Nº12. Mayo. 1999

 


 

Trabajos:

Relatos
El Sombrero Negro Por Francisco Ruiloba Álvarez
Una Aventura Cibernética Por Abel Rodríguez Barragán

Poemas
Es el Amor que Pasa Por Carmen Gutiérrez Cárdoba
El Montaje Por Marcos Fernández, Lara Sobremazas, Félix Castro y Javi González.

 


 

El Sombrero Negro
Por Francisco Ruiloba Álvarez alumno de 1ºESO del CP Valdáliga

Hace mucho tiempo que pasó todo, aún me cuesta abrir su diario, el diario de Mark, el diario que yo tuve que terminar.

Martes 6 de abril.
7:30 am
New York
Mi apartamento

Era martes, un día aburrido, Lucy no contestaba al teléfono, algo raro en ella, la delincuencia había aumentado y los policías teníamos mucho trabajo.
El lunes hubo un robo de "coca", otro de explosivos y un asesinato, el del gobernador Charles Hikden, de un tiro a quemarropa delante del ayuntamiento, demasiados casos y todos para mi.
Una carpeta llena de papeles y mi Scaultuper estaban encima de la mesa, las gomas de la carpeta estaban a punto de romperse así que las abrí y mire las fotos del asesinato en mi Scaultuper, eran asquerosas, Charles estaba tirado en el suelo rodeado de un charco de sangre y había muchos testigos entre ellos alguien muy familiar ¡Lucy!.

Martes 6 de abril
Comisaría
7:30 am

- ¡Jefe!, es demasiado para mi.
- Lo siento, pero hasta que no venga el nuevo poli lo tendrás que hacer tú.

Ya véis, mas trabajo, una explosión en el edificio Thomas, cerca del lugar en el que fue asesinado el gobernador.
Lucy seguía sin contestar al teléfono y yo fui al ex-edificio Thomas.
Cincuenta muertos y diez heridos, toda una catástrofe sin explicar y yo con sólo dos pistas, un sombrero negro y un trozo de un logotipo, algo así como la cabeza de un elefante.
De vuelta a mi apartamento abrí el buzón, subí arriba y abrí una carta, la única que había. La carta decía:
Hemos raptado a Lucy. Encuéntranos o morirá.

Miercoles 7 de abril
Fec Street
7:30 am

Lucy iba todos los días al gimnasio así que me dirigí allí, el gimnasio Podium.
Nadie la había visto y por más que enseñaba su foto menos esperanzas tenía, nadie la había visto, pero mis esperanzas volvieron al ver que una mujer la había visto discutir con hombre vestido de negro y con un sombrero del mismo color, me sonaba de algo.

Volví a casa y recibí una llamada de Robin, mi compañero de coche patrulla. Robin me dijo que fuera a su casa, le noté nervioso así que decidí ir.

 

Miércoles 7 de abril
Casa de Robin (Mansión Stanford)
4:30 P:M

Me dirigí a casa de Robin, la puerta estaba abierta y entré en la casa. Robin estaba encima de la mesa del comedor con siete cuchillos que le atravesaban a él y a la mesa, entonces decidí llamar a la policía pero antes de que llegarán cogí el disco de la cámara de vigilancia, lo tomé como un préstamo, luego lo devolvería, pero antes tenía que ver lo que había pasado con mis propios ojos.
La comisaría quedaba más cerca de mi casa y allí también había un Scaultuper así que me dirigí allí.
En el vídeo aparecían tres hombres de negro apaleando a Robin y clavandole los cuchillos, era repugnante.
Después volví a casa, demasiadas emociones para un solo día.

 

Jueves 8 de abril
Armería BJ
1:30

La armería de Bob y James era una de las mejores, y al parecer ilegal pero saben bastante sobre las nuevas bandas, son algo así como unos soplones.

- ¡Hola idiotas!
- ¡Hola Mark! Dijo Bob.
Por más que preguntaba menos me decían, hasta que saqué la pistola.
Según creo les dieron la coca robada para que ellos la pudieran vender a buen precio, eso sí, a cambio de no decirme nada, una vuelta por la comisaría lo arreglaría todo, aunque ellos no soltarían prenda.

 

Viernes 9 de abril
Mi apartamento
5:15am

¡RIING! Una llamada del forense de despertó:
- ¿Qué pasa?
- Un asesinato, un tal Ghostarf, ¿Le conocias?
- Si, era un viejo amigo.
- Le han metido una bomba en la boca, ¡Menuda indigestión!.
- Muy gracioso.

 

 

Viernes 9 de abril
Calabozos
7:00 am

Esto era demasiado, así que me dirigí a los Calabozos, a visitar a Bob y James. Ellos no estaban por la labor pero no hay nada que tres meses de menos en prisión no arregle. Al parecer la recogida de cocaína fue en un local, el local Seven.

 

Viernes 9 de abril Local Seven
4:00

El local estaba en uno de los barrios bajos de New York, la puerta estaba cerrada, pero con una ganzúa se arregló todo. Después, entré pero algo me dio en la cabeza y quedé inconsciente.
Cuando me desperté, tenia una gran jaqueca y estaba atado pero eso no era todo, también tenía una bomba delante de mi.
En la bomba aparecía un logotipo de un elefante, era igual que el que encuentre en el edificio Thomas, así que había ido por buen camino.
Los numeritos de la bomba iban bajando, 20, 19, 18 ... y yo sin saber qué hacer. Entonces se me ocurrió una idea, saque mi navaja y corté las cuerdas que me apresaban, era el momento de salir de allí. Corrí todo lo que pude hacia la salida y en cuanto salí la bomba estalló, todo el edificio voló por los aires y la ráfaga hizo que yo saliera despedido hacia un callejón, gracias a eso vi que un hombre de negro estaba bajando por la escalera de una alcantarilla.

 

Viernes 9 de abril
Alcantarillas
4:30

Las alcantarillas estaban llenas de ratas y túneles y yo no sabía que hacer pero con destreza y mucha suerte llegué a una sala en la que estaba Lucy atada y con todos los explosivos que quedaban después de que usaran dos cargas, había alrededor de unos 48 kilos de dinamita a punto de estallar.
Desaté a Lucy y corrimos hacia la salida, ¡Teníamos 5 minutos para salir de allí!
Corrimos todo lo que pudimos, pero la mala suerte se cruzó en nuestro camino, eran los hombres de negro, no teníamos escapatoria, pero antes de morir quería preguntarles algo:
-¿Por qué mataron al gobernador?
-Nos destrozó la vida- dijeron quitándose el sombrero- todos nosotros trabajabamos en una planta nuclear y el la cerró, nos echó a la calle, necesitábamos venganza.

Todo encajaba, pero demasiado tarde, estaba renegado a morir con Lucy, pero se me ocurrió algo, con rapidez saqué mi pistola y los apunté, ellos se quedaron quietos, y le dije a Lucy que corriera.
Ella corrió mientras oía tiros y más tiros hasta que llegó a la salida, desde la escalera miró hacia atrás para ver si yo llegaba pero vio que nadie se acercaba, así que decidió subir.

Lucy dejó la tapa de la alcantarilla abierta, pero nadie venía, sólo llegaban los sonidos de tiros y mas tiros sin saber a quién llegaban o quién los tiraba hasta que la bomba estalló, un fuerte sonido y una cortina de fuego que paso por debajo de la entrada a la alcantarilla la hizo quedarse con la boca abierta y Lucy llorando miraba.

¿EL FIN?


 

 

Una Aventura Cibernética
Por Abel Rodríguez Barragán, alumno del IES Santa Clara.

2º premio del Concurso Literario de la I Semana Cultural del IES Santa Clara de Santander

Era el día de mi cumpleaños y me habían regalado el juego de ordenador que yo ansiaba tener desde hacía varios meses. Todo ese tiempo estaba con la esperanza puesta en mis padres para que ese día se me presentaran con tan deseado juego. No me importaba que sólo me regalaran eso, pues era suficiente premio para tanto tiempo de espera.
Un juego del que mi hermano mayor me había hablado en muchas ocasiones y por eso se había puesto tan pesado diciéndome que le dejara jugar porque él me enseñaría a manejarlo, pero yo no quise aunque fuera él quien me habló de citado juego.

Yo estaba como loco por empezar a jugar y ni siquiera me leí las normas del juego. Mis padres me echaron un sermón sobre el tiempo que debía estar jugando y a que hora debía dejarlo. Esa charla se me hizo interminable, pero por fin se acabó y me fui corriendo a enchufar el ordenador.
El juego era bastante divertido. Era de un chico, diferente en cada partida, que tenía que superar cinco fases completamente distintas cada vez. Había prohibido a mi hermano que lo manejara porque sabía que como él metiera un record ya no me iba a ser posible igualarlo en varios años. A un amigo suyo, la primera vez que jugó con él se puso el primero de la clasificación y hasta hace unas pocas semanas no consiguió arrebatarle ese puesto. Aún así tuve que llamarle varias veces para que me explicara lo que debía hacer en cada fase, pero aprovechó lo poco que le dejé para pasarme hasta la segunda fase.

Yo seguía jugando y no me importaba que me eliminaran una y otra vez, volvía a empezar y a imaginarme que a la siguiente me iría mejor. Mis padres me gritaron muchas veces que no estuviera mucho tiempo con el ordenador encendido y mi hermano vino varias veces con la esperanza de que le dejara jugar sólo una partida, pero no hice caso a nadie. Yo sólo quería utilizar mi nuevo juego de ordenador.

Llevaba unas cuatro o cinco horas seguidas sin apartar la vista del ordenador cuando empecé a marearme cada vez más y más, hasta que la cabeza se me cayó sobre el teclado. Sentí como caía hasta que aterricé boca abajo en una sala bastante amplia. Tardé algún tiempo en darme cuenta de que, aunque pareciera extraño, estaba dentro del juego de ordenador con el que había estado jugando.
Miré al frente y vi una pared de cristal y a través de ella se veía mi habitación. Corrí hacia ella y me puse a gritar y a darle a darle golpes. Al rato parece que mi hermano me escuchó y se sentó en mi silla, le dije que jugara y, por favor, que no me eliminaran. Esperaba que me hubiera oído a través de los altavoces. Sí, me oyó porque me dijo que no me preocupara y que él era un experto jugando a este juego. Así lo esperaba.

Empezó a manejarme y me hizo pasar por la primera puerta a la primera fase en la que debía pasar por un campo e ir cogiendo cosas de los árboles y de las personas normales que se me acercaban y me entregaban algo que solía ser una bolsa, con la que subía una pequeña cantidad o una pequeña espada con lo que subía mi energía vital. No debía coger nada que me dieran unos seres verdes o azules normalmente medio deformes; me daban lo mismo que las personas normales solo que en vez de subir, bajaba la energía vital.
Mi hermano tenía razón y era verdad que jugaba bastante bien, me hacía saltar o agacharme en el momento preciso y sólo cogía lo que debía coger. Poco a poco llegué al final y solamente me quedó demasiado corto uno de los saltos y por poco di a una de las zarzas y bajé un poco la vida, por lo demás casi dupliqué la fuerza que tenía al principio porque al empezar daban poca y había que irla recogiendo por las cuatro primeras fases porque en la última era necesaria para luchar contra un científico loco que quería inventar una pócima mágica para convertir todos los objetos en animales feroces y comernos a todos menos a él y así poder estar sólo él sobre la Tierra. Para fabricar la pócima sólo le hacía falta una célula de un niño. La mía.

Pasé a la siguiente fase y me encontré al volante de un maravilloso Ferrari azul oscuro. No lo sabía exactamente pero creía que estaba en Montecarlo; era un paisaje muy bonito, sólo ensuciado por la pista de carreras que llamaba la atención por el contraste de colores del verde prado y el gris de la carretera. El cielo azul y salpicado por alguna que otra nube también llamaba la atención.
Tenía que competir en una carrera de coches y quedar entre los tres primeros para pasar a la siguiente fase. Corríamos quince coches y teníamos que dar tres vueltas al circuito. Al finalizar cada vuelta subía la energía vital y la fuerza que estaba ahorrando para la fase final contra el doctor Badell.
Estuve hablando un rato con mi hermano de lo nervioso que estaba, que era la primera que iba a conducir un coche de esas características, que donde estaban nuestros padres y que me tratara bien porque era su hermano. Me dijo que estuviera tranquilo en todo menos en lo último; me enfadé un poco pero me dijo que era broma.

Automáticamente di un salto y caí dentro de mi fulgurante Ferrari y comenzó la carrera. Yo la comencé en sexta posición y más o menos me iba manteniendo ahí o bajando o subiendo un puesto cada vez. A mediados de la segunda vuelta me salí de la pista y perdí algunos puestos; reemprendí la carrera en el puesto undécimo y comencé un gran acelerón. Tan rápido iba que saqué de pista a un Seat verde eléctrico y me puse cuarto, codo a codo con un Porsche para quitarle el tercer puesto. Tan rápido íbamos que alcanzamos a los dos primeros, con los que estuvimos juntos toda la última vuelta. Al final entramos tan igualados que, hasta que mi hermano y yo no nos vimos en la clasificación, en la gran pantalla luminosa situada sobre mi cabeza, que ocupábamos la segunda posición, no nos pusimos a dar saltos de alegría. Él estuvo más tiempo que yo, porque, sin hacer nada, me hicieron pasar a la siguiente fase automáticamente.

La tercera fase comenzaba en un pueblo pesquero en el que casi sólo se conocía el mal tiempo, vivían muy pocas personas, por lo menos yo sólo vi treinta o cuarenta en un camino que me llevaba automáticamente hasta el puerto, momentos en los que aproveché para hablar con mi hermano que seguía algo angustiado tras la pantalla del ordenador.
Un pescador parecía que me estaba esperando y me hizo montar en su barca, me llevó hasta una piedra de color blanca y por el camino nos iba explicando a mí y a mi hermano lo que debíamos hacer en esa fase. Debía ir saltando de piedra en piedra y sólo por las piedras marrones; esas se hundían a los tres segundos de tocarla. No podía pasar por las negras porque se hundían con sólo rozarlas y cuando pasaba por una piedra gris subía un ápice de vida. Cada vez que me caía al agua iba perdiendo poco a poco la vida que tenía, así que mientras que no me agarrara a una roca y me incorporase no pararía de perder energía vital. Debía llegar a la otra piedra blanca situada al otro extremo del río.

La prueba comenzó y empecé a saltar y a saltar constantemente sin saber donde iba a parar. Nada más que dos o tres veces me caí al agua y mis reservas de energía vital bajaron hasta casi los dos tercios; también recargué la fuerza que debería usar en la segunda parte de la quinta fase, en una pelea y en caso de que no me pasara la primera. Pero, de momento lo importante es que me pasé la fase con algo menos de vida de la que tenía al comenzarla.
El pescador de antes me acompañó a la orilla y, otra vez automáticamente me fui a una puerta que estaba al lado de la puerta que yo había utilizado para entrar en esa fase. Antes de esto comenté con mi hermano las dificultades de la próxima prueba que era a la que ahora mismo me dirigía.

Estaba en el mismísimo infierno, todo estaba lleno de lava y fuego que aparecía donde menos me lo esperaba. Un angelito vestido de rojo me explicó que tenía que ir por una pasarela y que no debía caerme porque perdería la mitad de mi vida y no están los tiempos como para irse dejando la vida por cualquier parte. Debía tener cuidado de los géisers de fuego que saltaban bastantes veces, tenía que saltar por encima para que no me pillara; también debía tener cuidado con unas rocas volcánicas que caían del cielo, curiosamente sobre mi cabeza siempre, debía sacar un escudo y ponérmelo encima de mí para que no diera; sobre todo tenía que estar alerta de unos diablillos rojos de orejas puntiagudas y con cara de pillos para que no me pincharan con su tridente recién afilado; y sobre todo no podría permanecer en el mismo sitio más de cinco segundos porque me quemaría y perdería bastante.

Mi hermano seguía demostrándome su experiencia en el juego haciéndome pasar por la fase sin más sobresaltos que el que me proporcionó un maldito diablillo que me clavó su tridente en el estómago, pero, como soy un personaje virtual, a mi no me pasó nada. Por el lado bueno cogí energía vital en forma de vasos de agua.

Pero ahora llegaba el momento decisivo contra el doctor Badell. Llegaba el momento en el que iba a demostrar si toda la fuerza que había ido cogiendo serviría para algo o no.
LLEGÓ LA HORA.

Estaba en la sala en la debería esperar a que mi hermano me hiciera pasar a la habitación en la que me esperaba mi contrincante con una prueba sorpresa preparada. Si yo le ganaba esa prueba me habría pasado el juego y todos los humanos seríamos libres, si no, aún me quedaba otra oportunidad en una pelea contra él mismo convertidos los dos en cualquier animal.
Por fin mi hermano se decidió a meterme en la habitación tras un cuarto de hora de convencimientos por mi parte.
Entré en una habitación muy oscura con una sola bombilla que iluminaba una esquina de la sala. Allí me estaba esperando el horroroso doctor Badell.
Era un hombre bastante mayor pero tenía el pelo muy oscuro, era jorobado y con una nariz enorme sobre las que llevaba apoyadas unas gafas diminutas.
Me invitó a sentarme y me explicó que tenía que jugar con él una partida de ajedrez. ¡Qué suerte! Porque mi hermano estaba apuntado a clases de ajedrez desde hacía seis años y pensé que no tendría ninguna dificultad. Pero si que la tuvo porque tras varios jaques al rey del doctor Badell acabamos en tablas la primera partida.
Tenía la oportunidad de otra segunda y si tras esta partida también acabábamos en tablas se le consideraría a él ganador e iríamos a la pelea; esperaba con toda mi alma que mi hermano le cantara un jaque mate cuanto antes.
Estábamos llegando al final y sólo me quedaban el rey, la reina, un alfil y tres peones. El doctor tenía las mismas menos la reina y con la mía me comí sus peones y su alfil fácilmente con lo que le hice jaque mate momentos después. El doctor Badell me dio la mano como un buen perdedor e instantes después explotó de forma poco violenta.
Se encendió en ese momento la luz de la habitación y abrí los ojos. Estaba en mi cuarto con la cabeza sobre el teclado y con mi madre en la puerta y conservaba la mano aún sobre el interruptor de la luz y me preguntó que donde había estado toda la tarde y también me contó que mi hermano había ido a mi habitación porque había oído golpes y, al no verme allí se puso a jugar aprovechando que yo no estaba y no le podía echar.

Por la noche hablé con mi hermano y me contó que yo no sabía lo bueno que era ese juego y que hasta se podía hablar con el personaje al que estuviéramos dirigiendo.
Me contó que había estado toda la tarde para pasarse el juego y que había estado casi todo el tiempo hablando con el muñeco, que por fin le sirvieron para algo las clases de ajedrez y que estaba deseando que le volviera a dejar jugar.
Durante todo ese tiempo estuve callado para que no se me escapara nada sobre el sueño-realidad que tuve porque, conociendo a mi hermano, sé que estaría deseando volver a repetirlo.

Hoy sólo juego media hora y al acabárseme ese tiempo grabo hasta el lugar donde hubiera llegado y continúo al día siguiente. Han pasado varios meses y todavía no he superado el record que pusimos a medias mi hermano y yo, aunque en la lista sólo figure su nombre.


 



"Es el amor que pasa"
Carmen Gutiérrez Cárdaba, alumna de 3ºA BUP del IES Santa Clara de Santander

ES EL AMOR QUE PASA

Y vino la muerte rosada, vestida,
sólo de tiempo lentísimo,
apretadamente la vida a golpes de mar
trajo hierbecillas saladas, lejanos mensajes,
miedos, voces, jadeos, fechas.
Los amantes, sentados, absortos, ausentes,
la conocían bien, mientras su amor
deshojaban como otoños.
de pronto, una propensión al recuerdo,
el aroma gris, la mano tronchada,
alargó la tarde y dejó briznas de sombra
sobre sus ojos intactos.
"Pero no puedes contener el amor que
llega como el alba". Oyeron.
La piedra arde en sus manos durísimas
y lágrimas recogen,
silenciosamente…
Y vino la muerte llena de frutos
que maduran los días. El mar cae
infinitamente como un cuerpo y
los amantes besan, veloces, las últimas luces.

"Es tarde". Oyeron. Beben los labios brumas,
pasados que la fuente borbotea.
Conocen sus pasos los caminos
Que dejaron otros.
Ecos,
Lluvias acaso que lamen el mar
Y rompe su tersura, la piel
Dorada que ellos confunden;
Verticales horizontes que limitan.
Pero no sesgan sus brazos
la sombra rosada que se acerca
y pide júbilos, alegrías, presagios;
a punto de saltar como el tigre oculto
en la hora amarga, aquella casi completa
a lomos de extraviados
relojes.
Crece sobre la roca el miedo y suena.
Conocen el brillo de palabras no dichas,
los amantes. "Pero no puedes contener el amor
que llega como el alba". Mueren
las últimas gotas.
Desnudos surcan como náufragos adioses.
"Déjame que te ciña como el viento".

Aprisionan sus cuerpos,
rasgan sus labios contra
el hueso.
Aves aprietan sus sienes dejándoles
olor a luz lánguida.
Caída luz cansadísima que despide
un sol ciego

Nunca es tarde y no importa
La agonía de aquellas estrellas
Que cerrarán sus ojos cuando
Los amantes,
Deshechos, sean raíces, piedras, árboles, lunas.
Porque la creación toda espera
Las ubres poderosas que el amor,
El siempre deseado necesita y va
De pecho en pecho
Buscando su dominio, el lugar donde
Un corazón tirita abandonado.

OTRA SOLEDAD

Otra soledad aquí su aposento,
extendida,
poseyéndome abre su boca
y penetra mi sed: ariete, filo, espada.
Frío solo, lejanamente,
llama. Dentro la sangre
y su torrente, despacio como la nostalgia
entrándome…
Pero, ¿dónde esos fuegos,
promesas, anillos que rodaron,
tintas, estampas?
¿Dónde habita, esta noche de hielos,
el beso que no me diste,
confundiéndome?
El odio arrasa, es tiempo
amontonándose sobre la almohada
vacía que no soporta el peso
del aire, la exigencia diaria que
calendarios tristes
destilan.

Voy buscándote
a tientas, noche, sombra,
diadena que pusiste
al mundo hostil que no te conoce
y araña registros,
vientos hábiles,
inasibles papeles,
sellos que me señalan,
te nombran duplicados y minuciosa-
mente ebrios.
Muertos y más muertos van poblándome,
inocencias que dejaron sus años
sobre este caracol soberbio que
medita.

 

 

SOLEDAD EN LAS MANOS

¿Esperan mis manos abarcarte
como el mar, una y otra vez, vuelve
su rostro hacia la roca
que no escucha su lamento largo?
La tierra, el guante negro de la tarde
es abismo donde la caricia
hunde en los cuerpos fugaces
el ansia creciendo en los bolsillos
devastados.
El tiempo sonríe, mueca
aguardándome como muerte.
El beso que no me diste
lágrimas agita, sombras, mapas
desolados.
Pero tú, desnuda fuente, mármol
fluido, increpas,
invocándome. No hay respuesta
y el silencio somete tu imperio
de caricias.
El cansancio es hojarasca
que aventas,
el humo y su tersura.

La mano es anuncio, ámbito redondo
donde caer
como la hoja silente que pisas,
ignoras ávidamente.
Una sucesión de abrazos vertiginosos
Instala sobre los relojes
la lluvia.
Pero la noche va escrutándome;
abro las voces otras que
cubren este silencio o clamor,
huyen, estrellan sus ecos
contra las paredes
ojerosas
y manchan delicadamente
las vocales mi tristeza.

 

VIENE LA SOMBRA

Más tarde se le caen sombras
al día y
los tejados desmelenan volutas
de humo.
Regresas torpemente, como si te borrara
el camino y nadie
te supiera, oh forma que gime
y espera.
¿Hasta cuándo? ¿Qué esperas?
Viene la sombra y te da la mano.
Llega el olvido y te da la espalda.
Pero tú sigues andando.
Tocas, acaricias restos de luz
o violetas que escalan muros,
torres, islas, azoteas.
Harapos de un sol joven que ignora
la noche.
Alguien se acerca y tizna tu brazo
que sólo abrazase
sombra.
Articulas, esbozas, bostezas
acaso palabras, sonrisas, gestos;
dulces, románticos luceros dejan
sal o nieve por tu mejilla.

Pequeñas gotas tiemblan,
caen quemantes de tus ojos;
lunas desprendiéndose.
¿Lloras?
¿Qué esperas?
La luz te llama o palpita
Adentrándose.
Bebe tu sombra que oprime
Envolviéndote.
¿Qué busca?
¿Qué espera?
Nombrándote entre todos busca y
espera.
Noche. Sombra. Humo. Violeta.
De pronto llueve luz, la sangre
canta y el camino te borra
como si nadie te supiera,
oh pobre corazón
buscándose…

 

 

CUERPO APENAS IDO

Yo terco persigo, terco como agua
apresada
y tú enseñas dientes,
brazos, cabeza, acantilados,
árboles desnudos que buscan
mi sola levedad de rama
que musita.
Yo terco acerco los ríos y
tú dices: "Lucero, aurora,
jueves al mediodía".
Vamos perdiendo escamas,
pájaros, tarjetas y declino
brumosamente
como verbo oxidado y
transitivo.
Pero tú demoras miradas y lánguidos
Adioses
caen como plumas.

 

CUERPO APENAS

Vientos doblan torres,
visten hojas de otoños
imprevistos.
Mírame, soy apenas una sombra
diminuta, un minuto, nada que
tocas y dejas.
Diálogo de un desasosiego conocido
por aquella cascada de tu risa
entonces
cuando era grato cabalgar a lomos
de olas frías y candentes.
Cuerpos o continentes desolados.
Diálogo de un desasosiego que
Permanece como el día
efímero,
gastada luz en la memoria arrebatada
como un cuerpo que no sabe
vencer la angustia de estar
vivo sin agotar silencios,
bruñir lágrimas,
afilar con labios temerosos
palabras terribles: amor, paz, esperanza.

 

AMOR O ABISMO

Quería amarte impecablemente.

Vientos duros me ciñeron
las manos.
Así la hoguera se consume
salpicando cenizas y guedejas,
el mar trajo brasas.
Consume el fuego desvaído
esta noche o tristeza o pendiente.
Quería el amor ser
conocimiento
que todo lo creara: mar, nube,
viento, isla, baile
infinito que diera
al ocaso una melena luminosa y
frenara el ímpetu
de la sombra.
Pero me ofreciste tu abismo
cuando quise abrir aves o párpados y
sólo el infinito
fue tu llegada.
Estrellas me llovieron la piel
aterida.

Águilas ciegas surcaron mi sangre.
Voces remotas,
como reflejos larguísimos
habitaron los huecos de mi traje.
Así la hoguera,
espiral rodante,
anaranjado racimo trajo un olor
a poniente que crecía en tus brazos
queridísimos,
luces tibias que huyen extendidas,
restos palpitantes que tocan
un sol moribundo.

 

CUERPO FINAL

Límite, contorno de mar
apresado
por la fuerza inabarcable de otro
mar que bebe cielos vacíos.
Cielos poblados por peces
vertiginosos
que buscan lecho para su sola
codicia amarga.
Ávidas fauces de pavoroso mar sobre
otro frágil que pasea sus ríos
oscuros
por avenidas donde mueren
hombres o gargantas que mugen,
acaso elocuencias
vanas, secas, voces
silentes que sólo la sal conoce.
Cuerpo final que desata
oleajes
desgajados de otro mar
sin espumas…

 

 

DÉJAME

Déjame la noche, el silencio, la roca
que siente,
el miedo de ser y andar
entre tus brazos cuando
te alejas como el día y
manchas sombras
balbucientes.
Pero noche, silencio, roca que
ya no siente,
te conocen y preguntan,
porque tú les hiciste
mirándoles,
piadosamente mientras dejabas
mi mano en el crepúsculo,
como el mar deja las orillas
crepitantes
y vuelve para seguir ausente
en otras tierras.
Ah, ésas sombras por tu luz
Manchadas traen noches a lomos
de horas hendidas,
perfiles de un mundo que no
amanece jamás.

Sombras que balbucean
Insomnes,
frentes desvanecidas,
insolubles ojos que acometen
oscuridades y piden
lumbres que tú alimentas,
destejes, precipitas abrazando
caminos que acaban en un cuerpo.

 

 

SOLEDAD TUYA

Porque sabe tu recuerdo
Lejanísimo a tristeza crecida.
Vastedad que entra por la estancia,
hilo de llanto,
olor que asiste y cabecea
los muros humeantes que agreden como
idilios muertos.
Porque la soledad es presagio
de vísperas desoladas.
Soledad nuestra.
Soledad tuya como breve oquedad
sobre un labio quemante.
¿Por qué es tuya la luz que
invocas y nace y agoniza?.
Sed de luz me dejas,
Oscuramente.
Nadie conoce tu mar,
el movimiento,
la huella de un astro o criatura
luminosa que anuncia beso.
Dime el secreto de tu hondura
para serte viento, catástrofe,
lucero que camina
espacio sin sombra.

 

AHORA

Lluvias bajo el brazo trae
el día que me diste;
minutos perplejos, inclinados,
ateridos.
Piedra, sangre, silencio por mis
manos irrumpen,
buscándote,
mientras arrojo relojes de sol y
fluyen sombras…
Un mar exhausto me dejaste
que gime todavía.
Ahora, tiempo, dolor,
golpean estas palabras que no
serán río,
porque la dicha aleja la luz
como el amor cuando pasa

 

 

 

El Montaje
Por Marcos Fernández, Lara Sobremazas, Félix Castro y Javi González. Alumnos de 3º de E.S.O. del Colegio Verdemar de Santander.

Un día como hoy,
una becaria llegó a la Casa Blanca.

Haciendo mucho negocio
de las cosas del querer
y haciendo mucho dinero
de las cosas del ...

Los puros habanos fueron
siempre buenos de fumar
y la Lewinski quería
uno para merendar.

Cuando se iba a confesar
se ponía de rodillas
para que el cura sacara
lo que tenía entre las rodillas.

El novio de la Lewinski
ya no compra más cebada,
que se le murió la burra
y ahora monta a la criada.

Una mancha a todo el mundo
le tenía preocupado,
que la criada de Clinton
había almacenado.

Los iraquíes pagaron
de esta movida el peaje,
con la "zorra del desierto"
se camufló en el follaje.