Nº17. Abril. 2000.


Tribuna Libre

El lugar para vuestras opiniones personales es Tribuna Libre.
Aquí podéis opinar de todo aquello que os interese, bien porque esté de actualidad o bien porque creáis que merece la pena ser comentado.
En este número contamos con numerosos artículos de opinión que se ocupan de tema muy diversos y cuyo índice tenéis debajo de esta introducción. La gran cantidad de trabajos recibidos prueban el interés y la preocupación de los alumnos por el mundo en el que viven.

Un día en el Instituto
Con la sabiduría a cuestas
El abandono de los perros

 

 

 

 

Un día en el Instituto
Por Abel Rodríguez Barragán. Alumno del IES Santa Clara de Santander.

Un relato de un día en el instituto es la disculpa de este alumno para hacer una crítica sobre lo "física, psíquica, psicológica, moral y mentalmente agotadoras" que resultan estas jornadas .

Voy a contar ahora lo que seguramente todos sabréis y que os recordará a cualquier día en ese edificio, convertido para algunos en sala de torturas y para otros en un instituto normal.

Este es un miércoles cualquiera de mi vida en este curso:
Para empezar hay que levantarse muy temprano, entre las siete y media y las ocho menos diez. Luego hay que prepararse rápido porque se te echa el tiempo encima. Y, al acabar, sales a la calle:
¡Brrr! ¡Qué frío hace a las ocho de la mañana! Y encima cargados con la mochila; ay, si nos quitaran ese peso de alguna manera...

Llegas al Instituto y apenas tienes cinco minutos para hablar con los amigos de lo que se hizo el día anterior, pues enseguida suena el timbre que indica el comienzo del día y se van sucediendo las clases.

Tecnología: El profe nos explica un problema de ángulos y más de la mitad de la clase yendo a su bola sin hacerle el más mínimo caso.
Timbre. Recogemos y hay que subir dos pisos para ir a Francés; por las escaleras continúas la conversación que habías empezado antes de entrar.
Timbre. "Luego te lo acabo de contar" .
Exactamente lo mismo que dijiste antes; en clase casi no te enteras de nada y el bromista de turno que no se calla un momento.
Timbre. Cogemos nuestras cosas y "Espera, hombre, te decía antes que..." Y, tras tres horas de espera consigues acabarle de contar lo que hiciste ayer.
Timbre. Ya en clase, sacas los libros de Lengua y te pones a hablar con los de atrás hasta que entra la profa y se hace un silencio sepulcral.
-"A ver, fulanita, el ejercicio 4"
-"No lo tengo, es que..."
-"Pues así no podemos estar, ¿eh?. Pues, tú, a ver, el 4"
Y antes de acabar nos pone cuatro ejercicios y unas frases para analizarlas.
Timbre. ¡¡¡Recreo!!! Antes de que te dé tiempo a levantarte se te acerca una chica y te dice:
-"¿Me dejas lo de Soci?"
-" Me falta la 3, pero toma"
Y sales al pasillo con la esperanza de tener un recreo tranquilo y, para empezar, lloviendo y sin patio. ¡Empezamos bien!
Luego tratas de buscar un banco vacío para sentarte a conversar tranquilamente con un amigo. No hay y te tienes que quedar de pie, pero, por lo menos, al lado de la estufa.
Te acabas el bocata y les tiras la bola de papel a tus compañeros que responden con una aluvión de ellas. Al acabar, empiezas a hablar con el primero que pillas y en estas pasa la que te gusta de la clase y te quedas mirándola embobado hasta que recibes una colleja del gracioso del insti, le sueltas un taco y sales corriendo, no sea que se enfade y...
-"No, tú al pasillo, por aquí no" .
Sin darte cuenta te has metido en una zona donde no está permitido el paso en los recreos y el profe de guardia te reprende. Vuelves al pasillo y sólo te dedicas a observar a la que te gusta mientras ella habla con otro chico y te das cuenta de que es el mismo que te dio antes y piensas: "Adiós a la chica". Timbre. ¡Por fin! ¡Qué recreo más malo!

Ciencias: El profe nos empieza a explicar y, si el tema es entretenido, pues prestas atención, pero si te hablan, por ejemplo, de los métodos de defensa del escarabajo pelotero en estado salvaje, pues te entran unas ganas irresistibles de hacer cualquier otra cosa y te pones a dibujar en la última página del cuaderno o a enredar con el reloj o simplemente a pensar en las musarañas. De pronto, un codazo del compañero te hace reaccionar: al profe se le ha ocurrido pedirte de la pregunta 1 y a toda prisa abres el cuaderno, la buscas y... ¡La tienes bien!
Tras acabar de preguntar a media clase, tras dictarnos un cuestionario, tras mandarnos cinco ejercicios y tras asombrarnos con lo bien calculadas que tiene las clases, suena el timbre y todos respiramos para librarnos de la tensión y, al salir el profesor, los más atrevidos se van a pintar en la pizarra y tú te dedicas a meterte con la que tienes cerca hasta que recibes un empujón que casi te tira de la silla.
Timbre. Historia, entra la profesora, "buenos días", "buenos días" "¿qué preguntas teníamos para hoy?".
Con ese comienzo fulminante se inician siempre las clases. Si tienes un poco de suerte, puede que no te toque contestar a ninguna pregunta. Acto seguido de dar la respuesta le toca repetirla al que más distraído está. De pronto a alguien se le ocurre hacer una pregunta que, además sólo le interesa a él y la profe se extiende media hora explicándole el significado de una simple palabra y, horror, al terminar te pide que lo vuelvas a explicar y, entre lo que te sonaba de antes y lo que te va soplando el de atrás, consigues explicárselo y, además, recibes una felicitación.
-"Bueno, a pesar de que tenemos el examen mañana, os voy a poner unas preguntitas para ir practicando, ¿eh?"
-"¡No!"
-"Venga, ¿en qué año..."
¡Siete preguntitas! ¡Y mañana, examen de tres temas!
Timbre. ¡Noooo! A última hora mates y, encima con examen incluido. Das el último repaso en dos minutos y el resto, persiguiendo al gracioso que se ha llevado tu cartera y te la ha puesto en la papelera.

Timbre. A toda prisa, te acabas de memorizar lo que tienes más débil. Entra la profe, "Guardad los libros, tú, al rincón, tú, detrás del otro..." Después entrega los exámenes. ¡Madre! ¡Ecuaciones! - "Ahí tenéis veinticinco ecuaciones, muy fáciles, no os quejéis, ¿eh? También tenéis unas definiciones de teoría. Yo creo que en tres cuartos de hora estará terminado, y no os olvidéis de poner el nombre"
A mitad del examen oyes desde detrás:
-" la ocho, la trece y la veinte".
Y desde la izquierda:
-" ¿Tienes la dos y la dieciséis?
Entre lo difíciles que son y que tienes que decírselas a los de los lados no te da tiempo a hacer tu propio examen.

Timbre. Sólo te faltan dos preguntas y la profe te recoge el examen. Sales de clase y te dan ganas de ponerte a cantar "libre, como el sol cuando... ¡Ay!" Te callas porque el gracioso de antes te ha soltado otra colleja y te ha dejado la nuca escocida. Te diriges rápidamente hacia la puerta para salir, pero a mitad de camino te paras porque has vuelto a ver a la que te gusta y ves que se va por otro sitio y, encima, acompañada por un chico. Al irte a casa vas hablando con un amigo, que se va por el mismo sitio, de temas interesantes: chicas, clases y el próximo sábado.
-"Aquí me quedo, adiós".
Te quedas tú solo y te diriges a tu casa pensando que en ese momento eres como un preso que ha quedado en libertad temporal. Llegas a casa y te tiras a la cama física, psíquica, psicológica, moral y mentalmente agotado. Te tiras toda la tarde haciendo tareas y por la noche caes rendido a los diez minutos.
Ésa es la cruda realidad de un miércoles en el que sería mejor que te tragara la tierra.

Observación: Quizás haya exagerado un poco pero esta ficción no está muy lejos de la vida misma.

 

Con la sabiduría a cuestas
Por Abel Rodríguez Barragán. Alumno del IES Santa Clara de Santander.

Continuando con sus opiniones sobre la situación de los estudiantes en los institutos, este alumno comenta lo perfecto que sería informatizar todas las clases y acabar así con la necesidad de cargar con las pesadas mochilas.

Hay gente para la que existen varias razones por las que no le dan ganas de venir al Instituto; en algunas ocasiones es por no tener que soportar a determinado/a profesor/a o porque las tareas que les habían mandado el día anterior eran relativamente difíciles y no las habían podido hacer.
Pero a mí, personalmente, hay algo que me fastidia más; esto es mirar el martes por la noche el horario del día siguiente y darme cuenta de que tengo que meter en la mochila casi ocho kilos y medio de peso entre libros, cuadernos, archivadores y demás. Creo que debe haber gente a la que le cueste llevar tanto peso.
Y el caso es que hay varias maneras de solucionar el problema. Una de estas maneras sería volviendo al antiguo horario partido de mañana y tarde; aunque esta opción no está muy bien vista últimamente por la mayoría de los profesores y por algunos alumnos. O, quizá se podía instaurar el sistema de taquillas tan práctico en algunos centros.

También hay otra manera, que es mi sueño desde que era pequeño y que tenía ganas de contar. Ahora que tengo la oportunidad, lo voy a hacer:
Mi sueño sería que un viernes cualquiera nos dijera la tutora que al lunes siguiente no hay que traer mochila, porque nos espera una sorpresa. Durante todo el fin de semana no habría otro tema de conversación entre los de clase, exponiendo todo tipo de sugerencias.
Levantarme al lunes siguiente, arreglarme, salir a la calle con plena libertad, sin tener que estar pendiente de la mochila a la espalda y encontrarme con la gente de mi clase e ir hablando del único tema de conversación del que se hablaba durante los dos días anteriores.
Por fin llegamos al Instituto y vemos que todas las aulas están cerradas y que no ha llegado ningún profesor. Mientras esperamos a que vengan nos quedamos hablando de por qué tanto misterio.

Llegan los tutores y se dirigen a sus respectivas clases. Nosotros hacemos una piña alrededor de nuestra tutora. Mete la llave en la cerradura. La gira mientras la observamos en tensión. ¡Clic! se abre la puerta, miramos hacia el interior y vemos...
¡Un ordenador encima de cada mesa!

Corremos rápidamente a nuestros asientos e, impacientemente, esperamos a que la profesora nos termine de explicar que todo esto es porque al Gobierno le ha parecido más económico donar ordenadores a todos los colegios e Institutos que tener que pagar, mediante la Seguridad Social, ayudas para los jorobados y lisiados con las vértebras fastidiadas y las cervicales hechas puré por culpa de las mochilas que llevaban de pequeños.
Dicho esto, y tras una risa general, nos dan permiso para encender los ordenadores. Nos explican que en él están metidos todos los textos de todos los libros que antes teníamos que llevar a la espalda y que ahora nos cabe en un solo disquete; en él apuntaríamos las tareas y en casa las haríamos, las grabaríamos y las corregiríamos en clase.

De todas formas, el recreo seguiría siendo sagrado y, cada dos horas, nos dejarían salir veinte minutos para relajar la vista y los músculos, comer algo o charlar con los compañeros.

Durante todo el curso sería general el entusiasmo por la novedad de trabajar con ordenadores en vez de preocuparnos por si el bolígrafo se queda sin tinta.
Con esto se ponía fin a la era de las pesadas mochilas para dar paso a la era electrónica en su más alto grado.

Ése sería mi sueño y, aunque parece bastante difícil que se pueda convertir en realidad, no podemos descartar la remota posibilidad de que, a lo mejor, le pase a nuestros hijos o nietos. Mientras tanto, nosotros seguimos con la cruda realidad de las pesadas mochilas a la espalda.