Vivimos
en un mundo capitalista en el que el que más
tiene es el que mueve los hilos. Los hilos son la
política, la economía... pero también
nosotros, las personas, formamos parte de ese cúmulo
de intereses.
En este momento se podría decir que somos
piezas de un puzle manejado por los fondos de inversión
y las agencias de calificación americanas.
Estamos dentro del sistema y sólo somos la
moneda de cambio que permite a los ricos seguir siéndolo
aún más, y al resto del mundo contemplar
cómo aumenta su imperio económico a
base de reducir el del resto de los ciudadanos del
mundo.
Cada día nos asedian con información
sobre lo que nos van a intentar vender, o como viene
siendo frecuente en los últimos meses, con
las batallitas de los políticos de salvar el
euro. Nos han vendido la imagen de que en este mundo
triunfa el que más tiene, o lo que es lo mismo,
el que más capacidad de consumo posee. ¿Por
qué seguir con el móvil de ahora si
han sacado uno mejor? ¿Y con la ropa? Sería
absurdo por mi parte intentar afirmar que por escribir
sobre esto estoy fuera de este sistema que nosotros
mismos hemos creado y aceptado como válido,
el de me paso la vida ganando dinero para poder gastar
dinero. No obstante, a veces me planteo qué
ha pasado con las mentes críticas que antes
por lo menos opinaban sobre todo esto, aunque sólo
fuera para sus adentros. El hecho de que nos lo den
todo masticado a través de la televisión
ha favorecido a eliminar el pensamiento crítico
de la gente, que se limita a escuchar y resignarse
a aceptar la realidad por cruda que esta parezca.
El 15M, desde mi punto de vista, no es más
que la consecuencia de la previsible y anunciada indignación
de las pocas mentes pensantes que quedan circulando
por el panorama nacional que, afortunadamente, han
resultado ser muchas. Aún así, una vez
más, estaría bien plantearse de nuevo
si son muchas las personas que realmente sienten la
indignación y la necesidad de manifestarse
contra esta realidad, o son sólo unas pocas
las que arrastran a actuar a los demás en nombre
de su forma de pensar.
Por poner un ejemplo para acabar, a nadie se le escapa
que este sistema capitalista en el que vivimos que
este sistema capitalista en el que vivimos es capaz
de permitir que se paguen 93 millones de euros por
fichar a un jugador de fútbol, pero es incapaz
de poner un pedazo de pan en la mesa de cada ser humano.
Por muy rentable que sea la inversión, por
muy bueno que sea ese jugador, hay cosas por encima,
cosas tan simples y tan complicadas como la condición
humana. El ejemplo de este jugador hace plantearse
cuánto vale una vida humana. Por él
se ha pagado la misma cantidad que permitiría
erradicar el hambre en países como Etiopía.
Contemplar sería la opción fácil,
pero así no se llega a ninguna parte. Una persona
sola tampoco consigue mucho, pero muchos pocos hacen
un mucho.

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