circo, seguro
que conoceréis todas las atracciones. Los trapecistas, el domador
de leones, el mago, los perros amaestrados..., todo me pareció maravilloso
la primera vez que fui al circo.
Pero lo que más me impresionó fue la actuación
de aquel viejo payaso. Sus continuas caídas, aunque provocadas, llegaron
a darme pena. No obstante, fue su mirada apagada la que me hizo pensar:
¿Qué triste historia se esconderá detrás
del maquillaje del payaso?
Yo le seguía admirando con mucha atención. Era un payaso
muy raro, pero dentro de él había algo que sólo se
lo guardaba para él. Yo me pregunté: ¿Vivirá
solo?
Era un payaso que no tenía corazón.
Déjame vivir
Por Esther Reina, alumna de 8ºB del CP Fernando
de los Ríos de Torrelavega
Puedo danzar y danzar
bajo las estrellas.
Puedo reírme de ti
y esperar
a que el mundo, rodando
en su largo camino entre los astros
frene y escuche mi canto.
Puedo danzar y danzar
bajo las estrellas.
Puedo pedir y llorar
que los pájaros cesen su eterno volar
que las flores marchitas
se tornen tiernas
y el verde color invada
los campos.
Puedo pedir que los grises
ojos empapados
con su dulce mansa calma.
Puedo danzar y danzar
bajo las estrellas
puedo provocar un pueril estallido de violencia
pero nada vuelve.
Ni los astros, ni tus ojos
ni los pájaros
esperan.
¡Puedo pedir tantas cosas!
Pero no puedo pedir
que el tiempo me haga caso y pare
para mí
puedo disfrutar y sentir, mas no puedo
dejar de vivir.
|