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Una excursión es mucho más que un
autobús y un día de asueto. Nuestros reporteros se han armado
de una cámara de fotos o de vídeo, un "boli" y una
libreta y se han ido a ver mundo. Reportajes: Impresiones tras el viaje a Túnez
Impresiones tras el viaje a Túnez Los alumnos del IES José Mª Pereda hicieron un viaje de estudios a Túnez del 29 de junio al 4 de julio, tal como nos anunciaron en el número de verano de Red-acción. He aquí algunas impresiones recogidas en el avión de vuelta que les trajo hasta Bilbao. Creo que el viaje ha sido una bonita experiencia y pienso que lo mejor
ha sido el grupo. Además nos hemos portado "muy bien".
Entre nosotros ha habido, como dirían en el Gran Hermano, muy buen
rollito. Lo realmente curioso ha sido el pequeño desmadre y cachondeo de
alguno de los profesores que por mucho que digan que vienen a trabajar se
lo han pasado muy bien con nosotros. ( M. C.) Es difícil añadir algo más a todo lo que ha escrito,
pero yo también me lo he pasado genial. Túnez es muy bonito
y todos nos merecemos un premio (por ejemplo una buena cena ESPAÑOLA
en septiembre) Gracias a los profesores que han venido por ser como son
(no me mojo más) y espero que repitamos todos el año que viene
en Sicilia (J. B) Este viaje ha sido la juerga padre aunque no haya habido porrascazo.
Queremos comunicar que la repartición de premios ha sido injusta
ya que no se nos ha otorgado el premio Intermon por la acogida de gente
en nuestra habitación.
Vuelo Monastir-Bilbao 4 de julio de 2000
Reseña Tunecina Este viaje organizado ha permitido a los alumnos conocer un país diferente al nuestro y lleno de contrastes. El autor de este artículo nos lleva más allá de la anécdota. Por primera vez me sentí como un blanco en un país de moros. Ahora éramos nosotros los raros, los de extrañas costumbres y vestimentas, los profanadores e intrusos de tan homogéneo paisaje. Aunque también éramos el objetivo prioritario de las recelosas e interesadas miradas de aquellos vendedores sin escrúpulos. Aquellos persuasivos caraduras de las ventas que nos asediaban en cada pueblo, en cada mercado y zoco, a cada paso, constantes en su tarea, ansiosos por timar a cualquier niño bien que tuviera dinares en el bolsillo. Insolentes, mal educados e inaguantables, pero poseedores de esa eficacia que sólo da la necesidad. De esos que apuñalan por la espalda al mismo tiempo que sonríen. Tenían que vivir, y a nuestra costa. Nosotros, sin embargo, teníamos que dejarnos matar con la mayor dignidad posible, sabiendo que siempre que un moro sonreía, nuestro bolsillo se resquebrajaba, y por él se derramaban monedas de injusto destino. Ellos se ganaban la injusticia con el sudor de su frente, y nosotros dejábamos que ganasen intentando creer que éramos los auténticos triunfadores, aún jugando fuera de casa. Aún jugando en un país donde el sol pesa mucho más de lo acostumbrado, y bajo él nosotros, los aplastados turistas que intentan sobrevivir a fuerza de agua y aire acondicionado. Haciendo en definitiva, las trampas que por inadaptados extranjeros nos estaban permitidas. Por inadaptados extranjeros y por haber pagado cada uno de los pasos, cada una de las palabras y cada uno de los pequeños lujos que teníamos. Dándonos a nosotros mismos la impresión de llevar aranceles gravados en nuestra frente sudorosa. Aranceles que se encargaban de cobrar con absoluta disciplina. Por otro lado, el desértico paisaje hacía de Túnez un país de esos en los que la inseguridad (seguramente producida por la radical diferencia con nuestra verde Cantabria, donde recordemos, ellos tampoco lograron entrar) se adueña del intruso, y le obliga a desear una cama, cuatro paredes y agua, agua fresca, agua que cambie por completo la realidad, para pasar del infierno al paraíso. Sólo en el desierto se comprende el ansia por un oasis, y no es necesario montar un dromedario y envolverse en paradójicas ropas, ni rezar en dirección a la Meca. Tan sólo es necesario arena, calor y cansancio. Algo que dista mucho de pasar una mañana en el Sardinero rodeado de anglosajones colorados y tumbado bajo un sol que flota, no pesa, que acaricia y no aplasta. Pero dejando todo esto al margen, se podría decir que Túnez es un país de contrastes, con dos caras bien diferenciadas. Una moneda mitad de bronce, mitad de madera. La cara falsa no es otra que la de las multinacionales, esas depredadoras que engordan sus carteras a costa de maquillar la pobreza, plantarla un lazo, pintarla de blanco y ponerla en oferta. No faltarán gringos ni centroeuropeos de escueta iniciativa que compren su producto en busca de unas vacaciones de hotel, playa y fiesta con animador, y a las once a la cama. En ocasiones así me avergüenzo de mi continente. La otra cara de esa moneda es la cruda realidad. La miseria que vi por primera vez en mi vida. Las casas ruines sumidas en pueblos en los que la vida parece imposible, el rostro de niños obligados por sus padres a vender baratijas, el desierto que sólo alberga desierto, y la sensación de que ese pueblo tiene un lastre demasiado pesado como para salir a flote en un mundo que ya tiene dueño. Sin embargo es mucho más cómodo no pararse a pensar en esto, es más fácil quedarse con el producto, con la moneda de madera. Quedarse con el viaje de organización y agencia. Tontos, ignorantes y engañados.
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