Nº2. Febrero 1998

 


ALEJANDRO GÁNDARA

 



EL AUTOR
Alejandro Gándara nació en Santander en 1957.

Estudió el bachillerato en Ciudad Rodrigo (Salamanca)

En 1984 publicó "La Media Distancia" (Premio Prensa Canaria de novela), a la que siguió "Punto de Fuga", "La Sombra del Arquero" y "Ciegas Esperanzas" (Premio Nadal 1992), que se han traducido al inglés, sueco, alemán y checo.

Es autor de tres novelas de narrativa juvenil.

Fue profesor de Ciencias Políticas en la Universidad Complutense, Investigador del British Museum de Londres sobre los isabelinos ingleses y responsable del Suplemento de Libros de El País.

En la actualidad es director de la Escuela de Letras de Madrid.

Otras Aportaciones:

Vanesa Ortiz Santamaría 2 HC IES José del Campo (Ampuero)

El resto del camino lo hicimos en silencio, no me apetecía hablar de Celina pero mi mente no estaba en otro sitio. Las ideas iban y venían sin rumbo fijo y no sabía muy bien qué era lo que realmente me preocupaba. Celina siempre había sido así, se iba y volvía. Mis padres no se lo tomaban nada bien, pero ella decía que necesitaba respirar y pensar en ella de vez en cuando. Nunca entendí lo que quería decir.
- Tengo hambre.
- Vamos a comer algo, no he comido nada desde que me enteré de lo de Celina y yo pienso mejor con el estómago lleno.
Estábamos acercándonos al centro de la ciudad, las luces de la ciudad nos iluminaban. Era una extraña sensación lo lejana que quedaba ahora la tranquilidad del faro.
- Mañana tengo que ver a Dimas para que me deje algo de dinero, tengo un negocio pensado y creo que puede salir bien. ¿Te apuntas?
- Paso, conozco tus negocios. Ya te han roto la nariz una vez por esos negocios tuyos y yo quiero mucho a mi nariz. Además, si Celina no aparece supongo que tendremos que hacer algo ¿no?
- Sí, creo que lo mejor será empezar a buscar hoy mismo, seguro que alguien la ha visto por ahí. Nos podemos pasar por el KANNA-BIS a ver si hay alguien o si saben algo.
No me dejó demasiado tranquilo el pensar que Celina pudiera haber estado allí. El bar está muy bien pero Celina siempre ha tenido la facilidad de juntarse con la peor gente y últimamente se llevaba la palma.
- Me muero del hambre ¿Entramos aquí mismo?
Hice un gesto afirmativo con la cabeza y entramos. El local era una tasca pero ponían bocadillos y en esos momentos era lo único que me preocupaba.
- Dos bocatas de rabas y dos cervezas.

Andrea Suárez Reguera 2º ESO. C.P. Cisneros

-En realidad sí me había parecido raro, la verdad, seré mal pensado pero me parecieron unos mafiosos
-¿Tú qué crees? -dijo Quini-
-No le había estado escuchando, estaba absorto en mis pensamientos, así que le dije que me repitiera la pregunta.
-Ya, ya veo, estás demasiado ocupado con lo de tu hermana, lo entiendo. - Me contesto
-No, no es eso, es que no te estaba atendiendo ¿Qué decías?
-Que si crees que iremos este año a Francia de excursión de fin de curso
-La verdad es que me gustaría ir. -Miré mi reloj-
Bueno, me tengo que ir, ya es tarde. ¡Llámame!
Le grité mientras me iba corriendo a por mi bicicleta.
-Por el camino, fui pensando en la cara de aquellos hombres, la verdad, ¿Porqué le daba tanta importancia a esa tontería?
-Me desvié del camino para comprar una bolsa de patatas en el bar ; allí estaban los "mafiosos,...


Amelia Gómez Fernández.2ºB ESO.CP PintorAgustín Riancho. (Alceda).

Era por la tarde y estaba anocheciendo muy rápido. Me dirigía a casa cuando me acordé de lo sucedido aquella mañana en la tienda. Las palabras que decía el tártaro resonaban en mi mente como un eco incesante, no paraba de pensar en ellas.
Decidí ocupar mi mente en otras cosas, así que cogí los cascos y me puse a escuchar música; me relaje bastante y logré tranquilizarme un poco.
Por el camino me encontré a Quini, como era pronto para llegar a casa estuvimos hablando sobre lo ocurrido.
Se me hizo tarde, así que me despedí de él y me fui.
Cuando vi a mi padre me moría de ganas de preguntarle por lo ocurrido, pero me aguanté, subí a mi habitación y minutos después me llamaron a cenar; durante la cena, mis padres estaban muy callados y me miraban mucho.
Cuando acabé de cenar me fui a la sala a ver mi serie favorita, ellos se quedaron a charlar en la cocina y cuando salieron me dijo mi padre:
-Hijo, tenemos que hablar.
Me sorprendió porque me lo contó sin levantar la cabeza. Se sentaron como nunca lo habían hecho antes y me aclararon las cosas. Me dijeron que habían contratado a un detective para encontrar a Celina. Era el tártaro del bar y al fin comprendí lo que quería decir la dichosa frasecita de aquel singular hombre:
- " Siempre hay que pagar "
Por fin, esa noche pude dormir tranquilo; lo extraño es que no me dieron datos sobre él, ni como se llamaba, de dónde era, qué experiencia tenía, …
Pero eso no me inquietó.

Sara Trabajos García 4º ESO. IES. Fuente Fresnedo (Laredo)

Cambiamos de conversación, haciendo mudas las palabras, y el silencio, a partir de ese momento, se convirtió en el compañero inseparable de nuestra búsqueda de aquella noche.
Agotado el tiempo y nosotros mismos, nos despedimos.
- Duerme tranquilo, Martín, y no le des demasiadas vueltas a eso que llevas sobre el cuello o acabará desenroscándose del todo y rodando por el suelo-, me dijo esbozando una sonrisa.
- En serio, no te preocupes. Estate seguro de que en el momento que menos lo esperes aparecerá.- afirmó con cara seria, aunque con un fondo de preocupación.
Quini cruzó por mitad de la calzada sin detenerse a mirar si pasaba algún coche, ya que, a esas horas, no era lógico que nadie anduviese despierto dando vueltas por una ciudad casi desierta de madrugada.
Giró la esquina y dejé de verle. Me di la vuelta y anduve, sin mirar al frente, hacia el portal que se encontraba al final de mis pasos.
Hacía frío y mis manos congeladas, metidas en los bolsillos, se movieron en busca de las llaves. No notaba apenas nada, el frío había hecho que el tacto desapareciese.
Unos segundos más tarde, ya con la llave en la cerradura, la giré y empujé la pesada puerta, obteniendo a cambio una ola de calor que invadió mi cuerpo insensible.
Subí unos cuantos escalones y, al llegar a la altura de los buzones, miré, por costumbre, sin esperar encontrar nada. Mecánicamente, continué subiendo sin ser consciente de que había visto algo en el interior del buzón.
Cuando reaccioné, retrocedí un par de pasos y volví a mirar a través de uno de los agujeros viendo la esquina de un sobre. Metí la mano por el hueco superior y, alargando los dedos, conseguí sacarlo.
A primera vista, era un sobre como otro de los muchos que llegaban, día tras día, a nombre de mi padre, o eso parecía.
Según iba llegando al tercer piso, me di cuenta de que no era tan normal como el resto: no tenía sello, ni tampoco remite.
- ¿Qué será?... y ¿de quien?- Me pregunté a mí mismo.
No me dio tiempo a pensar en la respuesta a esas dudas, aunque posiblemente no hubiera encontrado ninguna. Mi madre abrió la puerta de golpe antes de que pisase el felpudo.
- ¿Qué tal? ¿estás cansado? ¿no hay noticias nuevas, verdad?-
Tantas preguntas seguidas me aturdieron por un instante. Pasé sin decir nada y fui directo al despacho de mi padre, sabía que estaría allí, como el resto de las noches devorando libros para ocupar su insomnio.
Abrí la puerta y atravesé la habitación, dejando la misteriosa carta sobre el escritorio.
Mi padre siempre había sido un hombre de pocas palabras, así que, no dijo nada y se dispuso a leerla.
Sabía que fuera lo que fuera no iba a decir nada. No hizo falta, su cara lo dijo todo. Su rostro fue cambiando brusca y rápidamente como si se tratase del Dr. Jekil unos instantes después de ingerir su experimento, para pasar a ser Mr. Hide.


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