Cuando
terminan las clases, toca hacer revisión de
algunas, de las numerosas, actividades que se han
realizado a lo largo del curso 11/12. Una de ellas
es el voluntariado, un plan que se tiene su base en
el carácter propio de La Salle y que se organiza
brillantemente desde el equipo de pastoral del colegio,
con la participación de alumnos de 1º
de Bachillerato y la colaboración del profesorado.
El voluntariado cuenta con una larga trayectoria
y, año a año, muchos alumnos del centro
participan en él. A continuación queremos
reflejar algunas reflexiones anónimas de este
curso.
Todos nos hemos sorprendido gratamente acerca de
nuestras emociones y sentimientos en voluntariado,
siendo muy peculiar el hecho de que todos coincidimos
en el mismo punto: somos incapaces de explicar con
palabras la realidad de lo que sentimos.
A lo largo del curso, hemos ido dedicando una pequeña
porción de nuestro tiempo, de nuestros conocimientos
y experiencias a los alumnos que, cada semana, acudían
al apoyo escolar de La Salle dispuestos a completar
sus deberes, aprender técnicas de estudio de
los más mayores o prepararse para sus exámenes.
Rara era la vez que alguno de los chicos no olvidaba
el libro, los parciales pendientes, la tarea encomendada
o incluso asistir a la hora adecuada. Sin embargo,
tenían ganas de aprender, de mejorar y de rentabilizar
su estudio, y lo más emocionante era que querían
hacerlo con nosotros.
Esa emoción, ese sentimiento de utilidad,
de sentir que todos los conocimientos y técnicas
que has adquirido durante tu infancia, durante tu
estancia en el colegio, son escuchados con ilusión
por el chico que tienes a tu lado y que te necesita,
no tiene precio. Como tampoco lo tienen los momentos
en que aquel chico de voluntariado que ayudaste con
el examen de matemáticas la semana pasada,
se acerca donde ti para contarte lo maravilloso de
su nota. Porque lo que te llena en ese instante no
es la nota numérica que haya obtenido, como
tampoco le importa a él, sino saber que la
ilusión que tú has ofrecido, él
la ha recibido con el mismo cariño. Pero sobre
todo, existe un sentimiento intrínseco e inequívoco
del voluntario, aquel por el que cada semana acudimos
con más ganas que la anterior, aquel que crece
en nosotros como un pequeño gusanillo, el gusanillo
del voluntariado, que hace que una hora con los chicos
se atisbe efímera y pasajera, el responsable
de que el voluntario necesite tanto el voluntariado
como a la inversa. Y ese sentimiento, no puede explicarse
con palabras.
Por ello, cuando nuestros compañeros nos preguntan
por nuestra experiencia; si es necesario tener cuantiosos
conocimientos matemáticos o lingüísticos
para apoyar a los chicos, si nunca hemos pasado malos
ratos e incómodas situaciones, o si realmente
sentimos afecto, cariño y empatía con
los chicos, siempre contestamos lo mismo: "Ve
y descúbrelo tú mismo."

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