Nº13. Junio. 1999
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Trabajos:
Relatos
El tesoro perdido Por Pablo Joel Sordo Sáinz
El Último Viaje Por Ana Polanco Porras
La noche del lobo
Por Luis Javier Gómeze Iván Oyal
Poemas
Se abrió la rosa Por Daviel Valle
Hasta ti
Por Daviel Valle
Aún hay cosas que no comprendo Por Daviel Valle
El Diario de Juan Por
Javier Vega San Emeterio
Amor, por Paty
La aldea en peligro,
por Raquel Fernández
La vida de un vaquero
Por Ana María Gómez,
El tesoro perdido
Por Pablo Joel Sordo Saínz,
alumno de 2º ESO del CP Cisneros
Érase una vez un niño que se llamaba Michael y era de Hets
(Escocia). Un día decidió viajar a ver a sus tíos en
Creta (Grecia).
Cuando llegó en tren a Creta se fue a casa de sus tíos
y se fue a la cama a descansar del viaje. Al día siguiente descubrió
debajo de la cama un pasadizo secreto que no sabía donde daba, decidió
entrar a ver a que daba, tras ocho horas bajando escaleras descubrió
muchas joyas y dinero.
Cuando llego a su casa sus tíos le echaron la bronca por haber
tardado tanto en haber llegado tarde, pero cuando vieron todo el dinero
que tenía le levantaron el castigo rápidamente.
Después de cinco años tardaron en gastarse todo el dinero
entre comidas, bebidas etc...... viajaron a Colón a visitar al abuelo
de Michael que se llamaba Genkin y que tenía cien años y que
estaba muy enfermo y como era pobre y necesitaba dos medicinas que valían
seis millones cada una y como Michael tenía doce millones de dólares
canadienses se lo pagó él y se recuperó para siempre.
El Último Viaje
Por Ana Polanco Porras, alumna del IES Santa Clara
de Santander
La noche ya abre sus puertas.
La oscuridad y el mar se funden formando una sola superficie, un amplio
universo.
Universo lleno de matices, de suaves destellos.
Y ahí está él, puntual como siempre, con esa melancólica
mirada perdida en el infinito, rodeado de una espesa amargura.
Inspira, y una oleada de brisa de mar invade todos los recovecos de su interior.
Espira lentamente, dejando que el aire se escape con suavidad.
El olor de la costa le hace recordar. Aquella superficie de ondas lo es
todo para él, ¡maldita sea, el mar es su vida!
Sin embargo, ahí está él, a la orilla, sin poder sentir
el vaivén de las olas, sin poder sentir la furia chocando contra
su bote, sin poder sumergirse en sus profundas aguas...
Cierra las ojos e inspira de nuevo; ahora ya no tiene nada.
Es un solitario hombre que vive del recuerdo, que al mismo tiempo le destroza.
Hubo un tiempo en el que no le faltaba nada, pero uno no se da cuenta
de lo que tiene hasta que lo pierde.
Antes vivía en la misma casa que ahora está inundada de soledad,
en la misma que ahora le devora con sus recuerdos.
Con los recuerdos de aquellos años en los que no supo valorar lo
que ahora tanto ansiaba, lo que tanto pedía a Dios. Con lo que ahora,
en las noches más oscuras, recrea en sueños, anhelos del pasado.
Su vida estuvo relacionada con el mar desde que nació, era hijo de
marinero y ese había sido también su oficio.
Había pasado más de la mitad de su vida subido en un bote.
Por eso conocía el mar tanto como las líneas de sus manos.
Había surcado sus aguas tantas veces o más de las que uno
se pueda imaginar y había compartido con él todas y cada una
de sus ilusiones.
Sin embargo, el mar es cruel, en un momento lo tienes todo y de un solo
golpe te lo arrebata. Te deja sin nada, sin un mísero madero al cual
agarrarte para salir a flote y rehacer tu vida.
Hacía ya diez años de aquello, pero él lo vivía
cada día como si fuese presente.
Le golpeaba en su interior como un animal enjaulado al que no se le deja
salir.
Y todo lo ocurrido se repetía en su mente como si de una película
se tratase; la caída, el furioso movimiento del mar, su impotencia...
Las imágenes se agolpaban en su cabeza atormentandole hasta la desesperación.
Haciendole hundirse cada vez más en un oscuro pozo, desde el que
no veía ni un pequeño atisbo de luz.
Se veía sumergiéndose una y otra vez en el agua, aun sintiendo
un intenso dolor en una de sus piernas que le impedía moverse con
la facilidad que le hubiese gustado. Las escenas pasaban ante él,
rápidas pero punzantes, clavándose en sus pequeños
ojos. Una y otra vez se contemplaba a sí mismo, siendo tragado por
las inmensidades del mar, buscando como no lo había hecho en su vida,
agitando sus brazos y piernas, intentando abrirse paso...
Pero en aquel momento parecía que todas las adversidades se habían
unido contra él. Tenía la sensación de no avanzar,
de no llegar nunca.
Una ola chocó contra la roca en la que él estaba, se sobresaltó
y fijó su mirada en el cielo, volviendo así a la realidad.
El viento empezó a soplar con mayor intensidad, revolviendo la escasa
mata de pelo que aún poblaba su cabeza. Las nubes se habían
vuelto más oscuras y el frío le empezaba a pelar la piel.
Se abrochó el primer botón de su gruesa parka azul marino.
Tenía la seguridad de que esa noche no sería muy tranquila,
se lo había dicho el mar, se fiaba del mar.
Se apreciaba inquietud en esa superficie que hacía unas horas demostraba
la paz más absoluta.
Esas suaves idas y venidas de la olas se habían convertido ahora
en una furiosa pelea por ser la más alta, la más extraordinaria,
la más impresionante...
Como aquel día ... Un escalofrío le recorre el cuerpo de arriba
abajo, como aquel nefasto día en que la vida pasó a ser un
infierno para él.
Subido en su bote quería demostrarle a ella la inmensidad del mar,
su misterioso mundo. Remaba con fuerza, dirigiendo el bote sin pensar. Internándose
cada vez más y más en la espesura del océano, perdiendo
de vista la costa.
Recuerda su mirada, sus grandes ojos marrones reflejaban inseguridad, se
sentía perdida. A ella nunca le había gustado el mar, solía
decir que uno no se podía fiar de él. Sin embargo, su confianza
en aquel, que ahora era un hombre viejo y arrugado, no la hicieron dudar
ni un momento. Ella confiaba en él, ¡confiaba en él!
Pero la defraudó, por eso la perdió.
Las olas se volvían cada vez más fuertes, manejaban la pequeña
embarcación a su antojo, como si de un juguete se tratase. Él
luchó intentando mantener el bote horizontal, pero las olas eran
mucho más fuertes. Finalmente perdió el control y la embarcación
volcó; cayendo los dos al agua.
Hizo todo lo que pudo y más, sin embargo, no fue suficiente, el mar
le robó lo que más quería.
Desde aquel día se lamenta, se acusa de no haber estado a la altura
y se maldice de su infinito ego, de atreverse a retar al implacable mar.
Como recuerdo le queda un intenso dolor en la pierna, que le impide internarse
en las profundas aguas. Y que a cada paso que da, le recuerda la precisa
mañana en la que se encontró el cuerpo de su esposa, flotando,
bañado por las olas, pintado de una tenue palidez, inerte.
Con un gesto brusco se frota las manos con rapidez, intenta ahuyentar el
frío que se ha hecho dueño de su cuerpo.
Cierra los ojos e inspira profundamente.
Son ya diez años, diez años en los que no ha habido noche
en la que no se despierte sobresaltado y día en el que no recuerde
su imagen.
Pero él sigue vivo, a él no se lo tragó el mar, a él
le perdonó la vida, para que se torturase el resto de sus días,
para que sintiese lo que es dolor de verdad.
Porque no existe en la Tierra nadie que se enfrente al mar y gane. Porque
el mar es superior a todos y a todas las cosas.
En esos momentos unas gotas de agua salada le salpican la cara y le sacan
de sus ensoñaciones.
Y al mismo tiempo una oleada de ira le inunda por dentro, siente que no
aguanta más. Quiere acabar con esa agonía que siente en el
cuerpo, con ese continuo sufrir que no le abandona nunca, le quiere poner
fin.
Pero no tiene valor, es un cobarde. Esa palabra se pasea por su cabeza cientos
de veces, cobarde, le martillea la cabeza como la herramienta hecha con
el más puro acero, cobarde, cobarde...
Y ahí está él, en lo alto, frente al mar, como siempre
al abrirse la noche. Abajo las olas chocan con furia contra los acantilados,
ganándoles terreno, haciéndoles retroceder cada día
un poco más.
Mira hacia el horizonte, ante sí se abre el inmenso imperio del mar,
el océano.
Entonces se decide, no quiere soportar ni un segundo más ese malestar
que siente desde hace años, ese que le acompaña desde el accidente.
Pero sobre todo no quiere aguantar el peso que ejerce sobre él su
conciencia.
Sin dudar, se monta en su antiguo bote, compañero de fatigas, con
el que ha compartido todos sus recuerdos, incluso los de su niñez,
quiere que esta vez, en su última aventura, él también
esté presente.
Comienza a remar con tanta energía que hace tambalear ligeramente
la embarcación, pero él se mantiene firme.
Hace años que no siente la ruda textura de los remos en las palmas
de las manos, esos trozos de madera maciza que en otro tiempo fueron una
prolongación de él mismo.
Le parecen siglos aquellos años que pasó sin sentir esa sensación
de serenidad, esa bocanada de aire fresco que le inunda cada vez que respira.
Por fin, otra vez, vuelve a ser quien era.
Una vez ha perdido la costa de vista, cierra los ojos y se lanza, se sumerge
en las aguas saladas.
Y entonces por primera vez en diez años se siente libre, ligero.
Se hunde suavemente, sin oponer resistencia, dejándose llevar. Es
arrastrado por las corrientes sin rumbo alguno.
Y siente como una ligera pero constante fuerza le atrae hacia el fondo.
Había abandonado, se había rendido, ahora estaba al servicio
del mar.
Por fin había cedido a su poder.
En el pueblo nadie le echó en falta, supongo que porque nadie solía
acercarse a aquella casita alejada del pueblo, cerca de los acantilados,
en la que habitaba aquel pobre diablo condenado a vivir en soledad.
Nadie se percató de su falta, hasta que dos días después
se encontró su bote (compañero de fatigas...), navegando a
la deriva. Se movía tranquilo, sin prisa, acercándose a la
orilla, anunciando su ausencia.
Se inició una operación de búsqueda, y aunque se rastrearon
todos los acantilados e incluso mar adentro, nunca se llegó a encontrar
su cuerpo. No quedó rastro de él, ningún indicio de
su desaparición.
El bote fue lo único que quedó, su última señal.
Sólo él sabía con exactitud lo ocurrido. Él
había sido el único testigo, él... y el mar.
En otro tiempo, el mar formaba parte de él, ahora él era parte
del mar.
Se abrió la rosa
Por Daniel Valle, alumno de 2º de desarrollo de
aplicaciones informáticas del IES Augusto González de Linares.
Ayer, en silencio, se abrió la rosa;
expandiendo sus pétalos blancos
saturados de frescor y de fragancia.
Se abrió la rosa;
inundando de alegría el paterre
y la escalera, triste y vieja,
del portal de la calle estrecha.
Frágil y caduca
sobre su tallo alzada permanece
mientras, de uno de sus pétalos
rodando una lágrima se desliza y cae.
Ayer, en silencio, se abrió la rosa,
su final postrero llorando aguarda;
ayer, de la rosa, despertó el alma;
y sólo la rosa sabe que morirá mañana.
Hasta ti
(Para Aida Díaz Velar)
Por Daniel Valle, alumno de 2º de desarrollo de
aplicaciones informáticas del IES Augusto González de Linares
Qué cerca queda
el lejano día
en que yo preguntaba
y tú afirmaste
Que gratos recuerdos
se agolpan en mi mente
desde entonces
Y el mar y el sol, testigos, saben
que el amor crece y se multiplica
y llena el corazón y el alma
y me lleva, irremediablemente,
hasta tí.
Aún hay cosas que no comprendo
Por Daniel Valle, alumno de 2º de desarrollo de
aplicaciones informáticas del IES Augusto González de Linares
Aún hay cosas que no comprendo
no comprendo porque te amo
ni siquiera porqué te temo;
pero sé que en mi alma,
cual animal que vive dentro,
mudo, silencioso, quieto,
aguardan grandes preguntas,
que quieren salir de mi pecho.
Aún hay cosas que no comprendo,
¿por qué reí aquel día,
cuándo me confesaste tu miedo?
Aún hay cosas que no comprendo,
nuestra relación, tus celos,
por qué oculto mis sentimientos;
por qué digo sólo adios al despedirme,
cuando deseo contigo fundirme,
en un callado beso.
Aún hay cosas que no comprendo,
no entiendo porque exclamo te odio;
cuando mi corazón de amor
estalla por dentro.
El Diario de Juan
Por Javier Vega San Emeterio, alumno del IES Santa
Clara de Santander
19 de Julio de 1998
Hola, soy Juan, mi madre me ha dicho que escriba este diario todas las
semanas para mejorar la caligrafía, ya que he suspendido el lenguaje
y mi profesor me ha dicho que este verano tengo que practicar. Como no sé
muy bien qué escribir, todas las semanas contaré lo que pasa
con el pájaro que ha puesto el nido en el árbol de enfrente
de mi casa.
26 de Julio de 1998
Hace unos días, miré el libro de aves que hay en la estantería
del cuarto de mi padre y me he enterado de que es un ratonero común.
2 de Agosto de 1998
Hoy han nacido, por fin, las crías del ratonero, las he estado
observando todo el día. Son dos; parece imposible que cuando crezcan
vayan a ser como sus padres, porque ahora son bastante feas, apenas tienen
plumas y se las ve tan indefensas... Me he acercado, sin que me vieran,
al nido y he oído como piaban cuando su madre les llevaba la comida.
9 de Agosto de 1998
Pasan los días y las crías crecen, ya mueven las alas y
empiezan a dar saltos. Yo creo que dentro de poco podrán abandonar
el nido.
16 de Agosto de 1998
Hoy al levantarme he oído un disparo; he salido corriendo de casa
y me he encontrado a dos hombres de unos 40 años con escopetas en
la mano y gritando: "¡le hemos dado!", yo me acerqué
corriendo donde ellos y miré al suelo, allí yacía muerto
el ratonero al que tanto cariño había cogido durante estos
últimos 28 días. Me puse rabioso y les pregunté a esos
hombres que por qué lo habían hecho y ellos con todo el desparpajo
me respondieron que para pasar el rato, que era su forma de divertirse.
No pude evitar ponerme a llorar pensando en quién daría de
comer ahora a las crías.
23 de Agosto de 1998
Durante esta semana no he hecho más que pensar en lo sucedido
con el ratonero y he decidido hacerme ecologista y luchar contra esta gente
que caza y mata por el simple hecho de divertirse.
Amor
Por Paty, alumna del IES Jesús de Monasterio
(Potes).
No, ahora no me entiendes nada
ven, siéntate aquí en la cama
quería decirte que todavía
le quiero con toda el alma.
No, no apartes tu mirada
estas cosas hay que decirlas
a la cara, por que
si las dices a la espalda,
entonces es como
si no dijeras nada,
vamos, vuélveme a mirar,
quería decirte que llevo
días sin descansar,
que no me puedo concentrar,
y que en él no dejo de pensar,
no creas que no lo he intentado,
pero mi corazón se ha revelado.
Al igual que tú yo pensaba,
que con el tiempo todo se olvidaba.
Creo que este intento tuyo
por hacerme olvidar
acaba de fracasar y
se ha llevado consigo
una gran amistad,
pero no la nuestra,
si no la de ese chico
al que yo
no puedo amar.
La noche del lobo
Por Luis Javier Gómeze Iván Oyal, alumnos
del IES Jesús de Monasterio (Potes).
Se extingue el día en uno de los lentos atardeceres de la montaña
y la manada de lobos mantiene fija la mirada sobre el rebaño de venados
que ramonea en las retamas.
El invierno es corto en pastos y a falta de otros el retamar ofrece alguna
fibra para ir salvando las jornadas.
Pero aún siguen comiendo, todos los sentidos de los ciervos se
hallan puestos en los lobos. Saben que les observan, que les estudian, y
hacen rápidos planes y cálculos sobre como y hacia donde ir
en caso de ataque. La escasez de alimento les obliga a salir a un lugar
en el cual son fácil presa del lobo, sin la protección del
bosque.
El jefe de la manada considera la situación. A doscientos metros,
el grupo de ciervos pasta sin cuidado aparente, ellos son una docena de
lobos, pero sabe que el venado es con el jabalí la presa de más
respeto en el monte.
Hay mucho gasto y riesgo por medio y solo el hambre de los lobos, unida
a la debilidad de algunos de los ciervos, podría decidirle a acometer,
pues a él, como jefe a quien compete dar la orden.
Hay hambre en la manada. Atrás quedaron la primavera, el verano
y el otoño, épocas agitadas porque la procreación obliga
a infinitas precauciones.
Cuando la radiante luz de primavera se insinuó en el monte se
disolvió la manada y cada cual labró su propio destino en
la serranía.
El jefe tuvo sus nupcias con la hembra dominante y ésta buscó
terreras bien protegidas de vistas y de vientos y en una de ellas alumbró
su descendencia. Por dos veces tuvo que cambiar a las crías de cubil,
porque los peligros para la camada son ciertos en tiempo de parto. Hay alimañeros
que recorren las sierras con el solo fin de hallar loberas y llevarse los
lobeznos, pagados a tanto la pieza por los pastores.
La luz está a punto de marchitarse cuando el lobo- jefe decide
atacar.
Por ahora no hay orden de batalla sino un avance cuyo objeto es catar el
estado de los ciervos. Éstos, tan pronto los ven trotar colina abajo
emprenden la huida, tampoco despavorida, porque saben de lobos y los adivinan
en simple disposición de tanteo.
Todos los ciervos responden bien menos uno. Es un macho viejo pero experimentado,
cuando sobre el cueto vio asomar la manada lobuna, su larga experiencia
de ciervo veterano supo de inmediato que aquellos rostros eran para él
los de la muerte y esperó acontecimientos con resignación.
Al avanzar los cánidos el rebaño ha salido de huida, pero
endeble como está ha quedado rezagado.
La manada intuye las instrucciones del jefe y una partida de tres lobos
ataja para cortarle el camino al monte espeso, el objetivo del rebaño.
El jefe observa la acción de sus lobos. Ha visto las carencias del
ciervo viejo y descornado y si la máquina de la manada funciona como
debe, en poco tiempo habrá carne fresca y abundante.
Ataque en regla
Los tres lobos consiguen aislar al ciervo y lo empujan ladera abajo,
hacia la raña, iniciándose el ataque en regla. Un grupo corta
sierra por abajo y el otro por arriba del teso, haciendo tenaza sobre el
asustado ciervo.
Su instinto le dice que no hay salvación posible, pero su dilatada
vida le dice que nunca está dicho todo en el monte. En otra ocasión
fue perseguido por lobos y cuando ya veía sus colmillos apareció
a sus pies y gran tajo que pudo saltar con las alas del miedo burlando a
sus perseguidores.
Ahí abajo, en la raña una hilera de chopos señala
claramente el curso de un arrollo quizá logre salvarlo y sus largas
patas le impulsen una vez más hacia la vida. Quizá haya perros
u hombres que ahuyenten a los lobos. Quizá...
El lobo- jefe tiene la situación controlada. Conoce todos los
pormenores de su feudo y los sabe libres de inferencia humana.
Cada vez que el ciervo cree haber dejado atrás la manada aparece
improvisto al costado.
Los lobos están aplicando la táctica infernal: dividir
la manada en dos y cortar una y otra vez la carrera de la presa. Con sus
últimas energías logra llegar al arrollo pero no hay perros
hombres que hagan por él. Vadea el curso, pero las fuerzas no le
dejan salvar el talud, marrando el salto y cayendo en la corriente. Entonces
siente en el flanco la primera dentellada y no la encuentra dolorosa.
Tampoco percibe dolor cuando una docena de cuchillos babeantes se clavan
en sus carnes, sino una extraña y dulce sensación de vacío.
Con la vista nublada contempla la hilera imperturbable de chopos y escucha
el rumor del arrollo que fluye con aguas enrojecidas, llevándose
río abajo su sangre y su vida.
La aldea en peligro
Por Raquel Fernández, alumna del IES Jesús
de Monasterio (Potes).
Que viva el gobernador
que vino de Santander
con tanta amabilidad
a ver el pueblo de Brez.
En el mes de febrero
del año sesenta y dos
en el sitio de Concerrá
una piedra se movió.
Como el pueblo está debajo
ofrecía este peligro
pudiera tirar las casas
y aplastar a los vecinos...
A las ocho de la mañana
llegan a Concerrá
con valentía y sin miedo
comienzan a perforarla.
Hicieron estos trabajos
con valentía y talento
quedando el pueblo admirado
de su buen comportamiento
Hoy el pueblo está contento
la peña ya se ha volado
dando las gracias a todos
que en ella han colaborado
La vida de un vaquero
Por Ana María Gómez, alumna del IES Jesús
de Monasterio (Potes).
Entró en el invierno,
época de descansar
y me entran las preocupaciones
para poder invernar.
Viene la primavera
y las llevo a pastar
como tienen poco pasto,
son muy malas de guardar.
Entramos en el verano,
ya empezamos a segar,
son las noches pequeñas
y tenemos que madrugar
pasamos al otoño,
de otra manera las vuelvo a guardar
sólo por estos montes,
sin tener con quien hablar.
Me gusta el periodico leer,
para dar mi opinión de las noticias que pasan en la Nación.
Muchas de ellas que traen
a mi, me hacen sufrir
por ver lo que trabaja,
nuestra guardia civil.
También, sufro por las huelgas
y paros en el trabajo
eso bien se evitaría,
dando buenos estacazos
porque quien arma las huelgas
esta muy bien de aclarar
los que quieren vivir bien
y todo sin trabajar.
Soy un pobre pastor
que pasteo en Peña Sagra
donde guardo unas ovejas
y un rebaño de cabras y para pasar el tiempo,
me toco un ratito la guitarra
y de estos perímetros
te canto una plegaria.
Virgen Santa de La Luz,
yo siempre te estoy pidiendo
ahora te vuelvo a pedir,
que me des buenos corderos,
para poder sacar
un poco de dinero,
espero que los des, por lo mucho que te quiero.
Ahora marcho pa' mi choza,
donde tengo mi morada
que para dormir yo tengo
un saquito de paja.
Para cenar, me pongo
un puchero de patatas
y después vuelvo a tocar
otro rato la guitarra.
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