Nº19. Junio. 2000.

 


 

Trabajos:

Relatos
El Secreto Por Lorena Bravo Cimiano
Un Atisbo de Locura Por Nuria Iglesias da Silva.
Notas de Entremés Por Diego Rivera Abascal

Poemas
Para mi Padre Por Guiomar
Alas de Cera Por Pablo Pico Rada

 

 

 


1º premio del I concurso de relatos del IES A.G.Linares

El Secreto
Por Lorena Bravo Cimiano. Alumna del IES Augusto González Linares de Santander

Una mañana cualquiera de un día cualquiera, Paul se despertó con cierta angustia, pues había tenido un sueño un tanto raro, y aunque pensó que sólo había sido eso, un sueño, había algo que realmente le inquietaba sin poder explicar que era.
Cuando bajó a desayunar en compañía de su madre, Ann, ésta notó algo extraño en su hijo. Esa madrugada Ann se despertó sobresaltada debido a los gritos de angustia de Paul, quien se encontraba sumido de tal manera en su pesadilla, que necesitó algún que otro cachete para volver a la realidad. Durante un corto espacio de tiempo, ella se quedó junto a su hijo ofreciéndole alguna que otra caricia en su negro cabello hasta que éste pudo conciliar el sueño.
A la mañana siguiente, ambos se reunieron en la mesa de la cocina para desayunar como cada día, aunque esa mañana todo entre ellos resultó mucho más frío y distante que de costumbre. Fue a media mañana cuando Ann decidió hablar con Paul y preguntarle el motivo de su angustia, lo cual, en cierto modo, la obligó a romper el silencio respecto a un gran secreto que había permanecido siempre entre ellos dos.
El chico le explicó el motivo de su inquietud y la describió los dos sueños que había tenido las dos noches anteriores, en los cuales aparecían un muchacho y una muchacha que le llamaban y le decían: "… ven con nosotros, nos perteneces, somos tus verdaderos padres."
Ella se quedó paralizada y comenzó a notar un continuo sudor frío que la recorrió todo el cuerpo. Paul no lograba comprender el evidente nerviosismo de su madre, e intentó calmarla, pero lo único que consiguió al abrazarla fue que un desesperado llanto surgiera de lo más profundo del corazón de Ann, el cual provocó en Paul unos leves sollozos, aunque sin saber muy bien el motivo. De repente Ann hizo todo lo posible por tranquilizarse y le confesó a Paul que debía contarle un secreto, que todavía no le había revelado para evitarle sufrimientos. Por otro lado y sin poder entenderlo, ella se sintió libre, pues estaba a punto de desvelar a su hijo el secreto que sin poder evitarlo siempre había sido un obstáculo entre ellos.

Los dos se acomodaron, pues ella sabía que era una historia muy larga y él de alguna manera lo presentía. Paul pudo observar como su madre tenía la mirada perdida, lo que le hizo comprender que debía darle unos minutos para reflexionar, en los cuales ambos permanecieron inmóviles. Seguidamente Ann, que no fumaba, se encendió un cigarrillo, que sacó de una vieja caja propiedad de su ex marido, que estaba llena de cigarrillos sueltos y algún que otro objeto sin valor. La primera bocanada de humo la dio el valor suficiente para comenzar el relato.

"… Ante todo quiero pedirte perdón, pues de algún modo puede que te sientas traicionado Paul, aunque mi intención sólo fue protegerte. Además, ya eres mayor de edad, por lo que estás en tu derecho de exigirme que sea sincera …"

Ann continuó el relato tranquilamente, e intentando hacer las menos pausas posibles para que luego no le fuese difícil continuar. El primer impacto que Paul se llevó fue cuando ella le dijo que realmente no era su madre. Esto conmocionó a Paul, e incluso llegó a pensar que se trataba de una broma, pero Ann de forma seria le dijo que escuchase atentamente la historia que le estaba contando, pues era totalmente cierta.

Le contó que sus padres biológicos habían vivido en Wall, una ciudad situada a unos cien km del lugar donde ellos vivían actualmente. Le contó que en realidad, él había tenido cuatro hermanos más, y que formaban un grupo de quintillizos preciosos. Fueron muy famosos al poco de nacer por aquel entonces, pues no eran muy comunes los partos múltiples. Wall era una ciudad más bien pequeña, y todo el mundo les conocía por un simpático apodo que alguien les puso al oírles llorar durante un día entero, y en lugar de los quintillizos comenzaron a llamarles "los cinco sauces". Esto provocó una leve sonrisa en los labios de Paul, lo cual, en cierto modo, la tranquilizó.

Ella prosiguió: "… Vivías sin ningún tipo de problemas económicos en el lugar más privilegiado de Wall. Tus padres tenían una inmensa finca a la que pusieron el nombre de "La Camelia", debido a la pasión que tu madre sentía por las flores. Yo trabajaba en "La Camelia" de sirvienta junto algunos mozos más como el jardinero, el cocinero, el chófer…, y es más, yo os ayudé a venir al mundo, pues nacisteis en una tormentosa noche, en la que fue imposible que el doctor llegase a tiempo por el temporal que arreciaba. Tus padres parecían vivir felices, pues cuando alguno de nosotros estabamos en su presencia, parecían la pareja ideal, porque nunca faltaban palabras de cariño ni miradas llenas de complicidad entre ellos.
A medida que el tiempo fue pasando, era una delicia veros a "los cinco sauces" corretear por las extensas propiedades de vuestros padres. Yo era feliz trabajando para vuestros padres y viviendo allí con ellos, pues no tenía familia cercana, por lo que me encontraba sola. La mayor parte del tiempo me dedicaba a cuidaros pues no te imaginas lo que podíais revolver los cinco juntos. De vez en cuando, sobre todo cuando vosotros estabais durmiendo la siesta, me dedicaba a limpiar el enorme salón que tus padres tenían como biblioteca. Jamás se me ocurrió la idea de curiosear en las pertenencias de tus padres, pero limpiando la estantería de los libros se vino abajo el tomo de un diccionario. Lo recogí del suelo y procedí a desempolvarlo cuando resbaló de nuevo y volvió a caer al suelo, pero esta vez en su trayectoria hacia el suelo se abrió, lo que hizo que me quedara atónita mirándolo, sin ni siquiera pestañear".

Ann se quedó en silencio y volvió a coger otro cigarrillo de la caja de trastos de su ex marido. Paul la animó a proseguir, pues deseaba tanto conocer todo el desenlace como ella deseaba no haber tenido que contarle nunca a su hijo el misterioso secreto. Con su cigarro encendido prosiguió su relato.

"No podía creer lo que estaba viendo dentro del diccionario, escondido entre sus hojas. Alguien se había tomado la molestia de recortar una a una todas las hojas del diccionario, dejando un rectángulo casi perfecto en el que se hallaba escondido un revólver. Yo no pude reaccionar durante un espacio de tiempo, el cual se hizo eterno para mí y sólo pude pensar qué estaba haciendo un arma de fuego en una casa tan especial para mí como podía ser aquella.

La volví a colocar con mucho cuidado dentro del diccionario, no sin limpiar mis huellas antes, como me habían enseñado las tantas y tantas películas que había visto sobre crímenes. A su vez, volví a situar de nuevo el diccionario en el estante en el que se encontraba antes del fatal descubrimiento. No tardé mucho tiempo en saciar la curiosidad sobre el revólver, pues logré descubrir a quién pertenecía.

Paulatinamente tus padres fueron distanciándose, pues el carácter de tu padre, Troy, cambió por completo y llegó a convertirse incluso en un ser violento. Dejaron de oírse risas y canciones, y lo único que se comenzó a oír fueron gritos y peleas. Tu madre poco a poco fue entristeciéndose cada vez más y yo escuché decirle a tu padre que se iría de casa con vosotros, pues no quería que sus hijos creciesen en un ambiente tan violento como el que últimamente se respiraba en "La Camelia".

Después de esto comencé a escuchar gritos de auxilio de tu madre, pues Troy la emprendió a golpes con ella y no dejó de pegarla hasta que la dejó tendida en el suelo casi sin vida. Todos los sirvientes oímos la pelea, pero sólo yo fui capaz de intentar hacer frente a tu padre, pues los demás huyeron apresurados. Cuando subí al piso de arriba, tu padre ya no estaba, y había dejado a tu madre moribunda y delirando, pues sus últimas palabras las entendí claramente; "… quiere matar a los cinco sauces…", dijo mostrando ese amor de madre.

Rápidamente os busqué por todos los rincones de la mansión, dándole a tu padre tiempo de sobra para escapar, pues me llevó un buen rato mirar por toda la casa. Al no lograr encontraros dentro, salí corriendo a buscaros por el jardín, que se extendía por los alrededores de la casa, resultando esta búsqueda en vano. Instintivamente surgió en mi cabeza la idea de la pistola escondida en el tomo del diccionario, lo cual a su vez casi logró paralizarme, pensando en las locuras que sería capaz de hacer alguien que premeditadamente oculta un arma de fuego en un diccionario. Cuando me disponía a entrar en la casa de nuevo para cerciorarme de que el diccionario ya no estaría en su lugar, me percaté de un tremendo resplandor que provenía del interior de la casa, y me di cuenta de que eran las llamas, que la estaban consumiendo. Antes de que la casa comenzase a derrumbarse debido a que las brasas la estaban devorando, dispuse del tiempo suficiente para comprobar las dudas que me asaltaban sobre el revólver. Salí de la casa lo más rápido que pude, y lo que conseguí fue tropezarme y caer de bruces al suelo. A lo lejos pude ver la silueta de tu padre precedida de vosotros, llevándos a empujones. Volví a mirar la fachada de la casa, y me parecía imposible como "La inmensa Camelia" estaba desapareciendo entre las llamas. Volví a mirar a Troy, que se alejaba con vosotros y con el diccionario en la mano."

Legado este punto del relato, Ann comenzó a tartamudear, dejó de hablar y siguió pensando el resto de la historia; "y en esto desaparecieron La Camelia, los cinco sauces y el diccionario …"

Tuvo que ser su hijo el que le dijese que continuase el relato, porque ella no se había dado cuenta de que en lugar de narrarlo lo estaba pensando. Le dijo a su hijo lo que sucedió, que la Camelia desapareció con su madre en el interior, que el diccionario también desapareció con el revólver oculto entre sus páginas, y que los cinco sauces también desaparecieron. Paul logró escapar porque comenzó a correr como nunca antes había corrido, librándose de su padre, quien tan sólo consiguió retener a cuatro sauces.

La policía investigó el caso y encontró a tu padre junto al cadáver de tus cuatro hermanos, los cuales habían sido víctimas de las balas, pues acabó con la vida de todos suicidándose después.

La policía llegó a la conclusión de que Troy enloqueció sin motivo aparente y decidió acabar con la vida feliz que hasta entonces había llevado.

Tú fuiste enviado a una casa-hogar, y nadie te quiso recoger, pues decían que ofrecías malos augurios por todo lo sucedido. Así que yo recapacité y decidí hacerte un hueco en mi hogar, pues al fin y al cabo, yo era como tu segunda madre.

Paul se quedó conmocionado y al cabo de un momento cuando pudo reaccionar, lo único que salió de su corazón fue darle un inmenso abrazo a Ann, la que para él siempre había sido su única madre y siempre lo seguiría siendo, aunque a partir de ahora supiese que su madre biológica fue una buena mujer que murió por intentar salvar "La Camelia" y "los cinco sauces".

Esa misma noche Paul decidió que la historia de su vida era demasiado importante como para olvidarla, descubrir que tiempo atrás tuvo cuatro hermanos. Paul cogió unas hojas y escribió el relato que su madre Ann, le acababa de contar, sin omitir el más mínimo detalle, para poder tener siempre presente su pasado. Lo más curioso fue que al final del párrafo anotó el seudónimo característico que cualquier escritor anónimo coloca al final de su obra, y su seudónimo fue, El sauce


 

Mención especial del I concurso de relatos del IES A.G.Linares

Un Atisbo de Locura
Por Nuria Iglesias da Silva. Alumna de 1º ASI del IES Agusto G. Linares de Santander

Me parecía increíble que mis manos ya tan débiles, sean capaces de coger una pluma, pues muchas son las décadas que llevan ya sin hacerlo.

La gangrena corroe mi cuerpo como si fuese el ácido de un alquimista y la parálisis impide mis piernas.

No viviré ya mucho tiempo. Mejor, pues no hay mayor tortura que la muerte en vida. Mi robustez y mi salud juveniles han sido mi peor maldición, pues no me han permitido una muerte pronta y encerrada me encuentro ahora entre estas paredes que ya mi ataúd considero. Paredes que han oído gritos de furia y suspiros de despecho y amor.

Quiero dejar constancia de que no es cierto lo que mis detractores dicen sobre mi persona, que la locura ha tomado morada en mi espíritu. No, no es así. Soy capaz de pensar, decidir, recordar … Sí…, ¡Un recuerdo…!

Tengo presente las imágenes de mi matrimonio con Felipe de Borgoña, hombre al que no conocía, al que fui entregada por intereses políticos y del que me enamoré de forma lujuriosa y poseí fuera de toda castidad y decoro.

¡Ay, y mi vida en Bruselas! Banquetes y fiestas que ocupaban gran parte de mis días. Y mis hijos … mis pequeños príncipes.

¡Estaba destinada a vivir una vida feliz si no hubiese sido víctima de los juegos de ambición y poder de aquellos que me rodeaban! Y los celos; estos eran producidos por las repetidas infidelidades de Felipe.

En aquellos días de relativa tranquilidad encontré un pasatiempo que acabó siendo la obsesión que habría de ocupar todo mi tiempo de ocio.

Una tarde de verano, con unas hojas de papel bajo el brazo, pluma y tintero, me dirigí a una pequeña plantación de cinco sauces que se alimentaban en la tierra del palacio. Sauces llorones … ¿Cómo podía yo saber que cada hoja de ellos representaba cada una de las lágrimas que yo derramaría en el futuro?

Allí comencé a anotar palabras y frases en latín y su significado en castellano. Aquel fue el primer día, pero volví otro, y otro más hasta que el verano dio paso al otoño y éste al invierno y el frío hizo de mí una reclusa en palacio.

Con los primeros rayos de sol de la primavera, volví bajo mis sauces y con mis propias manos planté bajo uno de ellos una camelia, mi planta preferida, para poder respirar su dulce aroma mientras el montón de hojas seguía aumentando.

Y en esto desaparecieron la camelia, los cinco sauces y el diccionario. Los colores, la luz, el amor que apenas tuve tiempo de gozar, todo desapareció.

No voy a contar como fui encerrada en este Castillo de Tordesillas a mis veintinueve años, pues eso el tiempo y la historia tal vez se encarguen de relatarlo; ni yo misma sé muy bien como llegué a esta situación. Sólo sé que tras la muerte de mis hermanos Juan e Isabel y de sus pequeños hijos, mi esposo y yo quedamos herederos de la corona de España, que sin yo saberlo iba a ser mi condena a una muerte lenta.

Ahora tengo setenta y seis años y ya nada espero. Pienso en mi diccionario; aquello en cuya labor puse mis conocimientos ya debe ser polvo, como polvo seré yo muy pronto. Esto me es grato, sé que tengo el mismo destino que tuvo mi obra.

No puedo seguir escribiendo mucho más pues mis ojos han quedado anegados de lágrimas y me impiden la visión.

Firmaré como no pude firmar mi ya perdido diccionario, firmaré como la hija de Fernando e Isabel, llamados los Católicos; nieta de Isabel de Portugal; y tal como me llaman los carceleros sin ningún respeto por mi persona … Juana, La Loca.


 

Mención especial del I concurso de relatos del IES A.G.Linares

Notas de Entremés
Por Diego Rivera Abascal. Alumno de 4º ESO del IES Augusto González Linares de Santander

Entré en el bar desconocido pasadas las diez de la noche. Era un bar extraño, sí, muy extraño. Nada más entrar, a la derecha, había una especie de galería formada por fotografías de autores célebres que, supuestamente, habían desayunado, comido o cenado en alguna de las mesas del local. Observé unas cuantas de las fotografías: Rosa Montero, Eduardo Mendoza, Javier Marías …

-Bienvenido a la Floresta Alegre, ¿puedo ayudarle en algo?

Un tipo vestido de etiqueta acababa de interrumpir la inspección que estaba realizando a la galería, sin salir de mi confusión inicial y sorprendido por la violenta irrupción, pedí que me repitiera el nombre del bar - restaurante - replicó él visiblemente ofendido.

Superada la tensión inicial, el camarero comenzó a explicarme que el restaurante se llamaba la Floresta Alegre debido a que todas las mesas que había en el comedor, cinco como pude comprobar posteriormente, estaban decoradas "alegremente", y ahí estaba el primero de los motivos, por unos vistosos adornos de papel, con formas que variaban únicamente entre las flores, los árboles o cualquier otra cosa que pudiese considerarse agreste, ahí estaba el segundo motivo del nombre.

Mientras él contaba y yo pensaba sobre lo contado, me fui dirigiendo hacia una mesa en la esquina del local, la única libre. La mesa tenía en el centro una rama de laurel, una perfecta rama de papel.

Después de ordenar al camarero, que por cierto se llamaba Juan Cabo, un tipo excéntrico y susceptible, que trajera un menú sencillo pero ligero, me dediqué a contemplar el aspecto que presentaba aquel lugar a mi alrededor, había varias personas sentadas en las mesas restantes, pero todas solas, no había ninguna pareja, ningún grupo de amigos, cosa que me extrañó, pero bueno, el caso es que estas personas, mantenían la comida apartada en cualquier lugar de la mesa e inclinadas sobre carpetas negras, todas iguales, escribían sin parar, como si estuviesen poseídas por el espíritu de cualquiera de los escritores que posaban inmortalizados en la galería. Cada mesa tenía un adorno de papel en forma de planta que, caprichosamente, parecía tener alguna similitud con la persona que se hallaba en ella.

-Aquí tiene - dijo el camarero posando la comida sobre la mesa- ¿le apetecería escribir algo?, ¿le traigo una carpeta de cuartillas?, le aseguro que este es …
-¿Una carpeta con cuartillas? ¿Es aquí se viene exclusivamente a escribir?
-¡Oh sí! Nuestro restaurante siempre se ha caracterizado por ser un lugar en el que la gente que gusta de escribir acude cuando le faltan las ideas, vienen aquí, observan a otros clientes, y escriben, luego nosotros les guardamos las carpetas hasta el día siguiente, o hasta el siguiente día que vengan a visitarnos. ¿Hago mal en suponer que usted escribe?
-No, supone mal, traiga una carpeta.
-Si quiere le traigo solo unas cuartillas de forma que luego se lo pueda llevar a casa.
-No traiga una carpeta, supongo que volveré más veces.
No se arrepentirá! Le aseguro que escriba lo que escriba, jamás será leído por nadie que no sea usted.

El camarero llamado Juan Cabo trajo la carpeta, la dejó en la mesa y despidiéndose desapareció tras el mostrador.
Miré la carpeta durante largo rato, era igual que la del resto de los comensales, finalmente la abrí, cogí el bolígrafo que había en su interior y comencé a hacer lo que se supone que se hace en este restaurante, observar.

Decidí anotar las similitudes anteriormente detectadas entre los clientes y los adornos de sus mesas, realizándolo de esta manera:

Mesa 1: Rosa Blanca: Mujer de avanzada edad, escribe tranquilamente, supongo que espera que la muerte llegue rodeada de la pureza cegadora de la vejez. Mira la rosa, separa sus pétalos y escribe. Me resulta bella, igual que una rosa marchita.
Mesa 2: Sauces llorones: Viejo, muy viejo, 70 u 80 años, mirada verde, acuosa, pesadez, cansancio. Esta imagen me recuerda a la muerte, el abatimiento ante su poder, la sumisión irremediable del final de la vida, que no para de llorar.
Mesa 3: Laurel: Vacía. No hay ni dios ni río para Dafne. (En la mesa estoy yo, pero eso no cuenta)
Mesa 4: Bonsái: Hombre maduro, lleva el pelo largo, enmarañado, mirada melancólica, más allá de los papeles, piensa, escribe, se para a pensar de nuevo, parece tener todo el tiempo del mundo, tal vez en esto se parezca al bonsái.
Mesa 5: Camelia: El brillo de la camelia tras la lluvia. Blancuras entremezclándose en armonía con la luz del día, con la luz que un sol enamorado proyecta sobre ella. Me acabo de enamorar de una mujer desconocida. Lleva un vestido negro con abertura trasera, lo que me permite contemplar su piel, lechosa, un mar de leche que ilumina la estancia más que el sol, está situada frente a mí, el viejo de los cinco sauces ha descubierto mi perplejidad y sonriendo me guiña un ojo, después mira a camelia … un momento, Camelia ha cerrado su carpeta, se levanta, no veo su rostro, entrega la carpeta a Juan Cabo y desaparece por la galería de autores camino de la calle …

Me levanto corriendo, abandonando la comida y la carpeta con las cuartillas escritas sobre la mesa, corro hacia la calle, nada, no está, entro nuevamente en el restaurante todos los clientes me miran, me acerco a la mesa 5, tomo la camelia y observo que en sus pétalos, con letra apretada alguien ha dejado escritos unos versos:

"Pero si me paro un momento, si consigo / cerrar los ojos, los siento a mi lado / de nuevo, aquellos que he amado: viven conmigo"

Antero de Quental, poeta portugués, buen gusto, estos poemas llenan mi vida de amor desenfrenado hacia esa Camelia convertida en símbolo de espalda, blancura, vestido negro, mesa 5, Antero de Quental …

-"Tanta pasión y tanta melancolía / tenias en tus venas apresada / que una pasión a otra pasión sumada / ya en tu breve cuerpo no cabía."

Me había hablado tranquilamente, como esperaba, era 5 sauces, el viejo triste y verde acuoso en los ojos acababa de descubrirme los sentimientos con otro nuevo poema que, volvía a llenar mi vida de simbologías, esta vez representadas en los 5 sauces, uno por cada sentido que poseo, cinco sentidos que lloran por separado, pero que no podrían hacerlo si faltara uno solo que aportara sus lágrimas.

-Necesito conocerla - Le respondí -
-¿A la muchacha, a Camelia?
-¿Por qué la ha llamado camelia? - Volví a preguntar -
-¿No ha notado su brillo tras la lluvia?

De esta manera, 5 sauces se hacía mi cómplice. ¡Él también lo había sentido!

-Por favor, necesito conocerla, tiene que haber alguna manera, tiene que …
-Sólo conozco una. -Me cortó -
-¡Cual!, ¡Lo que sea!
-Extrañamente el dueño guarda una agenda que él llama Diccionario Agreste donde apunta el nombre y las direcciones de todos los clientes que depositan sus cuartillas en el restaurante, está junto al mostrador, posado en una mesa reservada para los camareros. Si ella era real tiene que estar ahí.

Me despedí efusivamente de 5 sauces y cogiendo la Camelia y los 5 sauces dejé escrito en mis cuartillas: " Y en esto desaparecieron la Camelia, los cincos Sauces y el diccionario". Deposité sobre la mesa el importe del menú y desaparecí a toda prisa llevándome el botín.

Cuando Juan Cabo se percató de mi ausencia y acercándose hasta la mesa leyó aquella frase, pudo comprobar que los cinco sauces de la mesa 3, la Camelia de la mesa 5 y el diccionario agreste con las direcciones de los clientes habían desaparecido. Poco después, se dispuso a leer lo que dejé escrito.

 

 

 

Para mi Padre
Por Guiomar, alumna 4º ESO del IES Augusto González de Linares.

Poesia escrita con motivo de la
celebración del día de la poesia

 

 

Hoy mientras llovía
me acordé de mi padre
no sentía alegría
se ha marchado, ya no está.
Me acuerdo todos los días
sin poderlo olvidar
es una cosa profunda
muy difícil de explicar.
A veces siento su voz
llamarme por la mañana
pero siempre al levantarme
pienso que ya puedo olvidarme.
Pensar que te has ido
es muy triste para mí
y para muchas personas
que no se olvidarán de ti.
Es muy difícil olvidar
a un padre que se ha perdido
sobre todo a ti
que eras el más querido.


 

 

Alas de cera
Por Pablo Pico Rada, alumno del IES Valle del Saja de Cabezón de la Sal.

Ajenas alas sostienen mi vuelo
No soy pájaro,
Inevitable caída.

Disfruto la indispensable agonía
Sin reparo.
Consciente, por ello muero.

Cual Ícaro traicionado
En ficticias e ilusorias plumas
Confié.

Mi sueño agoniza,
Más la aflicción es absoluta,
Por momentos fui del cielo